18 de septiembre de 2011

CIRCUITO CAMPS: Un juicio donde falta Julio López.

Un juicio donde falta Julio López
Por Laureano Barrera
El proceso por el Circuito Camps se inició bajo la sombra de las dos desapariciones de un testigo fundamental.
Asesinos! ¡Torturadores! ¡Secuestradores!” Las invectivas de rigor resonaron con fuerza en el anfiteatro de la ex Amia, desde el público que colmaba la sala hacia los 26 represores que ocupaban una tarima, a la altura del escenario.
–¿Dónde está Clara Anahí, la hija de Diana Teruggi y Daniel Mariani? ¡Devuelvan a los chicos que se robaron! –se sucedieron, quebrando el murmullo de la mañana del lunes, antes del comienzo de la paciente lectura de requerimientos fiscales que dio formal inicio al histórico juicio que hará justicia con casi 300 víctimas de la policía bonaerense en la dictadura cívico-militar.
El martes, ya no hubo interpelaciones. No sólo la asistencia del público mermó: sólo estaban presentes doce de los veintiséis imputados, aquellos involucrados en los delitos cometidos en el centro clandestino que funcionó en la Comisaría Quinta de la capital provincial. Uno de los testimonios evocados fue el del testigo desaparecido, Jorge Julio López, que fue clave para la condena a prisión perpetua en 2006 al ex comisario Miguel Etchecolatz. Además, se reparó en la articulación del Destacamento de Inteligencia 101 como el “sistema nervioso central” del aparato represivo, y se dieron detalles del feroz ataque a la imprenta más importante de Montoneros, donde asesinaron a cuatro militantes y se llevaron con vida a la nieta de Chicha Mariani, Clara Anahí.
Esta semana, está previsto que se continúe el repaso de esos hechos, aunque esta vez focalizados en una segunda tanda de represores de la Comisaría Quinta. Una vez terminados, aún resta la lectura de tres grandes requerimientos más: el primer turno será para las acusaciones de la Brigada de Investigaciones de La Plata y el Destacamento de Arana, y luego –seguramente la semana siguiente–, el de Puesto Vasco, Coti Martínez, y uno más breve, sobre la apropiación de Pedro Luis Nadal García. “Están leyendo sólo los requerimientos del fiscal, aunque no descarto que se lean también los autos de elevación a juicio, como se hizo en el juicio de Unidad 9”, dice una fuente del Tribunal Oral, lo que extendería la etapa de lectura unas semanas más.

Cinco años después. El encuadre de la filmación es ya indeleble: muestra un primer plano de Jorge Julio López, con el cierre de su suéter color borravino a medio bajar y su camisa a cuadros, y luego de un paneo descendente, su mítica boina posada en el muslo derecho.
–El gangoso lo saca a Rodas y le dice: ‘¡Carayá hijo de puta!’ –suelta López con apasionamiento, el salón dorado de la municipalidad platense de fondo, en ese documento fílmico.
–A Rodas le decían carayá porque era paraguayo –precisa López–. Lo sacan; y por ahí siento un martillazo y un tiro. Sería una pistola con silenciador. Siento un tiro y un grito: ‘¡Ah!’. Y no habló más nada”.
El fusilamiento del albañil Norberto Rodas, en un centro clandestino de Arana –posiblemente un casco de estancia conocido como La Armonía– es uno de los pasajes más estremecedores de su relato. También contó cómo, por la mirilla de la puerta, vio cómo Etchecolatz fusilaba a sangre fría, a pesar de los ruegos de clemencia, a su referente de militancia, Patricia Dell’Orto, y su pareja Ambrosio Di Marco.
Pero López no podrá sentarse ante el Tribunal esta vez: pasadas las 10.30 de la mañana de hace 1.825 días, el 18 de septiembre de 2006, un vecino lo vio por última vez en la calle 66 al 2.100, frente a las oficinas de Los Hornos de Edelap. Encima del comercio vive una mujer policía que formó parte del círculo íntimo del condenado Etchecolatz. Nunca fue citada a declarar.
Sin embargo, su testimonio volverá a estar. El Tribunal Oral Nº1 aceptó el pedido de Justicia Ya! de que ese registro audiovisual se pueda proyectar. Volverán como un mantra, en las inflexiones de su voz, los asesinatos de Rodas, de Patricia y Ambrosio. Retornará, en sus ademanes vivaces, la evocación terrible de su propio martirio, a manos de Etchecolatz, o la de su primer secuestro: unos 100 bonaerenses volteando la puerta de servicio de su casita sencilla de 140 y 69, ésa que había levantado con sus manos de trabajo, vendándolo con su pulóver y un alambre y llevándoselo en un carromato policial.
Su secuestro el 27 de octubre de 1976 es uno de los casos que la justicia federal de La Plata comenzó a juzgar. No puede decirse lo mismo de la segunda desaparición, de la que ya no va a volver: desde marzo de 2009, cuando el juez Arnaldo Corazza se apartó de la causa por “daño moral” (la familia del testigo lo acusó de no protegerlo bien), la investigación vegeta por juzgados y fiscalías federales, presa de internas judiciales y mezquindades políticas. La última noticia relevante resultó ser un bleff armado por un testigo reservado y amplificado por el ministro Ricardo Casal: tres días de excavaciones infructuosas en el Parque Pereyra Iraola, más precisamente en el patio trasero de la Escuela policial Juan Vucetich.
Fuente:MiradasalSur

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