El historiador Rafael Ielpi compara la ciudad violenta de las décadas del 20 y 30 con lo que se vive en la actualidad.
2 oct, 2012
Casi 130 muertes violentas en lo que va del año en la ciudad, ajustes de cuentas, sicarios que matan a plena luz del día, enfrentamientos de bandas, vecinos que derriban ‘cocinas’ de droga, complicidad policial e inoperancia del sector político… Esa es la Rosario de estos días. En los años 20 y 30 del siglo pasado, la ciudad se ganó el mote de “la Chicago argentina”, en tiempos en que Chicho Grande y Chicho Chico se disputaban el negocio de la trata y la prostitución.
“Esto no es tierra de nadie, es tierra de ellos”, resumió una vecina del barrio Las Flores hace poco tiempo para describir los estragos que el narcotráfico hace en la zona. El historiador Rafael Ielpi, autor de los libros El Imperio de Pichincha y Prostitución y rufianismo, traza un paralelo con diferencias y similitudes entre ambas épocas: “Complicidad policial, judicial y del poder político”. Resume las señales que se repiten.
El historiador asegura que se pueden establecer semejanzas entre aquellos años y la actualidad: “La expansión actual de la prostitución y la droga, e incluso de la violencia, puede ser comparada por la Rosario fundacional en las primeras cuatro décadas del siglo pasado, del 1900 al 1930 y hasta el 40 también, que en definitiva son los años que le dieron identidad a la ciudad: son los años que cobran vida el puerto, los ferrocarriles, las escuelas, las bibliotecas, la Bolsa de Comercio… Hay dos fenómenos que tienen un contacto con la realidad de hoy: uno es la prostitución, que acá comenzó fuertemente a finales del siglo XIX y principios del XX. Las circunstancias que la favorecieron eran la hipocresía de la moral vigente, sobre todo en las colectividades españolas, italiana y árabes; el puerto, que brindaba una clientela cautiva con sus marineros, y el ferrocarril, que traía mano de obra para la cosecha o trabajadores golondrina. Existió una prostitución organizada, estaba reglamentada y legalizada, con una ordenanza del 1900; fue controlada por las organizaciones de tratantes de blanca, la más conocida era la Sociedad de Varsovia, que se conformó en 1905. Estas organizaciones nacían como sociedades de beneficencia, de socorros mutuos, que bajo esa fachada para ayuda de los compatriotas crean la Sociedad de Varsovia, que era de trata de blancas, traían mujeres del centro de Europa, engañadas, incluso había remates…
—Rosario daba con un perfil ideal para esos negocios…
—Como ahora, había una red de complicidades, la Policía, la Justicia y los funcionarios públicos. El negocio era muy importante, y supongo que las coimas también. Igual, la presión de la gente, de algunos medios, que denunciaban la complicidad de la Policía y jueces, también eran consumidores de aquellos prostíbulos. Esa complicidad no ha desaparecido. Incluso, crímenes contra las prostitutas eran producidos por la Policía y no hace mucho tuvimos el caso emblemático de Sandra Cabrera, por ejemplo… La Justicia y los funcionarios públicos miraban para otro lado, hay una similitud con lo que pasa ahora. La mafia de aquella época, con la de ahora, tiene en común la violencia: se mataban entre ellos, peleas entre clanes o familias. Lo que vemos con la droga hoy en Rosario es la mafia de entonces. Lo que sí es distinto es la sociedad. Hoy se ve un fermento de irritación permanente en la sociedad: en las primeras décadas del siglo XIX había una Argentina más próspera, un apogeo de la ciudad por ser el embudo de la producción de la pampa húmeda; como hoy ocurre con la soja en las terminales portuarias.
—La mafia de las primeras décadas del siglo pasado no estaba involucrada en la droga, no era un negocio como lo es hoy…
—El problema de la droga no se lo puede comparar porque no era un flagelo. La cocaína no estaba expandida, ni había redes o carteles. La mafia nace en Rosario a finales del siglo XIX, igual que la prostitución, hasta que se organiza con la llegada del clan siciliano comandado por Juan Galiffi, alias Chicho Grande, y arma un gran clan. Sus guerras intestinas con Alí Ben Amar de Sharpe, alias Chicho Chico, produce una guerra por el poder. Gana Galiffi, quien era más inteligente, tenía perfil bajo, sin exposición pública, entendía muy bien el momento. Chicho Chico, emulando a la mafia estadounidense, se dedicó a los secuestros, eso le dio dimensión pública, que era algo que Galiffi no quería.
—¿Había un cansancio en la sociedad rosarina de entonces, se manifestaba de alguna forma?
—Siempre las sociedades se cansan, crean sus anticuerpos y los gobiernos también son presionados. En 1932 comienza el fin de la mafia. El secuestro de un estudiante rosarino de Medicina, llamado Abel Ayerza, es un punto de inflexión, porque lo encuentran muerto en un campo a pesar de que su madre había entregado la plata para el rescate. Junto a él iba un compañero de estudios y amigo, Ricardo Hueyo, hijo del ministro de Hacienda de la Nación del presidente Agustín Justo. Intervino la Policía Federal y descabezaron a la cúpula de aquí…
—Rosario fue la Chicago Argentina, ¿cree que el nivel de violencia es comparable con la Colombia de los 80 y 90?
—No creo que Rosario se convierta en Cali, Ciudad Juárez o Sinaloa. Igual, hay dos cosas: la expansión de la droga en Rosario es meteórica, te diría que geométrica, y tiene sus razones, que si no es complicidad como mínimo es omisión de quienes deberían llevar adelante políticas de Estado, creo que no hay una decisión política seria de combatirla. Desde los medios se refleja la complicidad policial… y si a eso suma la inequidad social cada vez más grande… Los bolsones de marginalidad ya no son bolsones sino grandes cordones de marginalidad, donde la falta de educación, la falta de recursos, la falta de trabajo inciden para el aliciente pasajero y fugaz de la droga, a donde se invita a un joven a vender en su barrio para obtener dinero fácil y, después, ese mismo horizonte fugaz de los dealers termina, como estamos viendo, muchas veces en la muerte, y que en Rosario se advierte mucho. Nosotros tenemos una ventaja, sin ánimo peyorativo contra nadie, pero tenemos un índice cultural alto, con altos grados de alfabetización, que de alguna manera en una sociedad grande crea anticuerpo y hace que la sociedad salga a reclamar porque está harta de las muertes, y eso puede impedir que nos convirtamos en México con grandes cárteles. Lo que hay hoy en Rosario son grandes clanes familiares que se están disputando por el dominio de la droga en Rosario y está concentrado en su mayoría en la zona sur, es decir, no hay un clan de Alberdi, un clan de Echesortu. No hay cárteles, pero sí hay clanes que no sabemos a quiénes responden en definitiva, dónde está el pez gordo. Ya no somos un país de paso, sino de consumo y producción.
Fuente:ElCiudadanoyLaGente
“Esto no es tierra de nadie, es tierra de ellos”, resumió una vecina del barrio Las Flores hace poco tiempo para describir los estragos que el narcotráfico hace en la zona. El historiador Rafael Ielpi, autor de los libros El Imperio de Pichincha y Prostitución y rufianismo, traza un paralelo con diferencias y similitudes entre ambas épocas: “Complicidad policial, judicial y del poder político”. Resume las señales que se repiten.
El historiador asegura que se pueden establecer semejanzas entre aquellos años y la actualidad: “La expansión actual de la prostitución y la droga, e incluso de la violencia, puede ser comparada por la Rosario fundacional en las primeras cuatro décadas del siglo pasado, del 1900 al 1930 y hasta el 40 también, que en definitiva son los años que le dieron identidad a la ciudad: son los años que cobran vida el puerto, los ferrocarriles, las escuelas, las bibliotecas, la Bolsa de Comercio… Hay dos fenómenos que tienen un contacto con la realidad de hoy: uno es la prostitución, que acá comenzó fuertemente a finales del siglo XIX y principios del XX. Las circunstancias que la favorecieron eran la hipocresía de la moral vigente, sobre todo en las colectividades españolas, italiana y árabes; el puerto, que brindaba una clientela cautiva con sus marineros, y el ferrocarril, que traía mano de obra para la cosecha o trabajadores golondrina. Existió una prostitución organizada, estaba reglamentada y legalizada, con una ordenanza del 1900; fue controlada por las organizaciones de tratantes de blanca, la más conocida era la Sociedad de Varsovia, que se conformó en 1905. Estas organizaciones nacían como sociedades de beneficencia, de socorros mutuos, que bajo esa fachada para ayuda de los compatriotas crean la Sociedad de Varsovia, que era de trata de blancas, traían mujeres del centro de Europa, engañadas, incluso había remates…
—Rosario daba con un perfil ideal para esos negocios…
—Como ahora, había una red de complicidades, la Policía, la Justicia y los funcionarios públicos. El negocio era muy importante, y supongo que las coimas también. Igual, la presión de la gente, de algunos medios, que denunciaban la complicidad de la Policía y jueces, también eran consumidores de aquellos prostíbulos. Esa complicidad no ha desaparecido. Incluso, crímenes contra las prostitutas eran producidos por la Policía y no hace mucho tuvimos el caso emblemático de Sandra Cabrera, por ejemplo… La Justicia y los funcionarios públicos miraban para otro lado, hay una similitud con lo que pasa ahora. La mafia de aquella época, con la de ahora, tiene en común la violencia: se mataban entre ellos, peleas entre clanes o familias. Lo que vemos con la droga hoy en Rosario es la mafia de entonces. Lo que sí es distinto es la sociedad. Hoy se ve un fermento de irritación permanente en la sociedad: en las primeras décadas del siglo XIX había una Argentina más próspera, un apogeo de la ciudad por ser el embudo de la producción de la pampa húmeda; como hoy ocurre con la soja en las terminales portuarias.
—La mafia de las primeras décadas del siglo pasado no estaba involucrada en la droga, no era un negocio como lo es hoy…
—El problema de la droga no se lo puede comparar porque no era un flagelo. La cocaína no estaba expandida, ni había redes o carteles. La mafia nace en Rosario a finales del siglo XIX, igual que la prostitución, hasta que se organiza con la llegada del clan siciliano comandado por Juan Galiffi, alias Chicho Grande, y arma un gran clan. Sus guerras intestinas con Alí Ben Amar de Sharpe, alias Chicho Chico, produce una guerra por el poder. Gana Galiffi, quien era más inteligente, tenía perfil bajo, sin exposición pública, entendía muy bien el momento. Chicho Chico, emulando a la mafia estadounidense, se dedicó a los secuestros, eso le dio dimensión pública, que era algo que Galiffi no quería.
—¿Había un cansancio en la sociedad rosarina de entonces, se manifestaba de alguna forma?
—Siempre las sociedades se cansan, crean sus anticuerpos y los gobiernos también son presionados. En 1932 comienza el fin de la mafia. El secuestro de un estudiante rosarino de Medicina, llamado Abel Ayerza, es un punto de inflexión, porque lo encuentran muerto en un campo a pesar de que su madre había entregado la plata para el rescate. Junto a él iba un compañero de estudios y amigo, Ricardo Hueyo, hijo del ministro de Hacienda de la Nación del presidente Agustín Justo. Intervino la Policía Federal y descabezaron a la cúpula de aquí…
—Rosario fue la Chicago Argentina, ¿cree que el nivel de violencia es comparable con la Colombia de los 80 y 90?
—No creo que Rosario se convierta en Cali, Ciudad Juárez o Sinaloa. Igual, hay dos cosas: la expansión de la droga en Rosario es meteórica, te diría que geométrica, y tiene sus razones, que si no es complicidad como mínimo es omisión de quienes deberían llevar adelante políticas de Estado, creo que no hay una decisión política seria de combatirla. Desde los medios se refleja la complicidad policial… y si a eso suma la inequidad social cada vez más grande… Los bolsones de marginalidad ya no son bolsones sino grandes cordones de marginalidad, donde la falta de educación, la falta de recursos, la falta de trabajo inciden para el aliciente pasajero y fugaz de la droga, a donde se invita a un joven a vender en su barrio para obtener dinero fácil y, después, ese mismo horizonte fugaz de los dealers termina, como estamos viendo, muchas veces en la muerte, y que en Rosario se advierte mucho. Nosotros tenemos una ventaja, sin ánimo peyorativo contra nadie, pero tenemos un índice cultural alto, con altos grados de alfabetización, que de alguna manera en una sociedad grande crea anticuerpo y hace que la sociedad salga a reclamar porque está harta de las muertes, y eso puede impedir que nos convirtamos en México con grandes cárteles. Lo que hay hoy en Rosario son grandes clanes familiares que se están disputando por el dominio de la droga en Rosario y está concentrado en su mayoría en la zona sur, es decir, no hay un clan de Alberdi, un clan de Echesortu. No hay cárteles, pero sí hay clanes que no sabemos a quiénes responden en definitiva, dónde está el pez gordo. Ya no somos un país de paso, sino de consumo y producción.
Fuente:ElCiudadanoyLaGente
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