“Somos hijos de esa resistencia”
El 19 de diciembre de 2001, a De Pedro lo llevaron detenido, lo golpearon y torturaron. Aquí cuenta su historia y los inicios de La Cámpora. También habla de los objetivos del gobierno de Cristina Kirchner.
Por Nicolás Lantos
El diputado Eduardo “Wado” De Pedro, ayer en las puertas del Congreso, con la exposición fotográfica de fondo.Imagen: Pablo Piovano
“El 19 participé como un montón de compañeros de la manifestación a la nochecita, después de la declaración del estado de sitio. Esa noche fue de protesta pero también de fiesta porque se veía mucha alegría mezclada con la bronca: me fui a acostar con la sensación de que el pueblo había dicho basta de una forma muy contundente que yo no había visto nunca. Me levanté el 20 de diciembre para ir a trabajar, pero un compañero me comentó que estaban reprimiendo a las Madres, así que fui a la Plaza. Eran las 10 de la mañana. Intenté llegar a la Pirámide, donde estaban las Madres, pero no pude llegar, tuve un altercado con la policía y ellos se quedaron con mi bolso. Cuando fui a buscarlo, me metieron en un patrullero y sucedió todo lo que vino después.”
El relato corresponde a Eduardo “Wado” De Pedro, hijo de desaparecidos, dirigente de La Cámpora, flamante diputado nacional y una de las víctimas de la represión que ejercieron las fuerzas de seguridad de forma indiscriminada aquel 19 y 20 de 2001. “Todo lo que vino después” fue privación ilegítima de la libertad, golpes, torturas y amenazas de muerte. Aún hoy, a diez años de aquella mañana, desde su despacho en el Congreso, admite que no sabe qué hubiera pasado si el patrullero que lo trasladaba no hubiera chocado contra un taxi, lo que le permitió llamar la atención y pedir que lo llevaran a un hospital en lugar de a la comisaría. Así le dice a Página/12 en una charla que arranca hablando de lo que pasó hace una década y culminará intentando imaginar qué puede llegar a pasar cuando transcurra una década más.
–¿Qué relación encuentra entre esa militancia y la que se manifestó en los últimos años de la mano del kirchnerismo?
–La organización política en esa época éramos los que nacimos en la resistencia al menemismo y al neoliberalismo, peleamos para mantener lo que quedaba del Estado de Bienestar en nuestro país. A mi generación, los que hoy tenemos 34, 35 años, nos tocó defender desde la resistencia. ¿Qué relación hay con la militancia de hoy? Toda la relación que hace que yo, que militaba en Hijos, hoy sea un dirigente de una agrupación juvenil como La Cámpora. El Cuervo Larroque, que militaba en Juventud Presente, hoy es conducción de La Cámpora. Mariano Recalde, que militaba en la universidad, hoy es conducción; Ottavis, que tenía militancia social, también... La relación es natural y directa porque La Cámpora se nutre de la experiencia de la resistencia contra el neoliberalismo, toma esas experiencias para mantener una política. No somos ni yuppies ni gente que hace política por un sueldo, sino que somos hijos de esa resistencia, hijos de una generación de desaparecidos. Las cosas que dicen de nosotros la verdad que me entran por un oído y me sale por el otro.
–Entre la crisis de 2001 y la aparición pública de La Cámpora pasaron al menos cuatro años. ¿Qué pasó en ese intervalo?
–En 2002, desde Hijos hicimos una convocatoria a todas las “agrupaciones silvestres”, nacionales y populares, que reivindicábamos las mejores tradiciones del peronismo, que habíamos resistido al menemismo, que no nos habíamos comido la ilusión del falso progresismo aliancista, para discutir la unidad generacional. A esa reunión fueron Mariano Recalde, Andrés Larroque, Javier Andrade, Axel Kiciloff, un montón de personas y agrupaciones que en ese momento no veíamos una generación de políticos en escena capaz de marcar otra lógica. Esas reuniones fueron muy ricas, y Néstor nos encontró discutiendo eso, nos agarró por sorpresa: era el político que nosotros pensábamos que no existía más, el presidente que nosotros llevábamos un año proyectando para 25 años más tarde.
–Así como esa experiencia los marcó a ustedes como militantes, el kirchnerismo marcará a quienes ingresan a militar hoy. ¿Qué diferencias ve entre una época y otra?
–Veo una generación de políticos mucho más sanos, una generación de jóvenes que se incorpora a la política conociéndola como factor de poder, que está aprendiendo las mejores prácticas, que tiene alguien con quien identificarse, que no necesita pensar por la negativa, que se incorpora a un proceso en el que el pueblo siempre tiene más, donde las decisiones cada vez que se disputa poder entre los intereses del pueblo y algún particular son siempre a favor del pueblo. Si todos esos pibes que hoy se están formando siguen militando y aprenden a gestionar creo que tenemos proyecto para rato y estoy convencido de que entre estos pibes y pibas hay un Néstor, una Cristina, un Perón y una Eva.
–Después de ocho años de kirchnerismo, ¿la Argentina está a salvo de otra crisis como la que concluyó en 2001?
–Para evitar que se vuelva a tocar fondo todavía falta mucho y tiene que ver con un cambio cultural. Así como nuestro país comenzó a desindustrializarse en el ’76, esa desindustrialización vino con una conquista cultural y eso no se puede revertir en ocho años. Recién ahora estamos empezando a recuperar la autoestima, a pensar que Argentina somos todos. Estamos en ese proceso, nos quedan cuatro años para apuntalar, para hacer sintonía fina, como muy bien dice la Presidenta, que significa empezar a modificar, sector por sector, todas esas conductas que si bien pueden beneficiar a ese sector en particular, van en contra del interés de todos los argentinos. Recuperar esa idea de interés nacional es lo que nos corresponde como generación. Poder transmitir lo que pasó en el 2001, lo que nosotros vivimos desde la resistencia, para que las nuevas generaciones sean los guardianes de este modelo nacional, popular y democrático.
–Desde el importante rol que se le dio a la juventud de cara a este período, ¿cuáles son los pasos a seguir para conseguir eso?
–Todavía la fragmentación social producida por años de marginalidad, pobreza y desocupación dejó secuelas, y si bien se avanzó mucho en materia de empleo, educación y condiciones de vida tenemos mucho que hacer para que esa generación que más sufrió la década de los ’90 en cuanto a niveles de educación y empleo pueda reinsertarse de la mejor forma posible. Hay que militar y trabajar mucho, ser los mejores gestores del Estado para poder aplicar las políticas que nuestra Presidenta considere que son las adecuadas, para que lleguen a cada rincón de nuestro país la salud, la educación y el empleo. Recordemos que los sueños que teníamos en el 2001 hoy son realidad y nosotros tenemos que ser capaces de volver a soñar una Argentina mucho mejor y que al terminar estos cuatro años sea también realidad.
OPINION
El caos de hace diez años
Por Mempo Giardinelli
Imagen: Télam
Aquel furibundo diciembre de 2001 –hace exactamente diez años– los cimientos de la Argentina se conmovieron como nunca antes. Una vez más el desastre era una cuestión política y económica, y la resolución de la emergencia pegaba sobre los sectores populares. Quizá por eso al presidente De la Rúa acabó expulsándolo esa masa humana hasta entonces silenciosa que ahora, de pronto, batía cacerolas y también cantaba y bailaba, y no tanto por felicidad como por descubrir su propio protagonismo.
Cuando aquel helicóptero levantó vuelo desde las terrazas de la Casa Rosada fue, para muchos, como que con ese aparato y ese pasajero se iba un país.
Hoy sabemos que en efecto así fue.
En aquellos días el problema que afrontábamos los argentinos parecía radicar menos en la maldad externa, menos en la furia del terrorismo islámico o el patriotismo de pacotilla de los halcones del Pentágono y la OTAN, que en la estupidez de nuestras propias clases dirigentes. Esas mismas que hasta entonces se dividían, al menos en apariencia, en gobierno y oposición, pero que velozmente, frente al desmoronamiento y con una agilidad corporativa notable, se amalgamaron para formar el contubernio que intentó gobernar este país que para entonces, y de ese modo, ya era ingobernable.
Lo hicieron como hacían todo: a los codazos y aplicándose zancadillas por debajo de la mesa, de manera ordinaria y torpe. Desplazado un incapaz, asaltaron el poder colocando en la primera magistratura del Estado argentino a un impresentable. Cuando la Asamblea Legislativa del 24 de diciembre designó como presidente al gobernador de la provincia de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, la inmensa mayoría de los argentinos supimos que asistíamos a nuevos malabarismos de cierta vieja dirigencia peronista, que con tal de desplazar a sus (supuestos) adversarios radical-frepasistas eran capaces de cualquier cosa. Y eso fue lo que hicieron.
El gobierno provisional surgido de esa Asamblea horas antes de la Navidad se presentó ante el país mezclando verdades con mentiras, anuncios esperados con elusiones y efectismo, Biblia con calefón. De manera perversa (después de todo tenían mucho más malicia que los radicales) el gatopardismo neomenemista que copó la Asamblea Legislativa desarrolló un libreto conocido: hacer como que todo iba a cambiar cuando en realidad nada cambiaba.
La picardía era estilo en ellos, algunas veces simpático, tantas otras letal. A la hora de escoger a Rodríguez Saá se cuidaron de no repetir las peores performances de violencia, graficadas para siempre en la novela del inolvidable Osvaldo Soriano No habrá más penas ni olvido. Pero no perdieron ni una sola de sus mañas, como decidir elecciones sin tener facultades para convocarlas, imponer la inconstitucional Ley de Lemas, o elegir como presidente provisional a una de las figuras más cuestionadas de la política argentina. Con eso el justicialismo buscaba resolver su interna, una vez más a costa de todo el país. La viveza tiñó el discurso presidencial con tintes “progres” y la designación del reconocido abogado Alberto Zuppi en Justicia, y de un respetado hombre de los derechos humanos como Jorge Taiana, junto a una galería de resucitados. El canciller y ministro de Defensa era José María Vernet (ex gobernador de Santa Fe de escandalosa gestión) y también reaparecían los señores Carlos Grosso y José Luis Manzano, renacidos de sus incendios políticos. También, como frutos de una misma matriz, Luis Barrionuevo y el amigo del ex almirante Massera Hugo Franco. Y algunos gobernadores de triste memoria, denunciados por corrupción e impresentables incluso en sus provincias.
En sólo una semana de fungir como presidente interino, “El Adolfo” se comportó como un emperador con ganas de ser eterno, y en todos sus discursos anunció y prometió como quien está convencido de que tiene años de gobierno por delante y, enfrente, un pueblo estúpido. Bastó verlo por televisión durante su célebre visita a la CGT, cuando rodeado de Hugo Moyano, Rodolfo Daer, Víctor Reviglio y Barrionuevo habló como para la posteridad. Fue tan absurdo que la prensa reprodujo el comentario del gobernador santafesino Carlos Reutemann a sus íntimos: “Este es Chávez, éste nos acostó a todos”. Y es que era evidente que quienes “El Adolfo” convocaba a su lado no eran gente de hacer noche solamente sino de quedarse a vivir.
El rejunte, sin embargo, esa vez duraría poco. Una encuesta publicada por Página/12 en esos días mostraba que el cacerolazo era aprobado por el 92 por ciento de la población, mientras que casi el 70 por ciento advertía que los saqueos habían sido organizados por activistas.
En un par de días otro cacerolazo nocturno forzó la renuncia de Carlos Grosso a cualquier puesto oficial, rentado o no, luego de que él dijera, desafiante, que había sido nombrado asesor presidencial “por mi capacidad y no por mi prontuario”.
El derrumbe de “El Adolfo” luego de una escuálida semana presidencial desencadenó nuevos sainetes: quien ya había sido presidente provisional a la caída de De la Rúa, el senador por Misiones Ramón Federico Puerta, esta vez no quiso saber nada de asumir otro par de días para reunir una nueva Asamblea Legislativa. Eso obligó a que la línea sucesoria cayera en el titular de la Cámara de Diputados, el bonaerense Eduardo Camaño. Y ahí se vio venir la designación de su jefe político, el también senador y ex gobernador de Buenos Aires Eduardo Alberto Duhalde, un político conservador del establishment peronista que había sido vicepresidente con Menem.
Duhalde alcanzó la Presidencia tras un arduo proceso, sostenido por los dos partidos tradicionalmente rivales que se fusionaron en una especie de alianza conservadora que ellos llamaron “de salvación nacional”, pero que no era otra cosa que un nuevo contubernio, o sea una asociación vituperable, como definen los diccionarios. El retorno del peronismo al poder, con el beneplácito y alivio radical-frepasista, fue el indicador externo del fracaso fenomenal de una dirigencia sólo virtuosa para el desastre. Así terminó aquel grave 2001.
DOS REFLEXIONES SOBRE LAS CAUSAS Y LAS CONSECUENCIAS DE LAS PROTESTAS DE HACE UNA DECADA
Los ecos de las rebeliones de 2001
Por Rubén Dri *
La multitud y los límites
El 19-20 de diciembre del 2001 los sectores aplastados y humillados por el capital financiero y especulativo salieron al espacio público, a las calles, a las plazas al grito de “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”. Fueron días y días en los que una multitud, para alegría de Toni Negri, recorrió las calles de Buenos Aires, marchó a Plaza de Mayo, se reunió frente a la corrupta Corte Suprema de Justicia y se reunió en asambleas en las que se debatía todo. Era la finalización de un ciclo, el quiebre de un proyecto, mejor dicho de un plan, nada menos que del plan neoliberal aplicado a rajatabla en los ’90 por el menemismo y llevado a su terminación por la alianza que llevó a De la Rúa a la Presidencia. Esa gran pueblada rompía todos los límites. Ya no había más organización, estructuras, representaciones, cámaras legislativas, Poder Ejecutivo. Era como un río que se sale de madre, rompe los diques y las aguas se llevan todo por delante. ¿Había pasado antes algo parecido? Tanto el pueblo argentino como en general los pueblos siempre han protagonizado luchas, puebladas, pero la del 19-20 de diciembre fue de otro tipo, algo que hasta el momento no se conocía.
¿Dónde se encuentran la diferencia o las diferencias fundamentales con otras luchas como las protagonizadas en los ’60-’70, las de los trabajadores patagónicos o la “semana trágica”? Entre las numerosas diferencias menester es destacar una fundamental que hace a la pueblada que comentamos “única” y que ahora pasa a ser “primera” porque el fenómeno se está repitiendo en los márgenes del primer mundo. La diferencia fundamental se encuentra en el significado del ¡que se vayan todos!, porque lo que se planteaba era sólo la negación, sin la alternativa correspondiente. Hegel diría que se producía de esa manera la primera negación y si a continuación no se realizaba la segunda negación, el resultado era el infinito malo, es decir, la sucesión ininterrumpida de primeras negaciones que terminaría en la disolución. Es lo que en gran parte sucedió. Pero ¿qué significa la segunda negación? Para responder tal vez sea necesario, en primer lugar, clarificar el significado de la primera negación. Esta consiste en la destrucción o la ruptura de la realidad que es necesario cambiar. Estamos hablando de la realidad en sentido fuerte, la que corresponde a los sujetos en el entramado de sus relaciones económicas, sociales, políticas, culturales, religiosas. Esas relaciones son a veces tan desiguales que los que sufren la desigualdad no la soportan más, quieren destruirlas. Se produce entonces la negación de esas relaciones, la primera negación, destrucción de dichas relaciones. La destrucción o negación en un primer momento nunca es completa. Quedan más que resabios de la desigualdad o, en otros términos, de la opresión. Se suceden entonces negaciones o destrucciones en un proceso que termina por agotarse y, en consecuencia, se revierte la situación.
Para que ello no suceda se requiere la segunda negación o negación de la negación. Si la primera negación es destrucción, la segunda es destrucción de la destrucción, es decir, construcción. En otros términos, la segunda negación es el proyecto de la nueva realidad que debe sustituir a la que se ha destruido. El proyecto alternativo al neoliberal debía ser necesariamente un proyecto político, una nueva organización de todo el entramado social. Allí estaban las asambleas que, como hongos después de la lluvia, se esparcían por todo el perímetro de Buenos Aires y de muchas otras ciudades del país. Pero ¿qué es lo que predominaba en las asambleas? El rechazo visceral a los políticos que se llevaba puesta también a la misma política, lo cual era comprensible. Lamentablemente, ese rechazo no pudo ser superado en los casi dos años que duró la experiencia masiva asamblearia. A ello contribuyó la concepción de la “multitud” de Negri y la idea peregrina de la transformación del mundo sin poder de John Holloway.
Es un hecho que el espacio de asambleas autónomas que logró realizarse se desgranó como las cuentas de un rosario a las que se les rompió la cadena que las mantenía unidas. De esas asambleas sólo quedan algunas que no sólo duraron, sino que crecieron sobre todo en lo cualitativo. Se suele decir que el colapso asambleario se debió a la presión de los denominados partidos de izquierda que interpretaron el fenómeno como un espacio propio, es decir, un espacio para bajar sus consignas. Efectivamente, las asambleas en las que dichos partidos tuvieron participación importante pronto desaparecieron. En consecuencia, es cierto que ésa fue una de las causas que contribuyeron al colapso de las asambleas. Pero es una realidad que las asambleas que llegaron a construir el espacio de las asambleas autónomas no estaban bajo la presión de los partidos de izquierda. Es necesario buscar en otro lado la causa o las causas de su implosión, y es necesario buscarla en la misma concepción y en la práctica de las asambleas.
La lectura que hacían los actores de la pueblada sobre la destrucción que había provocado el neoliberalismo implicaba el rechazo a toda representación. Habíamos dejado la política en manos de los representantes, miembros de los partidos políticos. Ahora nadie nos va a representar más porque hemos sido traicionados. Esta concepción surgía espontáneamente y recibía la aprobación y fundamentación por uno de los intelectuales que aparece como el verdadero intérprete de lo que nos estaba pasando. Es Toni Negri, quien asegura que el verdadero protagonista ahora no es algo así como la clase o el pueblo, sino la multitud, ésa que se había levantado a la voz del ¡que se vayan todos!, llegaba a Plaza de Mayo en sucesivas oleadas, se reunía en la esquinas, las plazas y los parques. Esa multitud estaba formada por individualidades que no son representables.
Menester es tener en cuenta que la explosión de una pueblada siempre es un momento excepcional en el que se logra la conjunción-superación privilegiada del eros y el logos, el sentimiento y la razón. Son los momentos en los que se abre el horizonte y todo parece posible. Es la gran utopía que se hace presente. De ahí en más es esa utopía la que moverá al pueblo en sus movimientos. El peligro es confundir esa utopía con los proyectos concretos mediante los cuales serán posibles aproximaciones sucesivas. La utopía rompe todos los límites, pero sin límites es la nada. Darse límites es darse forma, es conformarse. Cada límite señala un más allá que invita a ser alcanzado. El sujeto, en este caso el pueblo, que ha roto todos los límites, si no se da a sí mismo los nuevos límites, éstos les serán impuestos desde fuera. Es lo que sucedió en todos los casos de los que se dice que la revolución fue traicionada. Todo sujeto, ya sea el sujeto individual que es cada uno, como el sujeto colectivo, sólo puede crearse como sujeto si sabe ponerse límites, ciencia que el infante aprende guiado por sus padres. Cuando los movimientos que irrumpieron haciendo tabla rasa con todos los límites no fueron capaces de ponerse nuevos límites, éstos llegaron desde fuera. Es así como la revuelta del Mayo Francés, que tanto prometió, terminó en los límites que le impuso el gaullismo.
El ¡que se vayan todos! del 2001 tampoco pudo en un primer momento comenzar el movimiento de ponerse los nuevos límites, es decir, darse una organización que pudiese implementar lo que estaba implícito en el slogan. Los límites vinieron de fuera. Los impuso el duhaldismo. A diferencia de lo que sucedió con el Mayo Francés, cuando los límites del gaullismo quedaron firmes, en nuestro caso, en el 2003 llega al gobierno un “desconocido” patagónico que, para sorpresa de la gran mayoría, comienza a dar las respuestas por las que tanto se había luchado desde abajo, desde los organismos de derechos humanos, movimientos sociales, asambleas. Se bosquejaba, de esa manera, la segunda negación, es decir, un proyecto de país que se encontraba implícito en el ¡que se vayan todos! Los límites parecían venir de fuera, pero en realidad ese “afuera” no era más que el que socráticamente hacía aparecer los límites implícitos en el ¡que se vayan todos!
La devastación que arrasó nuestra tierra latinoamericana hizo lo propio con la tierra europea, especialmente con los que podemos denominar países de segunda, muy semejantes a los del Tercer Mundo, como Grecia, Irlanda, España, aunque ésta e Italia se crean de un Primer Mundo opulento. El movimiento de los indignados amenaza con romper todos los límites, pero hasta el momento no logra hacerlo. Los límites sólo son dañados y, en consecuencia, pueden ser reparados. Es lo que está sucediendo.
A diez años de la gran pueblada del 2001 y de la explosión de las asambleas nos encontramos en una etapa de reconstrucción del país que el arrasador proyecto neoliberal había destruido. La experiencia de las asambleas no fue en vano. Lo mejor de dicha experiencia hoy se expresa en construcciones sociales de diverso tipo que conforman un entramado social de base que es fundamental para que el proyecto nacional sea realmente popular. El espacio abierto por la gran utopía expresada en las asambleas se ha ido llenando con proyectos concretos, con los límites que el mismo pueblo se ha ido dando. Los desafíos son muchos, las contradicciones no faltan, “estamos haciendo camino al andar”.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
El legado del 19 y 20
Por Eduardo Lucita *
A fines de 2001 acontecimientos tan extraordinarios como inéditos se desarrollaron en nuestro país; aunque el epicentro fue la Capital, todo el territorio resultó conmocionado. El poder instituido parecía derrumbarse y un nuevo poder instituyente mostraba signos de alumbrar. Un graffiti pintado en paredes de Buenos Aires, “Que venga lo que nunca ha sido”, resulta hoy más que emblemático de lo vivido en aquellos días. Se trató de una de esas excepcionalidades que nos da la historia, esos momentos en que “lo extraordinario se vuelve cotidiano”, cuando los hechos se suceden en forma vertiginosa, expresando un ideario de transformaciones profundas, aun cuando los protagonistas no necesariamente son conscientes de los hechos que protagonizan.
Diez años después, el ciclo iniciado en 2001 se ha cerrado. Si dialécticamente reformulaba la ecuación ruptura con/reintegración en el sistema de dominación, es claro que triunfó este último término.
En aquellos días. Una crisis tan profunda como extendida en el tiempo –de 1998 al 2002 el PBI cayó un 19 por ciento y la inversión se desplomó un 60 por ciento, la desocupación y la pobreza crecieron exponencialmente– fue el desencadenante de una dinámica social desconocida hasta entonces que encontró sus razones en el hartazgo por el agobio económico y la desconfianza en los partidos e instituciones del régimen.
Argentina se transformó entonces en un verdadero laboratorio de experiencias sociales: movimientos de desocupados y emprendimientos productivos, asambleas populares que recuperaban espacios públicos y empresas recuperadas por la gestión obrera mostraron así madurez para tomar la resolución de los problemas en manos propias y la autoorganización/autogestión como formas concretas de agruparse y tomar decisiones. Así, la acción directa e independiente de las masas mostró formas de la democracia directa y afirmó el ejercicio de la soberanía popular rompiendo con las prácticas delegativas. Se avanzó con conocimiento de lo que no se quería, de lo que se rechazaba e impugnaba, pero sin la conciencia de lo que se quería. La maduración colectiva sacó conclusiones, encontró las formas y logró imponer la revocabilidad del mandato presidencial, pero esta conclusión resultó inconclusa. No alcanzó para definir un objetivo superador ni construir los medios para imponerlo (su propio mandato).
Reconstitución del régimen. Como es conocido, la política no soporta el vacío. Ante la ausencia de alternativas políticas concretas la burguesía, que no había perdido su condición de clase dominante pero sí la de clase dirigente, logró reponer la autoridad del Estado y el funcionamiento de sus instituciones. Los asesinatos de Kosteki y Santillán agudizaron la crisis y obligaron a adelantar el llamado a elecciones reponiendo las condiciones del régimen de la democracia delegativa. El kirchnerismo es resultado directo de aquella situación.
La suspensión unilateral de los pagos de una porción significativa de la deuda y la macrodevaluación posterior favorecieron la recomposición de la tasa de ganancia de los capitalistas. Se sentaron así las bases para relanzar la economía y hacer posible que esa ganancia fuera realizable. En paralelo, la modificación favorable de los términos del intercambio en el mercado mundial completó el cuadro para iniciar un ciclo expansivo que alcanza ahora a un inédito período de ocho años de crecimiento. Los niveles salariales y ocupacionales se han recuperado, pero todavía cerca de 10 millones de personas están sumergidas en la pobreza; 1,3 millón de trabajadores están desocupados y el empleo no registrado alcanza a otros 3,8 millones. La precarización, la fragmentación y las desigualdades sociales se mantienen. El movimiento obrero se ha reconstituido físicamente y se verifica un fuerte recambio generacional en su interior, en tanto que los movimientos de desocupados han retrocedido. El conflicto social se ubica ahora preferentemente en las fábricas y lugares de trabajo, aunque lo territorial mantiene su presencia y se ha ampliado con los movimientos ciudadanos en defensa del agua, de la soberanía alimentaria, contra la minería a cielo abierto, por las cuestiones de género o de los pueblos originarios...
Un legado histórico. Atrás han quedado los debates sobre el carácter de la crisis; si se trató de una insurrección o una revuelta plebeya; la relación entre espontaneidad y conciencia en una situación concreta, o aquella ilusoria –muy afín a autonomistas o neoanarquistas de distinta estirpe– de construir una economía no capitalista al interior de la capitalista. Sin embargo, el contenido democrático real, sus formas de autoorganización y autogestión persisten hoy en la memoria social colectiva. Los métodos de lucha recogen aquellas experiencias en las huelgas y piquetes actuales.
Desde entonces lo político ya no es entendido como un terreno circunscripto a las instituciones tradicionales, sino que su abordaje forma parte de los problemas de la cotidianidad, de la vida íntima de los sujetos. Espacios que eran vistos como exclusivamente privados movilizan hoy intereses y preocupaciones colectivas.
Los avances en materia de derechos humanos, la renovación de la Corte Suprema, la ley de medios, el matrimonio igualitario, la ley de defensa de género, el incipiente debate sobre el aborto... todos avances democratizadores, no son explicables sin referenciarse en aquellas jornadas. De aquellos extraordinarios momentos nos queda un legado histórico: nada ni nadie, ni los Estados, ni las iglesias, ni las cúpulas sindicales o los partidos pueden reemplazar la capacidad de pensar, decidir y hacer de los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas, por su propia decisión y acción. Una década después, el desafío es recoger ese legado, llevarlo a la práctica cotidiana y pensar la realidad no desde cada uno de los fragmentos que ésta nos ofrece, sino desde la totalidad y organizarse políticamente en esa perspectiva.
* Miembro del colectivo Economistas de Izquierda; integró la Asamblea de Chacarita-Colegiales-Villa Ortúzar.
Fuente:Pagina12
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