LA LEGISLADORA PORTEÑA DELIA BISUTTI HABLA DE SUS SECUESTROS DURANTE LA ULTIMA DICTADURA
Recuperar la palabra
Su marido está desaparecido. Entre sus dos secuestros nació su hija menor con parálisis cerebral. La niña vivió diez años. La ex dirigente gremial cuenta aquí su historia y el tiempo que le llevó compartirla plenamente. Su causa es una de las que se murió con Videla.
Por Alejandra Dandan
Delia Bisutti, legisladora por Nuevo Encuentro, empezó a militar en 1970 en lo que ahora es Suteba Matanza.
Delia Bisutti dice que durante muchos años estuvo muda. Era una “aparecida” que “desapareció dos veces”, “la esposa de un marido desaparecido”. Ahora quiere recuperar su propia historia. La de una mujer que en el momento de su primer secuestro llevaba un embarazo de seis meses. Su hija nació con su crecimiento “detenido”: con un cuadro de hidrocefalia y parálisis cerebral. “Es un cúmulo tan grande que uno no sabe desde dónde abarcarlo: decidí seguir en la militancia y la militancia estaba en los proyectos colectivos, que era el sindicato, la defensa de los demás y mi caso, yo, mi causa, no fue causa de mi accionar político. No sé si fue bueno o fue malo, pero a veces sentís que tenes dos vidas, como que esto está reservado dentro del ‘de esto no se habla’, ‘no se dice’, ‘no se cuenta’.”
–¿Por qué la necesidad de integrar los dos espacios ahora?
–Porque a medida que vas escuchando y participando con otros también podés escuchar. Porque yo sé de compañeros que hemos compartido mucho, pero no nos preguntamos, porque preguntarles me generaba angustia a mí. Eso te mete cada vez mas adentro. Cuesta mucho y sigue costando.
Delia Bisutti es conocida por su “acción política” entre los docentes. A cargo de la conducción del sindicato docente de Capital a fines de los ’80, con militancia en UTE, Ctera y CTA, es legisladora porteña por Nuevo Encuentro. Desde el fin de la dictadura declaró en la Conadep y en la Justicia, pero sus testimonios habían permanecido en la esfera judicial, casi privada. Desde hace meses, sin embargo, busca otra cosa: “Hablar”, como una llave, como para traer a este lado del mundo eso que estuvo “detenido”. Dice que hubo quienes pudieron dar la “batalla de la palabra”, pero ella se ubica en otro lado. Hasta la muerte de Jorge Rafael Videla hubiese podido declarar en el megajuicio que se iba a hacer contra el dictador y en el que era el único imputado por unas 900 víctimas, muchas de las cuales llegaban a esa instancia reparatoria por primera vez. Delia, entre ellas. Ella estuvo detenida en el centro clandestino de la comisaría de Villa Insuperable, conocido como El Sheraton. Videla era el único represor que era reconocido como responsable de lo que sucedió en ese espacio. Los otros perpetradores siguen todavía sin ser identificados en una causa que continúa abierta en etapa de instrucción. La muerte de Videla dejó en suspenso su juicio. Así, podría pensarse que esto es otro efecto de la dictadura: el tiempo que necesitó Delia para poder “decir” la deja sin tiempo con la muerte.
“Seguís escuchando compañeros que desde un primer momento pudieron dar la batalla de la palabra y de la acción y, en cambio, hay una compañera que vino de San Luis en estos días, que se la llevaron de una escuelita del monte en ese lugar que parece que fue otro país, en el que ‘nunca pasó nada’, y ella hace dos o tres años que pudo empezar a contar y hablar. Digo, los procesos de las personas afectadas o familiares son distintos. Los tiempos son distintos. Yo hace poco que intento y puedo porque fueron muchos años de silencio.”
La “detención”
Delia Bisutti empezó a militar en 1970 en lo que ahora es Suteba Matanza. Para enero de 1977, estaba casada con Marcelo Castello, él era delegado de Foetra y pertenecía a Montoneros. Tenían un hijo de año y medio y ella un embarazo de seis meses. A Delia la secuestraron el 9 de enero, cuando todos volvían de una pileta, con otra pareja. Estaban en la parada de un colectivo en Ramos Mejía. Frenaron dos coches.
Marcelo jugaba a media cuadra con su hijo y no lo vieron. Delia permaneció secuestrada durante unos días en la comisaría de Villa Insuperable. Salió. El 4 de febrero secuestraron a Marcelo, cuando terminaba una reunión gremial en ENTel. Mientras lo buscaban, nació su hija con problemas de crecimiento detenido. Y en agosto volvieron a secuestrarla a ella por unos días más. De todo lo que ocurrió, hay muchos datos que faltan. Aún no sabe en qué centro clandestino estuvo Marcelo, por ejemplo. Pero además tiene una deuda pendiente dado que todavía intenta saber si lo que pasó con su hija tuvo que ver con su secuestro.
En ese sentido, puede leerse cómo explicó en su declaración judicial qué pasó con ella cuando se la llevaron por primera vez. “Quedo dos días en el calabozo, vendada y atada las manos atrás”, dijo en la declaración que hoy forma parte de su causa. “Era un lugar que tenía un banco tipo cama, de cemento y la única lucecita era un ventiluz arriba de todo en la pared. Me acuerdo de que por lo menos una vez me dieron comida. [...] La primera noche entraron varias veces a la celda con permanente hostigamiento, amenazas, yo estaba embarazada de seis meses. Creo que me dieron algunos golpes en la cara, lo que sí eran amenazas constantes de pegarme en la panza. Entraban uno o dos para hacer esto, durante toda la noche, regularmente. Este embarazo mío después de esta detención, no hubo más aumento de peso, ya lo expliqué en mi declaración anterior.”
Cuando volvió la democracia “fui a ver al doctor Norberto Liwsky y él se iba a Estados Unidos por estos casos, pudo averiguar, por las consultas que hizo, que el estrés que tuve en esos dos días pudo haber causado eso, porque es cuando se forman las células cerebrales. Mi hija nació el 28 de marzo con microcefalia y parálisis cerebral. Mi hija vivió diez años, no creció, no se desarrolló, no se sentó, nada. Ella falleció a los 10 años”. Por supuesto que fueron meses de recorrer desde el mejor médico hasta el peor curandero, dice Delia ahora, mientras vuelve a explicar ese escenario. “Vimos a toda la gama, hasta que te das cuenta de que el diagnostico es el diagnóstico.”
El adentro y afuera
Delia reconoció el centro clandestino en inspecciones oculares posteriores que realizó durante la instrucción de la causa. Cuando la secuestraron por primera vez, logró ver una “escalerita”, dado que vio cómo subían a Luis Mercadel, uno de los dos compañeros que secuestraron con ella. “Creo que pude hacer el reconocimiento porque aparte de sentir los ruidos, de poner las antenas para escuchar, en un momento estoy en el coche, sacan a Lucho del baúl y veo que lo suben por una escalerita. A mí me llevan a otro lado, veo que son calabozos. Pero vi la escalerita y después supimos que ahí estaba la sala de tortura. Estuvimos ahí cuatro o cinco días, nos largan con la compañera. A Lucho no lo vimos más.”
Del secuestro de Marcelo supo muy poco. “Cuando no vuelve llamo a mi suegro. Lo único que supimos es porque me llama un compañero que seguía militando y me avisa: ‘Mirá, a Marcelo lo llevaron con otros, saliendo de una reunión, los interceptaron en Corrientes y Maipú’, cerca de la sede de Foetra, desaparece ese 4 de febrero a la noche y de ahí nunca más.” La madre de Marcelo, Isidora Castello, fue uno de los ejes de su búsqueda. Delia la seguía como podía mientras continuaba alternando la vida con los cuidados de sus dos hijos, especialmente de la menor, a la que tenía que llevar al kinesiólogo y destinarle cuidados especiales. Consiguió una licencia en la escuela para poder quedarse más tiempo con los dos. Y en agosto volvieron a secuestrarla. Esta vez, la línea parecía conectarla con su militancia gremial, dado que habían ido a buscarla a la dirección que figuraba en los legajos.
“Todo eso es un cúmulo, la desaparición de uno, de dos, mi hija que nace así, en agosto me vuelven a llevar”, dice. “Toda esa etapa era de miedo y de terror donde no sabés con quién hablar ni qué decir, había mucho de decir para adentro, mucho silencio, todo el mundo sabía, pero nadie se animaba a nada y estabas en el mundo dando vueltas. Cuando nace mi hija, me dieron dos años con goce en el laburo para atención de la nena, dentro de todo menos mal, pero igual fue un desquicio. En agosto fallece mi viejo y cerca del 22 de agosto vienen a la casa de mi vieja donde yo estaba con mis dos nenes y, además de llevarme a mí de nuevo, se afanan de todo, todas esas cosas que se vivieron en la época.”
En el centro clandestino, Delia volvió a escuchar todo otra vez, porque la habían llevado al mismo lugar. Sólo que ahora la subieron a ella misma por la escalera. Durante la estadía, que volvió a durar unos pocos días, oyó un número de teléfono en una conversación entre dos hombres. Cuando salió, marcó el número y a partir de ese momento vivió sabiendo dónde estuvo detenida: “Ahí supe dónde había estado: o sea, viví todo el tiempo sabiendo cuál era el lugar donde había estado detenida, que era un lugar en una comisaría. Cuando retomo mis actividades en La Matanza y Laferrere pido ir a un lugar más cerca de casa por la nena”. Le dieron un nuevo destino como docente: una escuela ubicada atrás de ese mismo lugar.
“El terror interno era no hablar con nadie y no saber quiénes eran. La directora era una típica procesista. El presidente de la cooperadora era a la vez de la cooperadora de la comisaría. Y yo no sabía si ellos sabían o qué sabían. Estaba en un ambiente donde nadie hablaba de nada. Aparte del terror general y del miedo, era la no palabra. Nadie sabía que tenía a mi hijita con discapacidad porque era contar un poco todo, y yo no contaba nada. En la dictadura, en el ’76, durante los actos teníamos a los milicos ahí diciendo: ‘Usted tiene que denunciar’. Por supuesto había de todo en todos lados.”
Fuente:Pagina12
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