“Debemos investigar lo que permita resolver nuestros problemas”
Año 5. Edición número 228. Domingo 30 de septiembre de 2012
Por
Gabriel Bencivengo
gbencivengo@miradasalsur.com
Un desafío. Que los instrumentos no sustituyan a la política.
Entrevista. Hernán Thomas. Doctor en política científica. La dependencia económica también se refleja en la construcción de las agendas científica y tecnológica. Ganar autonomía y ensanchar los sectores con ventajas comparativas se presentan como imperativos centrales para el desarrollo social.
Debemos armar una agenda científica y tecnológica que procure resolver los problemas tecnoproductivos locales y regionales”, afirma Hernán Thomas, doctor en política científica por la Universidad Estatal de Campinas (Brasil), investigador independiente del Conicet y director del Área de Estudios Sociales de la Tecnología y la Innovación de la Universidad de Quilmes. La afirmación apunta a un tema central: cómo se orienta la investigación. “El problema nace en el mismo laboratorio y continúa por el lado del Estado cuando evalúa qué proyecto conviene financiar y cuál no. En una primera etapa, se priorizó el rescate de una base científica y tecnológica deteriorada. Para eso se aumentaron los salarios y los subsidios para la adquisición de equipamiento. Con el Programa Raíces, se repatrió a unos mil científicos. Ahora, viene la segunda etapa, que consiste en armar la agenda”, señala Thomas.
–¿En qué etapa de formación está esa agenda?
–Arrancando. En general, para la aprobación de un proyecto, lo que se tiene en cuenta es el pasado académico del científico y el número de publicaciones que consiguió en las revistas especializadas de Europa y Estados Unidos…
–La Argentina aumentó en forma notable la cantidad de publicaciones…
–Porque fue al encuentro de los intereses que expresan esas revistas, que son financiadas por la industria y el sector público estadounidenses. Prestigio tenemos, pero no sabemos traducirlo en innovación. Terminamos subordinados a las agendas de esas publicaciones, que a su vez están subordinadas a intereses tecnoproductivos extranjeros. No es extraño que casi todo lo que investigamos no tenga aplicación local, o que buena parte sea útil para las empresas multinacionales que operan en nuestro país.
–Qué se debe hacer?
–Investigar lo que le interesa al productor local y lo que sirva a la resolución de nuestros problemas. Es la única forma de articular el aparato científico y tecnológico con el capital privado. Nadie va a resolver nuestros problemas. En algunos casos, el criterio supone reducir la exigencia en materia de publicaciones para favorecer la elegibilidad de los proyectos innovadores en tecnología.
–¿Alcanza con la construcción de una agenda propia?
–No. Además, debemos evitar que los proyectos exitosos terminen capturados por un posible socio transnacional.
–¿Cómo avalúa el panorama local en materia de innovación?
–Desde los noventa a la actualidad, la curva de patentes es casi plana. No creció. Hay muchas reválidas y solicitudes de patentes de empresas extranjeras que actúan en el país; pero la curva que expresa a los residentes locales es casi plana.
Ensanchar ventajas. Las multinacionales, que ejercen un claro liderazgo en casi todos los sectores de la economía local, tienen su capacidad de innovación y desarrollo en los países de origen. Las apuestas son de largo plazo e implican una altísima posibilidad de fracaso. El juego requiere mucho capital. “Hay muy pocas empresas nacionales en ese nivel. Una paradoja de la industrialización por sustitución de importaciones es que desalienta la innovación. Las empresas innovan poco porque no necesitan ser más competitivas. Tienen el mercado asegurado. Lo que hacen es adaptar o combinar tecnología nueva con la ya instalada”, señala Thomas.
–¿Cómo se sale de esta lógica?
–Ensanchando los sectores donde tenemos ventajas comparativas. Hay acumulada una buena experiencia en biotecnología. La biomedicina y los biocombustibles, por ejemplo, parecen apuestas lógicas. Además, tenemos capacidad pública, a través de institutos que producen conocimiento y que también podrían producir medicamentos. Hoy, hay muchos instrumentos generados por diferentes áreas de gobierno. El desafío es vincularlos en forma sistémica. Debemos evitar que los instrumentos sustituyan a la política.
–Además de orientar la agenda y darle organicidad a esos instrumentos, ¿qué otra posibilidades tiene el Estado?
–El Estado es un fuerte inductor del comportamiento de los productores. Podría usar su poder de compra para exigir niveles crecientes de calidad mediante programas que fuercen a una mayor integración local. Además, hay que seguir generando entramados institucionales para ir al encuentro de las empresas, incluidas las pequeñas y medianas.
–La relación de las empresas con los institutos de investigación suele ser problemática…
–Es cierto. El Inti, por ejemplo, nunca terminó de cerrar su papel. El Inta, en cambio, en líneas generales consiguió mejores resultados, algunos claves, a la hora de traccionar el cambio tecnológico.
–¿Cómo analiza el desempeño del sector agropecuarios y, en especial, el sojero?
–Buena parte de la tecnología que usamos en el agro tampoco es nuestra. Monsanto y Nidera cambiaron completamente el perfil productivo del sector. No sólo somos sojeros porque producimos soja, también lo somos porque existe toda una infraestructura económica y social acoplada. Sin embargo, por ahora, nuestra capacidad de transformar ese salto en una ola de desarrollo compensado no existe.
–¿Qué falló?
–Las universidades y la industria no están alineadas para hacer de la soja un producto más sofisticado. No conseguimos ensanchar el sector para transformarlo en plurisectorial. La soja desplazó poblaciones y la frontera agraria modificó los esquemas políticos... Nadie planificó. Su renta, al no haber señales desde el Estado, no se conectó con otros sectores; una condición básica para tener desarrollos balanceados como los que tienen Australia o Nueva Zelanda. La soja es un desarrollo exitoso, pero no en términos estructurales.
Acumular experiencia. “¿Voy a armar sectores para exportar o para sustituir importaciones? Son dos estrategias muy diferentes. La primera responde al esquema de la maquila: internalizo capacidad tecnológica, pero casi todo lo que produzco lo exporto. El segundo modelo implica resolver las necesidades internas y, en base a la experiencia acumulada, dar un salto hacia el mercado externo. Esta opción, aunque más lenta, es la mejor”, afirma Thomas. “Los países que exportan lo hacen en base a sectores que tienen un fuerte mercado interno. Esto implica un alto grado de soberanía sobre la tecnología utilizada y la producción, aunque sea sobre la base de ventajas estáticas”, agrega el especialista.
–Algunos sostienen que se deben aprovechar lo que suele denominarse ventana de oportunidades…
–Son los que argumentan que en determinados momentos se producen rupturas en los paradigmas. Vale decir que cuando un sector cambia por completo nadie tiene una experiencia determinante. Eso aumentaría mis posibilidades de éxito.
–En la práctica, ¿se verifica?
–No. Si no tengo experiencia previa no tengo innovación, y si no tengo mercado interno mal puedo alcanzar niveles importantes de calidad. Tampoco se verifica la teoría neoclásica, donde el conocimiento es de libre disponibilidad. Si bien es cierto que lo puedo adquirir, gran parte del conocimiento no es codificable ni transferible; y aunque pueda adquirirlo, necesito un escenario previo que soporte esa transferencia.
–Lo ideal sería no necesitar de la tecnología importada…
–Todos los países importan tecnología. El único que tiene una balanza tecnológica positiva es Estados Unidos. No es una anomalía importar más que exportar; el problema es que nuestro saldo es muy negativo. Esto significa que la forma en que producimos y que consumimos tecnología no se adecua, por ejemplo, a los perfiles de ingreso ni a la matriz energética local. Por eso insisto en la importancia de construir una agenda científica y tecnológica que apunte a resolver los problemas locales y regionales. Nadie lo hará por nosotros.
Fuente:MiradasalSur
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