11.04.2012
La Radio Nacional. Voces de la historia. 1937-2011
Una narración oral de la historia de la Argentina y los argentinos
Junto a Susana Pelayes y un equipo, Carlos Ulanovsky recopiló en un grueso volumen la historia de Radio Nacional desde sus orígenes a hoy. Opiniones de un radiómano confeso que rescata voces de la historia nacional.
Por: Mónica López Ocón
Quienes fuimos chicos antes de que la tecnología convirtiera los milagros en hechos cotidianos nos preguntamos alguna vez cómo hacían las orquestas y los locutores –por aquel entonces se les decía speakers– para meterse dentro de la radio. Carlos Ulanovsky no es ajeno a la fascinación que producía esa caja oscura llena de gente sin rostro que encendía nuestra imaginación a través de su voz. Radiómano confeso, decidió hacerse cargo de su fascinación infantil y no sólo se dedicó a hacer radio, sino también a escribir sobre ella. La Radio Nacional. Voces de la historia. 1937-2011 es la última prueba de la importancia decisiva que los deslumbramientos de la infancia tienen en la vida adulta. En la aventura lo acompañó Susana Pelayes y un equipo periodístico compuesto por Mariana Antoñanzas, Adrián Fernández, Gastón Fiorda, Alberto Ronzoni y Dolores Yomha.
El grueso volumen, que viene con dos CD, uno dedicado a las voces significativas en distintas áreas de la historia nacional y otro, a las emisoras del interior, fue la forma que Radio Nacional tuvo de festejar el Bicentenario. La edición de 2010, por lo tanto, no salió a la venta, sino que se regaló a algunos oyentes, se hizo presente en la Feria del Libro y se distribuyó entre las 48 emisoras del país. Luego, la editorial Colihue se interesó por el libro y se hizo uno nuevo para ser vendido al público. Para este volumen, que hoy se puede adquirir en las librerías, se completó el período 2010 y se agregó el año 2011 como un nuevo capítulo. Un libro destinado a los amantes de la cajita llena de voces para guardar en la biblioteca al lado de Días de radio, el otro libro-monumento escrito por Ulanovsky sobre el medio.
–¿Qué significó para vos hacer este libro?
–Para mí los libros siempre han tenido algo de aprendizaje, y creo que esto también ocurrió con este libro, con la particularidad de que hubo algunas cosas que me parecieron providenciales. Por ejemplo, uno de los integrantes del equipo descubrió en el subsuelo de Radio Nacional, tras una puerta oculta, una serie de cuadernillos encuadernados que eran la programación de la radio. Abarcaban la programación desde 1938 a 1988, es decir, 50 años. Era algo increíble porque hablaban de una época en que la radio les ofrecía un servicio a sus oyentes, les decía “esta es la programación” y los oyentes compraban, a un precio muy bajo, la programación mensual. En la tapa siempre había una reproducción de la obra de algún pintor o escultor argentino. Tenían, además, algunas notas mínimas, por ejemplo, alguna referencia a alguna fecha patria del mes. Evidentemente era un momento de la Argentina en que la gente tenía tiempo de sentarse en su casa a programar lo que iba a escuchar en la radio. Evidentemente, Argentina era otro país.
–¿Y esa colección encuadernada no estaba inventariada?
–No, fue un hallazgo que sirvió como base de datos para armar el libro. De otra manera se nos hubiera hecho muy cuesta arriba tener la información porque cuando fuimos a los diarios, nos dimos cuenta de que Radio Nacional, que primero fue Radio del Estado, no existía en la información. Lo mismo sucedía con las revistas. Sólo les daban bolilla a las radios más estelares: El Mundo, Belgrano, Splendid, pero no a la radio oficial.
–Es un buen ejercicio de la memoria que haya un libro como este.
–Sí, a mí me gusta decir que este libro es un servicio que intenta poner en valor cierta parte del patrimonio de Radio Nacional o de Radio del Estado no debidamente reconocido o no debidamente incluido en la historia de los medios. El lugar que ocupó esta radio puede ser discutible para muchos, pero sin duda, fue un lugar único, porque durante muchos años fue la portadora del repertorio más amplio y más profundo de lo cultural, desde la música, desde el teatro, en fin, desde todas las voces de la gente de la cultura.
–Una de las cosas que llaman la atención del libro son los testimonios, por ejemplo, el de Sergio Renán y de tantos otros para los que la radio forma parte de la memoria de infancia. ¿Hay una relación especialmente afectiva con la radio que no se da de la misma forma con la televisión?
–Me parece que sí. Cuando comenzamos a pedir esos testimonios la gente demostró tener un vínculo social, familiar y estético con Radio Nacional. Era la radio que se escuchaba en la casa. Además, como dice María Seoane en el prólogo, esa debió asumir todas las idas y vueltas, todas las contradicciones que ha tenido el Estado nacional a lo largo de 70 años.
–En su testimonio Marcos Mundstock objeta precisamente eso, el hecho de que esté supeditada a los gobiernos de turno. ¿Pero de qué otra forma podría hacerse una radio que tenga realmente peso cultural sin que sea una radio pública?
–Creo que en este momento la Radio Nacional está cerca del logro de ser representante de lo público porque intenta mostrar intereses variados. Hoy no es una radio cultural, sino general con tres FM temáticas en la capital que son la
Folklórica, la Rock y la Clásica, más la radio argentina en el exterior más las 48 emisoras del interior. En conjunto está alcanzando el rol de radio pública. Cuando uno escucha el disco compacto del interior, se da cuenta claramente de que la radio es un servicio, porque cambia según el lugar en que se la escuche y en algunos sitios está cubriendo ciertas necesidades que no las cubre ningún otro organismo. Es correo, por ejemplo.
–O es la voz de alguien que le quiere informar a su familia que llegó bien al lugar al que tenía que ir, como se escucha en el CD dedicado a las emisoras del interior.
–Sí, ese tipo de información es muy habitual.
–¿Cómo nace Radio Nacional que primero fue Radio del Estado?
–Nace en 1937 a partir de que el Estado les exige a las emisoras de entonces casi como un servicio, como una devolución, dos horas diarias de información oficial. Entonces, cuando le dan la licencia a Radio El Mundo, que era en su origen una empresa inglesa también editora de diario El Mundo, los directivos de la radio dicen: “No queremos transmitir dos horas de información oficial. A cambio les proponemos armar una radio completa para que hagan lo que quieran. Buscan una frecuencia y transmiten lo que quieren.” Y así fue. En el entrepiso del Correo Central, en Lavalle y Bouchard instalan una radio que fue Radio del Estado.
–¿Cuál creés que es uno de los grandes aciertos del libro?
–Haber convocado, por decisión de María Seoane, a todos los directores desde la democracia a hoy. Ninguno dijo que no y creo que lo rico es leer esos testimonios y enterarse a través de ellos de todas las limitaciones que tiene una radio oficial, una radio pública, las dificultades para realizar el proyecto de cada uno.
–¿Cuáles son esas limitaciones?
–Del 2003 a 2005 fui director de Radio de la Ciudad. Ahí aprendí que, como debe de suceder, estoy seguro, con casi todo lo público, lo primero es el “no se puede”. Cada vez que proponía algo, con una sonrisa y mucha amabilidad me decían “No, Carlos, olvidate, no se puede”. Finalmente, muchas de las cosas que supuestamente no se podían hacer, se hicieron. Desde chico yo soy un “radiómano” y recordaba que en la infancia escuchaba funciones transmitidas desde los teatros en directo. Entonces dije: “Quiero hacer eso.” Me dijeron “no se puede, hay que pagar horas extra, estoy y lo otro”. “Bueno –dije– pagamos horas extra”. La mayor limitación hubiera sido una dificultad técnica, pero no la había. No podíamos pagar derechos, pero les dábamos segundos de publicidad, para lo cual tuvimos que pedir permiso, porque la radio pública no podía hacerlo. De esta forma se promocionaba la obra y teníamos derecho a transmitirla una vez que salía de cartel. Me parece que está demasiado instalado el “no se puede”. Además, aquí hay una historia de legitimación de lo privado estimulada desde diversos sectores. Durante años y años nos dijeron que lo público era una porquería y que lo que había que hacer era achicar el Estado para agrandar la Nación. Creo que con los años las cosas se están poniendo en otro sitio. Hoy lo público tiene reconocimiento. La gente mira con otros ojos Canal 7, Encuentro y Paka-Paka y seguramente hay mucha gente que ve con buenos ojos lo de la televisión digital abierta. Con sus claroscuros que son los del Estado, Radio Nacional ha sido una gran transmisora de cultura. Transmitió todo el repertorio que te puedas imaginar de teatro universal, todo el catálogo de la música clásica y popular y desde Borges para abajo todos los grandes intelectuales del país pasaron por ella.
–Me resultó emocionante escuchar en uno de los CD la voz de Alfonsina Storni.
–Sí, Susana Pelayes que fue mi compañera en este libro es la jefa de los contenidos de Radio Nacional. Si viene una fecha relacionada con Bioy Casares, la llamo y le digo que busque algo de él y es seguro que en el archivo de la radio hay algo. No sólo están todas las audiciones, sino los discursos de todos los presidentes desde el año 37 para acá.
–Renán dice en su testimonio que la estética de la radio cuando él era chico remitía a la solemnidad que hoy tiene Marcos Mundstock para presentar Les Luthiers ¿Esa estética engolada era propia de la radio pública o era una estética general?
–Era una estética de la radio en general. Recién en los 60 Hugo Guerrero Marthineitz transgrede la orden finisecular de no improvisar y recibe las sanciones consecuentes. Improvisar estaba prohibido. Es lo contrario de lo que sucede hoy. En cada una de las radios había una oficina que se llamaba Oficina de Continuidades en la que se escribía todo lo que salía al aire, hasta los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches. Muy raramente alguien improvisaba y cuando lo hacía, era sancionado. Hubo un caso famoso, en el año 47, en un programa de preguntas y respuestas en que se le preguntó a la participante cómo se llamaba una parte del hombre que evoca una fruta. La respuesta era la nuez de Adán. La participante dijo “la banana” y fue un escándalo tremendo. Con los años, la radio pasó a ser lo que es hoy, un escenario de espontaneidad en el que se lee poco y nada, aunque todo lo que yo digo lo leo, lo escribo antes. No me parece mal, porque escribir es mi oficio de origen y me permite decir lo que realmente quiero decir.
-¿Qué otros signos de formalidad extrema había?
- El Radio Cine Lux de Radio El Mundo, por ejemplo, iba en vivo los sábados por la noche en el auditorio de Maipú 555 que todavía existe, se hacía con iluminación teatral –totalmente inútil– y los locutores iban de esmoquin y las locutoras, de vestido largo porque iba público.
-¿Dónde situás la época de oro de la radio?
–Entre 1935, que fue cuando nace Radio El Mundo a imagen y semejanza de la BBC de Londres, y 1960 en que comienza a ser desplazada por la televisión y tiene una crisis severísima. En 1951 ya había televisión, pero era sólo Canal 7. En el ‘60 se instalan dos nuevos canales, en el ‘61, un tercero y en el ‘66, un cuarto. Los grandes nombres de la radio se van a la televisión, el radioteatro se convierte en teleteatro. La radio tuvo que buscar una salida. Surge el Fontana Show que instala un género que revitaliza la radio y que tiene muchísima vigencia hoy. Es el género del magazine en el que se supone que cabe todo. Es una radio arrevistada con más características de diario en la primera mañana que luego, con el correr del día, va teniendo un tono más laxo. Hoy la radio tiene mucha identidad porque está muy pegada a lo que pasa, tiene mucha información. Uno se entera al segundo de lo que está ocurriendo en la Argentina y en el mundo. Por supuesto, con ciertas limitaciones como que tiene poca producción propia, se basa demasiado en los diarios y los canales de noticias. La radio hoy es, sobre todo, informativa.
–¿Cómo era tu relación con la radio cuando eras chico?
–Me crié en una familia de clase media que no era muy librera. Era una casa donde entraban un par de diarios por día y varias revistas por semana. Se escuchaba la radio como hoy se mira televisión. Mi padre venía de su trabajo al mediodía y almorzaba en casa, cosa hoy impensable. Entonces, tanto a la hora del almuerzo como de la cena escuchábamos radio. Creo que no hubiera podido hacer un libro como Días de Radio si no hubiera escuchado radio desde los cuatro años. En ese entonces Quique Pesoa nos prestó unos sonidos maravillosos. Uno era el de “el órgano que habla”. Era un mexicano ciego que tocaba el órgano, y realmente parecía que el instrumento hablaba. Por ejemplo, decía la letra de un bolero. Cuando lo escuché, pensé: “Puta, era todo verdad, no lo había soñado. Esto existió de verdad.”
Fuente:TiempoArgentino


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