14 de abril de 2012

EL SALVADOR.

viernes 13 de abril de 2012
Una generación desaparecida a la espera de justicia y dignificación
Por Gloria Silvia Orellana (COLATINO)
Sus ojos tristes enmarcan su tímida sonrisa. A sus 35 años, Elsy Dubón pertenece a una generación de niñas y niños que sufrieron el “desaparecimiento forzado”, a manos del ejército durante el conflicto armado en la década de los años ochenta.

Dubón se reencontró con sus familiares gracias a la iniciativa del Padre Jesuita Jon Cortina y un grupo de madres y padres, que crearon Probúsqueda, luego de la firma de los Acuerdos de Paz, para auxiliar a las víctimas y dignificar la memoria de miles de salvadoreños reuniéndoles con sus familiares. .

El operativos “Tierra Arrasada”, es una pesadilla recurrente para Elsy. “Recordar mi pasado me debilita emocionalmente”, afirmó, no obstante está convencida de haber encontrado la paz para su alma.

“Creo que cuando todo lo que me rodea … me acepte tal como soy, que no me discrimine nadie por mi pasado, entonces será cuando el sol brille para mí”, reflexionó.

- ¿Cómo te recordás, de cuando eras una niña?
- Era un niña normal. Hacía travesuras, era la última de mis hermanos, era la consentida de mi papá (Marcelino Dubón).

- ¿Por qué eras la más consentida?
- Era la única blanquita y la más tiernita. En ese entonces me tenía más consideración; me daba su cariño, sus caricias, me andaba chinchineando, me decía “mi pelito de oro”, esas cosas bonitas.

Nací en el caserío Los Filos, Arcatao, Chalatenango, ya casi en Honduras. Mis cinco hermanos se llaman: Orlando, Tulio, Tobías, Marlene, y Ernesto

- ¿Cómo era tu vida en el campo?
- Nuestra vida era humilde pero feliz, siempre en la época de los marañones asábamos las pepas (semillas) y mi hermano mayor organizaba todo para comer.

Para el 24 de diciembre, celebrábamos con muchos tamales de gallina, siempre para navidad mi papá llevaba un garrobo y me hacía la broma que lo comiera como pollo – y yo sabía que era eso- me negaba, se reía y decía que tenía sangre azul, porque no me gustaban las cosas monteses – la verdad, mi papá era muy especial conmigo-

- ¿En qué momento cambió tu vida?
- Las cosas cambiaron cuando tenía mis cinco años cumplidos. Era marzo cuando mataron a Monseñor Óscar Arnulfo Romero (24 de marzo), eso fue bien comentado en el pueblo.

Estaba enferma y mi mamá me andaba chineada, cuando llegó mi tía Marta, nos dijo que estaba dando una misa y le habían disparado un francotirador.

Ella llevó la noticia de la muerte de Monseñor Romero, y tengo presente ese recuerdo de mi mamá que unos minutos antes dijo “Vaya mataron a Monseñor” y luego lloró, mientras yo estaba en sus brazos. -le decía- ¿por qué llora?, no lo entendía.

Ese día mi mamá me tenía que llevar al pueblo a la consulta pero no pudo, porque los enfrentamientos eran más difíciles y no podíamos movilizarnos así que, ese día me preparó una medicina natural que ella preparó.

- ¿Influyó el asesinato de Monseñor Romero en sus vidas?
- Totalmente. Cuando mi padre llegó esa noche, mi madre le dijo que había estado enferma, me chineo, luego los mire a ellos llorando; pero no entendía en ese momento la magnitud de esa muerte, no sabía el valor que tenía Monseñor Romero, solo tenía cinco años.

- ¿Cuándo decidieron salir de sus hogares?
- Al ocurrir el asesinato de Monseñor Romero, una tía llegó y le dijo a mi papá que teníamos que irnos, porque las cosas se iban a poner peor. Mi mamá comenzó a hacer un montón de tortillas, para llevarlas como comida, y en la noche nos fuimos de nuestra casa, nos movilizamos en grupo para protegernos y llegamos al caserío Chupamiel.

Siempre andaba cerca con mi papá, porque sabía que en su cebadera siempre tenía un dulce para mí, y con los adultos vi que esa tarde pasó un cordón militar por el caserío, comenzamos a caminar y caminar medio escuchábamos un helicóptero y corríamos a refugiarnos, era verano.

- ¿Cuánto caminaron?
- Caminamos cinco noches. Recuerdo que en las mañanas dormíamos, no había otra cosa que hacer, no podíamos hacer humo, fuego y las tortillas nos tocaba comer solo con sal. No podíamos comer o tomar algo calientito y se comía lo que encontraba a nuestro paso.

Llegamos a Nueva Trinidad, y ahí nos refugiamos, en ese momento iba con todos mis hermanos y mi mamá, tía Cristina, mi abuelita y la familia de Francisco Ábrego, Marta, Angélica y otras dos niñas.


-¿Cómo era esa vida?
- Difícil, mi papá siempre andaba cargando nuestra ropa, llevaba dos barrilitos de cartón con aros de aluminio y mi mamá le exigió que los dejara porque lo podían matar y se quedó enterrándolos y nos alcanzó una noche después.

Yo preguntaba siempre a mi mamá ¿y mi papá? ya a venir me repetía. La noche que llegó dormí abrazada a mi papá, porque creí que lo habían matado. Mi madre le dijo esa noche, tenemos que irnos a Chalatenango y, de ahí agarrar para San Salvador.


- ¿Los atacaban?
- Oíamos helicópteros, que tiraban bombas así que nos refugiábamos de inmediato en los arbustos; pero un día llegamos a un lugar que se llama Patamera, estuvimos aproximadamente mes y medio, no puedo decir cuánto tiempo, porque hasta estudiamos, ahí la situación había cambiado.

- ¿Por qué?
- Todos los días se reunían los mayores para discutir si irse o quedarse, era lo mismo llegaban los helicópteros a bombardear; corríamos a escondernos y muchas veces nos exponíamos.

Si ellos detectaban movimiento ahí, nos tiraban las bombas, entonces mi papá dijo que no podíamos seguir así, pero igual tenía un sembradío, pero al final lo tuvo que dejar.

Ese día fue como histórico por lo doloroso e impactante. Andrea tenía su hermana mayor Carmen y yo a mi hermana Marlene y jugábamos juntas con nuestras muñecas que hacíamos de palo o trapo. Ese día las mandaron a traer agua a ellas y nosotras decidimos ir y hacer travesuras, empezamos a caminar a traer agua.

En ese momento pasaron por las casas diciendo que no tendieran ropa de color o blanca porque llamaba la atención y podían atacarnos pero una señora acababa de tener un bebé tendió los trapitos con los que envolvía al niño, cuando escuchamos el helicóptero.

Carmen, Marlene y yo, nos metimos debajo de los arbustos, sin movernos, pero Andrea se adelantó y dijo “No, yo me voy para la casa”, y cabal, ella llegó a la casa donde tiraron la bomba, las esquirlas se extendieron y le cortó la mano a Andrea.

- ¿Y qué ocurrió luego?
- Mi mamá salió a buscarnos, porque le llegó la noticia, que una niña le había pasado eso; mi mamá me encontró debajo de los arbustos y me agarró del pelo, -quizás de los nervios de ella- y Andrea recibió atención médica y le quedó una buena parte del brazo demolido fue imposible que se lo salvaran, se lo amputaron. Ella y yo teníamos solamente cinco años. Eso decidió a mi padre a marcharnos del lugar.

Ese fue el último día en que compartí con todos mis hermanos, comenzamos a caminar nuevamente, habíamos caminado solo tres noches y llegamos a un lugar llamado Chichilco, como a las tres de la tarde y no teníamos que comer.

- ¿Cómo ocurrió la separación de tu familia?
- Seguimos caminando y esa fue la última noche que camine con mi papá, mi madre le dijo que me cargara porque no podía andar ya de la mano con mi hermana y yo.

Me tomó e iba en los hombros de él, recuerdo que encontramos a dos soldados y dije –ellos nos van a poner en mal y nos van a matar-, sin saber realmente que era matar.

Me dormí y desperté en un cañal, todos estaban, le pedí a mi papá: papito dame un pedacito de caña, y a morderla iba cuando se dieron cuenta que nos echaron un cordón militar.

- ¿Y que ocurrió?
- En la huída de todos, mi papá le dijo a mi madre “tengo que llevar comida para los niños” y me agarró de la mano y corrimos, mi mamá le dijo: cuida a la niña.

- El sonido de las balas cerca de mis oídos aun los recuerdo muy bien, que hasta me estremece pensar que me hubiesen podido matar. Por alguna razón mi papá no tomó el mismo camino, se fue por otro lado, para acortar el camino para salir adelante y se tiró un barranco, puso mal el pie y nos fuimos rodando en un barranco.

Se levantó y se sacudió bien preocupado revisando que no hubiera pasado nada. Le dije, no papito, no tengo nada. Y llegamos a un lugar donde había un piñal, él corto una piña y la echó a su cebadera y con su machetío, comenzamos a caminar.

Ya no escuchábamos el sonido de las balas, me bajó de sus hombros y me puso a un lado, entonces, le di la espalda cuando desde una casita le dispararon, como tenía ratos de no escuchar balazos, me asuste y vi que cayó al suelo.

Corrí hacia él para abrazarlo, le decía que no me dejara y él me tomó la mano y me dijo que “hiciera todo lo que ellos (soldados) me dijeran”, encima de mi papá y toda llena de sangre que le salía lo abracé.

- ¿Fueron los militares?
- Salieron dos soldados de la casa y me agarraron del pelo y me tiraron a un lado, me les hinque y les pedía que no me fueran a matar, desnudaron a mi papá, y comenzaron a torturarlo.

- Hasta un punto que le cortaron la cabeza frente a mí, y al ver eso, yo me puse así, como loca y uno de ellos llegó y me dio una pastilla y de ahí no recuerdo nada,

Desperté, hasta las once de la mañana del siguiente día que, ya estaba en un campamento militar. Crecí y siempre he pensado que me han pasado tantas cosas y aun no sé dónde quedó mi papá y eso es aún doloroso para mí. Y lo importante del trabajo de Pro-Búsqueda de reencontrar a las familias.
Fuente:Argenpress

No hay comentarios: