26 de enero de 2012

PARANÁ: PALABRAS DE RECUERDO PARA JANO.

Jano
Tal vez nadie se acuerda del tipo que iba al frente de las marchas. Con el chaleco verde. Cortando el tránsito. Así lo conocí. En los meses difíciles de 2001. Previos al diciembre trágico. De día con el mortero de las bombas. De noche con la brocha y el engrudo.
Corto, robusto, barrigón. Con ese rasgo tan de los viejos de usar los pantalones por encima del ombligo, musculosa y alpargatas. De coronilla descubierta, barba rala sin bigote, nariz ganchuda y unos enormes anteojos culos de botella delante de un par de ojos negros grandotes. Siempre con un Parisiennes entre los dedos.
Ese tipo se fue un lunes ya hecho martes. De este enero agobiante. Habrá dicho alguna cosa antes de acostarse. Tal vez una broma, como era su costumbre, y marchó a la cama. Y no se levantó más. Fue una muerte inesperada –¿acaso alguien espera que le llegue la muerte?–, sorpresiva, indolora. Se fue sin decir nada. Sin despedirse.
Llevaba un tiempo sin verlo. La última vez fue el día de la sentencia en el juicio por robo de bebés. Nos saludamos al paso y nos prometimos juntarnos aunque sin demasiada convicción. No éramos amigos pero nos había pasado lo que a tanta gente en el último tiempo: él se había vuelto un kirchnerista ciego y yo no. La actualidad política, entonces, no era un buen tema de conversación. Nos ganaba el miedo: no peleábamos pero para qué caer en la tentación.
Es un buen tipo. Me cuesta pensarlo en pasado. Era un buen tipo. De esos que apretaba la mano al estrecharla. Apasionado en las discusiones. De voz gruesa. Pero no solo de voz gruesa. Era una voz que cargada las palabras de fuerza y contenido.
Una vez lo entrevisté, cuando Afader cumplió 10 años. Siempre pensé en él cuando buscaba una representación para la segunda “a” de Afader: Asociación de Familiares y Amigos de Desaparecidos Entrerrianos y en Entre Ríos. También cumplía años el Monumento a la Memoria de la Plaza Sáenz Peña. Amanda ya no estaba y él había sido su colaborador incansable, el soldado que la acompañó en esa batalla.
“La realización del monumento tuvo muchas controversias y críticas de otros organismos de derechos humanos que sostenían que no había que hacer monolitos ni estatuas sino reclamar la restitución, con la consigna ‘aparición con vida’, de manera que hacer un monumento generaba un gran rechazo en esos sectores”, me contó esa vez.
El Registro Único de la Verdad, en sus primeros pasos, también lo encontró. Fue detallista para reconstruir la causa Área Paraná. Pasaba horas en la piecita del fondo leyendo declaraciones y cruzando datos que sirvieran para rearmar el rompecabezas. Las acusaciones que presentaron los abogados querellantes tienen su sello. Cuánto más difícil hubiera sido sin sus obsesivas planillas con nombres de víctimas, victimarios, carceleros, lugares, salidas, casas de torturas, regresos.
En otro momento hizo trabajo de pico y pala, en el cementerio y en una casa de torturas recién descubierta, buscando huellas debajo de la tierra; y marchó al Hospital Militar, con pincel y paciencia, a buscar al hermano de Sabrina cuando se lo suponía muerto.
A veces se deprimía. Los amigos, una cerveza, un cigarrillo o una caña de pescar en alguna costa lo sacaban del bajón. Pero nunca se escapaba por muchos días. No podía alejarse de la casa por tanto tiempo. Quién se ocuparía sino él de los viejos y la hermana discapacitada. Quién lo hará ahora que ya no está. Ahora que Jano se fue. En silencio. Sin despedirse. Y se lo va a extrañar. ¡Puta, que se lo va a extrañar!
Juan Cruz Varela
Envío:Agndh

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