12 de noviembre de 2011

EL 10 de ABRIL de 2012 SE HARÁ EL JUICIO POR LA "MASACRE DE TRELEW".

12/11/2011
El 10 de abril de 2012 se hará el juicio por la “Masacre de Trelew”
El juicio por la “Masacre de Trelew” comenzará el 10 de abril del año próximo, así lo confirmó el abogado Eduardo Hualpa, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), querellante en la causa.
Juzgado. Luis Emilio Sosa, uno de los que estará en el banquillo.
El penalista, en diálogo con Télam, indicó que “de acuerdo al expediente del Tribunal Oral Federal al que tuvimos acceso en la última audiencia, está fijado el 10 de abril del 2012 a las 10 el inicio del debate público”.

Hualpa explicó que “si todo marcha como está previsto, el próximo 22 de agosto, cuando se cumplan 40 años del episodio, ya habrá una sentencia en la que se marquen responsabilidades”.

La fecha se conoció en la última audiencia preliminar, citada en el Juzgado Federal local, en la que amplió su declaración testimonial el abogado David Patricio Romero, quien ofició en su momento como abogado defensor de los presos políticos.

“Estaban citados a declarar además el senador (MC) Hipólito Solari Yrigoyen y la profesora Elisa Martínez, pero no concurrieron por cuestiones personales por lo que declararán directamente en el juicio oral y público”, aclaró Hualpa.

Una audiencia similar tuvo lugar en la Cámara Nacional de Casación Penal el 18 de octubre donde declararon el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Eduardo Luis Duhalde y el ex subsecretario de esa misma cartera, Rodolfo Aurelio Mattarollo.

Para el abogado del CELS “ya está todo dispuesto para el juicio oral y público”.

La causa caratulada “Sosa, Luis Emilio; Bravo, Roberto Guillermo y otros s/privación ilegítima de la libertad, torturas y homicidio agravado” fue elevada a los tribunales federales de Comodoro Rivadavia en mayo de 2009. El Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia que presidirá el juicio está integrado por los magistrados Enrique Jorge Guanziroli, Nora María Teresa Cabrera de Monella y Pedro De Diego.

Están procesados en esta causa siete cuadros de La Armada: el capitán Luis Emilio Sosa, teniente Roberto Bravo (exiliado en EEUU), capitán Emilio Del Real, el suboficial Carlos Amadeo Marandino, Rubén Norberto Paccagnini (jefe de la base), el almirante retirado Horacio Alberto Mayorga y Jorge Enrique Bautista, este último por el delito de encubrimiento.

En la elevación se le imputó a los procesados el delito de “homicidio doblemente agravado por alevosía y por ser ejecutado con el concurso premeditado de dos o más personas (16 hechos) y homicidio doblemente agravado por alevosía en el grado de tentativa (3 hechos) todos en concurso real”.

La “Masacre de Trelew” ocurrió “en la madrugada del 22 de agosto de 1972, entre las 2.30 y 3.30 cuando Sosa, en compañía del teniente Bravo, el capitán Emilio Del Real y el capitán Herrera (fallecido), se presentaron en el lugar de detención de la base aeronaval Almirante Zar”, relata la elevación.

“Encontrándose como guardia el cabo Marandino, se les ordenó a los detenidos que doblaran sus mantas y sacaran los colchones para que los dejaran en el extremo del pasillo por donde se ingresaba a dicho sector, luego de lo cual se los hizo formar en fila en el pasillo”, describe el auto de elevación.

Las víctimas “estaban orientadas hacia el ingreso del mismo algunos, y otros hacia las celdas de enfrente y disponiendo que miraran hacia el suelo tras lo cual junto con los otros oficiales y suboficiales abrieron fuego contra los detenidos”, indica el texto que el juez Federal de Rawson, Hugo Sastre, dirigió a la Cámara.

Como consecuencia de los disparos fallecieron Rubén Pedro Bonet, Jorge Alejandro Ulla, Humberto Segundo Suárez, José Ricardo Mena, Humberto Adrián Toschi, Miguel Ángel Polti, Mario Emilio Delfino, Alberto Carlos Del Rey, Eduardo Campello, Clarisa Rosa Lea Place, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Heriberto Astudillo, Alfredo Elías Kohon, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas y Susana Lesgart.

La nota aclara que “en el caso de Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar no lograron el resultado de muerte, ya que fueron heridos gravemente y actualmente están desaparecidos en hechos posteriores al relatado”.
FuentedeOrigen:LaJornada
Fuente:Agndh

Los héroes de Trelew
Los caídos el 22 de agosto de 1972:
Carlos Alberto Astudillo (FAR). Nació en Santiago del Estero en el 17 de agosto de 1944 (28 años), estudiante de medicina en la Universidad de Córdoba. Detenido el 29 de diciembre de 1970 y brutalmente torturado.

Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP). Nació en Buenos Aires el 1 de febrero de 1942 (30 años), casado y padre de dos chicos, Hernán y Mariana, de 4 y 5 años. Perteneciente a una familia muy modesta abandonó sus estudios para ingresar como obrero en Sudamtex y Nestlé. Detenido en febrero de 1971.

Eduardo Adolfo Capello (PRT-ERP). Nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1948 (24 años), estudiante de ciencias económicas y empleado. Detenido cuando intentaba expropiar un auto en febrero de 1971.

Mario Emilio Delfino (PRT-ERP). Nació en Rosario el 17 de septiembre de 1942 (29 años), casado. Estudió ingeniería en la Universidad de Santa Fe. Inició su militancia en Palabra Obrera, que confluiría en el PRT. Abandonó sus estudios universitarios para ingresar como obrero en el frigorífico Swift de Rosario, donde trabajó 5 años. Detenido el 14 de abril de 1970. El V congreso del PRT lo eligió miembro del Comité Central en ausencia.

Alberto Carlos del Rey (PRT-ERP). Nació en Rosario el 22 de febrero de 1949 (23 años), estudió ingeniería química en la Universidad de Rosario, donde se integró al PRT. Participó del congreso fundacional del ERP. Detenido el 27 de abril de 1971.

Alfredo Elías Kohon (FAR): Nació en Entre Ríos el 22 de marzo de 1945 (27 años), estudiaba ingeniería en la Universidad de Córdoba y trabajaba en una fábrica metalúrgica. Formó parte de los comandos Santiago Pampillón y fue fundador de las FAR local. Detenido el 29 de diciembre de 1970.

Clarisa Rosa Lea Place (PRT-ERP). Nació en Tucumán el 23 de diciembre de 1948 (23 años), estudió derecho en la Universidad de Tucumán, donde se integró al PRT. Participó del congreso fundacional del ERP. Detenida en diciembre de 1970 durante un control de rutina.

Susana Graciela Lesgart de Yofre (MONTONEROS). Nació en Córdoba el 13 de octubre de 1949 (22 años), maestra. Se radicó en Tucumán donde enseñaba y compartía la vida con los trabajadores cañeros. Fue una de las fundadoras de Montoneros en Córdoba. Detenida en diciembre de 1971.

José Ricardo Mena (PRT-ERP). Nació el 28 de marzo de 1951 en Tucumán (21 años), obrero azucarero. Integró los primeras grupos del PRT en Tucumán. Detenido tras la expropiación a un banco, en noviembre de 1970.

Miguel Ángel Polti (PRT-ERP). Nació en Córdoba el 11 de julio de 1951 (21 años), estudió ingeniería química en la Universidad de Córdoba, era hermano de José Polti, muerto en abril de 1971. Detenido en Córdoba, en julio de 1971.

Mariano Pujadas (MONTONEROS). Nació en Barcelona el 14 de junio de 1948 (24 años), fue fundador y dirigente de Montoneros en Córdoba. Participó en la toma de La Calera. Estaba a punto de terminar la carrera de ingeniero agrónomo cuando fue detenido en una redada, en junio de 1971.

María Angélica Sabelli (FAR). Nació en Buenos Aires el 12 de enero de 1949 (23 años), conoció a Carlos Olmedo cuando estudiaba en el Colegio Nacional Buenos Aires. Cursaba matemática en la facultad de ciencias exactas, trabajaba como empleada y como profesora de matemática y latín. Detenida en febrero de 1972 y salvajemente torturada.

Ana María Villareal de Santucho (PRT-ERP). Nació en 9 de octubre de 1935 (36 años), era compañera de Mario Roberto Santucho y madre de tres chicos. Licenciada en artes plásticas por la Universidad de Tucumán. Junto a Santucho empezó a militar en el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano y Popular) que luego confluyó en el PRT. Detenida en un control de rutina en un colectivo.

Humberto Segundo Suarez (PRT-ERP). Nació en Tucumán el 1 de abril de 1947 (25 años), de origen rural, fue cañero, obrero de la construcción y oficial panadero. Detenido en marzo de 1971.

Humberto Adrián Toschi (PRT-ERP). Nació en 1 de abril de 1947 en Córdoba (25 años), trabajaba en una empresa familiar hasta que eligió ser obrero. Detenido, junto con Santucho y Gorriarán Merlo, en una redada el 30 de agosto de 1971.

Jorge Alejandro Ulla (PRT-ERP). Nació en Santa Fe el 23 de diciembre de 1944 (27 años), maestro; abandonó sus estudios para trabajar como obrero en una fábrica metalúrgica. Participó del congreso fundacional del ERP y en la primera operación armada. Detenido junto con Humberto Toschi en Córdoba, en agosto de 1971.

Los sobrevivientes:
Maria Antonia Berger (MONTONEROS). Licenciada en sociología, había sido detenida el 3 de noviembre de 1971. Herida por una ráfaga de metralla logró introducirse en su celda, donde recibió un tiro de pistola; fue la última en ser trasladada a la enfermería. En la fecha de la masacre tenía 30 años. Secuestrada a mediados de 1979.

Alberto Miguel Camps (FAR). Estudiante, había sido detenido el 29 de diciembre de 1970. Eludió la metralla arrojándose dentro de su propia celda, donde fue baleado. En la fecha de la masacre tenía 24 años. Su cuerpo, enterrado como NN en el cementerio de Lomas de Zamora, fue identificado en el año 2000.

Ricardo René Haidar (MONTONEROS). Ingeniero químico, había sido detenido el 22 de febrero de 1972. Evadió las ráfagas de ametralladoras introduciéndose en su celda, donde fue herido. En la fecha de la masacre tenía 28 años. Secuestrado el 18 de diciembre de 1982.
Salvaron sus vidas porque los fusiladores los creyeron muertos. Los tres están desaparecidos.
FuentedeOrigen:ElOrtiba


Una tapa que esperó 35 años (12/02/08)
Detuvieron al capitán Sosa
El fin de un secreto de la Armada
El represor fue arrestado en una inmobiliaria de Recoleta. Un hijo de desaparecidos, que le había comprado el departamento sin saber quién era, aportó los datos para ubicarlo. Su paradero fue durante años un secreto. Está acusado de 16 asesinatos y tres intentos de homicidio por la masacre de Trelew.
Por Diego Martínez

El edificio, de Pueyrredón al 1300, donde funciona la inmobiliaria en la que fue detenido el capitán de fragata Luis Sosa.
Imagen: Arnaldo Pampillón

Según las crónicas periodísticas de los últimos veinte años el paradero del capitán de fragata retirado Luis Emilio Sosa era uno de los secretos mejor guardados por la Armada Argentina. Sin embargo, apenas cuatro días después de que la Justicia federal librara su orden de detención, agentes de la Brigada de Drogas Peligrosas de la policía de Chubut detuvieron al marino de 73 años en una inmobiliaria de la Recoleta. Un hijo de desaparecidos que dos años atrás le compró un departamento, sin saber que el anciano era el célebre marino acusado de masacrar a 16 presos políticos en la Base Almirante Zar de Trelew, insultó de bronca cuando lo supo y aportó un dato clave para dar con el represor. Mañana será trasladado a Rawson y el jueves será indagado por el juez Hugo Sastre

Fueron necesarios treinta y cinco años, cinco meses y veinte días para que la Justicia argentina diera con uno de los dos principales acusados por la masacre de Trelew. Los policías chubutenses, que por su especialización en narcotráfico se movilizan de civil, se presentaron a las 14.57 en un domicilio de Austria al 2000, el último registrado a nombre de la esposa de Sosa. Los atendió un hombre joven.

–No, no vive acá. Le compré el departamento hace dos años.

–¿Sabe cómo encontrarlo? –preguntaron los policías.

–No, no lo vi más, no tengo ninguna relación –hizo un silencio y tanta pregunta le generó curiosidad–. ¿Por qué lo buscan?

–Está acusado por la masacre de Trelew –le explicaron los agentes.

El muchacho se sobresaltó con la noticia.

–¡Hijo de puta! –gritó. Luego explicó que sus padres eran desaparecidos, confesó que quería ayudar y pidió “un par de horas para ver si se me ocurre alguna punta”. Revolvió papeles viejos hasta dar con la dirección de la inmobiliaria donde compró la propiedad: “Acher Salomón”, en Pueyrredón 1317, piso 3, departamento C, barrio de Recoleta.

El propio dueño recibió a los policías. No hizo falta demasiada explicación. “Es mi amigo. Su esposa trabaja acá. Los está esperando”, resumió. Levantó el teléfono y le informó al marino sobre la visita anunciada. Minutos después llegó Sosa, solo. Se entregó manso a su destino inexorable.

Por sus 73 años, el cáncer que padece y el antecedente Febres, que obligó a replantearse los criterios de seguridad a varios magistrados, Sosa quedó alojado en el edificio Centinela de Gendarmería Nacional. Hoy a las 9.30 será trasladado a Rawson en el mismo avión de la provincia que a primera hora traerá al gobernador Mario Das Neves. Mañana prestará declaración indagatoria ante el juez Sastre.

“No fue sencillo ubicarlo, todo lo contrario”, resumió el secretario del juzgado federal, Mariano Miquelarena.

“Deseaba fervientemente poder saber algo antes de morirme pero no pensaba que se fuera a concretar”, confesó emocionada Soledad Capello, la madre de Eduardo (militante del PRT-ERP), de 86 años. Durante años junto con su marido la mujer viajó 1400 kilómetros cada semana para visitar a su hijo preso en Rawson. Para ayudarlo a combatir el frío le tejía pullóveres y medias que Eduardo repartía entre sus compañeros. “Acabo de brindar. Es un placer fuera de los límites”, describió Capello, querellante con el patrocinio del Centro de Estudios Legales y Sociales.

“Recibimos la noticia con muchísima alegría, porque es una deuda histórica y un avance enorme en la lucha contra la impunidad”, consideró Luis Eduardo Duhalde, titular de la Secretaría de Derechos Humanos y uno de los abogados que viajó a Trelew después de la fuga del penal de Rawson para exigirle al gobierno de Alejandro Lanusse garantías sobre la vida de los presos capturados. “La masacre de Trelew tiene un carácter emblemático por ser el antecedente más notorio de la aplicación del terrorismo de Estado aplicado durante la dictadura.”

La Secretaría de Derechos Humanos pidió la detención de Sosa & Cía. el 22 de agosto pasado, al cumplirse 35 años de la masacre. “El juez me dijo en ese momento que era ‘un poco prematuro’ pero que lo tendría presente cuando la causa avanzara”, contó Duhalde, quien sabía que Sosa cobraba su retiro como oficial retirado de la Armada y que Panamá le denegó un pedido de radicación el 16 de mayo pasado.

Cuando Sosa despegue rumbo a Rawson, el juez Hugo Sastre les recibirá declaración indagatoria a los dos primeros detenidos: el capitán de navío (R.) Rubén Norberto Paccagnini, jefe de la base Zar que sugestivamente pidió licencia el día anterior a la masacre, y el capitán de fragata (R.) Emilio Jorge del Real, que está acusado de haber estado presente durante los fusilamientos. Ambos nombraron como defensores a dos penalistas chubutenses: Fabián Gabalachis y Gustavo Latorre.

El cabo primero Carlos Amadero Marandino tenía previsto retornar al país desde Estados Unidos esta semana. Habrá que ver si la orden de captura librada el viernes lo hizo cambiar de planes. “Del que menos datos tenemos es del teniente Bravo”, admitió Maquilarena. Carlos Guillermo Bravo, el otro “gran secreto” de la Armada Argentina, es el segundo protagonista estelar de la masacre. Tal vez en los próximos días caiga otro mito.

“Lo único que pudimos hacer fue gritar y golpear los platos”
En 1972 Celedonio Carrizo tenía 21 años, militaba en las FAR y estaba preso en Rawson. Cuenta cómo se vivió, dentro de la cárcel, la fuga de los seis dirigentes, la captura de los 19 detenidos y la noticia de los fusilamientos.
Por Julián Bruschtein
Los diecinueve presos políticos fueron fusilados el 22 de agosto de 1972, en la dictadura de Lanusse
La noticia de la captura del capitán de fragata retirado Emilio Sosa, sindicado como uno de los autores materiales de la masacre de Trelew, sacudió a los ex presos políticos. Celedonio Carrizo tenía 21 años y formaba parte del grupo que no pudo salir del penal de Rawson durante la fuga y mantuvo tomada la cárcel hasta el día siguiente. Nacido en Jujuy, trabajaba de changarín en los Altos Hornos Zapla cuando se integró a la Juventud Revolucionaria Peronista de mediados de los ’60. Su militancia desembocó en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que más tarde se fusionarían con Montoneros, pero fue en ese período cuando participó de la toma del penal y la posterior fuga.

El 15 de agosto de 1972 escaparon del penal de Rawson y lograron subirse a un avión seis dirigentes de las organizaciones FAR, ERP y Montoneros. Otros diecinueve presos pudieron llegar hasta el aeropuerto, pero no consiguieron abordar un avión y fueron capturados. Serían fusilados una semana después en la base aeronaval Almirante Zar. Tres de ellos sobrevivieron, pero fueron secuestrados y desaparecidos durante la última dictadura. Dentro de la cárcel, más de cien presos políticos que no pudieron plegarse a la fuga siguieron los acontecimientos.

–¿Cómo se vivieron dentro del penal los momentos posteriores a la fuga de los primeros grupos?
–Yo estaba en el grupo 4, y cuando vimos que no llegaban los vehículos que faltaban nos replegamos. Después de la fuga los compañeros que quedamos adentro aguantamos toda la noche hasta las ocho de la mañana, con las armas y los rehenes, pidiendo por la integridad física de nuestros compañeros. No estábamos dispuestos a entregar nada hasta que nos garantizaran la seguridad de la integridad física de los que habían podido salir. A la mañana escuchamos por la radio que ya habían negociado y les habían dado todas las garantías, entregamos todo y a partir de ahí quedamos incomunicados.

–¿Y cómo les llegó la noticia del fusilamiento?
–Estábamos todos en celdas individuales absolutamente aislados y nos llevaban al baño de a uno. Nos comunicábamos a través de las mirillas y algunos compañeros se habían ido enterando a través de los presos comunes. Pero la confirmación nos llegó porque había un compañero que había podido encanutarse una radio pequeña, por donde nos enterábamos a escondidas de las noticias.

–¿Y cuál fue su reacción?
–Cuando este compañero escuchó que daban a conocer la noticia empezó a gritar “¡los mataron, los mataron!!”, y todos nos pusimos a gritar con desesperación. A partir de ahí nos mandaron la requisa y nos sacaron todo lo que teníamos, así que perdimos la radio. Lo único que pudimos hacer fue gritar y golpear los platos y los jarros que teníamos contra los barrotes. También fue emocionante cómo en medio de esa tristeza y ese dolor se podía escuchar cómo el pueblo de Rawson se solidarizaba, porque de afuera venía un sonido de caceroleo impresionante, y esto es muy importante de destacar.

–¿Se volvió a ver con los otros presos sobrevivientes?
–Sí. El año pasado estuvimos una gran cantidad de compañeros en Trelew, en el aniversario de la fuga y la masacre, y nos reencontramos con algunos que hacía años no veía. Pudimos entrar a la cárcel, en el penal de Rawson. Anteriormente yo había podido entrar a la base aeronaval con una comisión de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, y estuvimos donde fusilaron a los compañeros. Es realmente escalofriante, cambiaron todo adentro de la base, está todo remodelado, pero el espacio está y hay muchas cosas que siguen estando.

–Se dijo que el paradero de Sosa era el secreto mejor guardado de la Armada. ¿Le parece que era así?
–Que no queden dudas de que la Armada tiene secretos más graves y mucho mejor guardados que este. Pero sin duda que esto es algo que siempre esperamos y ya pensábamos que no se iba a lograr.

–¿Cómo tomó la detención de Sosa casi 35 años después de los fusilamientos?
–Bueno, como todas las cosas que están sucediendo en el país: tarde, pero es bueno que sucedan. Bienvenido sea todo lo que tenga que ver con recuperar la memoria y que se haga justicia. Todo estos logros caen bien, pero siempre se sigue juzgando al brazo ejecutor y no se llega a los autores intelectuales, que son los grupos económicos. Jamás se los toca y siguen estando presentes. La justicia llega y debe ser así. Aunque sea tarde tenía que llegar. Este es uno de los hechos más viejos que hay dentro de lo que es nuestra historia (los ’70) y ver que los culpables de la masacre empiezan a aparecer e ir a la cárcel es algo que realmente vale la pena. Aunque sea para que quede en la memoria de la gente.


El capitán que no tenía honor
Por D. M.
El año pasado los ex presos políticos entraron al penal de Rawson
Apenas frustrada la fuga del penal de Rawson, frente a un juez y decenas de testigos, el capitán de corbeta Luis Emilio Sosa dio su “palabra de honor” ante los guerrilleros sitiados en el aeropuerto de Trelew. Volverán al penal, prometió. A mitad de camino el colectivo se detuvo. Cuando arrancó hacia la base Almirante Zar, el honor de Sosa se hizo añicos. Una semana después, junto con el teniente de navío Roberto Guillermo Bravo, pasó a la historia por encabezar el fusilamiento que el gobierno de Alejandro Lanusse publicitó como un enfrentamiento con 16 muertos y tres moribundos de un lado y ningún rasguño del otro.

Luis Emilio Sosa nació el 18 de enero de 1935. Tenía 20 años cuando la Armada bombardeó Plaza de Mayo y 21 cuando egresó del Comando de Infantería de Marina. El 15 de agosto de 1972 encabezó al grupo de marinos que sitió a los 19 guerrilleros de tres organizaciones armadas que no alcanzaron el avión para concretar la huida. Cuando Mariano Pujadas pidió que un médico constatara la salud del grupo, porque “tenemos experiencia sobre la forma en que hemos sido torturados”, Sosa simuló asombro:

–¡No lo voy a permitir! –reaccionó.

–No estoy diciendo que usted sea un torturador. Pero, le repito, tenemos experiencia. En otras oportunidades la policía nos aseguró que no seríamos torturados y sin embargo hemos sufrido torturas.

Luego un médico revisó a los militantes y Sosa dijo garantizar el traslado al penal. Poco después el mundo supo del valor de su palabra.

El segundo hito de su carrera se concretó una semana después. Según su propia versión (ver la revista Marcha, 8-9-72), Pujadas le dio un golpe de karate que lo tiró al suelo, le quitó el arma pero con pésima puntería: no hirió a nadie. Sosa logró zafarse y ordenó reprimir a los guardias atónitos. Pese al riesgo de herirlo vaciaron sus cargadores hasta matar a 16 guerrilleros y dejar moribundos a otros tres. En medio de la balacera, ni de refilón Sosa recibió un tiro. Luego los tres sobrevivientes contaron la historia real: los hicieron formar en dos filas, al costado de los calabozos y los fusilaron a mansalva con ráfagas de ametralladora.

El 30 de abril de 1973 el general Lanusse envió al capitán Sosa a Estados Unidos, becado y con sobresueldo, para instruirse junto a los infantes de marina norteamericanos. En 1974 su abogado, Jorge Carlos Ibarborde, informó como domicilio de sus defendidos Sosa y Bravo la Agregaduría Naval Argentina en Estados Unidos, en el 1816 de Corcoran Street, en Washington. “Los paraderos de Sosa y Bravo son de los secretos más celosamente guardados por la Marina hasta hoy”, publicó el diario Noticias ya en agosto de 1974.

Desde entonces circularon infinidad de versiones sobre su paradero: en Estados Unidos con identidad falsa, en Centroamérica, visto en Buenos Aires durante la guerra de Malvinas, agregado militar en la embajada argentina en Honduras, anclado en Puerto Belgrano, gozando de una vejez silenciosa y, por qué no, muerto. Sus destinos durante la última dictadura también son un misterio. Una versión indica que el jefe de la ESMA Jorge Acosta lo expuso ante un grupo de cautivos como ejemplo entre los precursores de la aplicación de “métodos antisubversivos”. Se retiró como capitán de fragata en marzo de 1981. Ningún juez, hasta el viernes, había ordenado su detención. Ayer pasó su primera noche en prisión.


El símbolo de una época
Por Luis Bruschtein
“Fue un intento de fuga”, explicó el general Alejandro Agustín Lanusse, presidente de facto en ese momento. No hubo más explicaciones ni investigación. La poca legitimidad que le quedaba al gobierno militar se caía a pedazos ante el evidente fusilamiento de presos indefensos. En la sociedad el impacto fue tremendo. Pocos días antes, los presos fusilados habían aparecido en todos los televisores del país, no eran desconocidos, habían hablado de propuestas políticas, se habían humanizado frente a una sociedad para la que, de otra manera, hubieran sido seres anónimos en la lista de demonizados. Además se habían entregado, se les había prometido que su integridad y sus vidas serían respetados. Fue la única condición que habían puesto para rendirse. Todo eso delante de las cámaras, conversaciones, historias, que después habían sido multiplicadas por los medios gráficos. Si se habían rendido estando armados era ridículo pensar que intentaran fugarse sin armas y siendo prisioneros en una cárcel militar. Estaban en el centro de atención y del interés mediático cuando fueron fusilados. Y encima, habían sobrevivido tres de ellos que, apenas pudieron, contaron que habían sido masacrados por el pelotón al mando del capitán Luis Sosa.

Los fusilados de Trelew se convirtieron en símbolos de las luchas populares, incluso para los que no coincidían con las organizaciones armadas. Y el capitán Sosa pasó a tener un lugar destacado en la lista de los oscuros, de los odiados, había dado su palabra a los prisioneros de que respetaría sus vidas y los fusiló indefensos dentro de sus celdas. Los fusilamientos de Trelew prenunciaban el tipo de represión que sobrevendría con el golpe del ‘76 y Sosa era el referente de esa modalidad inminente.

Pero Sosa se esfumó. Tras los fusilamientos se perdió en la oscuridad. En el ’73, ya con los gobiernos elegidos democráticamente, se hizo poco y nada para buscarlo y lo que se hizo no logró ningún resultado. Hubo investigaciones periodísticas, pero sólo sirvieron para construir versiones: protegido por la Armada –se decía–, Sosa había escapado a los Estados Unidos, donde viviría con otra identidad y nunca más regresaría al país. Poco a poco, mientras el 22 de agosto, el día de los fusilamientos, se convertía año a año en una fecha de movilizaciones, Sosa se fue perdiendo en el olvido. Hasta que ya nadie preguntó por él y se llegó a decir que había muerto. Fue la última versión. Quedó en esa nebulosa que lo congeló como un símbolo del terrorismo de Estado. La generación que en esos años salía de la adolescencia fue marcada a fuego por los fusilamientos, fue su forma de despertar en la política.

Sosa fue opacado más tarde por las proezas de la dictadura de Videla, Massera y Agosti, pero nadie le quita el demérito de haber sido uno de los adelantados. Es difícil compaginar al hombre que llevaba una vida normal aquí en la Capital con el fusilador que tanto impactó en una generación de nuevos militantes cuyos pocos sobrevivientes hoy están pasando los 50 años.

Aunque hayan pasado treinta años, su captura y juzgamiento serán una forma de arrancar las huellas del terrorismo de Estado de las consecuencias del poder absoluto de las dictaduras militares en la historia de este país.
FuentedeOrigen:Pagina12/12-02-08

Roberto Bravo, el fusilador prófugo (19/02/08)
EL FUSILADOR PROFUGO
Exclusivo: Una investigación de Página/12 de-terminó el paradero del teniente de la Armada Roberto Bravo, principal implicado en la masa-cre de Trelew y el único prófugo. Tiene una empresa en Miami que brinda servicios a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Casado con una norteamericana, obtuvo la ciudadanía de ese país.
Página/12 ubicó en EEUU a Roberto Guillermo Bravo, fusilador de la masacre de Trelew
El marino que está a punto de encallar
El teniente de navío Roberto Guillermo Bravo, prófugo de la Justicia desde hace diez días, acusado de fusilar a los presos del penal de Trelew en 1972, está radicado en Florida, Esta-dos Unidos, según pudo confirmar este diario. Bravo es un próspero empresario que hace un mes puso en venta una de sus casas. Pedirán hoy su captura internacional.
En los tribunales de Chubut aparecieron pintadas contra otro de los detenidos, el capitán Sosa. Imagen: Gentileza diario El Chubut
Por Diego Martínez
El principal imputado por la Masacre de Trelew, el te-niente de navío retirado Roberto Guillermo Bravo, con paradero desconocido en los últimos treinta años y prófugo de la Justicia desde hace diez días, vive en los Estados Unidos y es dueño de RGB Group Inc., firma que lleva sus iniciales, factura millones de dólares y provee de servicios médicos a fuerzas militares y de seguridad norteamericanas. Ya en 1974 los sobrevivientes del fusi-lamiento en la Base Aeronaval Almirante Zar identifica-ron al Ñato Bravo como uno de los verdugos que recorrió los calabozos para darles los tiros de gracia. Hace más de un mes, cuando el juez federal Hugo Sastre aún no había librado las órdenes de detención, el marino puso en ven-ta su casa en Tampa, costa oeste de Florida. Por alguna razón que la inmobiliaria no explica su precio ya bajó de 215.000 a 167.900 dólares. Durante toda la semana pasada Página/12 in-tentó sin éxito ser atendido por Bravo en RGB Group. El teniente empresario aún estaba allí:
uno de sus empleados informó que “entra y sale todo el tiempo”. Hoy el juez federal Hugo Sastre pedirá a Interpol su captura internacional.
Gracias al testimonio de los tres sobrevivientes de la masacre, María Antonia Berger, Alberto Camps y René Haidar, que el poeta Paco Urondo entrevistó en la cárcel de Villa Devoto el 24 de mayo de 1973, el comportamiento del teniente Bravo antes, durante y después del fusila-miento está documentado desde hace tres décadas. Bravo se distinguió desde el primer día por su cinismo y el verdugueo constante a los detenidos. Cuando se hizo cargo de su primera guardia ordenó que no los sacaran a comer por celda sino de a uno, con varios soldados apun-tando, y fijó un límite máximo de cinco minutos.
–¡Si seremos boludos! –pensó en voz alta. En lugar de matarlos estamos engordándolos.
Camps recordó que Bravo “se las ingeniaba para estar siempre de noche. La mayor parte de las guardias las cumplía él con su equipo, diurnas y nocturnas. Diría que dormía un turno, seis horas, y después estaba todo el día”.
Bravo “buscaba excusas” para sancionarlos. “La sanción, por llamarla así, era hacernos desnu-dar y hacer cuerpo a tierra de boca hacia abajo o de espaldas en el suelo, o pararnos lejos de la pared y hacernos apoyar con la punta de los dedos en la pared: eso en un tiempo prolongado entumece los dedos”, contó Camps. Otra tortura consistía en impedirles dormir. “Recorría las celdas y apenas encontraba a alguno que estuviera cabeceando, lo pateaba, o nos hacía estar parados”, agregó. Los propios colimbas admitían ante los presos que Bravo era “un hijo de puta”. Una mañana llevó una corneta para enseñar qué era la diana.
–Ustedes tienen que conocer esto. Desde ahora se les va a despertar así y se les va a dar el silencio de esta manera.
Otro día llevó una revista que las Fuerzas Armadas utilizan para adoctrinar a sus soldados. Se titulaba El Desengaño y contaba una historia en la cual los estudiantes se incorporaban a la guerrilla y cometían todo tipo de atropellos. Cuando algún militante aburrido le explicaba que esas historias no encajaban en la realidad, Bravo refunfuñaba y se alejaba. Con Mariano Puja-das tenía una saña particular. Le hacía barrer el piso desnudo.
–¿Hace frío? –preguntaba, y largaba la carcajada.
Clarisa Lea Place se negó a ponerse cuerpo a tierra. Bravo sacó la pistola, la amartilló y se la puso en la cabeza:
–Vas a morir, hija de puta –le advirtió.
Poco después cumplió su palabra.

Meterse con la Marina
La madrugada de la masacre el teniente Bravo era jefe de turno de la guardia. Despertó a los presos a las 3.30.
–Ya van a ver lo que es meterse con la Marina. Van a ver lo que es el terror antiguerrillero –les advirtió. “Era un poco la ‘teoría’, entre comillas, que manejaba Bravo. ‘Al terror se lo combate con el terror.’ El aseguraba que nosotros éramos terroristas”, recordó María Antonia Berger ante Paco Urondo, que en base a sus relatos publicó La Patria Fusilada.
Los hicieron salir de los calabozos, formar en dos filas y dieron una orden que nunca antes habían dado:
–Mirar al piso.
La primera ráfaga de ametralladora impactó en la hilera de la derecha. Entre quejidos y putea-das, Sosa y Bravo, pistola en mano, recorrieron los calabozos para dar tiros de gracias.
Camps recordó que junto con Mario Delfino se tiraron cuerpo a tierra a tiempo. Aún estaban ilesos cuando “llega Bravo y nos hace parar, con las manos en la nuca, en la mitad de la celda. Estaba parado, más o menos a un metro de distancia. Nos pregunta si vamos a contestar el interrogatorio, le decimos que no, y ahí me tira, a mí primero, y cuando estoy cayendo escucho otro tiro y veo que cae Mario. Tiró desde la cintura con pistola. Bonet junto con Alfredo Kohon también vieron a Bravo. Nos ordenó que nos paráramos y preguntó si íbamos a declarar. Le respondimos que sí, por decirle algo, porque era una pregunta totalmente fuera de lugar des-pués de una masacre. Bravo estaba con el brazo extendido, caído y suelto, y con la pistola en la mano, pero él no tiró, sino que se fue y enseguidita llegó otro oficial, que siempre vestía de azul. Ni bien apareció en la puerta levantó la mano, con el brazo extendido me apuntó a mí y me tiró”. Berger también recuerda que le disparó “el de azul”. Minutos después, ya cuando sacaban los cadáveres, “viene dos veces más Bravo a la puerta, con un jadeo totalmente ner-vioso, y muy preocupado porque no me moría. ‘¡Pero esta hija de puta no se muere! ¡Cuánto tarda en desangrarse!’. Yo juntaba sangre en la boca y la escupía para hacer parecer que me estaba desangrando, pese a que ya se me había parado mucho la hemorragia”. Berger también escuchó, minutos después, cuando inventaban la versión que luego difundiría la Armada y el presidente de facto Alejandro Lanusse:
–Bueno, vos tenías una metra y Pujadas intentó quitártela.
Cuando llegaron los primeros marinos que no habían participado (el capitán de navío retirado Rubén Paccagnini declaró el miércoles que fue él el primero en llegar), Haidar escuchó la expli-cación de Bravo:
–Aquí Pujadas le quiso quitar la pistola al capitán, se quisieron fugar.
Treinta y cinco años después, el jueves pasado, el capitán Sosa repitió la versión oficial. Cuando pasó a inspeccionar los calabozos, Bravo le dijo: “Esta gente se porta muy mal, hablan entre ellos, se quejan, por eso los tengo fuera de los calabozos”, declaró. Sosa decidió “hacer una especie de perorata” para que “tuvieran un poco de paciencia” porque los infantes de marina están “modelados para otras tareas” (sic), declaró ante la Justicia. El capitán Sosa asegura que dos veces caminó ida y vuelta entre las dos filas. Cuando volvía por tercera vez recibió “una patada de karate” que lo dejó conmocionado. Cuando se intentó incorporar “ya habían empe-zado a tirar las ametralladoras PAM”. Alcanzó a ver “cuatro bocas de fuego desde tres me-
tros”. Identificó a tres de los fusiladores: teniente Roberto Bravo, el teniente Emilio Del Real y el cabo Carlos Marandino.
Refugio en Puerto Belgrano
Cuando los nombres de los fusiladores de Trelew trascendieron, la Marina se ocupó de prote-gerlos. El capitán Paccagnini declaró que Bravo y Sosa “se fueron de pase a los dos o tres días” de la masacre. Sosa calculó que “en noviembre” ya estaba escondido en Puerto Belgrano, el mayor asentamiento naval del país, cuna de los conspiradores que bombardearon Plaza de Mayo en 1955 y símbolo de persecución ideológica durante el último medio siglo. El 22 de agosto de 1974 el diario Noticias informó que los paraderos de Bravo y Sosa eran “uno de los secretos más celosamente guardados por la Marina hasta hoy”. Ese mismo año el abogado Juan Carlos Ibarborde informó a la Justicia que sus defendidos Bravo y Sosa no podían presen-tarse a declarar porque “se encuentran en el extranjero” y apuntó el domicilio donde podía ubicarlos: “Agregaduría Naval Argentina en Estados Unidos, 1816 Corcoran St., N. W., Was-hington D. C.”. Bravo era aún teniente de fragata. Sus pasos posteriores son un misterio. Se desconoce si durante la última dictadura militar seguía en Estados Unidos o prestó servicio en algún centro clandestino de la Armada. En los libros oficiales consta que pasó a retiro el 1º de abril de 1979, como teniente de navío.
Ayer el titular de la Secretaría de Derechos Humanos, Luis Duhalde, informó que Bravo “hizo cursos en Estados Unidos: de paracaidismo, de reconocimiento anfibio, todas preparaciones que concluyen recién en 1981, lo que hace pensar que fue preparado para actividades en Cen-troamérica”. Igual que Paccagnini, Bravo es oriundo de Bahía Blanca. Se crió en el barrio Sánchez Elías. Al menos un hermano suyo es suboficial de Infantería de Marina. Su padre falle-ció hace dos meses, a sus 91 años. El teniente está casado con una mujer norteamericana, con buenos vínculos en el mundillo político local, y es ciudadano norteamericano. Su casa, en el 6330 de Frost Drive, en Tampa, Florida, fue construida en 1977 y está en venta desde hace “más de 30 días”. La inmobiliaria que la ofrece informa que cuesta 215.000 dólares, pero for a quick sale –venta urgente– se conforman con 167.900.


La empresa que Bravo bautizó con sus iniciales
Siempre cerca de las milicias
Por Diego Martínez
“RGB Group Inc. es una gerenciadora de servicios de Alta Tecnología para compañía e institu-ciones en los campos de la Seguridad Nacional y de la Salud. Desde 1990 hemos construido una prestigiosa reputación basada en una valiosa e intensa experiencia, y en el apoyo de nues-tro excelente personal. Hemos formado una compañía que provee a nuestro clientes servicios de la más alta calidad, al costo más razonable”, explica la empresa en su sitio web. La firma presta servicios en más de treinta estados y entre “nuestros satisfechos clientes” se destacan
el Departamento de Defensa, el Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada, los Marines (tropas de elite de esa fuerza), el Federal Bureau of Prisons (servicio penitenciario) y la Guardia Costera. La casa central de RGB funciona en el 4141 de la avenida Miami.
Según una entrevista publicada por La Opinión Digital, sección negocios, la empresa emplea a más de 600 personas. Como clave de su éxito, el empresario Bravo destaca que busca emplea-dos “dispuestos a trabajar para cumplir proyectos y no horarios” y que además de estar bien remunerados deben “sentir el orgullo de trabajar para la compañía”. Esa es la clave que le permitió alcanzar “un ritmo fuerte y constante” de crecimiento. En otra entrevista, en el Busi-ness Journal de South Florida, Bravo celebra su inclusión a partir de 1998 en un programa de gobierno (“Small Business Administration’s”) que le permitió, sólo durante el año 2000, ganar seis millones de dólares en contratos con el Estado. Durante toda la semana pasada Página/12 intentó sin éxito ser atendido por Bravo. Antes de conocer el motivo del llamado, personal de su empresa informó que “entra y sale todo el tiempo”. Anoticiados de que la consulta era “por una causa judicial reabierta en la Argentina”, tomaron nota del pedido de entrevista pero nun-ca respondieron.
FuentedeOrigen:Pagina12/19-02-08

"Los fusiladores estaban ahí" (21/02/08)
El cabo Carlos Amadeo Marandino declaró, ante el juez que investiga la Masacre de Trelew, que en el ’72 la Marina le ordenó dar información falsa para encubrir el fusilamiento de los presos. Dijo que en octubre de 2007, los capitanes Vázquez y Poggi lo citaron al Edificio Libertad para hablar de la causa judicial.
El cabo Carlos Amadeo Marandino fue detenido en Ezeiza. Facsímil de su declaración indagatoria.
Por Diego Martínez
El cabo Carlos Amadeo Marandino fue detenido en Ezeiza. Facsímil de su declaración indagatoria.
En 1972 la Armada Argentina ordenó a sus oficiales formular declaraciones con información falsa con el fin de encubrir el fusilamiento de dieciséis presos políticos indefensos y respaldar la versión oficial del “intento de fuga” en la base aeronaval Almirante Zar. El dato consta en la declaración ante la Justicia del cabo que abrió las puertas de los calabozos, Carlos Amadeo Marandino, al que Página/12 tuvo acceso exclusivo. Es novedoso en boca de un marino, pero a nadie sorprende: se trata de la misma fuerza que instaló el mayor centro de exterminio de la ciudad de Buenos Aires y aún no se dignó informar el destino de un solo detenido-desaparecido. Aún más preocupante, sin embargo, es el presente de la Armada: en octubre del año pasado dos capitanes citaron a Marandino al Edificio Libertad para comunicarle la reapertura de la causa y anticiparle que lo tendrían al tanto de cualquier novedad. No sería un caso aislado: según pudo saber Página/12, el capitán de navío Juan Martín Poggi, subsecretario de Relaciones Institucionales que recibió a Marandino, tiene a su cargo una dependencia que en la jerga naval se denomina “Grupo de Contención” y funciona dentro de la Secretaría General Naval con el fin de asesorar a los camaradas en desgracia imputados por delitos de lesa humanidad.
Entrerriano, 58 años, chofer del agregado naval en Washington hasta diciembre de 2004, Marandino es el cuarto oficial de la Armada detenido por el juez federal Hugo Sastre, el tercero que aceptó declarar y el primero que rompió el pacto de silencio tan caro a los sentimientos de la familia naval. El cabo adelantó su retorno de los Estados Unidos cuando
supo que se había librado su orden de detención. Se entregó manso en Ezeiza, fue trasladado a Chubut y el miércoles habló durante cinco horas.
El 16 de agosto de 1972, cuando los guerrilleros fugados del penal de Rawson fueron encerrados en calabozos de la base Zar, hacía seis días que Marandino había llegado. Tenía 22 años, era un cabo raso de Infantería pero cumplía funciones de marinería. Le tocó cubrir cuatro guardias, con compañeros distintos. La tercera fue el 21 de agosto. La última comenzó a la medianoche del 22. La formaban un oficial y cuatro o seis personas, dijo. Portaban pistolas 45, agregó. Otros dos oficiales quedaban detrás de un biombo, sentados, con dos ametralladoras. Un guardia se asomaba cada 15 o 20 minutos por las mirillas de los calabozos. “De vez en cuando venían señores oficiales de Infantería a dar recorridas”, puntualizó.
Los presos no hablaban. Se comunicaban por señas o golpes en las paredes. Para ir al baño salían custodiados por dos personas. Lo mismo para comer. Al comienzo comían en grupos de dos o de tres.
–¿Cuál fue el comportamiento de los detenidos durante sus guardias?
–Ningún problema, nunca.
–¿Gritaban, protestaban o hacían escándalo?
–En ningún momento. Siempre había silencio.
“Era todo normal” hasta las 3.15 de la madrugada, cuando ingresaron “los señores oficiales”. Eran cinco. “Caminaban bien, se expresaban bien, pero olían a alcohol”, subrayó. Dos vestían pantalón blanco y chaqueta azul, que identifican a “los navales, de marinería o de aviación naval.” Los otros tres, incluido uno robusto, uniforme verde oliva, color de los infantes de Marina.
“Estos señores oficiales parecía que venían un poco tomados de copas (sic). Me ordenaron desarmarme. Pensé que me había mandado alguna macana, entregué mi arma como me lo ordenaron”, contó. Un verde oliva le entregó las llaves de los calabozos y le ordenó abrirlos. “Abrí los calabozos y no mencioné nada. No los desperté”, aclaró. “Una vez cumplida la orden, me ordenaron que me retirara. Dije ‘sí, señor’ o ‘comprendido, señor’”, detalló.
Después escuchó que los detenidos cantaban el Himno Nacional. De inmediato “se escuchaba como que hablaban muy fuerte, muchos gritos”, hasta que “alguien gritó ‘¡se quieren escapar!’”. Después escuchó disparos de ametralladora, dos ráfagas, una pausa y disparos
aislados de pistola 45. Cuando la balacera concluyó, el capitán Luis Emilio Sosa le ordenó “verificar el estado de los cuerpos”. Pese a su “estado de shock”, intentó acatar la orden. “Se sentía el olor a pólvora, había humo”, detalló. “Los vi en el centro del pasillo. Se sentían muchos quejidos de dolor.” Los fusiladores estaban ahí. “En ningún momento se fueron”, dijo.
“Hice dos o cuatro pasos y regresé. Temí por mi salud, por el shock de ver los cuerpos. Entregué mi armamento muy nervioso y confuso.” Luego “me llevaron a la enfermería y ahí me desperté en horas de la tarde. Me dieron un sedante para tranquilizarme. Era el más moderno de los militares”, agregó.
Recién al concluir su relato Marandino identificó a “los señores oficiales”: capitán Luis Emilio Sosa, capitán Raúl Herrera, teniente Emilio Del Real y teniente Carlos Guillermo Bravo. Los cuatro “portaban las dos armas: pistola calibre 45 y pistola ametralladora PAM”, detalló. Herrera está fallecido, Sosa y Del Real detenidos y Bravo es hasta ahora el único prófugo de la causa. Página/12 informó que vive en Miami y es dueño de RGB Group Inc., firma que lleva sus iniciales, factura millones de dólares y provee de servicios a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.
En mayo de 1973, Marandino fue enviado en comisión a Estados Unidos, hasta diciembre de 1975. Allí ascendió a cabo primero. “Me retiraron en 1975”, concluyó. Pese a los 32 años transcurridos, en octubre pasado la Armada lo citó al Edificio Libertad. Lo recibieron el capitán de fragata Angel Vázquez, de la Secretaría General Naval, y el capitán de navío Juan Martín Poggi, oficial de Inteligencia y subsecretario de Relaciones Institucionales. Le informaron que se había reabierto la causa y que “posiblemente iba a tener alguna mención (sic) de su supuesta intervención”. Poggi le anticipó que “quizás habría novedades después de las elecciones” y le dijo que lo mantendría informado. Le entregaron sus tarjetas, tomaron nota de cómo ubicar a su abogado Roberto Aguiar, pero nunca más se comunicaron.
El cuento para encubrir
No sólo ante la opinión pública la Armada difundió el viejo cuento del intento de fuga, el tiroteo y los muertos inevitables. Idéntico principio rector rigió en el sumario interno que instruyó para simular investigar los hechos ocurridos en la base Almirante Zar. “Dos o tres días después” de la masacre “me informaron que debía manifestar la fuga de estas personas y a su vez que el señor capitán Sosa había sido golpeado por estas personas”, declaró Marandino. Recordó que su declaración transcurrió en Bahía Blanca y que nunca obtuvo copia de su testimonio. El sumario no está agregado a la causa. La Armada informó que murió en uno de los tantos oportunos incendios que suelen devorarse sus documentos sensibles. Se sabe, en cambio, que estuvo a cargo del capitán de navío retirado Jorge Enrique Bautista. El fiscal Fernando Gélvez ya solicitó que no se lo cite a prestar declaración testimonial sino indagatoria. Bautista tiene 81 años.

Finalmente patéticos
Por Luis Bruschtein
Fusilar y que todo el mundo sepa que fue un fusilamiento, pero negarlo y decir, jurar y perjurar que fue un intento de fuga, tiene una carga igual a la de los desaparecidos. Se los secuestra y desaparece y que todo el mundo lo sepa, pero se lo niega. No hay reglas de juego, yo soy el amo, el que tiene poder y no necesita justificarlo ante nadie. Decido sobre la vida y la muerte y no tengo que rendir cuentas. Y que todo el mundo lo sepa. Que la sociedad lo sepa y lo incorpore en el lugar más recóndito de sus miedos. Sobre todo, el miedo como algo presente pero negado, espectral, amenazante. Eso fue la dictadura. Y eso comenzó a despuntar con los fusilamientos de Trelew y luego con los desaparecidos.
Parecerá vetusto hablar de los fusilamientos de Trelew, darle importancia a un hecho que pasó hace más de treinta años. Pero esa trama tejida sobre el miedo espectral que flotó sobre la sociedad, impregnó todos sus rincones y delineó conductas y actitudes, fue tan fuerte por el secreto, por lo no reconocido, que cuando se hace la luz, cuando los fantasmas se disuelven con la luz, quedan solamente los hechos, la cobardía de un acto arbitrario, salvaje e innecesario. No es un acto de poder, es barbarie pura y despreciable. Y así se va desanudando esa trama cerrada del miedo profundo que modeló a una sociedad.
El cabo Marandino dice: no fue un intento de fuga. Dice: los sacaron de las celdas y los fusilaron. Dice: cantaban el Himno porque se dieron cuenta de que iban a morir. Confirma lo que dijeron los sobrevivientes. Y los verdugos, despojados de los atributos de ese poder oscuro, quedan incluso disminuidos frente a sus víctimas, aun cuando no se esté de acuerdo con ellas. No hay legitimidad ni valentía en fusilar prisioneros inermes sin siquiera asumir la responsabilidad de haberlo hecho. Hay miseria, seres pequeños con un poder sin épica.
La voz oficial siempre fue ambigua: fusilamos, pero no fusilamos. Mucha gente tomó la palabra oficial, aceptó que fue un intento de fuga, porque la palabra oficial es más creíble, es más seria. Pero en el fondo sabía que fue una masacre y tejió sus miedos o sus rabias o asumió la falsa moral de ese discurso. Esa es la lección con que la masacre de Trelew alimentó a la sociedad y que luego se reproducirá 30 mil veces con la dictadura.
Los verdugos tienen ahora el patetismo de los fantasmas a la luz del día. “¿Esos eran nuestros héroes?”, dirán algunos. “¿A eso le teníamos tanto miedo?”, pensarán otros. Son las preguntas que disuelven los nervios de una lógica que amarró al país. Que lo sofocó en su momento y en los que siguieron. Porque hasta ayer seguían siendo héroes o monstruos y hoy son nada más que seres patéticos, despreciables.
Marandino dice que sus jefes de ese momento le ordenaron que debía mentir. Y comenzaron a tejer un andamiaje de mentiras que terminaron embarrando más que sosteniendo a toda la Armada, que con esa masacre trataba de obstaculizar el proyecto del dictador Alejandro Lanusse de iniciar la retirada del poder. Los prisioneros fueron fusilados por las diferencias internas entre las Fuerzas Armadas, ni siquiera fue un episodio de la “guerra antisubversiva” o una revancha por la fuga de los jefes guerrilleros. La luz disuelve las tinieblas, aun después de
tantos años. Pone las cosas en su lugar y les da un orden ético y moral que alivia, porque puede dejar los miedos a un lado.
FuentedeOrigen:Pagina12/21-02-08


"Con alevosía" (11/03/08)
PROCESAN POR HOMICIDIO A CINCO MARINOS RESPONSABLES DE LA MASACRE DE TRELEW
Cinco fusiladores sin coartada
El juez Sastre ratificó la prisión preventiva y procesó por homicidio a los oficiales Luis Sosa, Emilio Del Real, Rubén Paccagnini y al cabo Carlos Marandino. El contraalmirante Mayorga, “cómplice necesario”.
Por  Nora Veiras
El penal de Marcos Paz, donde están alojados militares y policías represores, tendrá nuevos internos. El juez federal Hugo Sastre procesó a cinco marinos retirados por la Masacre de Trelew, en la que fueron fusilados diecinueve guerrilleros el 22 de agosto de 1972. A partir del encuadramiento de los crímenes como “delitos de lesa humanidad”, les ratificó la prisión preventiva y dispuso embargos de más de dos millones de pesos a cada uno. Los oficiales Luis Emilio Sosa, Emilio

Jorge Del Real, Rubén Norberto Paccagnini y el suboficial Carlos Amadeo Marandino, fueron señalados como “probables autores materiales, penalmente responsables del delito de privación ilegítima de la libertad y homicidio premeditado”. El contraalmirante Horacio Alberto Mayorga, será juzgado como “cómplice necesario” por “haber dictado las normas generales” para el trato de los presos. En los considerandos del fallo, el juez destacó “la falta de colaboración y disposición a la que el Tribunal se ha visto sometido, por parte de la Armada Argentina durante los pasos de esta difícil investigación”.

En la última carilla de la resolución de 44 páginas, el juez federal de Rawson, Chubut, dispone el traslado y alojamiento de Sosa, Paccagnini, Del Real y Mayorga al penal de Marcos Paz. Tras una minuciosa enumeración del testimonio de testigos y fusiladores, Sastre desarmó el relato oficial de la Armada que durante casi treinta y seis años justificó la masacre en un supuesto intento de fuga.


Los hechos
El 15 de agosto de 1972 se había producido la fuga de 25 presos de distintas organizaciones armadas del penal de Rawson. Los seis que integraban la conducción de ERP, Montoneros y FAR lograron abordar un avión de línea en el viejo aeropuerto de Trelew y llegaron a Santiago de Chile. Roberto Quieto, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Santucho, Marcos Osatinsky, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Menna terminaron en Cuba. Los otros 19 llegaron cuando la nave ya estaba decolando, tomaron de rehenes a pasajeros que estaban en el aeropuerto. Intervinieron los militares apostados en la Base Naval Almirante Zar. El capitán Luis Sosa,a cargo de las tropas se puso al frente de las negociaciones, quienes se entregaron ante la presencia del entonces juez federal Alejandro Godoy y de un médico.

Sosa les había dado su “palabra de honor”: serían llevados nuevamente al penal de Rawson. El compromiso se diluyó apenas los subieron a un micro de la Marina. Por orden superiores fueron llevados a la base naval. El 22 de agosto, Sosa acudió al lugar donde estaban los prisioneros “aproximadamente entre las 2.30 y las 3.30 horas, en compañía del teniente Bravo, Emilio Del Real, entre otros, y luego de que abrieran las puertas de las celdas se abrió fuego contra los detenidos”, señaló el juez en la resolución. “La versión que ha transmitido el imputado Sosa, sólo tiene asidero en sus propios dichos”, advirtió el juez al desestimar la supuesta agresión que habría sufrido el oficial y que, en la versión oficial, había sido el detonante del fusilamiento.

“Ninguno de los imputados convocados por este tribunal, y que estuvieron presentes en el momento del hecho, hasta ahora ha manifestado que Sosa fue agredido –Del Real no declaró y Marandino le atribuyó a Sosa haber disparado una ametralladora PAM contra los detenidos. En sus declaraciones Paccagnini (jefe de la Base Naval en aquel momento) y Mayorga (responsable máximo del área), repiten lo que Sosa les dijo, el primero por lo que éste le contó y el segundo por lo que el entonces Jefe de Base le expresó. así se desprende de sus respectivas declaraciones indagatorias. Esta hipótesis no es otra que la semilla que diera origen a la explicación oficial dada a conocer por la Armada Argentina y que sostuvo el gobierno de facto, a través del presidente Alejandro Agustín Lanusse en esa época”, sintetizó el magistrado.

El Mayorga insistió en su declaración ante el juez en que el fusilamiento es “una falsedad propagandística” porque en ese caso no hubiera habido sobrevivientes. El contraalmirante fue procesado como partícipe necesario por haber sido el responsable de ordenar medidas de “máxima seguridad” al capitán Paccagnini. “Se recurriría a las armas aún cuando hubieran tomado rehenes para facilitar el canje”, dijo el alto oficial que llegó a denunciar que se habría pagado a algún suboficial para denostar a la Marina.

El único de los imputados que sigue prófugo es el teniente de navío retirado Roberto Bravo. Página/12 reveló que Bravo vive en Florida, Estados Unidos, es dueño de RGB Group Inc, firma que lleva sus iniciales, factura millones de dólares y provee de servicios a las Fuerzas Armadas de ese país. A través de sus abogados, Bravo se mostró dispuesto a declarar en los Estados Unidos y repitió la versión oficial.

Donde hubo fuego
El cabo Marandino dijo en su declaración que dos oficiales en actividad de la Marina, Juan Martín Poggi y Angel Vázquez, lo citaron al Edificio Libertad en octubre pasado para ponerlo al tanto de su situación en la causa por la Masacre de Trelew. Ambos capitanes fueron interrogados por el juez Sastre y ratificaron que se reunían institucionalmente con todos los camaradas involucrados en “delitos de derechos humanos”. Página/12 informó sobre el funcionamiento de ese, conocido en la jerga, “Grupo de contención”y por decisión del Ministerio de Defensa todos los ocupados de esas tareas fueron pasados a retiro o a disponibilidad (ver aparte).

El fallo de Sastre señaló que “familiares de las víctimas sufrieron la persecución en los años sucesivos, como también sus abogados defensores, debiendo algunos exiliarse y otros siendo eliminados como el caso de la familia de Mariano Pujadas (uno de los presos fusilados)”. El juez también destacó la actitud cómplice de la Armada que “a Bravo, Sosa, Del Real, Herrera y Marandino, se los cambió de destino en forma repentina (...) Y llama la atención que en el caso de los dos primeros y de Marandino, se los haya enviado a la Agregaduría Naval de la embajada argentina en los Estados Unidos, país en el que Bravo y Marandino hicieron su vida desde hace treinta y cinco años, regresando solamente Sosa (...) Llama la atención que Marandino, luego de obtener el retiro, haya sido contratado por la propia Agregaduría Naval, desempeñando funciones como chofer hasta hace aproximadamente dos años (...) Estos datos son indicativos de la protección brindada a los imputados, otorgándoles un manto de impunidad durante todos estos años”.

EDUARDO DUHALDE, SECRETARIO DE D.HH.
“Olor a muerte”
Duhalde recuerda que al llegar a Trelew se sentía que iba a haber un escarmiento.
Por Adriana Meyer
“Es una decisión histórica para la Justicia argentina.” El secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, calificó así la resolución del juez Hugo Sastre de procesar a los acusados por la Masacre de Trelew. El funcionario opinó que el fallo fue “profundo, riguroso, sólidamente razonado y fundado”. Desde Trelew, Duhalde rindió homenaje a los tres sobrevivientes “que no callaron y en las peores circunstancias sostuvieron la verdad de lo ocurrido hasta que fueron asesinados o desaparecidos, y también a los familiares de las víctimas que durante más de tres décadas exigieron justicia”. La relevancia del fallo consiste, según el secretario, en que dio por probado que la decisión de asesinar a los detenidos como política de escarmiento fue tomada por las más altas autoridades del Estado, encabezadas por Alejandro Agustín Lanusse. Y también en que calificó el hecho como crimen de lesa humanidad.

–¿Qué imagen le viene de aquellos días en Trelew y Rawson?
–La impotencia de ver que se acercaba el escarmiento, el final de la vida de ellos y no se podía hacer nada, terminamos presos noso-tros. Y sentimos que iba a ser brutal porque en el aire había olor a muerto. Todo era un anuncio, la ciudad estaba tomada, ocupada por las fuerzas conjuntas. Uno vivió la inutilidad de ser abogado, no había nada por hacer.

–¿Usted declaró como testigo en la causa?
–Sí, declaramos todos los abogados que participamos en aquella defensa, Mattarollo, González Gartland, y declaró también Solari Yrigoyen. Pero estamos empujando esta causa desde hace bastante tiempo, acompañando prueba quincenalmente, y además pedimos la captura del secretario de la Junta Militar, brigadier mayor Ezequiel Martínez, y del ministro de Defensa de la dictadura de Lanusse, Eduardo Aguirre Obarrio.

–¿Qué fue lo determinante para llegar a este resultado?
–Lo más importante fueron las declaraciones de los conscriptos, que estaban en aquel momento en la base, que hablaron y dieron detalles.

–¿A qué se debe que hayan aparecido ahora?
–A todo el clima nacional de juzgamiento, y allá también hubo movilización con la reinauguración del aeropuerto y el aniversario. Todo eso ha sido muy importante. Y un juez dispuesto a ir hacia adelante.

–Respecto de los marinos, ¿qué cree que pasó?
–Bueno, uno solo habló, que es Marandino. Aunque Sosa también, en la medida que dice ‘yo no tiré’ involucra a los otros. O cuando señala que la orden de no llevarlos de nuevo al penal la recibió de Lanusse, a través de los generales Betti y Mayorga. Todo eso va configurando que se resolvió en los niveles más altos. En ese sentido van las detenciones que pedimos.

–¿Hasta dónde se puede subir en esa cadena de mandos?
–Lo que pasa es que están todos muertos. Estos dos, Aguirre Obarrio y Martínez, son los más relevantes que quedan.

–¿Pensó que este escenario era posible?
–Siempre fui optimista, pero realmente estamos sorprendidos con lo que se ha podido avanzar. Es un hecho histórico porque la masacre de Trelew es un agujero negro, un hecho emblemático, una deuda enorme, uno de los secretos mejor guardados de la Marina, y el comienzo sistemático del Terrorismo de Estado.

RODOLFO MATTAROLLO, DEFENSOR DE PRESOS
“Algo se preparaba”
En agosto de 1972, Mattarollo viajó a Trelew para asistir a su defendida.
Por Adriana Meyer
Rodolfo Mattarollo fue uno de los abogados que viajó a Trelew entre la fuga y la masacre. Tenía 30 años, era defensor de presos políticos de distintas ideologías, en aquel caso lo fue de María Angélica Sabelli, una de las militantes fusiladas. Reabierta la causa declaró como testigo sobre las gestiones infructuosas que hicieron en aquel momento, que revelaban ya “la gestación de un crimen de lesa humanidad como anticipo del plan criminal que se aplicaría con la Junta Militar a partir de 1976”, según recordó en diálogo con Página/12. Mattarollo, ex subsecretario de Derechos Humanos, militaba en la Asociación Gremial de Abogados de Buenos Aires.

–¿Qué pasó en aquel viaje?
–Intentamos entrar a la cárcel de Rawson para ver a los presos pero fue imposible, lo mismo pasó en la Base Almirante Zar. Viajamos en remises porque no había pasajes. Intentamos ver a nuestros defendidos, a María Angélica, de quien tengo un recuerdo imborrable, de su sonrisa, de su juventud. Era profesora de matemáticas, una de las víctimas asesinadas ese 22 de agosto. Intentamos hacer una conferencia de prensa, pero volaron con una bomba el estudio de un colega que nos lo había facilitado. Nos dimos cuenta de que teníamos que volvernos. Lo habían detenido a Mario Abel Amaya, luego asesinado bajo la dictadura, abogado radical, muy valiente. A nosotros también nos llevaron a una comisaría pero luego nos liberaron.

–¿Volvieron frustrados?
–Tuvimos la sensación de que algo se preparaba, lo denunciamos y, lamentablemente, lo anticipamos. Había un clima ominoso: un juez que no nos recibe, una cárcel imposible de acceder, una bomba en un estudio, un cuadro muy nefasto. Cuando llegamos a Buenos Aires nos encontramos con la noticia (de la masacre), y ponen otra bomba en la Asociación de Abogados, por eso dimos la conferencia de prensa en la calle.

–¿No había nada más que hacer?
–En Rawson y Trelew no. Acá sí. Había un clima tal de enfrentamiento con la dictadura, fueron tan burdas las explicaciones que dieron, diferentes y contradictorias, sobre lo ocurrido. Había una gran repulsa de vastos sectores, el sindicalismo clasista y combativo, los curas del Tercer Mundo, protestas en las universidades, periodismo de investigación e intelectuales que abrazaban la causa popular. Era una situación de conmoción que no nos permitió el desaliento.

–¿Qué fue lo determinante para llegar a estos procesamientos?
–Se está derribando el muro de la impunidad, después del Juicio a las Juntas, es el proceso más importante porque remonta a los orígenes del terrorismo de Estado. Trelew fue un ensayo de eso, y por eso constituye un crimen de lesa humanidad, porque anticipa un plan sistemático como el que se comprobó en el Juicio a la Juntas. Es el resultado del clima de lucha contra la impunidad. Pero para nosotros mismos fue inesperado. Es la realización de una larga aspiración de verdad y justicia, que ya parecía un capítulo cerrado. Para los familiares que sobreviven, como Alicia Bonet que vive en Francia, es una experiencia inimaginable que pudiera llegar este día.

Grupo de contención
Relacionado con los marinos acusados por la masacre de Trelew, estaba el capitán de navío Juan Martín Poggi, a quien Página/12 denunció como la cabeza del “grupo de contención” que funcionaba a metros del despacho del almirante Jorge Godoy en el piso trece del edificio Libertad y se dedicaba a asesorar a los “camaradas de arma” involucrados en crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura que enfrentaran procesos judiciales. Poggi, quien dependía de la Subsecretaría de Relaciones Institucionales, y ésta de la Secretaría General Naval, declaró en el juicio que lleva adelante el juez Hugo Sastre, de Rawson, Chubut, que entre sus funciones estaba reunirse con los marinos denunciados en “delitos de derechos humanos”, según sus propias palabras. El martes pasado, el Ministerio de Defensa decidió pasarlo a retiro definitivo, ya que figuraba como “retirado en servicio”, es decir que había sido recontratado. También se pasó a disponibilidad al capitán de Corbeta Sergio Vargas, otro de los abogados que se encargaba desde hace años del servicio de “contención” del que a partir del jueves solamente quedó una oficina vacía.

El prófugo en Miami
El principal implicado en la masacre de Trelew, el teniente de navío Roberto Guillermo Bravo, fue detectado en febrero por una investigación de Página/12 que ubicó su residencia en Miami, Estados Unidos, y reveló que es dueño de una empresa de servicios relacionada con la Fuerzas Armadas norteamericanas. Sindicado por los sobrevivientes como el encargado de darles el tiro de gracia, el juez Hugo Sastre ordenó la detención internacional de Bravo, quien por estar casado con una estadounidense obtuvo la ciudadanía de ese país, haciendo más complicado el proceso judicial. La empresa fundada por el capitán de navío, RGB Group Inc., es una gerenciadora de servicios de alta tecnología para compañías e instituciones de la seguridad nacional y de la salud. A Bravo lo condenó hace treinta años el libro que el escritor Francisco “Paco” Urondo escribió en la cárcel de Villa Devoto, horas antes de salir por la amnistía firmada por el presidente Héctor Cámpora. Allí, los tres sobrevivientes, René Haidar, María Antonia Berger y Alberto Camps narraron el comportamiento del entonces jefe de la guardia penitenciaria antes, durante y después del fusilamiento. Berger recordó que cuando se desangraba en su celda el teniente Bravo gritó nervioso: “¡Pero esta hija de puta no se muere! ¡Cuánto tarda en desangrarse!”.
FuentedeOrigen:Pagina12/11-03-2008

Alicia Bonet: Carta abierta a los responsables de la Masacre de Trelew (12/03/08)
Carta abierta a los responsables de la Masacre de Trelew
Por Alicia Bonet *
Me dirijo a los que programaron, decidieron, ejecutaron, fueron actores directos o cómplices de la masacre de Trelew. Hace 35 años el pueblo no les creyó las diferentes versiones que inventaron para justificar el primer acto de terrorismo de Estado que ustedes llevaron adelante y a pesar de ello continúan mintiendo, silenciando, olvidando, hoy delante de la Justicia.

Los presos de Rawson, cuando organizaron la fuga del penal, estaban con las armas que fueron recuperando a medida que iban tomando el penal. Con esa armas, el grupo de 19 que queda en el aeropuerto de Trelew hizo un acuerdo con ustedes para rendirse. Acto mayor de coraje y humildad que las tres organizaciones deciden para evitar que en el enfrentamiento contra ustedes muera el centenar de civiles que estaba en el aeropuerto. Ellos depositan sus armas y ustedes los traicionan con sus órdenes: en vez de reintegrarlos al Penal de Rawson, los llevan a la Base Almirante Zar.

Cuando nosotros los familiares fuimos a Rawson y a Trelew, el 15, 16 y 17 de agosto de 1972 tocando todas las puertas para que nos permitieran llevarles comida, ropa, medicamentos, ustedes dieron la orden de apresarnos. Llovieron las amenazas y meses o años después ustedes mataron a gran parte de los familiares y de los abogados de Trelew.

Nosotros sabíamos, el 22 de agosto, que era imposible fugarse de la Base, en medio del desierto patagónico, rodeado de cientos de ustedes con todo tipo de armamentos. Por ese convencimiento fue que inmediatamente exigí que abrieran el cajón para reconocer si era Rubén, y su cuerpo con cada detalle de lo que vi me acompaña como una fotografía que no se puso amarilla con los años. Era mi esposo, tenía balas y hematomas en diferentes partes del cuerpo, pero además, y sobre todo, tenía la cabeza destrozada.

Cuando una semana después les inicio juicio en Capital Federal, el juez ordena la autopsia. En la morgue judicial está el número, el día y los médicos que procedieron a realizarla y en los archivos de Tribunales los resultados. Aquí se los comunico: las heridas de bala que tiene en el cuerpo no son mortales, el tiro de la cabeza es dado en posición horizontal a poca distancia, con arma de fuerte calibre que entra por la oreja y sale por la cabeza. Ese tiro es mortal.

Cuando se continúa el juicio y se constituye el juez en la enfermería de la Cárcel de Devoto, los tres sobrevivientes, Haidar, Camps y Berger, están heridos, incomunicados y con fuerte custodia policial y militar y a pesar de ello tienen el coraje –ellos dicen el “deber”– de declarar delante de nosotros (juez, familiares y abogados) para que nos encarguemos de decir a la Argentina la verdad de toda la operación que ustedes planificaron y llevaron a cabo para matar a los presos que estaban bajo la responsabilidad del Estado, de ustedes, del general Lanusse y sus camaradas de las Fuerzas Armadas.

“Cambiaron la guardia ese día, nos levantaron a las 3 de la madrugada entre gritos e insultos, nos hicieron salir de las pequeñas celdas enfrentadas y desde el frente del pasillo comenzaron a ametrallarnos, los que estaban en las primeras celdas murieron en el acto, los que estábamos más lejos nos tiramos al suelo y esperamos, conteniendo la respiración, escuchamos el cese de los tiros y después pasaron celda por celda y nos tiraron con el arma que tenían en sus cinturones a quemarropa. Nunca pensaron que podía quedar alguno vivo.” Estas declaraciones las sigo escuchando cada vez que se habla de Trelew.

Los militares que vienen a tomar servicio en la mañana del 22 de agosto encuentran seis heridos: Astudillo, Kohon, Berger, Haidar, Camps y Bonet. Ellos los llevan a la enfermería de la Base.

Haidar, Camps y Berger cuentan que estuvieron en el piso de la enfermería toda la mañana sin ninguna asistencia médica y que ven morir a su lado primero a Kohon y luego a Astudillo. Cerca del mediodía los trasladan en avión al hospital de la base de Bahía Blanca, Rubén está vivo y la última que lo ve con vida es María Antonia Berger, a quien trasladan cerca de las 13.00; ella cuenta que no había perdido el conocimiento, que los escuchaba a ustedes inventando explicaciones de “intentos de fuga” y sabe la hora porque tenía un reloj delante de ella.

Ustedes mataron e hicieron desaparecer a los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew, unos años después, cuestión de borrar cualquier intento de que la verdad de sus actos trascendiera.

Los diarios de la mañana del 22 de agosto dan cuenta de 15 muertos y 4 heridos. Ahora quiero que ustedes me contesten ¿quién le dio a las 12.55 un “tiro de gracia” a Rubén?, tal vez el doctor Louis, que firmó el acta de defunción donde figuran estos datos, recuerde lo que paso ese día. Los otros certificados de defunción empiezan a las 3.30 y siguen hasta la mañana. ¿Quién dio la orden, y por qué, de fusilar dos veces a mi marido?

Todo esto está en manos de la Justicia, hay testimonios, hay libros, la Historia se escribe a pesar de querer cambiarla, con la Verdad y la Memoria.

Ustedes tienen un pacto de silencio, de sangre, de muerte, por el cual niegan, mienten, se callan o se suicidan sobre los actos que cometieron, ustedes que tuvieron coraje y valentía para torturar, vejar, violar, matar, robar, quemar, lanzar al agua a Hombres y Mujeres Argentinos que no estaban de acuerdo con sus ideas y su accionar, ahora se callan.

El ejemplo que dan a la Historia y al pueblo argentino y del mundo es su cobardía. Morir moriremos todos, pero nos diferencia el orgullo que tenemos y que continuamos transmitiendo de generación en generación por haber tenido un familiar al que ustedes mataron por querer un país más justo y libre y solidario.

Sus silencios y mentiras hacen de ustedes lo peor que tuvo y tiene que vivir la sociedad argentina, ustedes siempre creyeron estar por encima de las leyes, del Estado de derecho, de la Justicia, se atribuyeron la capacidad de ser dioses que podían decidir sobre la vida y la muerte de sus compatriotas.

Ese pacto que continúan reivindicando los sitúa fuera de lo que se llama “Humanidad”.

A pesar de todo: Espero sus respuestas.

- Viuda de Rubén Bonet, fusilado el 22 de agosto de 1972 en la Base Almirante Zar.
FuentedeOrigen:Pagina12/12-03-2008

DOS NOTAS DEL ARCHIVO SOBRE LA MASACRE Y EL LIBRO DE PACO URONDO " La Patria Fusilada"
22 de agosto, de 1972 a 2011
Año 4. Edición número 170. Domingo 21 de agosto de 2011
Por Miguel Russo
(LEÓN FERRARI) || Conferencia. Susana Lesgart (FAR), Mariano Pujadas (Montoneros) y Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP) || La noche del aeropuerto. Luis Emilio Sosa pretende poner orden.
Un homenaje a 39 años de la masacre desatada en la base Almirante Zar de Trelew bajo el gobierno de Lanusse.
Miran al frente, en fila, serenos. No miran la cámara que los fija para siempre en esa fila. Las armas descansan a sus pies como si fueran juguetes rotos. Son juguetes rotos. En el piso, las armas forman otra fila. Duplican otra fila, la de ellos. Serena, la fila, en el piso, pero rota. La otra, la que forman ellos, no. Ellos están ahí porque deben estar ahí. No eligieron la fila: ni la que forman serenos ni la que duplican, rota, sobre el piso. Ellos habían elegido ser una sola montaña, dos filas que se anudaran para buscar otras formas. Serenas, quizás, las formas, pero no rotas. De eso están seguros. Esa fila no, esa duplicación de la fila no. Miran y saben que son mirados. Lo saben aunque no fijen su mirada en la cámara. No tienen tiempo para cámaras. Tiempo. En esos tiempos que corren, las generaciones no tienen tiempo para mirar las cámaras. Esa generación no tiene tiempo. Nadie les regaló tiempo. Lo están buscando, quizás.
Por la forma en que miran, serenos, en fila, dan la sensación de estar haciendo ese tiempo. De estar llevando un tiempo para adelante. Tal vez no lo sepan, pero lo están logrando. De la peor manera, esa fila que mira al frente se transforma en imagen de un tiempo que ya está prefigurado de antemano. Un tiempo que no es el que esa fila estaba haciendo. Un tiempo en que las filas, ya no serenas, duplicadas hasta el infinito, van a estar irremediablemente rotas. Quizás tenga razón Susan Sontag cuando dice que el tiempo existe para que le sucedan cosas. Quizás tenga razón cuando dice, también, que el espacio existe para que esas cosas no le sucedan todas al mismo tiempo.
Quizás en esa fila, en esa imagen de la fila, esa fila serena que mira al frente, se unan todo el tiempo y todo el espacio. Como si todas las cosas les sucedieran a todos durante todo el tiempo. Y a lo mejor es así ese 15 de agosto de 1972.
***
El 22 de agosto de 1972, María Antonia Berger está a punto de morir. Dicen que a todos los que están a punto de morir le suceden miles de escenas en la cabeza. Amores, infancia, mascotas, juegos, fragmentos de charlas, olores, calles, sonrisas. A María Antonia Berger le pasa eso. Y no es dolor, es bronca. No le duele el estómago reventado por una ráfaga de ametralladora. Le da bronca que esa mancha roja le manche más de rojo el pulóver rojo. No le duele la mandíbula partida por el balazo con el que el cabo Marandino quiso rematarla. Le da bronca no poder hablar, gritar, mandar a la mierda al cabo. Por el pasillo angosto, sucio, que separa las dos hileras de celdas, caminan dos sombras. Esas sombras son el capitán Luis Emilio Sosa y el teniente Roberto Guillermo Bravo. Una de esas sombras, Sosa, quiere olvidarse de todo y grita como un chico malcriado. “Fue Pujadas –grita–, fue una fuga. Quisieron sacarme el arma, una fuga, Pujadas.” Grita, Sosa, la sombra que es Sosa, que siempre va a ser Sosa. Grita con voz aguda la sombra. Una voz que le cambia a ronca cuando dice, ordena: “una fuga”. María Antonia Berger quiere guardarse las escenas de los amores, de la infancia, de las calles, de los olores, de las charlas, de las sonrisas. Cierra los ojos fuerte para que esas imágenes no se le vayan, no la dejen ahí, sola, tirada en el piso de una de las celdas. “Pucha”, piensa María Antonia Berger mirándose el pulóver rojo roto. “Me muero”, piensa. Y no es el dolor, es la bronca la que la hace mojar su dedo en la mancha roja. Esa mancha roja que tiñe más de rojo todavía los bordes del pulóver roto. Y con el dedo manchado de rojo escribe en el piso “lomje”. “Lomje”, escribe con bronca, con todas las escenas en la cabeza: libres o muertos, jamás esclavos.
Después, como en un sueño, escucha que llega un juez, que ese juez pregunta qué es todo eso y que la sombra de Sosa, esa sombra que Sosa será para siempre, repite, ordena, dice: “una fuga”. María Antonia Berger escucha, como en un sueño, que el juez manda buscar una ambulancia. “Urgente”, escucha Berger desde su sueño. La sombra que es y será Sosa putea de costado, como escupiendo la puteada, y le hace una seña a la otra sombra que es Bravo para que cumpla el pedido del juez. La sangre se va secando en el piso de la celda, al lado de María Antonia. “Lomje”, lee, apenas, como si el sueño siguiera, María Antonia Berger. Entonces, sin dolor, con bronca, se queja para que alguien sepa que está viva. Que las escenas no la dejaron sola.
***
Dicen, y dicen los que saben, que esos no eran tiempos de calma. Dicen que eran tiempos de pasión, violentos como toda pasión. Ideológicamente violentos, apasionados. Al radical Arturo Illia lo había derrocado un golpe militar en 1966. Las fotos de los diarios de 1966 mostraban a un Illia abrumado mientras era sacado de la Casa de Gobierno como si se tratara de un mal sueño, de un alumno medio travieso al que hay que disciplinar para que aprenda. Illia debía aprender que con los medicamentos no se juega. O, mejor, que con los dueños de los laboratorios que venden esos medicamentos no se juega. Mejor aún, que con las multinacionales de la salud no se juega. Como con ninguna multinacional. Juan Carlos Onganía, un militar que calzaba bigote y fascismo con igual prestancia, iba a ser el encargado de enseñarle. Y, de paso, enseñarle también al país que las ideas raras se solucionaban con una buena dosis de bastonazos. A Onganía, su bigote y su fascismo, lo sucedió otro militar, un azorado Roberto Marcelo Levingston. Un Levingston anodino que poco y nada sabía del asunto, pero que cumplía solícito con los mandatos del palo y el capital. Un Levingston solícito que, solícito como siempre, dejó paso a otro militar, liberal, esta vez, Alejandro Agustín Lanusse.
Dicen, y dicen los que saben, que en 1972 Lanusse peleaba contra un exiliado Juan Perón en la búsqueda de una solución democrática (y los que saben, cuando dicen democracia, le ponen comillas a la palabra) al candombe del país. Dicen que para Lanusse, el candombe del país tenía una pata fuerte en las organizaciones guerrilleras que combatían a su gobierno. Poco le importaba a Lanusse que esas organizaciones fueran de distinta raíz ideológica. Para un militar liberal, argentino y liberal, le da lo mismo el socialismo que el peronismo, el maoísmo que el marxismo, la v corta o el puño en alto. Para un militar liberal, argentino y liberal, las organizaciones guerrilleras –y los que colaboran con ellas, y los que simpatizan con ellas, y los que conocen algo de ellas, y los que no saben nada de ellas, y los que desconocen todo sobre ellas– son el enemigo. ¿Qué le importaba a Lanusse –ese militar liberal y argentino– si las diferencias entre esas organizaciones guerrilleras tenían como centro de todo al hombre que desde 1945 era protagonista principal de la política nacional? ¿Qué le importaba a Lanusse –militar argentino y liberal– cómo caracterizaban las organizaciones guerrilleras a Perón y su justicialismo? Eran el enemigo. Un enemigo que atentaba contra su sueño de enquistarse en el gobierno a través del Gran Acuerdo Nacional. Un acuerdo que jugaba todas las cartas al aislamiento de las organizaciones guerrilleras. El enemigo. Y dicen, los que saben, que para un militar liberal y argentino, el verdadero enemigo, que puede estar detrás de las organizaciones guerrilleras, es la pérdida del poder.
***
A Rawson, en Chubut, la rodea el desierto. Buenos Aires le queda a mil quinientos kilómetros. Lanusse y su junta militar, que pisa en Buenos Aires y a Buenos Aires, pisa también a Chubut y a Rawson. Pero Rawson no es Buenos Aires, no es ese sueño raro que muchos llaman Buenos Aires. Rawson es otro sueño, tan o más raro que otras ciudades. Un sueño cercado por la nada. Y hacia esa nada Lanusse manda lo que no quiere que exista. Lo que Lanusse, con su poder, decide que no exista va a parar ahí: sindicalistas, guerrilleros, presos políticos, sueños que no son. O, mejor, que para Lanusse y su junta militar liberal y argentina no deben ser. En esa nada, allá por abril de 1972, hay más de doscientos sueños que no deben ser. Sueños que rodea el desierto. Los que viven en ese sueño llamada Rawson ven llegar a esos sueños que no deben ser. Saben que Lanusse los mandó ahí para aislarlos del país entero. Pero saben también, y la repiten, una verdad atroz para cualquier militar liberal y argentino: “la taba le salió culo”. Ahora, esa nada llamada Rawson se transformaba en parte de esa nada llamada Argentina. “La taba le salió culo”, dicen los pobladores de ese sueño. Lanusse no, Lanusse dice que desde ahí es imposible escaparse. Liberal y militar, desconoce una regla de oro de la cárcel: el detenido tiene un solo objetivo, un solo deber, escaparse.
En eso piensan los más de doscientos sueños que, para Lanusse, no deben ser.
El plan tarda meses en estar listo. Pero en la cárcel hay tiempo. Y el tiempo se aprovecha pensando, discutiendo, planeando. Dicen: aprovechándolo. Los seis sueños que dirigen la operación para fugarse son las cabezas de tres organizaciones guerrilleras distintas. Hay marxistas como Mario Roberto Santucho, Domingo Mena y Enrique Gorriarán Merlo. Hay marxistas-peronistas como Roberto Quieto y Marcos Osatinsky. Hay peronistas como Fernando Vaca Narvaja.
Sueñan demasiado para no ser. Sueñan que consiguen un uniforme de oficial del ejército y lo consiguen. Sueñan que consiguen algunas armas cortas y las consiguen. Sueñan que hacen con jabón y con madera otras armas de juguete y las hacen. Y las armas de juguete son más reales que las de verdad. Todo es posible cuando sueñan.
Desde afuera, desde esa nada que los rodea, sueñan que van a llegar camiones y autos para sacarlos de ahí. Y saben que afuera, donde se pueden conseguir camiones y autos, también se sueña. Y siguen soñando que un avión los va a sacar del país, de ese mal sueño que muchos llaman, en 1972, Argentina. Sueñan, esos sueños que para Lanusse no deben ser, el orden de fuga de los distintos grupos: seis primero, diecisiete después, ciento veinte por último. De Rawson a Trelew, al aeropuerto. De Trelew a Chile, ese sueño socialista que Salvador Allende hacía llamar, con mayúsculas, Chile. Y, desde allí, continuar el sueño que desvelaba a Lanusse y a todos los militares liberales y argentinos.
Todo había sido soñado por esos sueños que no debían ser. Todo, menos un almuerzo, justo ese almuerzo del martes 15 de agosto.
–Hace meses que comemos cordero, Roby –le dice, inquieto, Gorriarán a Santucho–. ¿Justo hoy tenían que darnos asado de vaca?
–Puro pedo, Pelado, puro pedo –lo calma Santucho–. Pero no comamos demasiado, vamos a tener que correr bastante.
Otro sueño que no debía ser para Lanusse, el dirigente sindical Agustín Tosco, preso como si pudiera estarlo alguna vez, come como siempre. “Yo no voy con ustedes”, dicen que dijo Tosco. “Estoy a favor de la fuga, pero a mí sólo puede liberarme la lucha popular”, dicen que dijo Tosco. Y debe haberlo dicho, nomás, porque mientras lava su plato de aluminio, hace un gesto breve, sonriente, deseando suerte a esos otros sueños que se preparan para ser a pesar de Lanusse.
Las seis y media de la tarde es una hora como cualquiera para soñar que se es y empezar a serlo. Las seis y media de la tarde de ese 15 de agosto es la hora en que empieza todo, en que el torbellino se pone en marcha. Es la hora en que Marcos Osatinsky sueña y da la orden de empezar a ser. Una hora después, el penal de Rawson sigue rodeado por el desierto, pero ahora tomado por los presos que esperan los coches para irse.
Los presos comunes, las manos aferradas a los barrotes, sonríen en silencio mientras ven pasar a ese grupo de sueños que se van para ser. Tosco sonríe en silencio, las manos aferradas a los barrotes como los demás. Sueñan los presos comunes en esos sueños. No saben cómo explicarlo, pero alientan esos sueños en silencio. Cada uno piensa en el sueño de manera distinta, personal, sólida. Esos sueños se les hacen realidad, toman formas, se hacen cuerpos. Y, como cuerpos, se hacen sueños que se van para ser. Y las manos aprietan un poco más los barrotes. Ninguno habla, ninguno dice nada. Saben. Pero una equivocación de señales, una mala interpretación, una de esas cosas que en los sueños por ser pueden suceder, sucede. No todos los vehículos entran a la cárcel. El primer grupo de seis sale en el único auto que entró.
El segundo, ahora de diecinueve, llama tres taxis desde la cárcel fingiendo un traslado de oficiales. Los otros ciento veinte vuelven a los pasillos, la vista de los presos comunes en el piso, las manos aferradas aún a los barrotes, en silencio, sin decir nada, con el sueño un poco machucado. Y mientras el primer grupo llega a tiempo al aeropuerto para abordar el avión controlado por otros guerrilleros, el grupo de los taxis se demora.
Cruzan la ciudad, haciendo el recorrido más largo, para evitar la base naval Almirante Zar. Uno de los coches se retrasa, los que viajan en los otros dos deciden esperarlo. Ninguno llega a tiempo. El grupo de diecinueve prófugos toma el aeropuerto, pero ya no hay avión. Ni el que se fue, ni ninguno que vendrá. Entonces, piden la presencia de un juez, de abogados, de médicos y de periodistas para entregarse a las tropas que, al mando del capitán Luis Emilio Sosa, ya rodeaba la estación aérea.
La cámara de televisión que llega al lugar y transmite, lo muestra. Sosa, una sombra con ropa de combate y casco en la nuca, grita como un chico malcriado, da órdenes, se enfurece ante dos jóvenes: Mariano Pujadas y Susana Lesgart. Lesgart, para peor, lleva un fusil en las manos. “Un fusil en las manos de una mujer –piensa Sosa, la sombra de Sosa–. Eso es un ultraje a la Armada.” No piensa más y grita, Sosa, no sabe hacer otra cosa que gritar. Pujadas, a menos de un metro de distancia, lo mira fijo: “Calma. Hablemos como personas. Vamos a rendirnos y volver al penal de Rawson, pero sin gritos”. Entonces los diecinueve forman la fila, miran al frente, serenos. Forman una fila duplicada con las armas en el piso. La cámara dispara, está la foto, y ellos siguen mirando de frente.
Sosa, a pesar de “su victoria”, sabe, comprende, y comprender lo enfurece, que lo están dejando como un pelotudo frente a su tropa.
Había un pacto, pero se rompe. En lugar de volverlos a Rawson, los 19 prisioneros son trasladados a la Base Aeronaval Almirante Zar, en Trelew. Había una determinación: Lanusse, mal parado por la fuga de lo que el suponía esa nada de la cual ningún sueño que no debía ser podía escaparse, decide el “escarmiento”. Trelew, Rawson, Buenos Aires, Chile, el mundo entero sabrá de lo que es capaz un militar liberal y argentino. Sosa, esa sombra que es y será siempre Sosa, va cumplir una orden, claro, pero también se va a dar un gusto.
***
Con el lenguaje despiadado de todos los comunicados oficiales, Lanusse dice, manda decir, más o menos, que en la madrugada del 22 de agosto de 1972 se produjo un nuevo intento de fuga de los guerrilleros que habían querido huir el día 15. Con el lenguaje brutal de todos los comunicados oficiales, Lanusse dice, manda decir, que durante una requisa de rutina a las tres y media de la madrugada del 22 de agosto de 1972, Mariano Pujadas reduce al capitán Sosa (y el comunicado no habla de la sombra que es Sosa) y le arrebata su pistola ametralladora. Con el lenguaje torpe y mentiroso de todos los comunicados oficiales, Lanusse dice, manda decir, que luego, con Sosa como escudo y Pujadas disparando, todos los guerrilleros avanzan contra la guardia. Quiere hacer creer Lanusse, con el lenguaje despiadado, brutal, torpe y mentiroso de todos los comunicados oficiales, que los guerrilleros avanzaron hacia los disparos de los marinos que custodiaban la única salida del único y estrecho pasillo en el que estaban las celdas. Dice, el comunicado oficial y su lenguaje, que hubo once muertos de manera inmediata. Calla que tres más murieron desangrados y sin atención a las pocas horas de los disparos. Y que tres sobreviven con varias balas en su cuerpo.
María Antonia Berger era uno de esos sobrevivientes. Sosa, la sombra que es y será para siempre Sosa, camina por el pasillo gritando que se trató de una fuga. María Antonia Berger no siente dolor, siente bronca y mira cómo se ensancha la mancha roja en su pulóver rojo. Cierra los ojos para que no se le vayan las escenas: amores, infancia, calles, olores, charlas, sonrisas. Escucha algo, escucha la palabra “ambulancia”, se queja para que sepan que está viva.
Sobrevivirá, junto a los otros dos sueños que para Lanusse no deben ser, unos años más, hasta que otros militares, tan de bigote y fascismo como Videla, tan liberales y argentinos como Lanusse, decidan que no tenga razón Susan Sontag, aunque no la conozcan ni sepan lo que dice, cuando dice que el tiempo existe para que le sucedan cosas. Que no tenga razón cuando dice que el espacio existe para que esas cosas no le sucedan todas al mismo tiempo.
Porque quizás en esa fila serena que mira al frente se unan todo el tiempo y todo el espacio que iba a venir. Como si todas las cosas les sucedieran a todos durante todo el tiempo que iba a venir. Como si esa fila serena, que mira al frente, que duplica otra fila de armas en el piso, como rotas, siga marcando el inicio de algo que nunca debió ser.
FuentedeOrigen:MiradasalSur


Otras notas
Masacre de Trelew: Estados Unidos rechaza la extradición de un criminal
Año 3. Edición número 129. Sábado 6 de noviembre de 2010
Por Laureano Barrera
La Justicia norteamericana acaba de dar una muestra rotunda de coherencia histórica: después de azuzar durante décadas las dictaduras latinoamericanas –con intervención directa en América Central– en nombre de la lucha contra el fantasma del “comunismo”, una de Sus Señorías, Robert Dubé, ha negado la extradición de uno de sus primeros sicarios: el ex teniente Roberto Guillermo Bravo, señalado en la investigación judicial llevada adelante por el juez federal de Rawson, Hugo Ricardo Sastre, como uno de los encargados de rematar a los sobrevivientes de la primera ráfaga de PAM durante la tristemente célebre Masacre de Trelew.
“Creemos que es un fallo equivocado –dijo ante la consulta de este diario Luis Alem, subsecretario de Derechos Humanos– y se debe insistir agotando todas las instancias. El fallo se equivoca al calificar como una cuestión política lo que es un crimen de lesa humanidad, y así ha quedado declarado en la causa, donde hay pruebas más que suficientes para otorgar la extradición”. El fallo del juez del Estado de Florida deberá apelarse ante la Justicia norteamericana a través de la Cancillería argentina. “Supongo que estará tomando esas medidas”, sugiere Alem.
La causa judicial por el fusilamiento a cargo de la Armada Argentina el 22 de agosto de 1972, en la Base Almirante Zar de Trelew, de 16 presos políticos que una semana antes habían intentado fugarse del penal de máxima seguridad de Rawson, se inició en diciembre de 2006, con la querella de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares de las víctimas de la dictadura de Alejandro Lanusse.
El juez Sastre se abocó a la instrucción de la causa, procesando al contraalmirante Horacio Mayorga y los capitanes Luis Emilio Sosa, Emilio Del Real, Rubén Paccagnini y Jorge Enrique Bautista, que se encuentran cumpliendo arresto domiciliario, y al cabo primero Carlos Marandino, que por razones de seguridad se encuentra alojado en la Alcaidía de Trelew. La instrucción de la causa fue clausurada hace dos años, cuando el ex infante de Marina Roberto Bravo, todavía estaba prófugo.
La investigación judicial logró reconstruir la cronología fúnebre de la masacre. La madrugada del 22 de agosto, entre las 2.30 y las 3.30, el teniente Bravo, junto a los capitanes Sosa y Del Real, y el fallecido capitán Herrera, irrumpieron en el edificio de guardia de la Base Aeronaval Almirante Zar. La orden había sido tomada por Lanusse y ejecutada por el jefe de la Base, Paccagnini. Estaba de turno el cabo Marandino, que con el tiempo aportaría valiosos detalles de la funesta velada. Abrieron las puertas de las celdas y les ordenaron a los detenidos –militantes del ERP, Montoneros, FAR y FAP– que doblaran sus mantas, sacaran los colchones al hall y formaran fila en el pasillo, mirando hacia adelante y hacia las celdas, con la cabeza gacha. Después de un minuto, sin mediar palabra, el pelotón de fusilamiento soltó una ráfaga de PAM, que luego se contarían, fueron entre 50 y 100 detonaciones. Le siguieron disparos aislados, con armas cortas, con que ultimaron a 16 de los 19 presos políticos. Ana María Villarreal, la compañera de Roby Santucho que estaba embarazada, tenía balazos en el vientre.
María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar saltaron por instinto hacia las celdas, y como otros condenados sin juicio 16 años atrás en un descampado de José León Suarez, salvaron provisoriamente sus vidas.
Berger cayó junto a María Angélica Sabelli dentro de la celda 4 viéndola morir delante suyo, y vio cómo a Villarreal la remataban con un tiro en la mandíbula. Haidar y su compañero de celda Kohon se refugiaron en la celda 9, donde Bravo, después de la primera ráfaga, los hizo poner de pie. Los interrogó y se fue, tras lo cual ingresó un oficial con uniforme azul y le disparó al hemitórax izquierdo, y después a Kohon, causándole la muerte. Camps se metió en la celda 10 junto con Delfino, oyó ráfagas de ametralladora y tiros de gracia. Cuando entró Bravo, los puso de pie y les preguntó si contestarían un interrogatorio. Respondieron que no. Entonces, le disparó primero a Camps en el lado izquierdo del abdomen y luego a Delfino dos veces, una de ellas, volándole “la mitad de la cabeza”.
El juez encuadró la masacre como delito de lesa humanidad –cuestión de fondo que se encuentra pendiente de resolución en instancias superiores–, pero Robert Dubé, al negar su extradición, consideró que las declaraciones presentadas por el gobierno argentino “no son creíbles”, y que la extradición está excluida legalmente porque las acusaciones constituyen “delitos políticos”, dando crédito al pedido del defensor de Bravo, Neal Sonnet (que interviene en los cuestionados procesos legales contra presuntos terroristas en la Base Militar de Guantánamo), que no es otra que la del intento de fuga, historia oficial de Lanusse rebatida por la historia política hace largo tiempo.
Dubé tomó en cuenta, para su fallo, un escrito del profesor de la UBA Alfredo Solari, defensor de Ricardo Cavallo y otros represores, quien aseguró que Bravo “actuó apropiadamente al encarar una circunstancia muy difícil en la que debía cumplir su misión como líder de la guardia responsable de defenderse de los detenidos fanáticamente peligrosos”, y un informe de la Fundación de Estudios Americanos de Estados Unidos.
Bravo tuvo destinos foráneos por la propia Marina, que durante años guardó el secreto de su nueva vida como empresario. En 1987, había adquirido la ciudadanía norteamericana. Página/12 reveló que vivía en Miami y presidía la firma RGB Group, especializada en la contratación de personal médico en el exterior. En 1998 consiguió, junto con otras firmas del rubro, un contrato de 27 millones de dólares con la Fuerza Aérea de Estados Unidos. “Acá ha primado la relación empresarial de Bravo con las Fuerzas Armadas norteamericanas, aunque la resolución no lo diga –arriesga Luis Alem–. Los motivos ocultos parecen ser ésos”.
FuentedeOrigen:MiradasalSur

Entregaron a la Justicia documentos secretos sobre la masacre de Trelew
Una funcionaria de la Comisión Provincial por la Memoria revisa una de las carpetas entregadas a la Justicia chubutense. Se espera que los archivos echen luz a la tragedia de Trelew. || Los 16 guerrilleros asesinados en Trelew pertenecían a diferentes grupos políticos.
La Comisión provincial por la Memoria presentó los archivos al Tribunal de Comodoro Rivadavia

A 38 años de la masacre de Trelew, la verdad parece estar un poco más cerca. Es que la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires entregó al Tribunal Oral de Comodoro Rivadavia un extenso informe con documentación del archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires (Dipba) relacionada con los fusilamientos, para que sea sumado como prueba en la causa judicial que ya está en curso.
El informe que fue entregado a la Justicia el viernes está compuesto por documentos que refieren a la fuga del penal de Rawson, a la masacre de Trelew y a la construcción de la verdad oficial. Se trata de cuatro carpetas con más de 1.500 fojas. Además hay partes de inteligencia que muestran la persecución previa y posterior a los sucesos del 22 agosto de 1972: informaciones sobre abogados, familiares de los presos, actos recordatorios, la detención de Mario Amaya, entre otras actividades de espionaje. Todos estos documentos y partes de inteligencia fueron hallados en el archivo de la Dipba.
“La importancia de todos estos documentos radica en que las mismas fuerzas de seguridad que intentaron fraguar los hechos, nos dejaron escritas otras circunstancias que permiten hoy, a 38 años, usarlos como prueba para construir la verdad”, afirmó a Miradas al Sur Claudia Berlingieri, perito de la Comisión y encargada de entregar los informes.
Según contó Berlingieri, la primera carpeta es la más importante: allí los marinos relatan los acontecimientos en el mismo momento en que sucedieron. Otro de los informes presentados revela los partes de inteligencia que empezaron a circular desde Chubut hacia Buenos Aires una vez llevada a cabo la masacre. Un análisis detallado de los datos emitidos, hora a hora, ayuda a descubrir la trama oficial que sostenía que las muertes se produjeron tras un intento de fuga.
El archivo de la Dipba es un extenso y pormenorizado registro del espionaje político e ideológico que el Estado realizó sobre hombres y mujeres a lo largo de medio siglo. Esa área fue creada en 1956 y funcionó hasta en 1998: en el contexto de una reforma de la policía bonaerense fue disuelta y cerrado su archivo. Un año después, la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata dictó una medida de no innovar sobre ese archivo, por considerar que esos documentos podrían aportar pruebas para los Juicios por la Verdad. En 2000 el gobierno provincial transfirió el archivo a la Comisión Provincial por la Memoria para que hiciera un centro de información con acceso público. Por ley, el archivo fue desclasificado. En 2003 fue abierto al público para la consulta. Los documentos del archivo han sido y son aportes para las causas judiciales contra los responsables de delitos de lesa humanidad, la averiguación de datos referentes a las personas y la investigación histórica y periodística.

La patria fusilada. El 22 de agosto de 1972 se abrió una nueva etapa de la represión política en la Argentina. A partir de ese momento el Estado comenzó a instrumentar la maquinaria terrorista para garantizar la eliminación física del opositor, el disidente, o como ellos lo llamaban, “el subversivo”. En aquella silenciosa y fría madrugada 19 presos políticos pertenecientes a las agrupaciones Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros fueron acribillados en la Base Aeronaval Almirante Zar, de Trelew. Dieciséis militantes murieron, y tres sobrevivieron.
Los detenidos se encontraban allí después de haber protagonizado un fallido intento de fuga del penal de máxima seguridad de Rawson, donde sólo seis presos políticos de la máxima dirigencia guerrillera ganaron su libertad escapando al Chile de Salvador Allende. Ellos eran: Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Mena, del ERP; Roberto Quieto y Marcos Osatinsky, de las FAR, y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros. Otros destinos tuvieron las balas criminales que partieron como forma de escarmiento, un claro gesto de autoridad o una lección para el conjunto de la sociedad que vio como fue burlada una de las cárceles más emblemáticas del régimen de Alejandro Agustín Lanusse, presidente de facto en ese entonces.
La masacre ocurrió “cuando el entonces capitán de Fragata Emilio Sosa, en compañía del teniente Roberto Bravo y los capitanes Emilio Del Real y Raúl Herrera (fallecido) se presentaron en el lugar de detención”, relata la causa que se reabrió luego de muchos años de permanecer inactiva. “Encontrándose como guardia el cabo Marandino, se les ordenó a los detenidos que doblaran sus mantas y sacaran los colchones y los dejaran en el extremo del pasillo por donde se ingresaba, luego de lo cual se los hizo formar en fila en el pasillo”, describe el auto de elevación que instruyó el juez federal Hugo Sastre.
Como consecuencia de los disparos fallecieron Rubén Pedro Bonet, Jorge Alejandro Ulla, Humberto Segundo Suárez, José Ricardo Mena, Humberto Adrián Toschi, Miguel Angel Polti, Mario Emilio Delfino, Alberto Carlos Del Rey, Eduardo Campello, Clarisa Rosa Lea Place, Ana María Villarreal de Santucho, Carlos Heriberto Astudillo, Alfredo Elías Kohon, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas y Susana Lesgart. En el caso de Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar no lograron el resultado de muerte. Fueron heridos gravemente y actualmente están desaparecidos.
El testimonio de los tres sobrevivientes brindó claridad sobre los detalles de los fusilamientos: Ricardo Haidar, Alberto Camps y María Antonia Berger. Camps recordó: “Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataría de un simulacro con balas de fogueo. Ví caer a Pólit, que estaba de pie sobre la celda Nº 9, a mi lado. Y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Otro tanto hizo Delfino. De boca ambos en el suelo permanecimos en esa posición, en silencio, entre tres y cuatro minutos. Nuestro único diálogo fue el siguiente: Delfino dijo ‘qué hacemos’, yo contesté algo así como ‘no nos movamos’”.
Berger, por su parte, describió el horror de la siguiente manera: “Viene dos veces más Bravo a la puerta, con un jadeo totalmente nervioso, y muy preocupado porque no me moría. ‘¡Pero esta hija de puta no se muere! ¡Cuánto tarda en desangrarse! Yo juntaba sangre en la boca y la escupía para hacer parecer que me estaba desangrando’”.
El subsecretario de DD.HH. de Chubut, Juan Arcuri, manifestó su satisfacción ante el avance en la causa: “Toda nuestra comunidad viene esperando el inicio de este juicio”, dijo. Se espera próximamente que los jueces federales Nora María Cabrera de Monella, Enrique Jorge Guanziroli y Pedro José De Diego tengan a su cargo el juicio oral de la causa “Sosa, Luis Emilio y otros” en la que se juzgará a los marinos retirados.
Los hechos fueron calificados como “homicidio doblemente agravado por alevosía y por ser ejecutado con el concurso premeditado de dos o más personas (16 hechos) y homicidio doblemente agravado por alevosía en el grado de tentativa (3 hechos) todos en concurso real”. En el lugar del fusilamiento, la instrucción determinó la participación de Sosa, Bravo, Real, Herrera, Carlos Amadeo Marandino y el cabo Marchand.
De los mencionados ninguno cumple prisión efectiva, y se espera la pronta extradición de Bravo, que tiene la ciudadanía estadounidense. Fue localizado en Estados Unidos, detenido para su identificación y luego excarcelado mientras se substancia el largo proceso de repatriación. La audiencia para estudiar la posible extradición del ex militar, fue aplazada de nuevo porque su abogado se enfermó. Bravo debía comparecer esta semana ante el juez federal Robert Dubé en un tribunal de Miami, encargado de decidir sobre la solicitud de extradición presentada por el Gobierno argentino.
“Desafortunadamente, el abogado se enfermó la semana pasada después de regresar de un viaje. Sufrió de problemas estomacales severos y de un ataque de migraña que aún persisten”, dijo el abogado Neal Sonnett en el escrito judicial refiriéndose a él en tercera persona. La vista judicial se fijó para el próximo 31 de agosto.
La defensa de Bravo planea llevar al estrado a dos testigos de “lujo”: Alfredo Solari y Jon Perdue. Solari es un abogado argentino que testificaría en torno del incremento de “grupos marxistas guerrilleros y terroristas”, incluyendo a Montoneros, el ERP y el PRT. Y Perdue es el director de los programas de Latinoamérica de la Fundación de Estudios Americanos de Estados Unidos, que declararía sobre las condiciones políticas de Argentina a finales de la década de 1960 hasta mediados de la década de 1970, entre otros asuntos.
Mientras, el recuerdo sigue presente. Ayer se inauguró una muestra fotográfica y de documentos pertenecientes al material público de la Dipba, más afiches políticos y obras de Juan Carlos Romero. Fue en el Centro Cultural de la Memoria, que funciona en el viejo aeropuerto de Trelew donde los militantes que se habían escapado del penal de Rawson se entregaron pacíficamente y una semana después fueron acribillados. La exposición fotográfica podrá ser visitada hasta el 15 de septiembre, todos los días de 8 a 19.
Informe: Camilo Cagni
FuentedeOrigen:MiradasalSur


Martes, 21 de junio de 2011
SE REEDITA, ACTUALIZADO, EL LIBRO LA PATRIA FUSILADA
“La verdad se está abriendo camino”
El trabajo registra la entrevista que Paco Urondo les hizo el 24 de mayo de 1973 –un día antes de la asunción de Cámpora– en la cárcel de Devoto a los sobrevivientes de la masacre de Trelew. La reedición se presentará este jueves en el Archivo Nacional de la Memoria.
Paco Urondo también estaba detenido en el momento en que hizo la histórica entrevista.
Por Facundo García
María Antonia Berger tenía un balazo en el estómago y otro en la mandíbula. A su alrededor los marinos inspeccionaban a los prisioneros que acababan de fusilar, y si los veían respirar los remataban. “Pero entonces agarro, y con el dedo y con la sangre –me acuerdo que mojo el dedo– empiezo a escribir en las paredes (...) ‘L.O.M.J.E’, es decir, ‘libres o muertos, jamás esclavos’. Y había escrito ‘papá, mamá’, y no sé qué más”, le contaría luego al poeta, periodista y escritor Paco Urondo. Su relato, como los de los otros dos sobrevivientes de la masacre de Trelew, fue transcripto por Urondo en La Patria fusilada, obra que acaba de reeditar Libros del Náufrago y que se presentará el próximo jueves a las 19, en el Archivo Nacional de la Memoria (Av. del Libertador 8151), con la presencia de Javier Urondo, Raquel Camps, Horacio Verbitsky y Daniel Riera.
La charla que dio forma al texto se produjo el 24 de mayo de 1973, un día antes de que Héctor Cámpora asumiera la presidencia y decretara la libertad de los presos políticos. El entrevistador –que también estaba detenido– se reunió en una celda de Devoto con Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los únicos que habían logrado escapar de los crímenes del sur. Urondo quería que describieran cómo había sido la fuga del penal de Rawson, de qué manera los habían atrapado y quiénes habían asesinado a los cautivos en la base Almirante Zar.
El intercambio con los “fusilados que viven” –parafraseando una expresión de Rodolfo Walsh– se extendió a lo largo de la noche. Es que en Devoto se vivía un clima especial: con la llegada de la democracia, se suponía que las cosas iban a dar un vuelco; de modo que los militantes pudieron explayarse hasta las cuatro o cinco de la mañana sin que nadie los molestara. Repasaron cuáles habían sido los preparativos para reducir a los guardias de la cárcel patagónica, el mecanismo para tomar el lugar y el plan que –en teoría– iba a permitir el escape masivo. De hecho, en aquella jornada del 15 de agosto de 1972 hubo seis dirigentes que consiguieron copar un avión y llegar a Chile. Pero en el aeropuerto quedaron, sin chance de resistir, veintidós fugitivos que fueron conducidos a una base naval. A los pocos días los acribillaron.
Todos los que habían ido a parar a la base eran ahora cadáveres. Todos, excepto esos tres que conversaban con Urondo en la madrugada de Devoto, enlazando de a pedazos la versión no oficial de lo ocurrido. Así, las preguntas y respuestas articularon una crónica que mantiene al lector de hoy agarrado de las vísceras. Si el documental Trelew (Mariana Arruti, 2004) recuperaba los acontecimientos a partir de un registro polifónico, La Patria fusilada se anticipó desde una multiplicidad cruzada por el género –los informantes son dos hombres y una mujer–, la posición política –Camps y Berger eran de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Haidar de Montoneros– y las biografías personales. En los tramos más duros, se adivina el germen de una violencia militar masivamente desbocada. Tanto es así que treinta y ocho años más tarde no queda ni uno solo de los que hablaron aquella vez. A Urondo y a Camps los mataron. Berger y Haidar están desaparecidos. Quedan sólo los lectores, los compañeros de lucha y las familias.
Consultada por este diario, Angela –que es hija de Paco y está peleando porque se le reconozca el apellido– confiesa haber descubierto el libro “de grande”. “Me enteré cuando ya era adulta. La familia que me adoptó me decía que mi viejo había sido economista”, comenta la mujer, que es ilustradora y puso su granito de arena en el arte de tapa para la nueva edición. En cambio Raquel Camps, hija de Alberto, afirma que el contacto fue en su adolescencia. “Era chica y leía buscando datos sobre mis padres, que se conocieron justamente en el penal de Rawson. Más adelante entendí que aquello era el testimonio de un tiempo clave, a medio camino entre una tragedia que terminaba y otra que estaba por empezar”, sostiene. Camps admite que le daba tristeza que el libro no se reeditara. “Me generaba bronca que los pibes no pudieran estudiarlo. Esperemos que ahora se solucione. Por lo pronto, fue conmovedor haber visitado la base y la cárcel con este documento en la mano, y sentir que la verdad se abre camino.”
El volumen es el primero de la colección Crónicas del Continente, que dirige Daniel Riera. Se ha respetado la edición original de Crisis de principios de los setenta, con dos poemas de Juan Gelman, la desgrabación de la conferencia de prensa que los rebeldes dieron cuando los acorralaron y una entrevista que hizo in situ el periodista Daniel Carreras. Se han añadido notas al pie para dar detalles del contexto, y al capítulo Los caídos –que mostraba la nómina de fusilados– se sumó Los caídos 2, que brinda datos acerca de las cuatro personas que intervienen en el diálogo. El último apartado se denomina Los Juicios y da cuenta de las acciones judiciales que se están llevando a cabo contra los asesinos de Urondo y los autores de la masacre de Trelew.

Textual
“Estábamos en una celda pequeña, de ésas donde caben apenas dos camas dobles, un wáter, una piletita, con una reja arriba, alta, grande. Yo estaba sentado en una mesa, frente a los tres. No me moví para nada. Sentados, delante de mí, estaban Alberto Camps y María Antonia Berger. En una cama, al costado, el ‘turco’ Haidar, acuclillado. Hablábamos todos muy bajito, lentamente. Nadie se movía, casi. Como si estuviéramos pegados, como si estuviéramos amarrados por algo. El recuerdo de todo eso nos amarró. Los tres hablaban tranquilamente, serenamente, sin gestos dramáticos. Claro, había cosas. En algunos momentos, la mirada de María Antonia. O la de Alberto. Muy significativas. El gesto más enfático, el ademán más dramático, lo produjo Haidar. Fue cuando María Antonia relataba cómo se sentía después de que la balearon en Trelew. Cuando siente que se va a morir y piensa que no es tan duro, y dice que siempre ha estado preocupada por cómo se sintió su compañero cuando murió y que se alegraba mucho pensando que no lo habría pasado tan mal, dentro de todo, que no era tan espantoso. Lo único que hizo Haidar, el gesto más ‘ampuloso’, digamos, fue taparse la cara con las dos manos. Eso fue todo y, evidentemente, no era un ademán enfático. Había una gran contención y yo sentía que debía ser muy delicado con ellos, como si ellos, en ese momento, fueran muy frágiles.”

Archivos para una muestra
La Televisión Pública, junto a la Dirección de Cultura de la Universidad de La Plata, está presentando Siempre en Nombre de la Alegría, una muestra con objetos y escritos de Paco Urondo. La exhibición permanecerá abierta hasta el 30 de junio, de 8 a 20, en el edificio de Canal 7 (Figueroa Alcorta 2977), con entrada libre y gratuita.
La colección reúne elementos que aportó la familia, con curaduría de Miremont-Esterelles en coordinación con el canal. “Recorrer los archivos de este hombre que nació en Santa Fe en 1930 y murió asesinado en 1976 es descubrir que la pluralidad de actividades que encaró en su vida tienen un hilo conductor que nunca se corta: el profundo amor que entregaba y la capacidad de encontrar la belleza y el disfrute en lo pequeño y en lo grande; en lo superfluo y en lo importante”, explicaron los organizadores.
FuentedeOrigen:Pagina12/21-06-2011
Fuente:Agndh                            

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