8 de abril de 2012

Entrevista. Horacio Jaunarena. Ex ministro de defensa de Alfonsín.

Entrevista. Horacio Jaunarena. Ex ministro de defensa de Alfonsín
Año 5. Edición número 203. Domingo 8 de abril de 2012
Por Eduardo Anguita
eanguita@miradasalsur.com
Derechos humanos. Jaunarena avala la actual política oficial.
A veinticinco años del levantamiento militar de Semana Santa, el ex funcionario sostiene que la gestión de Alfonsín sirvió para preservar la democracia y que el contexto de aquel tiempo era muy distinto al actual.

Horacio Jaunarena era el ministro de Defensa de Raúl Alfonsín cuando se produjo el primer levantamiento militar, en la Semana Santa de 1987. Como testigo privilegiado de aquellas jorandas, relató en el programa Hoy más que nunca –de Radio Nacional– los pormenores de las negociaciones que entabló el ex presidente con los militares encabezados por Aldo Rico, que pretendieron atentar contra la incipiente democracia de entonces.
–¿Cúales son los primeros recuerdos que le vienen a la memoria de aquellas jornadas de Semana Santa?
–Lo primero que me viene a la memoria es la tremenda conmoción que provocó en la sociedad argentina de aquel tiempo. Porque por primera vez desde la reinstalación de la democracia un grupo de oficiales del ejército se amotinó y se refugió en campo de mayo en la escuela de infantería.
–Da la impresión que la Ley del Punto Final que se sancionó unos meses antes funcionó como un catalizador ya que fijaba un plazo perentorio para que los fiscales pudieran sumariar toda la acusación sobre los militares.
–En realidad, toda la secuencia fue así: antes de asumir la presidencia, Alfonsín anunció en un acto en Ferro, en octubre del ’83, que iba a encarar la sanción a quienes habían reprimido ilegalmente durante la dictadura; distinguir entre quienes habían dado las órdenes y quienes las habían cumplido. En esa época la otra postura era la del candidato del justicialismo Ítalo Luder, quien sostenía la necesidad de respetar la ley de autoamnistía que habían dado los militares antes de retirarse del poder. El Parlamento votó después una ley que reforma el Código de Justicia Militar, pero en realidad los efectos que le produjo esa ley no eran los deseados ya que se producían verdaderas complicaciones en la Justicia para una infinidad de gente del ejército en tiempos de la represión. En consecuencia, se dictó la Ley de Punto Final que ponía un plazo perentorio de sesenta días según las cuales aquellos que no fueran citados en ese lapso quedaban eximidos de toda la posibilidad de ser enjuiciados posteriormente. Esto produjo un efecto búmeran porque los jueces, para evitar precisamente que quedara alguna persona fuera de sospecha o de juzgamiento, citaron masivamente a una infinidad de oficiales y suboficiales del ejército y de la armada y esto produjo un efecto de enorme intranquilidad. Hay que ubicar en el contexto que estaba viviendo la Argentina en esos tiempos, mientras Videla estaba preso en la Argentina como consecuencia del fallo de la Cámara que ya se había dictado, Pinochet era senador de la Nación en Chile. Uruguay había dictado la amnistía, Brasil había hecho otro tanto y en el mundo, salvo en la Alemania de Posguerra, no había ningún antecedente de un gobierno democrático que, con el apoyo del pueblo, había logrado enjuiciar a los principales responsables de la violación de los derechos humanos durante la represión. En este contexto es donde se producen los hechos de Semana Santa.
–Fue en Córdoba donde se inició lo de Semana Santa porque Ernesto Nabo Barreiro había sido citado por la fiscalía y fue el primero que amotinó a un grupo de oficiales.
–Sí, en realidad lo que hizo Barreiro fue no presentarse en la Justicia y se refugió, efectivamente, en el ámbito militar y ahí fue el inicio del problema. Hasta ahí la cosa pasaba por un oficial que se había refugiado en una unidad militar que no lo entregaba, razón por la cual lo dimos de baja inmediatamente. Pero no hubo nada más que eso. La situación grave se produjo en la Escuela de Infantería, cuando Rico, que era el que comandaba el motín, se trasladó a la escuela y ahí se sublevó con una cantidad de oficiales que lo secundaban.
–En el libro que usted publicó el año pasado sostiene que aquella frase de Alfonsín: “La casa está en orden”, no fue bien interpretada. Me gustaría que usted mismo lo explicara.
–Creo que lo más importante de todo es que creo que Semana Santa produce un quiebre en la historia de las relaciones cívicomilitares en la Argentina porque hasta Semana Santa muchas veces las rebeliones militares, los planteos que se hicieron, pasaban relativamente de manera indiferente para la gente. La gente compraba fideos y se iba a ver televisión y la gente, después de la experiencia de la dictadura, cuando intuyó que la democracia estaba en peligro se volcó masivamente a las calles, no solamente en Buenos Aires sino en todas las plazas del país y yo creo que ese elemento fue el que precisamente nos dio la fuerza que tuvimos para poder sofocar esa rebelión y que, además de ello, teníamos una dificultad porque las fuerzas del ejército no se plegaban a Rico pero tampoco querían tirar contra los que se habían amotinado. El día anterior a que Rico se rinda, Alfonsín me pide que me reuna con Rico y me da dos misiones: reducir a los amotinados y que no hubiera sangre porque había un riesgo muy grande. La gente que apoyaba masivamente al gobierno y a la democracia estaba yendo hacia Campo de Mayo y si se llegaba a desbordar teníamos un grupo de oficiales armados hasta los dientes, y en un momento podrían registrarse escenas de tiros y terminar todo con muchas muertes. Una de las obsesiones de Alfonsín era reducir a los rebeldes sin que corriera sangre. Cuando él, finalmente, recibe el domingo al cuerpo de amotinados rendidos, vuelve a Plaza de Mayo y dice que la casa está en orden y que no hubo sangre en la Argentina. Este último párrafo no fue recordado con la fuerza que fue recordado “la casa está en orden”. Creo que vale la pena recordarlo porque Semana Santa del ’87 fue una semana en donde la democracia estuvo en riesgo y donde la Argentina demostró a través de sus habitantes que no le era indiferente la suerte de las instituciones.
–¿La Ley de Obediencia Debida y todo lo que pasó después ayudó a consolidar la democracia o fue ceder terreno ante los carapintadas?
–Si uno analiza aquellos tiempos con los parámetros actuales no sirve, no vale la pena. Hay que estar en aquel tiempo, en aquellas circunstancias, en el orden nacional y en el orden internacional. No existía la doctrina de la violación a los derechos humanos conceptuada como delito de lesa humanidad. De tal manera que estábamos manejándonos en un terreno prácticamente desconocido. La consecuencia que produjo la Ley de Obediencia Debida fue precisamente lo que sucedió luego, cuando Rico quedó preso, se escapó y se refugió en Monte Caseros. Ahí sí la ley ya había sido dictada y hubo un ejército que estaba dispuesto a defender la legalidad, tal es así que Dante Caridi que era el jefe del Ejercito avanzó con una columna en Monte Caseros y lo rindió a Rico por la fuerza de las armas. Así que digamos que hay un punto de inflexión en donde el ejército masivamente se pliega a la defensa de la institución de la democracia. Hay un elemento interesante para analizar, cuando Rico se sublevó nosotros no podíamos, no teníamos capacidad de tiro, porque el ejército no quería tirar contra sus camaradas. También es cierto que no se le plegaron a Rico muchos oficiales, de modo que eso incidió en la decisión de Rico para que se rinda. Es decir, se rindió porque el pueblo no permitió que avanzara y porque el resto del ejército, si bien no tiraba contra él, no se plegó. Si se dieran hoy las condiciones de aquel tiempo con la suma de complejos problemas que estábamos enfrentando y con la necesidad de salvar la democracia y la justicia, yo creo que haría exactamente lo mismo.
–¿Cómo ve hoy todo lo que ha pasado con el enjuiciamiento y ladoctrina de derecho penal que ha asumido la Argentina al considerad aquellos delitos como crímenes de lesa humanidad?
–En líneas generales, creo que la Justicia tiene que resolver todos los temas que tiene pendientes. Para mi gusto tendría que apurarse los tiempos, no para asegurar impunidades, sino para que se sustancien los juicios correctamente. Esto es una necesidad que sale de las propias exigencias internacionales donde se sostiene que la gente en general, sea culpable o inocente, debe saber acerca de su destino en un plazo razonable. Creo que habría que acelerar los tiempos de la tramitación de la causa, pero creo que en líneas generales la política de derechos humanos que se está siguiendo es la correcta. Para mi gusto lo único que habría que incluir en esta historia es la acción de muchos jóvemes que protagonizaron hechos de violencia en los ’70. No para enjuiciarlos porque a mí me parece muy bien que se hayan incorporado a la democracia. Pero me parece que, más allá de los ideales que representaban, cometieron muchos hechos de violencia y lo que tendría que quedar escrito en la memoria de los argentinos es que esos hechos existieron y que la violencia jamás debe ser vuelta a emplear para enfrentar argentinos contra argentinos.
–Usted está en condiciones de trasmitirnos, ¿qué sentimientos tuvo Alfonsín con el correr de los años respecto de aquellos episodios, un sentimiento de que había hecho lo correcto o un sentimiento que a lo mejor pudiera haber hecho alguna cosa distinta?
–Yo creo que Alfonsín siempre pensó que hizo lo que había anunciado en octubre del ’83. El radicalismo no hizo más y no hizo menos de lo que había anunciado en el ’83. Y acá está el viejo dilema de Weber entre la ética, la responsabilidad de ética de las convicciones. Se hizo esto para defender la vida y la vigencia de la justicia. A lo mejor si hubiéramos ido por más habríamos ganado en justicia. Pero hubiéramos perdido la vida ahí y una justicia sin vida no sirve para nada. Alfonsín estaba convencido que hizo hasta donde pudo, dada las circunstancias en que estaba desenvolviéndose la historia. Esa es la sensación que tengo a través de los muchos años que después estuvimos juntos con Alfonsín. Es interesante que le cuente que para mí fue un honor enorme que O'Donnell presentara el libro, en este momento está saliendo la segunda edición. Esto demuestra que también a los argentinos les gusta tener memoria.
–¿A lo largo de estos años se reunió o tuvo contacto directo con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo?
–No. Yo tengo y tuve siempre una buena relación con Estela de Carlotto, por ejemplo. Recuerdo que ella en el sepelio de Alfonsín rindió un homenaje al ex presidente en su muerte. Graciela Fernández Meijide recordaba por ejemplo que era el único político que había formado parte de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos en tiempo que había que poner la cara y algo más para defender a los presos políticos. Pero no tuve realmente, en aquel tiempo, una expresión de repudio. Sí en algún momento, sobre todo la línea de Hebe de Bonafini, protestaron contra esta ley. Es lógico, es opinable, nosotros hicimos lo que creíamos que teníamos que hacer para defender los derechos del pueblo.
Fuente:MiradasalSur

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