1 de diciembre de 2012

LA TRIPLE A y ALGUNAS HISTORIAS DE PELÍCULA.

01.12.2012
Tramas sangrientas
La Triple A y algunas historias de película 
El 28 de diciembre de 2006 la policía española detuvo a Rodolfo Almirón Sena, uno de los jefes de la Triple A. 
Por: Ricardo Ragendorfer 
En agosto, la Legislatura porteña declaró "de interés para la promoción de los Derechos Humanos" el documental Parapolicial Negro - Apuntes para una prehistoria de la Triple A, de Javier Diment, en el cual aporté la investigación –junto a Facundo Cardozo– y las entrevistas. 

El 28 de noviembre, en el Centro Cultural de la Cooperación, la diputada Susana Rinaldi –autora del proyecto votado por unanimidad– nos entregó el diploma correspondiente.

A modo de rareza, dicho documento tiene también la firma de la macrista María Eugenia Vidal, en su calidad de presidenta del cuerpo. Un detalle tan azaroso como la película misma. 

En este punto, bien vale evocar su propia prehistoria. El 28 de diciembre de 2006 –el Día de los Inocentes–, la policía española detuvo en Valencia a Rodolfo Almirón Sena, uno de los jefes de la Triple A. 

Las imágenes de su captura impresionaron a millones de televidentes: ya nada quedaba del hombre corpulento, con barbita en candado y mirada feroz que solía salir en las fotografías junto a José López Rega; ahora, a los 71 años, por obra de un ACV, era apenas una silueta quebradiza y tambaleante. El 8 de enero de enero de 2007 fue detenido Juan Ramón Morales, otro alto dignatario de esa organización ultraderechista.

Ambos morirían sin llegar a ser juzgados. Entonces descubrí sus presencias en un thriller previo a las circunstancias que los conducirían hacia la celebridad. Publiqué una versión en la revista Caras & Caretas. 

Diment la leyó en una mesa del bar La Giralda, y dijo: “Acá hay una película”. La trama salpicaba sangre. En agosto de 1963, el Pelicano Irusta, un malviviente de renombre, había intentado asaltar un almacén del barrio de Saavedra. Pero sería recibido con una lluvia de plomo. 

Él y sus hombres cayeron atravesados por la metralla policial. Entre los muertos estaba el batidor del asunto. Sus últimas palabras fueron: "¡No tires Chango, soy yo!" Ese era el apodo del entonces subcomisario Morales. 

Lo secundaba el subinspector Almirón. Ellos prestaban servicios en la subsección de Vigilancia General, una pata operativa de Robos y Hurtos. Su especialidad era la prevención del delito: esclarecían asaltos antes de que se cometieran. 

Primero recibían el dato de un posible hecho; luego se emboscaban para masacrar a los ladrones. Tanto es así que, sólo en aquel semestre, habían efectuado unas 20 ratoneras con un saldo de 76 pistoleros abatidos. Morales y los suyos fueron pioneros en el uso de soplones con fines de exterminio. 

Pero –a diferencia del episodio descripto– estos no siempre tenían fecha de vencimiento. Algunos, incluso, integraron de manera oficiosa el elenco estable de aquella brigada. 

Tal fue el caso de Adolfo Ocampo, que pasaría a la historia policial argentina como un genuino prócer de la delación. El tipo tenía autorización para asaltar a contrabandistas; luego vendía el botín. Morales marcaba a la víctima y Ocampo delataba al comprador. 

En resumen, la patota no sólo se quedaba con la mercadería y el dinero de la venta sino que, además, le exigía al reducidor una elevada suma para recuperar la libertad. 

Un día Ocampo le dijo a Morales que un amigo quería hablar con él. Era el Loco Prieto, tal vez el pistolero más buscado de la época. Miguel Alberto Prieto era hermano de Domingo, otro peligroso asaltante que murió acribillado por la policía en 1960. 

El Loco, por su parte, tenía un florido historial; se le adjudicaban más de 100 asaltos, alrededor de diez homicidios y algunos secuestros extorsivos. Últimamente se había volcado al mejicaneo de botines ajenos. Pero necesitaba protección policial. 

Ese fue, precisamente, el motivo del encuentro. Y derivaría en una relación muy provechosa. Aunque poco duradera. Su primer signo visible fueron dos cadáveres hallados en Puente de la Noria. 

Eran hampones que tenían cuentas pendientes con Morales. Todo indica que el Loco –además de soplos y golpes por encargo– efectuaba algunas ejecuciones en nombre de su flamante protector. Pero la gota que rebalsaría el vaso fue la ejecución de Luis Bayo, un ex boxeador volcado al delito. 

Tenía un balazo en la cabeza, la cara desfigurada a golpes y le habían amputado los pies. El hecho es que el finado era informante de una brigada de la Bonaerense, lo que tensó las relaciones entre esa fuerza y los hombres de Morales. Y ello malograría la relación de este con el pistolero. 

Tal desavenencia arrastró también a Ocampo, que fue encontrado muerto en el baúl de un Chevrolet 400. Ante el cariz de los acontecimientos, el Loco optó por entregarse. Pensaba que la cárcel sería un refugio seguro. Pero hasta ahí llegaría el largo brazo del temible subcomisario: Prieto murió envuelto en llamas el 21 de enero de 1965 en su celda de Devoto. Semejante final tuvo una razón de peso: silenciarlo. Aunque no a tiempo. 

Su testimonio ante un juez de instrucción ya había propiciado el arresto de ciertos subordinados de Morales. Este y Almirón fueron detenidos en marzo de ese año. Sobre ellos había acusaciones por encubrimiento y extorsión. Pero serían absueltos en 1966 por un motivo atendible: todos los testigos estaban bajo tierra. 

En octubre de 1973, un decreto presidencial los reincorporó a la fuerza. El resto es conocido: la Triple A asesinó a unas 1500 personas entre 1974 y fines de 1975. "Acá hay una película", repitió Diment, en esa mesa de La Giralda. Ninguno de los dos entonces imaginó que esa película hablaría por sí sola. 

Ninguno imaginó al estrafalario poeta fascista, Gabriel Ruiz de los Llanos, declamando en cámara su poema, Rompan todo. Ni que Almirón –tal como entre risas relató un entrevistado– solía comparar su ametralladora con la espada de "Damócletes".

Ni que la aterradora locuacidad de su esposa, la azafata jubilada Ana María Gil Calvo, la llevaría a convertirse en la estrella indiscutida del documental. Ya se sabe que el humor siempre sobrevuela las tragedias más abyectas.

Y que estas a veces poseen una asombrosa lateralidad. Tal es el caso de Isabel Sarli. La diva había sido amenazada a fines de 1974 por la Triple A. Su pecado: mostrar los senos en la pantalla. 

La entrevista telefónica al respecto es uno de los momentos más inquietantes del film. "La carta de la Triple A llegó a la Asociación Argentina de Actores. Y me la trajo mi maquillador a casa…", soltó ella. "

–¿Cuál fue su reacción? 
–Imagínese. Yo con mi madre. Desesperadas las dos. Estábamos sentadas en el rellano de la escalera con el maquillador. ¿Y ahora qué hacemos? No podía irme del país sin mis animalitos. 

–¿Y qué hicieron? 
–Armando habló con Isabelita. Ella no era de su simpatía. Pero él lo quería mucho a Perón. La cuestión es que después me llamó Villar. 

–¿El comisario Alberto Villar? 
–Sí. Y me dice: 'No se preocupe, señora. Yo le voy a mandar una custodia. Todo se va arreglar. No tenga miedo.' 

–¿Usted entonces no suponía que Villar era el jefe de la Triple A? 
–No. Yo que voy a suponer… –dijo, antes de saltar a otros tópicos: un viaje a Caracas para estrenar La diosa virgen. 

El miedo. Y la incertidumbre ante la noticia del ajusticiamiento de Villar. Recién entonces, súbitamente, rebobinó: 
–¿Así que Villar tenía algo que ver?" 
La respuesta la arrinconó en un pesado y definitivo silencio. Tras casi siete lustros, esa clave del asunto le había explotado en el presente. Películas dentro de películas. Algo tan azaroso como la vida misma.
Fuente:InfoNews

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