11 de enero de 2013

OPINIÓN.


Belleza y represión
Los bulevares de París
08/01/2013
Por Pablo Bilsky, desde París, Francia

Paris
Foto: Pablo Bilsky
Las ciudades son textos que cuentan algunas historias y ocultan otras. La avasallante belleza de París tiene un reverso de sangre y represión. Sus grandes bulevares fueron diseñados por motivos estéticos, sanitarios y urbanísticos, pero también políticos: abrir el camino hacia los barrios proletarios y facilitar el acceso de las fuerzas de la represión. Se demolieron barrios enteros para frenar los reiterados levantamientos que se sucedieron en el siglo XIX. Y, de paso, se hicieron buenos negocios con la especulación inmobiliaria.

Palacios dedicados a la mercancía. Mansiones que se conectan con mansiones a través de pasajes elevados, de vidrio, como un sistema circulatorio de una gran bestia arquitectónica de piedra, oro y hierro, adornada, preñada de productos y ávidos compradores.

La zona de las grandes tiendas es un laberinto de mercancías y devotos que peregrinan veloces. No buscan un único centro. El ordenado y fino caos de los productos no les regala un altar, ni un símbolo, ni punto de descanso, sólo un bravo turbión.

La expresión “temporada de ofertas” es como un mantra, un breve texto sagrado, la revelación. Las grandes ofertas anuncian su llegada como la del Mesías. Y es el mismo Mesías quien llama y convoca a los consumidores.

Pero las voces de las mercancías son graznidos destemplados que surgen de todos los lugares y de ningún lugar. Los peregrinos se mezclan con oficinistas que salen a la calle a fumar, tomar café y conversar con sus compañeros. “La vida es corta, hay que salir de shopping”, pontifica el slogan de una de las tantas marcas de alta costura y diseño que pueblan esta ciudad, que también es, en buena parte, producto del diseño y la planificación.

La zona de las grandes tiendas es apenas un ejemplo de los bellos bulevares que surcan, rectos, racionales, buena parte del casco antiguo de la capital de Francia.

Uno de esos bulevares lleva el nombre de Georges-Eugène Haussmann, el gran hacedor de París, el que moldeó la imagen de la ciudad que trascendió en el exterior y configuró un poderoso imaginario, imitado y replicado en los más diversos rincones del planeta.

Sólo unos pocos barrios quedaron intocados por el proyecto de Haussmann, que convirtió a esta ciudad en palacio, boutique, museo, vidriera y obra de arte. La antigua traza del París medieval convertía a ciertos barrios, surcados por angostas callejuelas, en verdaderas fortalezas, sitios aptos para los levantamientos del proletariado insumiso, sitios fáciles de defender con barricadas a la hora de resistir la represión con las armas en la mano.

Las revoluciones de 1830 y 1848 alertaron a las autoridades. Cuando en 1871 estalló la revolución de La Comuna de París, el primer Estado obrero de la historia, ya la traza de la ciudad no era la misma. Las calles estrechas que habían convertido en inexpugnables las barricadas levantadas en los barrios proletarios en 1830 y 1848 ya no existían. Habían sido reemplazadas por grandes, bellos y anchos bulevares. Tan anchos que se hacía prácticamente imposible bloquearlos con barricadas.

La renovación de París, realizada por el barón Georges-Eugène Haussmann, había comenzado en 1853 y se extendió hasta 1870, en medio de voces críticas que denunciaron grandes negociados y especulación financiera.

La actual majestuosidad de esos enormes espacios oculta, en su revés, sangre obrera, matanzas y represión. Los revolucionarios de La Comuna experimentaron en carne propia los cambios urbanísticos de París. Les costó la vida.

Durante la represión a La Comuna, las tropas del gobierno fueron responsables de la matanza de ciudadanos desarmados. La resistencia más tenaz se registró en los barrios obreros del este de París. El 27 de mayo sólo quedaban focos de resistencia en Belleville y Ménilmontant.

Miles de comuneros, mujeres, hombres, niñas y niños fueron fusilados en lo que hoy se conoce como «El Muro de los Comuneros» en el cementerio de Père-Lachaise, lejos de la zona de las grandes tiendas. Una placa de mármol blanco y letras doradas recuerda a los muertos. Siempre hay flores en el lugar.
Fuente:RedaccionRosario

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