8 de octubre de 2011

A CUARENTA Y CUATRO AñOS DEL ASESINATO DE ERNESTO “CHE” GUEVARA.

A CUARENTA Y CUATRO AñOS DEL ASESINATO DE ERNESTO “CHE” GUEVARA
Relecturas sobre un icono
El hombre que supo anticiparse a los tiempos en la Conferencia Interamericana de la OEA en Punta del Este en 1961, el militante que proclamó “hay que ser duro sin perder la ternura jamás” y el dirigente que conversaba con Perón aparecen en el análisis de Atilio Boron, Horacio González y Pacho O’Donnell.
Por Atilio A. Boron

Opinión
Un sabio consejo del Che

En estos días se conmemora el 44º aniversario del cobarde asesinato del Che en Bolivia. Pero hay otra fecha que también merece ser recordada: en agosto se cumplieron cincuenta años del brillante discurso que el guerrillero heroico pronunciara el 8 de agosto de 1961 en la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA celebrada en Punta del Este. La reunión, impulsada por la Administración Kennedy, tenía dos objetivos: organizar el “cordón sanitario” para aislar a Cuba y lanzar con bombos y platillos la Alianza para el Progreso (Alpro), como alternativa a los ya inocultables éxitos de la Revolución Cubana. En el tramposo marco de esa conferencia el Che no sólo refutó las calumnias lanzadas por el representante de Washington, Douglas Dillon, y sus lenguaraces latinoamericanos, sino que también hizo gala de su notable ironía para dejar en ridículo a quienes proponían como panacea universal para América latina a la Alpro, la “mal nacida”, como la fulminara en su obra el inolvidable Gregorio Selser.

Un botón de muestra lo ofrece la crítica que el Che dirigiera en contra de los proyectos de de-sarrollo pergeñados “por técnicos muy sesudos” –decía, mientras su rostro se iluminaba con una sarcástica sonrisa– para los cuales mejorar las condiciones sanitarias de la región no solo era un fin en sí mismo sino un requisito previo de cualquier programa de desarrollo. Guevara observó que, en línea con esa premisa, de 120 millones de dólares en préstamos desembolsados por el BID, la tercera parte correspondía a acueductos y alcantarillados. Y añadía que “Me da la impresión de que se está pensando en hacer de la letrina una cosa fundamental. Eso mejora las condiciones sociales del pobre indio, del pobre negro, del pobre individuo que yace en una condición subhumana; vamos a hacerle letrinas y entonces, después que le hagamos letrinas, y después que su educación le haya permitido mantenerla limpia, entonces podrá gozar de los beneficios de la producción (...) Porque es de hacer notar, señores delegados, que el tema de la industrialización no figura en el análisis de los señores técnicos (entre los cuales figuraba con prominencia Felipe Pazos, economista cubano que había buscado “refugio” en Estados Unidos no bien triunfara la revolución). Para los señores técnicos, planificar es planificar la letrina. Lo demás, ¡quién sabe cuándo se hará!”. Y remataba su ironía diciendo que “lamentaré profundamente, en nombre de la delegación cubana, haber perdido los servicios de un técnico tan eficiente como el que dirigió este primer grupo, el doctor Felipe Pazos. Con su inteligencia y su capacidad de trabajo, y nuestra actividad revolucionaria, en dos años Cuba sería el paraíso de la letrina, aun cuando no tuviéramos ni una de las 250 fábricas que estamos empezando a construir, aun cuando no hubiéramos hecho Reforma Agraria”.

Al exponer las falacias de la Alpro, mismas que con diferentes imágenes hoy sostienen los ideólogos del neoliberalismo, el Che atacó también la pretensión de los economistas que presentan sus planteamientos políticos como si fueran meras opciones técnicas. La economía y la política, decía, “siempre van juntas. Por eso no puede haber técnicos que hablen de técnicas, cuando está de por medio el destino de los pueblos”. Al insistir en la inherente politicidad de la vida económica, el Che subrayaba una verdad que la ideología dominante ha ocultado desde siempre, haciendo que las opciones de política económica que deciden quién gana y quién pierde, quién se empobrece y quién se enriquece, aparezcan como inexorables resultados de ecuaciones técnicas, “objetivas”, incontaminadas por el barro de la política. Así, si hoy en Estados Unidos o Europa crecientes sectores de la población son arrojados al desempleo o por debajo de la línea de la pobreza mientras que la rentabilidad de las grandes empresas y los salarios de sus máximos ejecutivos se miden en millones de dólares, esto no puede ser adjudicado a ningún factor político sino que es el gélido corolario de un juicio técnico. Si invariablemente el ajuste neoliberal empobrece a los pobres y enriquece a los ricos es porque técnicamente resulta mejor y no porque haya una clase dominante que promueva ese resultado y para la cual es mejor salvar a los bancos que salvar a los pobres. Guevara destruyó implacablemente aquellos argumentos, predecesores de los actuales.

Medio siglo después, la relectura de ese apasionado discurso del Che lo pinta como un personaje dotado de una clarividencia fuera de lo común. Imposible enumerar en estas pocas líneas tanta sabiduría condensada. Elegimos, para terminar, una sentencia más válida hoy que ayer: “Una nueva etapa comienza en las relaciones de los pueblos de América. Nada más que esa nueva etapa comienza bajo el signo de Cuba, Territorio Libre de América”. Y ante los cantos de sirena que hoy como ayer pregonan la armonía de intereses entre Washington y las naciones sometidas a su imperio nos advertía que “(El) imperialismo necesita asegurar su retaguardia”. Una retaguardia, recordemos, pletórica en recursos (petróleo, gas, agua, biodiversidad, minerales estratégicos, alimentos, selvas y bosques) que, según informes de los estrategas norteamericanos, constituyen insumos esenciales para el mantenimiento no sólo del “modo de vida americano” sino también de la seguridad nacional. Y, el Che ya lo advertía en Punta del Este, la preservación de esa retaguardia era un objetivo no negociable del imperio. El rosario de bases militares con las cuales Estados Unidos ha cercado nuestra región y la reactivación de la IV Flota para patrullar nuestros mares y ríos interiores confirman que, una vez más, el Che tenía razón. No olvidemos su consejo y actuemos en consecuencia.
Fuente:Pagina12

OPINION
Opiniones de Perón sobre el Che
Por Pacho O’Donnell
Perón y el Che tenían el mismo enemigo, el imperialismo capitalista con rostro norteamericano. Pero disentían en la metodología y la estrategia: Perón era esencialmente un político dotado y había incorporado a su proyecto a la mayoría de los sectores del trabajo argentinos en una amplia alianza policlasista con el objetivo de alcanzar sin mayor violencia la meta de una patria económicamente autónoma y políticamente independiente. El Che, en cambio, proponía una revolución socialista tan violenta como su enemigo a partir de su teoría del “foco”, es decir la instalación de estallidos insurreccionales limitados que promoverían una reacción en cadena que multiplicarían su poder de acción sin necesidad de trabajo de base previo. “Crear dos, tres... muchos Vietnam es la consigna” (Mensaje a la Tricontinental).

A pesar de sus diferencias, ambos líderes se respetaron y en las investigaciones para mi biografía del Che constaté que éste colaboró con dinero, siendo ministro en La Habana, para financiar el primer intento trunco de Perón de regresar del exilio.

Enterado del asesinato del Che en La Higuera, Perón escribió desde la Quinta de Puerta de Hierro: “Compañeros, con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. (...) Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto Che Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir”.

“He leído algunos cables que pretenden presentarlo como enemigo del Peronismo. Nada más absurdo. Suponiendo fuera cierto que en 1951 haya estado ligado a un intento golpista, ¿que edad tenía entonces? Yo mismo, siendo un joven oficial, participé del golpe que derrocó al gobierno popular de Hipólito Yrigoyen.” A continuación una frase ejemplar: “Yo también en ese momento fui utilizado por la oligarquía”.

“ (...) Las revoluciones socialistas se tienen que realizar; que cada uno haga la suya, no importa el sello que ella tenga. Por eso y para eso, deben conectarse entre sí todos los movimientos nacionales, en la misma forma en que son solidarios entre sí los usufructuarios del privilegio.” Firmaba Juan Domingo Perón, 24 Octubre 1967.

Pero en cartas privadas Perón deslizó algunas críticas sobre la estrategia guevarista. Así lo planteó a Ricardo Rojo, en respuesta al envío del libro Mi amigo el Che:

“(...) Sin cuanto usted nos informa de su paso por el Congo y muchas otras circunstancias, no sería fácil comprender que un hombre ya fogueado y experimentado en la guerra de guerrilla se haya encontrado en Bolivia en una situación tan precaria de medios y preparación. La ‘guerra de guerrillas’, al contrario de lo que algunos creen, es más vieja que ‘mear en los portones’, pues se practicaba en gran escala ya en la época de Darío II. Desde entonces, hasta la II Guerra Mundial de 1938-1945, no ha dejado de ser en algunos sectores y circunstancias, la forma de luchar.”

“Pero, como forma atípica de guerra, tiene sus exigencias originales, según sean las condiciones que la situación presenta. La empresa de Ernesto Guevara era, a la vez que temeraria, casi suicida.”

Lo mismo le había dicho al Che, según me contó un testigo de parte de la reunión, Enrique Pavón Pereyra, cuando Guevara visitó a Perón en Madrid. Aunque seguramente para no ahondar en discusiones políticas lo relacionó con el asma: “Disculpe mi comandante que le sea franco, pero usted en Bolivia no va a sobrevivir. Suspenda ese plan. Busque otras variantes”. Y remató: “No se suicide”.

La carta a Rojo continuaba: “(...) El Che tuvo que desarrollar sus tremendas operaciones, sin más medios que su extraordinario valor personal y la firme decisión de vencer que le animaba como hombre de una causa. Sin embargo, cuando se opera contra fuerzas regulares especialmente preparadas para esa clase de lucha, tales virtudes no son suficientes; es preciso, por lo menos, contar con algo seguro en cuanto a fuerzas y medios de subsistir en medio tan inhóspito”.

También se refirió Perón a Guevara en una carta a su amigo y camarada mayor Pablo Vicente del 23 de agosto de 1966, donde comenta la visita del Che en Madrid para buscar su ayuda para la campaña en la que perdería la vida, enterado ya de la defección del Partido Comunista Boliviano (PCB):

“Le sorprenderá saber quién me vino a ver hace poco: el Che Guevara (...) Me venía a ver desde Checoslovaquia y Rusia me dijo. Se me apareció disfrazado de ‘cura’ con una barba larga y la sotana” (vestía así para evitar ser reconocido y también para no crearle problemas a Perón, ya que a Franco le disgustaba que fuera visitado por políticos, más aún cuando eran de izquierda, como fue el caso de Salvador Allende, entonces senador, que casi provocó su expulsión de España).

“Tiene una visión muy interesante de las cosas y del mundo actual pero participa de la idea de la ‘revolución permanente de los pueblos’, un utópico inmaduro –pero entre nosotros– me alegra que sea así porque a los ‘yankees’ les está dando flor de dolor de cabeza.”

“Personalmente creo que es un individuo brillante pero del lado equivocado. Tiene una conversación muy interesante y una obsesión por el comunismo muy marcada. Pretende reunir fuerzas no sé de dónde para ‘liberar’ nuestros pueblos americanos. Advertí en seguida que tiene clara su meta y es capaz de cualquier cosa.”

Y para terminar, un pronóstico que la imbatible alianza del ejército boliviano, la CIA y los “boinas verdes” confirmaron: “Este muchacho va a terminar muy mal según creo. Como ve, mayor, ya ve usted que hay de todo bajo las viñas del Señor”.
Fuente:Pagina12

OPINION
Aventura de una vida
Por Horacio González *
Cierro los ojos y pienso. Alguna vez he estado en una reunión política, en aquellos años, y de repente entra alguien diciendo mataron al Che. No puedo imaginar hoy quiénes eran, quiénes éramos, cuánto demoró el silencio atónito, cuál fue el primer balbuceo que alguien pudo ensayar, el análisis político que algún otro intentó hacer. No se puede decir que sobre ese hombre, cuya cabeza sostenía alguien por la cabellera en la escuelita de La Higuera, se haya elegido mal un apodo, el certero sobrenombre sin el cual hoy no puede ser pensado. Era una partícula capital de nuestro lenguaje; interpelación básica pegada como molusco al cuerpo de un idioma. Era él y la diferencia idiomática, tal como ese che trabaja, se ausenta o se pone como remedo en las variadas formas del castellano suramericano. Su nombre sucinto con el que firmaba los billetes de banco era una invención perfecta, tres letras que seguimos diciendo todos los días para llamar, llamarnos, poner las estacas necesarias para decir quiénes somos cuando hablamos.

De tanto en tanto, en la historia aparece un partisano del humanismo socialista, que pone exigencias superiores para la militancia de índole sacrificial. Estaba en un límite, y sin embargo era un límite que hoy ya ha sido superado. Todavía, hasta el Che Guevara, era posible que el jefe dispuesto a inmolarse como verdad inherente a un compromiso fuera fotografiado leyendo a Goethe en la floresta, escribiendo frases cortantes en cartas de despedida, pidiendo que a sus hijos los cuide el Estado socialista y mencionando a Rocinante para mostrar que él también era hijo de nociones épicas tamizadas por los mitos literarios de la caballería. Por eso mismo supo tomarse algo en solfa, con un humor ascético del argentino de alcurnia. En la batalla de Santa Clara portaba en su chaqueta la vieja cédula de identidad argentina, ese cuadernito de tapas duras que muchos tuvimos. Una bala perdida rebota en ella. Después dijo, con ironía zumbona, “viejo, me salvó la vida ser argentino”.

Una frase que alguna vez garabateara en sus notas y epístolas, “hay que ser duro sin perder la ternura jamás”, deja un sabor intranquilo pues con ella deseaba señalar el carácter del socialismo atinente al hombre nuevo, pero a pesar de la eficacia de este versículo, detenerse apenas en la ternura revelaba que alguien tan dotado como él para el pensamiento avanzado, que había propuesto reexaminar la idea de plusvalía para el trato entre las diversas unidades productivas del nuevo Estado, que había solicitado la idea de excepcionalidad histórica para evadirse de un marxismo atrapado en un sistema de leyes fijas, que había discutido con las duras recetas del realismo socialista en el arte, ese mismo Guevara, que nunca dejaba de exponer su escritura sutil, detenerse, pues, en el simple par dureza-ternura lo conformaba con algo menor a lo que hubiera sido internarse en la condición compleja de la conciencia revolucionaria, con sus claroscuros y espesuras. Podría haberlo hecho. En su famoso diario, esa agenda de una casa comercial alemana, había escrito: “Somos 22, Pacho y Pombo están heridos y yo con el asma a todo vapor”. No es fácil en la literatura contemporánea encontrar una frase con esa cadencia perfecta, un número, dos sobrenombres y el remate lacónico sobre el asma, que para ser leída exige de inmediato la rememoración del drama de la selva, ese puñado de hombres en dificultades, de cuerpos desvalidos y proyectos intrépidos.

Mucho se ha escrito sobre Ernesto Guevara de la Serna, sus transfiguraciones y calvarios. Tenemos por superior la breve nota que ha dejado José Lezama Lima, a poco de llegar la noticia de su tragedia a La Habana, en la que lo menciona como un nuevo Viracocha, y las páginas en las que lo recuerda Ezequiel Martínez Estrada, quien lo ve como un tribuno envuelto en vestiduras de antiguo orador romano en un acto universitario en Cuba. Estos dos grandes alegoristas dieron en el clavo respecto de la figura legendaria del revolucionario moderno, buscándole los modelos remotos, la arcaica trascendencia. No pueden desdeñarse los tramos en los que Cortázar, en su cuento “Reunión”, reconstituye la conciencia del Che en el monte, buscando los planos de su memoria en que afloran sus tiempos de estudiante argentino de medicina, y si hubiera ejercido, y si se hubiera convertido en un médico progresista, en su consultorio en Buenos Aires, entre pacientes obesos y parturientas, y si se hubiera casado en un matrimonio burgués, si es que finalmente no hubiera dejado en el camino “el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses vivos en su pobre país perdido”.

Mucho tiempo sus huesos estuvieron perdidos al costado de un aeródromo abandonado, en las cercanías de la incierta choza en que lo ultimaron. Cuando aparecen los osarios, el de él fue catalogado por los antropólogos forenses bajo la dominación provisoria de E-2. Ese nomenclador de los peritos esperaba impaciente por el nombre real, así como los despojos habían esperado por tres décadas la exhumación. Ese entierro mantenido como secreto de Estado, ese destino boliviano que lo hacía parte del suelo inquieto de ese país, fusionado con su mineralogía insurrecta, el incógnito de esos restos como piedras del incario, convivía en la imaginación de toda una época con lo que resumía la gran foto de Korda, boina, melena, mirada absorta en un punto indeterminado del horizonte. Tuvo a su cargo reunir en una sola figura la legendaria disyuntiva del siglo XX: aventurero o militante. Las dos cosas, en gran estilo, él fue.
* Sociólogo. Director de la Biblioteca Nacional.
Fuente:Pagina12

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