Iris avellaneda, secuestrada en campo de mayo y madre del “negrito”, asesinado en 1976
“Romero Victorica fue un miserable colaborador de los genocidas”
Publicado el 28 de Agosto de 2011
Por Daniel Enzetti
La copresidenta de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre fue esposa de Floreal Avellaneda, histórico militante del Partido Comunista, logró que los ex generales Bignone y Riveros fueran condenados a cadena perpetua en cárcel común.
Pocos días antes de presentar su renuncia como integrante del Ministerio Fiscal con el pretexto de haber “cumplido un ciclo”, Juan Martín Romero Victorica quiso irse por la puerta grande y protagonizó el último de los tantos actos en los que entorpeció durante toda su carrera las investigaciones referidas a delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar. A comienzos de este mes, pegó el faltazo y no concurrió a la audiencia en la que debía defender la postura de Iris Pereyra de Avellaneda frente a la reciente y sorpresiva decisión de la Sala II de la Cámara de Casación, que transformó la reclusión en cárcel común de Reynaldo Bignone y Santiago Omar Riveros en prisión domiciliaria. Bignone y Riveros habían sido condenados en 2009 y 2010 a cadena perpetua en “establecimientos del Servicio Penitenciario Federal”, a raíz del secuestro de Iris y las torturas que sufrió en el centro clandestino ubicado en Campo de Mayo, pero además por el asesinato de su hijo Floreal, el “Negrito”, cuyo cuerpo atado de pies y manos fue encontrado en 1976 flotando en las costas uruguayas.
En aquella sentencia a perpetua, dictada por el Tribunal Oral Federal Nº 1 de San Martín, los magistrados incluso negaron desde el principio varios pedidos de los genocidas, que preferían estar guardados cómodamente en sus casas. Para el TOF, el beneficio no correspondía “en virtud de la gravedad y el carácter de los delitos sancionados”, ya que la regla general indica que “quienes resulten condenados por estos delitos cumplan la sentencia en cárcel común”.
Ahora, los miembros de la Sala II de Casación, Guillermo Yacobucci, Juan Fégoli y Luis García consideraron esa medida como “arbitraria”, y permitieron que los reos volvieran al barrio. Yacobucci y García, relacionados estrechamente a Romero Victorica, son los mismos que en 2008 liberaron a Jorge “El Tigre” Acosta, Antonio Pernías y Alfredo Astiz bajo la máscara de la “normalidad procesal”, por entender que un juez instructor se había “excedido” en su pedido de prisión preventiva contra los criminales.
“Romero Victorica debería representar el interés de toda la comunidad, y en este caso mi interés –sostiene Iris a Tiempo Argentino–, pero no concurrió a la audiencia para defender mis derechos. Alguien tiene que hacer algo, porque estamos hablando de un miserable colaborador de los genocidas que siempre se burló de nuestros pedidos de justicia. Él y hombres como él son los que les permiten a tantos asesinos pasar el resto de la vida en sus casas rodeados de afectos, beneficio que nuestros 30 mil compañeros desaparecidos no tuvieron.”
La maniobra del todavía fiscal, jaqueado por un pedido de jury de enjuiciamiento después que la nieta recuperada Victoria Montenegro lo acusara de estar vinculado con su apropiador, el coronel de Inteligencia Herman Tetzlaff, fue “lo último que quiso hacer este personaje antes de retirarse –cuenta Iris–, pero es algo que no voy a permitir. Por Floreal y por el Negrito”.
–Conociste a Floreal cuando eras muy chica. ¿Es cierto que lo conquistaste con la comida?
–Es verdad (se ríe). En 1957 tenía 17 años y trabajaba en la cocina de la fábrica Philips; y él era operario, colocaba las antenas de los primeros televisores que se estaban instalando en el país. Estaba como encargada de hacer los ricos sanguchitos que comían los obreros, y con esos sanguchitos lo enamoré. Me llevaba ocho años y me hacía la linda, paseaba por su mesa y le servía siempre su cafecito con medialunas. Para qué te voy a mentir, lo conquisté por el estómago.
–A dos años del derrocamiento de Juan Perón, en plena Revolución Libertadora, debía ser muy difícil militar en el comunismo.
–Bastante, porque además, nunca había estado en política, y tampoco sabía que Floreal era del PC. Quería que conociera a su mamá, Florinda, y un día de elecciones me invitó a la casa. Llegué a las nueve de la mañana pero él no estaba, así que charlamos las dos toda la tarde. Cuando se hizo de noche me cansé, le pregunté qué pasaba con el hijo, y en ese momento Floreal apareció y me contó todo. Venía de trabajar como fiscal, y no querían contármelo por miedo a que saliera corriendo. Me quería morir, de repente aparecía en medio de una familia llena de comunistas (se ríe). Florinda era una vieja luchadora venida de España en 1919, divina, que formó parte de Socorro Rojo Internacional y después de la Liga. Una vez me pidió que la acompañara a la comisaría, un militante estaba preso y tenía que sacarlo. Llegó a los gritos, a los policías les decía: “¿No tenés madre? ¿De dónde saliste, de un repollo?” Hasta que lo encontró y lo liberaron. Era terrible, de carácter fuerte. Igual que el marido, Juan Avellaneda Padilla Filgueiras, anarquista.
–¿Y tu familia?
–Todo lo contrario, muy tranquila, sin participación política. Nací en Entre Ríos, y a los once años, cuando falleció papá, un peluquero humilde y trabajador, aproveché y viajé sola a Buenos Aires para distraerme un poco. Acá tenía un hermano mayor, chef y músico, y lo primero que hice fue “tirar la manga” en las peñas que organizaba. Hasta que entré en la fábrica, y lo conocí a Floreal. Ahí me cambió la vida. Empecé a formar parte de las reuniones del PC, hasta que Florinda arregló mi afiliación. Me hablaba de la Fede, de los trabajadores que eran explotados, y no tenía la menor idea, pero después tomé conciencia.
–La relación entre el PC y el peronismo siempre fue conflictiva. ¿Qué pensaba Floreal de Perón?
–Siempre fue un hombre extremadamente solidario, y respetuoso con todos los compañeros que luchaban por su dignidad, más allá de partidos o agrupaciones. Sufrió mucho con la manera en que esos reclamos fueron cercenados en 1955, y siempre se acordaba de Julio Troxler y de los caídos en José León Suárez. Tuvo una vida gremial muy intensa en General Motors y en Wobron. En Tensa era el único PC, rodeado por cuadros de Vanguardia Comunista, PST, PCR y Montoneros. Pero a la hora de pelear por los derechos que les correspondían, todos iban para el mismo lado. Antes me preguntaste por la militancia, y me acuerdo de cosas increíbles. A Floreal lo detuvieron en Devoto tres meses cuando estalló la Libertadora, y a Florinda también, después de inventarle una causa por prostitución. Pero nosotros seguíamos. En la década de 1960, cuando vivíamos en Munro, formamos una célula entre 20 matrimonios del barrio, cada uno con sus hijos. Imaginate a un montón de camaradas con pibes de todas las edades, organizando rifas, campañas de prensa, editando folletines, montando actos, actividades culturales. El grupo era el más importante de los considerados “chicos”, porque en esa época el PC tenía muy buena organización, como en la empresa Colorín, por ejemplo. Yo era tesorera, “mangaba” a cualquiera y después rendíamos cuentas. El partido nos eligió como los mejor organizados.
–¿Ya había nacido el “Negrito”?
–Sí, en 1960. Antes habíamos perdido a Floreal Adalbo, de tres meses, por un resfrío mal curado, según lo que nos dijeron los médicos. Ese fue el primer gran golpe para Floreal, porque la criatura se le murió en sus brazos. La que vino después fue Estela, que hoy tiene 50 años. Después de casarnos nos instalamos en Rosario, y Floreal empezó a trabajar en un taller de motos, pero la ciudad no nos gustó y mi suegra nos dejó edificar en un costado de su casa, en Munro. Para el Negrito fue una infancia lindísima, aunque era mirado como un bicho raro. A los seis años, en primer grado, la maestra le pidió que hiciera un dibujo en el pizarrón, y Floreal pintó la hoz y el martillo con tiza roja. Un revolucionario desde chiquito. Nos mandó al frente. “Y qué, mis papás son comunistas”, empezó a gritar en el aula (se ríe). Como el padre, era un chico solidario que no permitía que le hicieran nada a sus amigos. Una vez tardaban en volver con la hermana de la escuela, y los fui a buscar. Lo encontré trompeando a un pibe que se había aprovechado de otro más chiquito. Mientras Floreal le pegaba, Estela sostenía la mochila entre las piernas y lo ayudaba.
–La de Munro es la casa donde te secuestran a vos y al Negrito el 15 de abril de 1976. ¿Qué recordás de esa madrugada?
–Qué no recuerdo, deberías preguntar. Lo tengo todo en la cabeza, como si hubiera pasado anoche. Era un terreno con tres viviendas, donde estábamos nosotros cuatro, mis suegros y mi cuñada; once personas en total. A las dos y media de la mañana entraron a los golpes, gritando, amenazando con que iban a explotar el barrio. Lo venían a buscar a Floreal, y mi cuñada se trepó a una pared y alcanzó a gritarle “Andate, son las Tres A”. Cuando Floreal trepó la pared que daba al vecino le pidió al Negrito que le tirara los zapatos y las medias, pero uno quedó del otro lado. El Negrito intentó irse con el padre, pero Floreal le ordenó que volviera, que se quedara a cuidarnos. Mientras, las balas les pasaban al lado de la cabeza. Fue la última vez que se vieron. En el medio de la desesperación yo alcancé a escuchar que uno decía: “Este hijo de puta se nos escapó por los techos”, hasta que nos agarraron. Se llevaron plata y rompieron todo. Había varios colgados desde casas vecinas, eran del Ejército y la Marina.
–¿Sabían que eras su mujer?
–Al principio no, pero después nos identificaron, y nos llevaron a los dos. Floreal tenía una escopeta porque le gustaba cazar de vez en cuando, y cuando la vieron me agarraron del pelo: “Ah, hija de puta, mirá cómo nos esperabas. ¿Ibas a contestar con esto?” Me tiraron encapuchada en un auto y me llevaron a la comisaría de Villa Martelli, y al Negrito no pude verlo más. Lo único que preguntaban era dónde estaba Floreal, y en Martelli me sentaron delante de un supuesto “camarada” de apellido Benítez que me pinchaba: “Dale Iris, ¿te acordás de las reuniones en tu casa? ¿Dónde se metió tu marido?” Lo del auto fue un infierno. El del asiento de atrás decía “¿Viste la frenada de recién? Era tu esposo, le pasamos por encima”.
–¿Cuánto tiempo estuviste en la comisaría?
–Pocas horas, hasta que me llevaron a Campo de Mayo. El lugar lo reconocí después de muchos años, pero recuerdo imágenes mentales del viaje, porque yo seguía vendada y con un trapo sucio atado en la boca. Pensaba en hacer locuras, como saltar del auto. Ni bien llegamos pedí ir al baño, y un milico me contestó: “Si gritás viva Hitler te damos permiso.” Estuve en Campo de Mayo hasta el 30 de abril, y esos 15 días fueron terribles: tiros, palizas, simulacros de fusilamiento, torturas. Me dejaron tirada varios días como un animal, llena de mugre. Como me picaneaban no podía tomar agua. Era tal la suciedad que los perros te olían, pero si te movías empezaban a morder. Un día alguien entró despacito a la celda, levantó la frazada y me puso un pedacito de manzana en la mano. “Comela, pero no dejes nada tirado” me dijo, y se fue. Yo la comí, y fue lo más rico que recordé en años. Durante el juicio que condenó a Riveros y a Bignone, esa persona, que prestó testimonio, se me acercó con su mujer. En aquella época era un conscripto que se animó a hacer lo que hizo. Nos abrazamos y lloramos en el medio de la sala.
–De Villa Martelli te trasladan a Olmos, y después a Devoto. ¿Hablabas seguido con Floreal?
–Me soltaron el 18 de noviembre de 1978, después de casi tres años, no detenida-desaparecida, sino secuestrada-desaparecida, que es distinto. Nos comunicábamos por mensajes escritos; yo le decía “tío Pedro”, y él, “cuñada”, para cuidarnos. Lo que no me dejaba dormir era querer saber dónde estaba el Negrito, y de eso me enteré cuando salí en libertad. Mientras estaba en cautiverio mandé 53 cartas documento a distintos lugares, y el único lugar que contestó fue la cárcel de Chaco, diciendo que ahí no había nadie con ese nombre. Ese 18 de noviembre, cuando la hermana de Floreal vino a buscarme a Coordinación Federal, yo la noté rara, como tapándome cosas. Le dije: “Me parece que ustedes están escondiéndome algo. La dictadura me sacó a mi hijo, me separó de mi marido y es la culpable de haberme perdido las cosas más maravillosas de la vida, como los 15 años de Estela. Así que hablen, ya estoy curada.” Pero yo no estaba curada como para soportar lo que me iban a decir. A las dos semanas de mi secuestro, los diarios habían publicado una nota sobre la aparición de ocho cadáveres en la costa uruguaya, encontrados por los tripulantes de un barco pesquero. Uno de ellos era el cuerpo del Negrito, registrado por un fotógrafo sueco. Estaba atado de pies y manos, lo mataron por empalamiento. Sentía que me moría, pero todavía quedaba Floreal.
–¿Seguía en Munro?
–No, se había mudado a Villa Tesei, donde hoy es mi casa, y donde él estuvo hasta su muerte. Mi llegada al barrio fue algo muy raro. Imaginate: alguien que ante los demás era un “hombre solo” de repente aparece con una mujer. Parecía su amante (se ríe). Claro, por seguridad no andaba contándole a todo el mundo lo que le había pasado. A los vecinos les decía que era “Don Luis”, pero después se fueron enterando de todo. Después empezamos a sufrir a Romero Victorica, porque ya en 1984 la familia tenía fecha para juicio, pero Romero Victorica encajonó el proceso todas las veces que pudo. Floreal me decía “aguantá, ya los van a condenar, vas a ver”, y por suerte antes de morir los pudo ver condenados. Faltó a una sola audiencia, tirado con fiebre por la bronquitis. Fue cuando el policía Alberto Aneto nos pidió perdón llorando, después de mentir y decir que no nos había torturado en Villa Martelli. No se puede matar a alguien como lo mataron al Negrito, y su padre lo dijo el día que le tocó declarar. Habló y habló, y ni siquiera la jueza se animó a interrumpirlo. Contó historias de los 30 mil desaparecidos, de los compañeros que luchaban por el bien, de los que querían un mundo distinto, como el Negrito. Estuvimos juntos 52 años, es mucho tiempo. Y de él aprendí a no descansar hasta ver al último culpable preso, no en sus casas, como intentan hacer ahora con Bignone y Riveros, sino en cárceles comunes. Mientras tanto sigo en el PC (sonríe), porque a esta altura, esa idea no me la saca nadie.
–Una especie de “pecado de juventud” que se mantiene. Tu primer amor.
–El segundo. El primero fue Floreal.
Fuente:TiempoArgentino
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