10/04/2013
“Solari Yrigoyen y Mario Amaya llegaron a la cárcel de Rawson destrozados y hechos pedazos”
Cinco testigos recordaron la patota carcelaria, las duchas heladas en invierno y el comentario común en ese penal: el maltrato extremo que sufrieron ambos dirigentes radicales.
Teleconferencia. Juan Acuña, un testigo por videoconferencia, y la mirada de defensores e imputados.
Por Rolando Tobarez
De la cárcel salíamos muertos, salíamos locos o salíamos putos”. Según el testigo Manuel María Llorens, esa era la consigna guía de los jefes de la Unidad 6 en la época en que estuvieron detenidos Mario Abel Amaya e Hipólito Solari Yrigoyen. El juicio por las vejaciones que sufrieron ambos dirigentes radicales en setiembre y octubre de 1976 se reinició ayer en el Cine Teatro “José Hernández” de Rawson.
Llorens, que fue preso político en el penal, aseguró que la muerte del abogado radical “no fue un hecho casual producto de la bestialidad de alguno de ese momento, sino que era un régimen preparado para producir ese tipo de cosas”. El exdetenido explicó que las fuerzas de seguridad “no lo podían hacer de forma abierta porque éramos presos legales, pero estaba todo armado para destruirnos de a poquito”.
Sin mirarlo, Llorens mencionó al acusado Jorge Steding, exguardiacárcel, que en las audiencias ni se mueve de su silla y raramente mira a los testigos. “Él se debe acordar de la consigna que decían continuamente, todo el tiempo, e instrumentaban todo para llevarnos en esa dirección”.
“Hubiera estado o no Steding hubiese sido exactamente lo mismo; salvo excepciones que intentaron no ensuciarse, el conjunto fue afín a esa concepción, que no fue hecha por ellos sino desde arriba”, agregó. Los otros dos acusados son Osvaldo Fano, exjefe de la cárcel, y el médico de Trelew, Luis García. Todos acusados de crímenes de lesa humanidad.
Era un placer
Llorens volvió a concentrarse en Steding cuando admitió que nunca lo vio golpear a ningún preso pero que en cambio, “tenía una gran capacidad de disfrutar con el maltrato ajeno; nuestro sufrimiento le daba un disfrute especial y era una patota que se divertía pegando”.
Y en cuanto al servicio médico del penal, “no le interesaba preocuparse por nuestra salud y era una atención totalmente formal porque no había atención ni medicamentos, no hacían absolutamente nada”. Según la lectura del testigo, los facultativos tuvieron una “actitud afín” al régimen represivo y se limitaron a cumplir las formas.
El golpe militar lo empeoró todo: ni radio ni diarios ni TV ni recreos ni reuniones ni mateadas ni gimnasia. Mala comida y cartas de no más de una carilla. Llorens lagrimeó cuando recordó una ducha bajo cero, castigo por llevar barba de más de un día. Quería salir y lo empujaban adentro. Se sintió sin latidos. Tardó dos días en recuperarse. “Era una práctica absolutamente habitual”.
Corte en la cabeza
Jubilado y por videoconferencia desde Rosario, Juan Acuña fue otro preso del penal de Rawson. “La situación que pasaban los compañeros era horrorosa –le dijo al tribunal- y lo más grave que vi fue cuando en 1976 llegaron Solari y Amaya con otro grupo desde Bahía Blanca”.
El testigo recordó que los uniformados obligaron a los presos a ingresar corriendo, que terminaron en las celdas de castigo. “Era un tropel y quedaron encerrados unos 8 días más o menos. Salían para recibir la comida y el desayuno, y después a la celda”.
Acuña pudo observar de cerca a Amaya, un día de retiro de comida. “Lo vi muy estropeado y tenía un golpe cortante en el lado izquierdo de su cabeza que casi le llegaba a la frente”. Según la descripción que se escuchó en el recinto, el abogado asesinado “estaba muy disminuido, no podía casi caminar pero lo hacían correr aunque era asmático. Lo deterioraron cada vez más, lo llevaron a Enfermería y pasados unos días nos enteramos que lo llevaron a Devoto, donde se agravó más”.
Para Acuña, en Rawson Amaya “recibió mucho maltrato y estaba muy flaquito, sería un hombre de 30 o 40 kilos”. En el caso de Solari, “tenía la cara muy amoratada”. En síntesis, “vinieron ya de afuera hechos pedazos y destrozados”. Pese al escenario de maltrato, “los médicos ni nos revisaban y por cualquier cosa daban un Valium, pero yo nunca pedí ni una pastilla”.
Acuña prefería que no lo visitaran en la cárcel porque para llegar al lugar de encuentro debía atravesar 14 rejas. En cada una lo mataban a patadas al pasar, como si fuese escuela secundaria.
10/04/2013
Con trillones de chinches en la Unidad 6
Mario Britos y Alberto Vázquez recordaron la mugre del penal, la falta de atención médica y la queja usando platos metálicos para frenar las torturas.
Tribunal. Los jueces que decidirán sobre el caso Amaya y Solari, en pleno interrogatorio de un testigo.
Eran trillones de chinches en la celda. Nunca había visto algo así y jamás las pudimos combatir”. El dato lo recordó Mario Britos, que sufrió como pocos su paso por la Unidad 6. “En 1976 estaba preso en Viedma, me subieron al avión, me vendaron los ojos, me esposaron con una cadena entre las piernas y me molieron a palos; nunca me expliqué por qué me pegaron tanto”. Supone que fue culpa de su peronismo porque a su lado volaba un cuadro del Partido Comunista y no lo tocaron. Britos fue preso por su activismo en una huelga en una mina de Sierra Grande.
Culpa de ese vuelo no caminó por 40 días y caminaba al baño en puntas de pie para amortiguar el dolor. Meaba sangre y su espalda era “una morcilla”, según la mirada de sus colegas de presidio. A Rawson llegó desmayado y lo recibió una doble fila de penitenciarios que lo fulminaron a bastonazos, especialmente en las costillas.
Lo tiraron en una celda y le sacaron varias fotos de las marcas en su cuerpo. Nadie del servicio médico de la cárcel pasó a revisarlo. “No me hice atender nunca pero ellos sabían cómo había llegado y no me mandaron a nadie”.
“Todos los días se escuchaban gritos desgarradores que venían de otros pabellones y les pegábamos a las rejas con los platos metálicos, para que pararan con la tortura”, le contó ayer al tribunal. No tuvo una charla pero sí vio llegar a Amaya y a Solari Yrigoyen. “Se veían muy sucios, golpeados y maltratados”.
Un tucumano
El juicio incluyó el breve relato de Alberto Vázquez, preso en el penal capitalino entre 1975 y 1983. Tucumano y militante del PRT-ERP, lo subieron a un Hércules de la Fuerza Aérea vendado y esposado. Había estado preso en Villa Urquiza. “Eran muy malas condiciones, nos golpeaban y nos amenazaban con tirarnos al vacío. Era una actitud muy agresiva”.
El cuadro en Rawson se agravó con el golpe de marzo del ´76. “Aumentó el maltrato y la mala comida, muy grasosa y no apta para el consumo humano”. Se duchaban con agua fría y jabón blanco para lavar ropa. No podían salir si antes ese ladrillo esponjoso no se consumía. Había que frotarse a más no poder. Vázquez fue uno de los pocos que hasta ahora mencionó a Jorge Steding. Recordó al imputado como jefe de una guardia y observador de las golpizas que daba la patota carcelaria a su cargo. El testigo coincidió con que la atención médica era “bastante mala”. Por ejemplo, el odontólogo no era de mucho diagnóstico: arrancaba la muela sin más. “Desde que llegué tuve dos hernias y me las operé recién cuando salí”.
Aunque no lo vio, sí escuchó el comentario común en el penal, acerca de un Amaya muy mal y con el corte en la cabeza. “Era un régimen de destrucción para quitarnos la identidad y los valores que eran nuestros pilares para sobrevivir. Estuve siete años sin visitas y sin poder ver a mi hija. Tuvo que llevar el apellido de su madre para evitar que tuviese problemas”. Recién en 1979 pudo hacer el cambio, “cuando hubo una pequeña apertura política”.
Fuente:LaJornada
Envío:Agnddhh
11/04/2013
El juicio por Amaya y Solari Yrigoyen: imputados complicados
Ayer los testigos comprometieron a Osvaldo Fano, Jorge Steding y Luis García. Dijeron que fueron parte de la represión en la Unidad 6 de Rawson.
Complicados. A la izquierda, Steding junto con su exjefe, Osvaldo Fano, en una pausa de las audiencias.
Por Rolando Tobarez
Por primera vez en el juicio por la muerte de Mario Abel Amaya y las torturas contra Hipólito Solari Yrigoyen, un testigo concentró buena parte de su relato en el papel del exguardia Jorge Steding, uno de los tres imputados por el caso. Crisanto Repodas, preso en la Unidad 6 de Rawson en la misma época que los dirigentes radicales, dijo que los agentes de requisa de 1976 eran “un cuerpo pretoriano de élite de golpes”.
Según la versión que le contó al tribunal en el Cine Teatro “José Hernández” de la capital, Steding “era una figura que para mí manejaba los hilos de la formación del personal”. Recordó que “se ponía al frente y cuando tenía que enseñar al personal cómo se hacía, él era uno de los que golpeaba”. El testigo reveló un episodio con él desnudo y el imputado pegándole en la nuca con la mano abierta, para que corriera.
Repodas también vinculó con las golpizas carcelarias a Osvaldo Fano, otro imputado y extitular de ese penal. “Para mí la cara oculta de la represión fue el director, porque no dio la cara nunca. Tengo la absoluta certeza de que pergeñó o aplicó el plan. Pero la cara del golpe era la de Steding”. Aseguró que Fano “conocía lo que hacía cada uno de su personal”.
De acuerdo a su interpretación, las vejaciones y el hostigamiento permanentes eran parte de “un régimen de destrucción física y psíquica que hacía que a la mano que pegara no le interesara, porque no estaba en sus manos cuidar la vida de nadie”.
Repodas incluyó en sus revelaciones al tercer acusado, el médico de Trelew Luis García. “Fui sancionado y terminé en una celda de castigo”. Convivía con sus excrementos, tal la humillación que sufría. “Estaba mojado y en calzoncillos y para ver nuestro estado pasaron García y Steding”.
-¿Está presente aquí el médico que vio en esa oportunidad?, le preguntó el fiscal federal Fernando Gélvez.
El testigo se dio vuelta y miró al exministro, que permaneció en silencio.
-Sí…
El defensor de García, Eduardo Zabaleta, se molestó con la escena y la consideró “indebida” porque “esto no es una rueda de reconocimiento”. Intervino la jueza Nora Cabrera de Monella, presidente del tribunal. Le pidió más detalles para asegurar que hablaran de la misma persona. “Lo más llamativo para mí fue su cara alargada y que no era petiso”, agregó Repodas.
“No me cabe ninguna duda de que la atención médica era impresentable para una cárcel legal. No pasaba ningún examen, era una mascarada y un componente necesario. Ese penal fue hermano de los campos de concentración”, graficó.
Cada regreso de “Los chanchos” –así conocían los presos a las celdas de castigo- era con 10 kilos menos, muy evidentes a simple vista. La suciedad causaba costras, eczemas y problemas respiratorios. “Había una indiferencia muy grande ante la pérdida de peso”, aseguró Repodas. Cuando el tribunal lo invitó a decir lo que no le hubieran preguntado y útil para la causa, apuntó que “sería muy interesante que los imputados digan lo que vieron y vivieron y cómo éramos considerados nosotros”.
“Período bíblico”
Otro testimonio relevante fue el de Rodolfo Quintana, también exdetenido político. Llegó a la U-6 en un avión donde amenazaban con “boletearlos a todos”, esposados por parejas. Soportó la falta de lectura entre el ´77 y el ´80. Los presos lo llamaron el “período bíblico”, el único texto que les permitían. “Salimos todos expertos en la Biblia”, sonrió ante el tribunal.
Desde el baño de su pabellón vio cómo Amaya era rápidamente sacado en camilla de la Enfermería. “En el penal de Rawson no era común que sacaran a nadie en camilla y de hecho, nunca nadie vio otro caso similar”. Según el testigo, “el servicio médico no era muy eficiente y la atención era elemental”.
También para Quintana, Steding “era uno de los jefes que avalaba absolutamente todo lo que se hacía”. Explicó que cualquier guardia nuevo que ingresara a la U-6 “a los 6 meses se había convertido en un tipo muy sádico”, apenas se acostumbraba al ejercicio represivo. “Y el sistema era incomprensible sin la dirección de las autoridades”.
Posdata: El apellido de Crisanto, es Ripodas y no Repodas
11/04/2013
“Rehenes de lo que pudiera pasar”
El revelador testimonio de Ricardo Raineri.
Relato. El testigo trazó un escenario de hostigamiento sistemático tras su paso por el penal rawsense.
En la cárcel de Rawson no convenía ser el séptimo hombre en llegar al baño. Los guardias no permitían a más de 6 presos en el lugar y si alguno se atrevía, era castigado de inmediato, con un encierro o algo más grave. Nadie quería ser “el lobizón”, como la jerga carcelaria llamaba al distraído de turno. La anécdota la contó Ricardo Raúl Raineri, el último de los testigos. “Para esas sanciones no había posibilidad de apelación ni descargo alguno. Me tocó tener que ir corriendo desnudo al baño, entre patadas”.
Cayó preso en Rosario en marzo del ´75, en medio de un operativo de detenciones. Era delegado gremial en una fábrica de tractores, en Granadero Baigorria. Conoció los penales de Coronda y Devoto. Llegó a Chubut en avión, encadenado al piso. Lo habían despedido con unos cuantos golpes.
Luego del golpe del 76, en la U-6 chubutense ya no pudieron leer Jornada ni escuchar LU 20. Sólo la Biblia, excepto la Latinoamericana. Empezó la peor versión de la represión con duchas heladas de madrugada. “Los compañeros se desmayaban y los arrastraban a sus celdas”. Los castigos eran por cualquier cosa. Recordó una protesta masiva de gritos y jarras contra los barrotes para frenar una tortura. “Estaban matando a un muchacho. Los viejos de la ciudad deben recordar porque que nos escuchen en el pueblo era la única forma de manifestar lo que sucedía dentro”.
Aunque no tuvo trato con Amaya y Solari, Raineri sí los vio caminando juntos en el patio, de recreo. Debían mirar al piso. “El comentario general era cómo lo obligaban a correr a Amaya pese a su asma y sus problemas cardíacos; tampoco le daban medicamentos”.
En el penal había órdenes contradictorias entre los turnos de guardia y los internos quedaban en el medio. “A veces no sabíamos qué orden seguir”, admitió Raineri. “Con las visitas no había ninguna posibilidad de contacto porque había un vidrio de por medio”.
El testigo recordó un menú de cordero duro, escaso, y sopa con una capa de grasa de hasta 5 centímetros. Hubo desagües de la U-6 que se taparon por ese brebaje. Raineri comió mejor hasta en la prisión de Coronda, que tenía granja propia. “En Rawson éramos rehenes de lo que pudiera pasar”, sintetizó.
A la Enfermería trataban de no ir. “Es que ahí uno se arriesgaba a estar solo y sin posibilidad de defensa si entraba la patota carcelaria”. Culpa de las chinches, dormir era un logro. “Y en cada requisa te tiraban la celda abajo, eran peor que un allanamiento”, comparó ante el tribunal.
Fuente:LaJornada
Envío:Agnddhh
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