12 de septiembre de 2011

HISTORIAS DE MILITANCIA Y CAUTIVERIO DEL TESTIGO CUYO PARADERO SE DESCONOCE DESDE EL 18 DE SEPTIEMBRE DE 2006.

HISTORIAS DE MILITANCIA Y CAUTIVERIO DEL TESTIGO CUYO PARADERO SE DESCONOCE DESDE EL 18 DE SEPTIEMBRE DE 2006
Cinco años de la segunda desaparición de López
Los familiares y compañeros de la Asociación de Ex Detenidos reconstruyen la vida de Jorge Julio López. “Me pareció perfecto lo que hizo, más allá de las consecuencias que tuvo”, dice su hijo Ruben sobre la declaración del testigo en la causa Etchecolatz.
Por Adriana Meyer

Jorge Julio López había nacido el 25 de noviembre de 1929 en Elordi, cerca de General Villegas.Imagen: DyN

La angustia se había apoderado de Irene luego de la primera desaparición de Tito, durante la dictadura. Ese vacío, como si le faltara una parte de sí misma, aumentaba de noche al punto de quitarle el sueño. Desde entonces sólo se dormía con pastillas y por eso la segunda vez no escuchó nada. “Me da bronca, me queda ese dolor de decir cómo no lo sentí porque la cama estaba abierta, como que se iba a acostar, y yo no sentí nada”, dice Irene durante una larga charla que Página/12 mantuvo con ella y su hijo mayor, Ruben, en la casa de Los Hornos. Esta mujer de pocas palabras pone énfasis, casi por única vez, para expresar su impotencia por lo irreparable, por el cierre trágico de un ciclo que empezó en 1976. Así como desapareció dos veces, la última hace casi cinco años para nunca más aparecer, Jorge Julio López vivió varias vidas. Sus compañeros de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) le rindieron homenaje con una edición especial de su revista, en la que reconstruyeron los detalles de su militancia y su cautiverio, y que completan el relato familiar de quien sobrevivió a los sicarios del Estado hace más de treinta años, y desapareció en democracia tras acusarlos por los delitos de lesa humanidad que cometieron.

Era callado, tranquilo, cuidaba sus plantas, no sólo los malvones que se veían en el jardín, también cultivaba tomate, acelga, orégano y perejil. En sus últimos días tenía que comer sin sal, Irene le preparaba pescado y pollo. “Típico de albañil, comía la carne vuelta y vuelta, así que de chico aprendí yo a hacer asado”, dice Ruben. Y se ocupaba de sus perritas, a las que había enseñado a salir solas a la calle.

Jorge Julio López era hijo del español Eduardo López y de Consuelo Rodríguez. Había nacido el 25 de noviembre de 1929 en Elordi, un pueblo cercano a General Villegas. “Ahí pegó mucho la desaparición, cuando fui sin avisar se armó un revuelo enorme”, cuenta su hijo mayor sobre uno de los tantos operativos de búsqueda de los que participó, en ese caso con la Policía Federal y la Secretaría de Inteligencia. Sus padres eran cuidadores de un campo de la zona, y Jorge Julio dejó los estudios primarios en cuarto grado para ayudarlos. Tenía cuatro hermanas y un hermano. Hizo el servicio militar en San Martín de los Andes y cuando terminó se fue a las afueras de La Plata, a trabajar en la zona de quintas. Allí conoció a quien sería su mujer, Irene, al parecer en un baile. Tras dos años de noviazgo se casaron en 1962 y tuvieron dos hijos, Ruben y Gustavo. Para entonces ya trabajaba en la construcción, oficio que aprendió de su primer patrón, el dueño de una empresa que hacía remodelaciones. Irene también tiene cinco hermanos y, al igual que su marido, trabajaba en las quintas. Pero sus habilidades iban más allá, cosía y tejía por encargo. “Tejí toda mi vida, a mano, me traían la revista con ese punto y así salía. Ahora se ríen, pero en ese momento se usaba mucho, tuve que dejar porque no me daba la vista. Me entretenía, por aquellos años no había televisión, no había nada. Sólo la radio”, dice Irene. “No era muy conversador, no contaba cosas del trabajo, era muy cerrado. Después de que le pasó eso empezó a renegar más, a enojarse con la situación, pero no mucho, yo no quería que me hablara de esas cosas, de política nunca supe nada, y menos después de que pasó eso”, cuenta sobre su esposo. En esa zona había por entonces apenas tres casas, Julio compró una pequeña en 68 y 140 y la fue ampliando con sus propias manos, luego con sus hijos.

Primera desaparición
López tenía 47 años cuando se acercó a la Unidad Básica Juan Pablo Maestre, en Los Hornos. Un grupo de jóvenes platenses de la Juventud Peronista y de Montoneros, entre ellos Ambrosio de Marco y Pastor Asuaje, la habían creado en junio de 1973 con el nombre de ese militante de las FAR, secuestrado y asesinado. Un día López planteó que “esos que gritan Perón, Evita, Partido Socialista, no son peronistas”, y a partir de entonces lo apodaron “Partido Socialista”. Pero esas diferencias se saldaron rápido, como muestran sus palabras sobre Patricia dell’Orto, compañera de De Marco. “Llevó a chiquitos desamparados a Mar del Plata a conocer el mar, ella y otras chicas andaban en bicicleta para ahorrar, para darles de comer a esos chicos, eran mujeres de oro”, describió López en uno de sus testimonios, reproducido en la edición especial de Tantas voces, tantas vidas, la publicación de la AEDD. Para Irene, “no era una unidad básica de otra cosa, por lo que yo sé, nunca fui, aunque a lo mejor era política, él iba un rato los fines de semana, cuando podía”. El recuerdo de su hijo es que “iba a una unidad de ayuda social, hacían carreras de embolsados y daban chocolate y juguetes para el Día del Niño”. Ruben agrega que “de ahí se llevaron a 10 o 12 personas la misma noche y los días siguientes”. Se refiere al 27 de octubre de 1976, cuando López fue secuestrado por primera vez. “Serían las 10 de la noche, los chicos, que tenían 11 y 8 años, estaban durmiendo. Entraron por la puerta a la fuerza”, dice Irene. Ruben le vio la cara a uno de la patota del represor Miguel Etchecolatz. La mujer cuenta que la pusieron contra la pared, que les pidió por los chicos y le dijeron que se quedara tranquila, que no les iba a pasar nada. “No sé por qué se lo llevaron, era un hombre de trabajo”, agrega.

La familia fue al ex Regimiento 7, a Tribunales, a la comisaría de Los Hornos, pero no tuvo noticias de López durante seis meses. Según Ruben, cuando pasó por la comisaría 8ª, “donde los ponían bien para blanquearlos”, supieron que estaba vivo por el cuñado de un vecino que era policía. El hijo apela una vez más a sus vivencias. “Cuando lo pasaron a la Unidad 9 lo visitábamos, era una sensación horrible ir a la cárcel, sólo nos daban media hora.” Irene acota que su familia la ayudó durante esos tiempos, que hizo tareas de limpieza en una panadería porque “había que comer”. Una vez que lo liberaron, dice, los patrones lo recibieron como si nada hubiera pasado. “Yo tenía miedo de que volviera a pasar lo mismo, entonces no quería que hable, así que muchas cosas se las guardó. Por eso muchas cosas no las sé, lamento haber sido así porque quizá tenía cosas para contar. Nosotros tampoco preguntábamos, era como un acuerdo”, resume.

Los 160 días que estuvo detenido-desaparecido pudieron ser reconstruidos a partir de sus testimonios, que tenían un alto nivel de detalle. López estuvo en silencio muchos años, pero cuando se jubiló empezó a escribir lo que había vivido en papeles sueltos, hojas de publicidad, boletas y hasta bolsas de cal. Así armó carpetas que su familia sabía que existían pero no dónde estaban, hasta su segunda desaparición. Eran tres y las había guardado en una caja, en el doble fondo de una valija. Ruben confiesa que pudo leer apenas una parte porque le resultó “muy doloroso”. Irene nunca quiso siquiera mirar el material con que López había hecho su catarsis. El paso que va del rompecabezas de textos y dibujos de su puño y letra, con las caras de represores y detenidos, hasta la decisión de declarar ante la Justicia lo pudo dar cuando lo contactaron los familiares de Patricia dell’Orto, a fines de los años ’90, y por la motivación de la promesa que le había hecho a ella cuando ambos estaban en cautiverio: si López salía tenía que decirle a su hija, Mariana, que su mamá la quería.

La tortura
Lo subieron a un carromato, le pusieron un pulóver en la cabeza y lo ataron con las mangas y con un alambre. Fue torturado toda la noche. A la mañana sintió olor a chancho y se dio cuenta de que estaba en la antigua división Cuatrerismo de Arana, sabía que por ahí había un criadero de cerdos. En sus testimonios habló de fosas comunes, lo que se confirmó con el hallazgo de restos óseos en 2009. Allí la reconstrucción de los compañeros y el relato familiar se complementan. “Estaban calcinados, como decía mi viejo, que los mataban y los quemaban con cubiertas”, afirma Ruben. En los reconocimientos judiciales de la causa Etchecolatz, López fue muy preciso y, junto a la sobreviviente Adriana Calvo, fallecida en 2010, identificó el recorrido de su calvario. Estuvo detenido junto a Francisco López Muntaner, uno de los chicos de la Noche de los Lápices, y con sus ex compañeros de la unidad básica, Ambrosio y Patricia. López pudo ver por un agujerito de su celda el fusilamiento de ambos. “Patricia pidió que no la mataran porque quería criar a su hijita”, declararía años después. De Arana pasó a la comisaría 5ª de La Plata, luego a la 8ª y en marzo de 1977 a la Unidad 9, donde estuvo 812 días a disposición del PEN.

En 2006, cuando declaró ante el Tribunal 1 de La Plata estuvo acompañado por sus dos hijos, su sobrino y su nuera. “Ahí entendimos que aunque hubiéramos intentado convencerlo de que no declarara no lo habríamos logrado. Al haberlo escuchado me pareció perfecto lo que hizo, más allá de las consecuencias que tuvo. Cumplió su deber como ciudadano, hoy la gente tiene miedo hasta de salir de testigo de un choque”, dice Ruben. Tras aquella audiencia, que se proyecta en cada aniversario y vuelve a estremecer, López planeaba festejar su cumpleaños y la condena a Etchecolatz con una gran comida a la canasta, en la que quería juntar a la familia y los compañeros. Pero el 18 de septiembre de 2006, cuando tenía que presentarse para los alegatos, no apareció. Fue su segunda desaparición.

Entonces volvió a profundizarse la distancia entre la familia y los organismos de derechos humanos que lo sostuvieron durante el juicio. Mientras Ruben López decía en TV que su papá podía estar extraviado, Adriana Calvo, Nilda Eloy y sus abogadas supieron casi de inmediato que no estaban ante una averiguación de paradero, como se caratuló la causa durante los primeros años, sino ante una nueva desaparición forzada. López había identificado y acusado a Etchecolatz y a otra media docena de genocidas.
Fuente:Pagina12


LA INVESTIGACION SOBRE EL DESTINO DE LOPEZ NO DIO RESULTADOS
Una causa en estado de parálisis
En el último año, el juez federal Manuel Blanco no ordenó medida alguna, mientras se fueron perdiendo los recursos humanos a disposición de la pesquisa. Unos sesenta cuerpos NN fueron a parar al expediente, pero no aportaron nada.
Por Adriana Meyer

Dos imágenes nunca difundidas de López: a la izquierda, foto tomada mientras estuvo a disposición del PEN.Imagen: Gentileza: AEDD

A cinco años de su desaparición, la investigación sobre el destino de Jorge Julio López no dio ningún resultado y está paralizada. Hubo diferentes hipótesis sobre las razones de la desaparición del testigo, entre ellas que un conocido suyo intentó convencerlo de desdecirse en el juicio y como se negó lo desapareció una patota integrada por ex militares y ex policías, con apoyo de uniformados en actividad. En los hechos, el final del juicio a Etchecolatz estuvo en vilo porque los abogados que iban a hacer su alegato en base a la existencia de un genocidio no tenían un poder de López, sino que eran sus patrocinantes. Esto es, era necesaria su presencia en la sala. Sin embargo, la querella de Justicia Ya presentó un recurso extraordinario que fue aceptado por los jueces, y así pudo haber sentencia, para decepción de la defensa del ex jefe de Investigaciones de la Bonaerense.

Los primeros meses la familia se sintió investigada. Ruben dice que fueron criticados por haber tenido “una actitud tranquila, por no haber salido a cortar calles, pero cuando tuvimos que hacer alguna crítica lo hicimos en la cara, y luego en los medios”. Y agrega: “Al principio pensamos que podía estar extraviado, en la causa no hay una mínima pista de nada, no se puede acusar a nadie porque no hay una sola prueba real. (López) no estaba enfermo, pero pensamos que quizás ese día que se tenía que presentar ‘le saltó la térmica’. Los días siguientes encontramos sus escritos, vinieron psicólogos y pensamos que todo podía haber sido por lo que llaman stress postraumático. Estaba lo más bien hasta el domingo a las 10 de la noche”. Como cada protagonista de la historia de López, su hijo mayor tiene su propia teoría sobre las razones de su desaparición. “Alguien se le acercó con algún motivo, antes de esa mañana. Se fue, cerró con llave, apagó la luz, no tomó mate, guardó la llave ahí (debajo de un rosal donde fue encontrada meses después) porque va a volver. Probablemente quien se lo llevó era conocido de él, para nosotros se va por su voluntad.”

Irene asiente: “Lo sacaron engañado, quizá fue una venganza de las personas que perjudicó, pero no hay pruebas”. Y se reprocha a sí misma por no haber “sentido nada” la noche del 17. Ruben agrega que él no estaba porque tenía que trabajar en Capital, y acota que su hermano tampoco se quedó con López a ver “los partidos que miraban siempre”. De algo están convencidos: si no hubiera declarado estaría con ellos, dicen. “Teníamos miedo de que le pasara algo, nos reprochamos no haber ido a averiguar si alguien lo iba a proteger, por eso pedimos que se investigue quién tuvo la responsabilidad de hacerlo”, explica Ruben. “Nunca se imaginaron que iba a volver a pasar una cosa así”, agrega Irene. Se refieren a la denuncia que hizo la familia contra los funcionarios judiciales de la causa y las abogadas del testigo, hecho que consolidó la brecha entre los familiares de López y sus compañeras de cautiverio primero, y de querella después.

El juez federal del caso, Arnaldo Corazza, se apartó por “violencia moral” tras esa denuncia. Ruben López se pregunta si acaso la familia no sufrió lo mismo “cuando dejaron en la nada la denuncia de Atalaya o la de Misiones”. Si bien ese magistrado no había logrado ningún avance, a partir de su apartamiento el expediente entró en una maraña judicial que sólo llevó a su actual parálisis. En el último año el juez federal Manuel Blanco no ordenó medida alguna, en medio del lento desmantelamiento de los escasos recursos humanos que la querella había arrancado a la burocracia judicial. El secretario que la Procuración había destinado para la instrucción se fue y nadie lo reemplazó. A principios de año la Policía de Seguridad Aeroportuaria, que tenía a su cargo el sistema de entrecruzamiento de datos, renunció a la investigación. Las “brigadas de la Policía Federal”, que en su momento había puesto el ministro Aníbal Fernández a disposición, están en Capital y como carecen de conducción judicial no tienen nada que hacer. En febrero el ministro de Seguridad y Justicia bonaerense, Ricardo Casal, acercó un testigo por cuyos dichos se armó el megaoperativo del parque Pereyra Iraola. El resultado fue negativo y el informante resultó ser “trucho”. En los últimos días, una denuncia sobre un cadáver NN en una morgue judicial demostró cuán errática es esta investigación: sobre el mismo se habían dispuesto medidas en 2007, que finalmente no habían sido continuadas y provocaron que por más de cuatro años el cuerpo quedara allí. Unos sesenta cuerpos NN encontrados en todo el país fueron a parar al expediente, sin que aportaran nada.

La AEDD definió a la causa como el “monumento nacional a la impunidad”. Para esa agrupación que nuclea a sobrevivientes de la dictadura, el día que coronaban sus esfuerzos de 30 años con la inminente condena al genocida Etchecolatz fue un volver a empezar. “Miles salimos a la calle en La Plata, bajo una lluvia torrencial, el viernes de la primera semana, gritando desesperadamente y después de tantos años ‘aparición con vida y castigo a los culpables’”, recordaron. Esa noche, el gobernador bonaerense Felipe Solá y sus ministros les dijeron que “estaba en peligro la gobernabilidad de la Bonaerense porque al momento de la desaparición de López había en sus filas 3 mil efectivos que en los años 1976 y 1977 estuvieron destinados a dependencias donde funcionaron centros clandestinos, y a quienes ningún gobierno había separado e investigado”. Hoy afirman que fue la evidencia de que el destino de López nunca sería esclarecido.
Fuente:Pagina12

La escuela, el festival, la plazoleta
Por Adriana Meyer
Ruben López aprendió a manejarse con los medios, dice que agradece a los periodistas que se acuerdan, pero admite que estos días “se complican”, porque se vuelven a sentir atosigados. Su papá había iniciado los trámites para cobrar una indemnización por su condición de ex detenido-desaparecido durante la dictadura, y explica que con esos fondos la familia quiere crear una escuela de oficios que lleve “el nombre de mi viejo”.

Ante la consulta de Página/12 sobre ese proyecto, el hijo mayor del albañil desaparecido dice que están “a la espera de que se termine el trámite”. En anteriores aniversarios, la familia se mantuvo alejada de las acciones convocadas por las organizaciones de derechos humanos y emitió algunas cartas públicas. Pero esta vez tienen planeadas sus propias actividades. El domingo 18, organizado por la Asamblea de Autoconvocados por el Ensanche de la avenida 66, habrá un festival folklórico en la plaza que ya lleva el nombre Jorge Julio López, en 66 y 152. “Es la ex fábrica (de enlatados de tomate) Ripoll, que tenía una arboleda que se logró transformar en parque público, y hay una promesa de la provincia de hacer un hospital, pero como no avanza el festival será para pedir que se concrete, y por justicia por mi papá”, explica López. Y el lunes 19, a las 11, en Berisso, le pondrán “Jorge Julio López, por la verdad, la libertad y la justicia” a la plazoleta ubicada en 18 y 156. “Tenemos carpinteros y albañiles, falta que nos donen los juegos, y así habrá una plaza que cada vez que la nombren será una forma de que no muera nuestro reclamo”, dice.
Fuente:Pagina12

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