Mendoza
La esclavitud sexual en el D2 vuelve al debate
Cristina Zurutuza, una referente internacional, explica la doble cara de los oficiales violadores durante el “proceso”.
30-08-2011
Por Alejandro Gamero
Mañana se inicia la segunda etapa de alegatos del juicio por crímenes de lesa humanidad, en la cual los abogados darán sus argumentos causa por causa. Y surgirá una vez más el tema de los abusos sexuales a las detenidas en el D2, violadas a diario y varias veces al día, una de las grandes revelaciones de este debate.
El gran interrogante es por qué la mayoría de los integrantes de las fuerzas de seguridad se transformaban en voraces violadores cuando tenían familias e hijos a los que les impartían valores.
Cristina Zurutuza es psicóloga e integrante de la Comisión Latinoamericana de Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), organismo que hace 15 días presentó en Mendoza Grietas en el silencio, una publicación que investiga la violencia sexual en el terrorismo de Estado.
Junto a Diario UNO buceó en las oscuras e inescrutables profundidades de esas conducta.
Para ella se dio una triple combinación mortal que disparó la violencia sexual contra las detenidas: machismo, impunidad y degradación de la mujer.
–¿Por qué cree que llegaron a este extremo de violar todo el tiempo a las detenidas?
–Fue una metodología de tortura y una forma de quebrar a las víctimas en la parte de mayor intimidad, que es la sexualidad, porque con ella construye la identidad a partir de las experiencias de placer, que no son genitales pero sí sexuales desde la temprana infancia. Por lo tanto, la agresión sexual es más íntima que la tortura. Las mismas víctimas han asegurado que no tenían respuesta anímica frente a esto.
–Pero era algo crónico, recurrente...Da la sensación de que había más violaciones que sesiones de picana...
–Es que era una metodología de tortura pero también una forma para obtener placer personal. Son impresionantes los testimonios de algunas víctimas que cuentan que algunos represores se masturbaban mientras otros las violaban y les preguntaban: “¿Seguimos un rato más?”. Muchas mujeres fueron sometidas a esta esclavitud sexual dentro de los campos de detención, pero también en los dormitorios de los oficiales y en las casas particulares de los represores, adonde las llevaban como empleadas domésticas. Allí también eran violadas.
–¿Cómo se explica que tantos hombres con familia, con hijos, que no habrían violado a nadie en su vecindario, lo hicieran sin problemas en las sesiones de tortura?
–Porque la gran mayoría entró en una lógica patriarcal fálica, si bien hubo excepciones. Las víctimas cuentan que hubo algunos que se opusieron a participar.
–¿Como es esa lógica?
–Cuando digo fálico, lo digo en el sentido de un símbolo imaginario, de algo que es omnipotente, que puede hacer cualquier cosa con todo lo que lo rodea y que lo puede someter con su dominio. Todas las fuerzas de seguridad operaron con este imaginario fálico, que hace que las mujeres sean una cosa inferior en tanto lo fálico es como Dios.
–¿Como si no hubiese límites?
–Ellos se identificaron como un poder fálico y pensaron que las mujeres eran seres inferiores que estaban a su disposición. Por lo tanto, si estaban ahí, inermes, y muchas se iban a morir, y además estaban degradadas como un otro devaluado, un otro subversivo, guerrilleras putas, es decir, no eran personas, entonces estaban disponibles. En el imaginario fálico, toda mujer está disponible: es una puta en este sentido de disponibilidad sin autorización.
–¿Y esto podría responder a una ideologización dentro de las fuerzas de seguridad o tiene que ver con los valores morales de cada uno?
–Acá se dan tres elementos claves: patrón cultural machista, ellos impunes y ellas como un otro devaluado. La combinación de los tres elementos fue mortal, y como ellas estaban convertidas en un otro satanizado, como eran las guerrilleras, desembocó en esto. Por eso las violaban hasta diez veces por día.
–¿La impunidad era clave?
–Sí, por supuesto. Se trató de una exacerbación de un estereotipo cultural que ya tiene base en la sociedad en general, donde la mujer está en alguna medida degradada a partir de cierto concepto machista de que está disponible. En estos casos, la exacerbación apareció por esta sensación de ser impunes y poderosos.
–Esta combinación, en otro momento y otro lugar, ¿sacaría a cualquier hombre de su escala de valores habituales?
–Bueno, la dictadura militar tuvo un contexto muy particular, donde hubo un espíritu de cuerpo en el que todos hicieron un acuerdo, en el que todos iban a hacer lo mismo y todos se iban a sostener entre sí, y que hizo que nadie sacara los pies del plato. De hecho, hoy no se explica que sigan sosteniendo los mismos argumentos en su defensa y se protejan entre sí.
–Uno se pregunta: ¿se juntaron cientos de psicópatas en un mismo lugar o pasa esto cuando la sociedad pierde ciertos límites que pone como normas de convivencia?
–Es un interrogante. Creo que en realidad no podemos saber si, entre todas estas personas que hicieron esta juramentación de hacer todo esto, había más de un loco suelto que justificaba la violencia por cualquier medio y de cualquier manera. No lo sabemos. Quizá estas dos hipótesis sean ciertas.
Fuente:Uno
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