7 de agosto de 2011

Un infiltrado en la CNU
Año 4. Edición número 168. Domingo 07 de agosto de 2011
Por Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal
Muerte en la tapa. El asesinato de Enrique Rodríguez Rossi encabezó la portada del diario El Día. || Carlos Disandro (en la foto con Perón) y el arzobispo Plaza bajaban línea en las reuniones donde El Tío pudo infiltrarse.
Enrique Rodríguez Rossi, militante de las FAL 22, tuvo acceso al núcleo duro de la banda hasta que fue asesinado.

La edición del 12 de abril de 1975 del diario El Día, de La Plata, llevó una vez más como título de tapa una muerte. El día anterior había encabezado con el asesinato del médico Mario Gershanik, fusilado por una patota armada en la casa de sus padres, ubicada a poco más de una cuadra de la Jefatura de la Policía bonaerense. Ahora el titular decía: “Un estudiante fue muerto a balazos por terroristas” y la bajada de tapa explicaba: “Se trata de Enrique Rodríguez Rossi, hijo del ex titular del Banco Popular que también fue asesinado meses atrás por desconocidos. El joven apareció acribillado dentro de un auto entre Villa Elisa y Punta Lara”.
Aunque la manera de actuar de los asesinos coincidía con la de la Triple A o con la del grupo de tareas de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) que operaban en la zona amparados por el gobierno bonaerense, la policía y el Ejército, los platenses más informados hicieron foco en otro lado: Enrique Rodríguez Rossi, de 22 años, provenía de una tradicional familia ligada a la derecha católica, con estrechos vínculos con el cavernícola arzobispo de La Plata, Antonio Plaza. Su padre, el abogado Ernesto Rodríguez Rossi, había sido una de las cabezas visibles del Banco Popular, cuyo principal accionista en las sombras había sido Monseñor. La entidad financiera quebró en la década de los ’60, dejando un tendal de ahorristas estafados y Rodríguez Rossi padre –quien solía jactarse de su amistad con el dictador Juan Carlos Onganía– había sido asesinado el 22 de agosto de 1974, en confusas circunstancias, en un crimen nunca esclarecido pero que se relacionaba con una serie de negocios turbios conectados con el Hipódromo de La Plata. El asesinato del joven Enrique fue entonces, para muchos, una secuela de aquella otra muerte.
Más de 35 años después, la investigación de Miradas al Sur pone al descubierto la trama oculta que llevó al asesinato de Enrique Rodríguez Rossi, perpetrado por la patota de la CNU de Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, con la autorización del segundo jefe del Distrito Militar de La Plata, teniente coronel Mario Sila López Osornio y con el conocimiento del arzobispo Plaza. La muerte de Enrique, a quien sus compañeros más cercanos conocían como El Tío, puso final a una audaz operación de infiltración de las Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de Agosto (FAL 22) que estuvo a punto de desbaratar el accionar de la CNU y poner al descubierto sus vínculos con el gobierno provincial de Victorio Calabró, con las jefaturas del Distrito Militar La Plata y del Regimiento VII de Infantería, y con la Policía bonaerense.

Oveja negra. Por relaciones familiares y su educación en un tradicional colegio de La Plata, Enrique Rodríguez Rossi compartió su adolescencia con algunos de los futuros integrantes de la Concentración Nacional Universitaria, surgida en la ciudad de las diagonales con la dirección ideológica del profesor de literatura y latinista Carlos Disandro, a quien conocía personalmente. A través de su padre también tenía trato cercano con monseñor Plaza, que parecía apreciarlo. “Enriquito era un pibe simpatiquísimo, mimado por la madre, de trato muy agradable que se llevaba bien con todo el mundo salvo con su padre, con quien tenía una relación muy conflictiva. A pesar del ambiente en que se crió, de derecha ultracatólica, tenía inquietudes sociales de otro tipo, aunque no las andaba mostrando en su casa ni con sus compañeros de colegio”, lo recordó para Miradas al Sur Santiago Plaza, sobrino del arzobispo aunque en sus antípodas ideológicas.
Esos vínculos infantiles y juveniles lo llevaron de manera casi natural a participar de las reuniones privadas donde Plaza y Disandro bajaban línea a un grupo de entusiastas jóvenes de ultraderecha que se creían llamados a defender la tradición occidental y cristiana de la sociedad argentina de los virulentos ataques a que la sometían el comunismo ateo y la sinarquía internacional. De esos encuentros, participaban, entre otros, Patricio Fernández Rivero –luego jefe operativo nacional de la CNU–, el hijo de Disandro, Jorge; el profesor de literatura Néstor Beroch, Juan José Pomares (a) Pipi, Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, Félix Navazzo, Martín Salas, el librero Patricio Errecarte Pueyrredón, de Tradición, Familia y Propiedad; y uno de los fundadores de la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (antecesora de la CNU y de su rama en la secundaria, la Cnes) de apellido Fernández Córdoba. A partir de 1972 o 1973 también solían asistir el segundo jefe del Distrito Militar La Plata, Mario Sila López Osornio, y su hijo mayor.
Cuando terminó el colegio secundario, Enrique decidió estudiar Derecho, como su padre, pero rompiendo con la tradición familiar –que lo hubiera llevado a la Universidad Católica–, se inscribió en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, un centro sensible de ebullición política a principios de la década de los ’70. Allí, sin que su familia ni sus antiguos amigos lo supieran, se acercó a los Grupos Revolucionarios de Base (GRB, agrupación universitaria de las FAL 22), donde empezó a militar, aunque sin mostrarlo públicamente. A pesar de ello, siguió asistiendo a las reuniones de la CNU, que ya había empezado a operar como grupo de tareas parapolicial.

El infiltrado. “La idea de la infiltración de Enrique Rodríguez Rossi, a quien en la organización conocíamos como El Tío, surgió de él mismo. Un compañero de los GRB, que lo tenía contactado, viene un día y me dice que teníamos un compañero que conocía a todos en la CNU, que incluso participaba de las reuniones, y que estaba dispuesto a pasar información”, dijo a Miradas al Surun integrante de la dirección nacional de las FAL 22 que prefirió mantener en reserva su nombre y a quien aquí se llamará Zapa. Desde ese momento, Rodríguez Rossi dejó de mostrarse cerca de sus compañeros de los GRB en la facultad y, a través de un enlace, comenzó a pasar información sobre las reuniones de la banda con Plaza, Disandro y López Osornio, y también sobre otras donde el grupo de tareas capitaneado por El Indio Castillo preparaba sus operaciones.
“El compañero que funcionaba de enlace recibía la información que le daba El Tío y se la pasaba al responsable de la dirección regional, que era Omar Núñez, que fue armando una carpeta con todos esos datos. Había una lista de nombres de integrantes de la CNU, informes sobre las reuniones e incluso algunas fotos donde estaba monseñor Plaza con ellos. A su vez, Omar le pasaba toda la información a la dirección nacional”, recordó para Miradas al Sur José María Company Céspedes, integrante de la dirección de las FAL 22 que fue capturado por la patota en uno de los operativos desencadenados cuando la CNU descubrió la infiltración de Rodríguez Rossi y que salvó milagrosamente la vida gracias a la aparición de una partida policial que no estaba avisada de la acción.
La dirección nacional de las FAL 22 discutió qué hacer con la información que suministraba por El Tío pero no tomó ninguna decisión. Para 1974 y 1975, esa organización tenía un fuerte debate interno sobre su accionar. Por otra parte, a pesar de contar con una fuerte inserción política en la Universidad a través de los GRB, su capacidad militar en la zona de La Plata era de muy corto alcance y, en todo caso, insuficiente para encarar una acción contra la patota de la CNU. “Me acuerdo que una de las posibilidades que se discutieron fue la de pasarles la información al ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) o a los montos (Montoneros) para ver si se podía hacer algo conjunto, pero no se llegó a tomar ninguna decisión”, recordó Company Céspedes.
La investigación de Miradas al Sur pudo establecer que la información pasada por Rodríguez Rossi incluía la lista casi completa de los integrantes del grupo de tareas de la CNU, fotos de algunas reuniones con monseñor Plaza, minutas sobre las bajadas de línea de Disandro, Plaza y López Osornio al grupo e, incluso, la identidad de algunos blancos de la patota. En diciembre de 1974, El Tío dio aviso de que la banda iba a secuestrar al militante del Partido Comunista Revolucionario (PCR) Enrique Rusconi. Por problemas de enlace dentro de las FAL 22, la información demoró en llegar a la dirección. Cuando se intentó dar aviso al PCR, ya era tarde: Rusconi fue asesinado cuando resistía a su secuestro, en su casa del barrio de Tolosa, el 7 de diciembre de 1974.
Mientras tanto, la situación de Enrique Rodríguez Rossi se iba complicando día tras día, con grave riesgo para su seguridad. Le resultaba muy difícil seguir participando de las reuniones sin pasar a formar parte del grupo operativo de la banda. “Vengo zafando, pero ya no puedo borrarme sin que sospechen de mí”, le dijo a su enlace a fines de marzo de 1975. Estaba fuera de cualquier discusión que para continuar con la infiltración Rodríguez Rossi cometiera asesinatos con la patota. Era imprescindible no sólo sacarlo de las reuniones de la banda sino que pasara a la clandestinidad y se fuera de La Plata, e incluso del país. La dirección de las FAL 22 discutió cómo hacerlo, pero a principios de abril los acontecimientos se precipitaron y ya fue tarde.

El asesinato del Tío . A las 3 de la mañana del 11 de abril de 1975, el teléfono sonó ominoso en la casa de la familia Rodríguez Rossi, en la calle 4 N° 117 ½, en la zona norte de La Plata. Atendió la madre de Enrique y una voz que no se identificó preguntó por su hijo. Cuando Enrique llegó al teléfono sí reconoció la voz, aunque no le dijo a su madre de quién se trataba. Era un integrante de la patota que lo citó con una excusa. Enrique también utilizó una excusa para tranquilizar a su madre y pedirle prestado el auto. “Tengo un amigo enfermo”, le dijo antes de subirse al Dodge 1500 celeste acerado patente B-980375 y partir con rumbo desconocido.
En su edición del 12 de abril, en el desarrollo del título principal de la tapa, un anónimo cronista del diario el día describió: “Alrededor de las 8.30 de ayer, un automovilista que ocasionalmente se dirigía de Punta Lara a Villa Elisa por el camino que une esas dos poblaciones, detuvo la marcha al observar, detenido a un costado sobre la banquina derecha, un automóvil Dodge 1500. El vehículo presentaba múltiples perforaciones de bala en la carrocería y los vidrios delanteros deshechos por los impactos. Al acercarse, la referida persona comprobó que en el asiento delantero, caído hacia el lado izquierdo, yacía el cuerpo acribillado de una persona joven. Repuesto de la sorprendente y trágica revelación, el hombre regresó a Punta Lara y se apresuró a informar a las autoridades policiales del lugar sobre lo ocurrido”. El muerto era Enrique Rodríguez Rossi y alrededor del auto se encontraron más de cincuenta cápsulas servidas de pistolas calibre .45 y 9 milímetros.
Antes de ser asesinado en uno de los lugares preferidos por el grupo de tareas de la CNU para fusilar a sus víctimas, Enrique Rodríguez Rossi fue conducido por la patota al estudio que había pertenecido a su padre, en diagonal 73 entre 48 y 49, donde presumiblemente fue torturado para que diera información sobre sus contactos con las FAL 22. Al día siguiente, la policía encontró la puerta del estudio abierta con una barreta.

Detenidos, muertos y un coronel paranoico. La investigación de Miradas al Sur no ha podido establecer todavía la secuencia exacta de los hechos relacionados con el asesinato de Enrique Rodríguez Rossi, pero sí su vinculación. Posiblemente, su infiltración fue descubierta varios días antes de su secuestro y muerte. A partir de allí, Miradas al Sur pudo registrar una serie de acontecimientos.
En dos operativos ocurridos en el mismo lugar pero con diferencia de horas, fueron detenidos (primero, ilegalmente y, luego, blanqueados) Omar Núñez y José María Company Céspedes, integrantes de la dirección regional, el primero, y de la dirección nacional, el segundo, de las Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de Agosto.
Núñez y Company Céspedes salvaron sus vidas porque el primero, al irrumpir la patota en la casa, comenzó a gritar y llamó la atención de unas religiosas del convento que había enfrente. Estas llamaron rápidamente a la policía que, sin saber que se trataba de una acción de la banda parapolicial, intervino y, luego de una violenta discusión con el jefe del grupo de tareas, los detuvo a todos. Cuando, horas después, fue capturado Company Céspedes en el mismo lugar, ya había tomado intervención la Policía Federal. A pesar de ello, los dos integrantes de las FAL 22 fueron torturados durante varios días. En ningún momento, durante las sesiones de tortura, se los interrogó sobre Rodríguez Rossi. Luego, fueron trasladados a la Unidad 9, cuyas autoridades no quisieron recibirlos en un primer momento debido a las señales de tortura que presentaban. Sólo lo hicieron cuando la Policía Federal reconoció, en un documento oficial, el estado físico que tenían los detenidos al ser entregados en la unidad penal. La noticia de sus detenciones fue publicada por el diario El Día en su edición del 13 de abril, cuando había ocurrido varios días antes.
En la casa de la calle 73 N° 350, donde fueron capturados, los secuestradores encontraron la carpeta que contenía la información reunida por Rodríguez Rossi sobre el accionar de la CNU. Como ya se ha señalado, en esa carpeta había información sobre el subjefe del Distrito Militar La Plata, Mario Sila López Osornio y su relación con el grupo de tareas de la CNU.
Al conocer la información, el teniente coronel no se quedó quieto. La tarde del 7 de abril creyó que su casa estaba siendo vigilada y no dudó. Salió con su hijo mayor en su auto, persiguió al presunto sospechoso y lo asesinó en la intersección de las calles 47 y 17. El hombre, identificado como Ricardo Manuel Guerra, de 31 años, iba desarmado y fue fusilado cuando no ofrecía resistencia. Para disfrazar el asesinato a sangre fría como un enfrentamiento, el teniente coronel y su hijo, en complicidad con policías de la Comisaría Primera, le plantaron un revólver 38 corto.
El 11 de abril, un grupo de tareas secuestró a Marcelo Adrián Sastre, de 21 años, a la salida de una confitería bailable platense, en la calle 47 entre 8 y 9. Su cadáver apareció horas después, con dos balazos disparados a quemarropa, en una cantera de tierra colorada ubicada en la calle 28, entre 514 y 515, de la localidad de Ringuelet, en las afueras de La Plata. La muerte de Sastre, estudiante del turno noche del Colegio Nacional de La Plata encaja a la perfección en una tabla de doble entrada que la relaciona con el asesinato de Rodríguez Rossi: por una parte, era amigo muy cercano del infiltrado en la CNU; por la otra, estaba haciendo en servicio militar en el Distrito Militar La Plata, bajo las órdenes del teniente coronel Mario Sila López Osornio.
Fuente:MiradasalSur

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