12 de junio de 2013

OPINIÓN.

He leído ayer, en diarios digitales, la noticia sobre el nombramiento por parte de Agustín Rossi de Sergio Rossi como su jefe de Gabinete de asesores en el Ministerio de Defensa de la Nación.
En los diarios no afines al gobierno se trata a la misma de una cuestión –en el mejor de los casos por desconocimiento cuando no por mala fe- de nepotismo dado su parentesco familiar.
Pero lo que llega a ser a veces atroz son algunos comentarios que siguen a la noticia. He leído uno que, amparado en el anonimato, dice que de su propia mano le pondrá un tiro al ministro (ver “comentá” enhttp://www.urgente24.com/215092-defensa-rossi-puso-a-su-primo-agrimensor-de-jefe-de-asesores#comments .)
Sólo esos comentarios -y no las noticias del tono que fueran- me llevaron a escribir y enviar la presente.
Para informar -a quien califica dicho nombramiento de nepótico por desconocimiento y no a quien lo hace de mala fe- que la cercanía entre las dos personas nombradas en este caso no es familiar (que son primos) sino políticas. Como dos mortales cualquiera son plausibles de cualquier crítica menos la de que no han desempeñado una militancia continua y común durante ya casi 33 años ininterrumpidos.
Como es historia de pueblo chico o en desarrollo o tal vez no lo merezca, esa historia no se ha escrito. Hace 4 años -en 2009 y ante una determinada coyuntura política- a mí se me dio por intentar escribir un pequeño párrafo de la misma: la de la militancia iniciada y compartida durante la etapa final de la última dictadura y el inicio de la democracia cuando éramos jóvenes veinteañeros.
Vuelvo a enviar ese escrito entonces aclarando a los desconocedores mencionados que la militancia de los dos Rossi continuó siempre en las mismas organizaciones o tendencias políticas encontrándolos finalmente apoyando el inicio del kirchnerismo y su posterior adscripción como funcionarios del mismo en distintos ámbitos.
Uno suele no ser el mismo pasado algunos años y es mi caso. Tanto mi escritura como mi espíritu están más asentados. Vaya como disculpa a cierta vehemencia o excesos verbales del escrito de 2009 hecho bajo la coyuntura del disenso con el campo.
Las direcciones de envío van abiertas para que si alguien quisiera opinar en cualquier sentido pueda hacerlo, si lo prefiriese, con todos a los que llegó la mía. Pido disculpas a quien esta forma pudiese molestar.
La historia es la que sigue luego de la firma.
(Juan Carlos Vimo (h), calivimo@hotmail.com, 7 de junio de 2013.)
A Agustín lo conocí por 1981, hace 28 años.
Yo, por el ’79 u ´80, me había hecho compinche en la Facultad de Ingeniería de dos entrerrianos de Paraná, uno de ellos primo de Agustín. Sapo le decían. Se llamaba Sergio, pero con ese apodo nunca necesitó nombre. Marcial se llamaba el otro, que con ese nombre nunca necesitó apellido. Se siguen llamando así, creo.
No recuerdo exactamente cómo nos fuimos acercando (yo nunca me acercaría a gente como ellos) pero terminamos reuniéndonos para estudiar Estructuras Metálicas y hablábamos de las columnas de El castillo de Kafka, de las vigas del subsuelo en el que vivía un hombre castigado por Dostoyevski y de la Historia argentina de un pariente del Sapo, José Luis Busaniche. Ellos, fundamentalmente, eran los que más discutían. (No se crea con esto que esos viejos amigos eran gente maravillosa: el exceso de lecturas con que había venido el sobrino del historiador no le permitía saludar a los demás mortales. Resultaba tan simpático como un vaso de vinagre y limón a fondo blanco. Marcial, que medía como yo un metro noventa, triplicaba su propia estatura para echar una mirada fugaz por sobre esos mismos pobres humanos. Leía la contratapa de La náusea y te explicaba, imperturbable, Sartre completo. Tal vez luego lo leyó, dejó Ingeniería y estudió Filosofía. Pero no sé si se corrigieron. Crecimos, y desde entonces –décadas- dejamos de explorar juntos las calles nocturnas de Rosario. Como cuando caminábamos el parque sobre el puerto y al pasar frente al busto de bronce los entrerrianos escupían al piso y decían Urquiza traidor.) Yo -que aunque mi casa de nacimiento en San Genaro era una biblioteca, de mi adolescencia sólo portaba Fahrenheit 451 de Bradbury, Demian de Herman Hesse y De la Tierra a la Luna de Julio Verne- intentaba algún balbuceo y más que nada los odiaba. El odio, que moviliza, me movió a leer varias cosas de Kafka, de Dostoyevski, de Sartre y buena parte de la Historia de Busaniche. Luego el vicio (siempre me movilizaron las cosas malas) me movió a leer bastante más. No me sirvió de mucho, no he hecho dinero. Sí mejoré algo la conversación con las chicas descontando un trecho ese abismo. Descuento de dos minutos para revertir cuatro goles en contra.
Bueno, entre esas cosas puteábamos a la dictadura y, púberes (con 20 años en la sociedad del proceso se era un púber), nos planteábamos combatirla.
Pero con Marcial nos fabricamos un viaje de conocimiento del mundo con mochila. (De bolsito, no teníamos mochila. Y nos pagamos el pasaje de ida cortando yuyos, rompiendo a mazazos veredas de hormigón y luego haciéndolas a pala y sirviendo la mesa de señoras de Nueva York. Y el de vuelta dejando algún pedazo de dedo nuestro en la cosecha de la uva muscat de los Pirineos franceses catalanes. En el interín, para comer, en general hacíamos recuperaciones revolucionarias al colonialismo, acción reivindicadora pacífica a la que nos introdujo… un holandés, bisnieto de traficante de esclavos africanos.) No nos habíamos asumido peronistas pero nos despedimos en Ezeiza, en mayo de 1981, haciéndole a los uniformes -cuando ya estábamos al lado de la puerta de embarque- los dos dedos en V. El Sapo, con odio de haberse quedado, nos escribe al tiempo a Poste Restante en Madrid que él, a diferencia de gentes que se dedican a viajar, se incorporaba a la lucha del pueblo que -nos contaba- chiflaba marchitas a Videla en algún partido de fútbol. Sabíamos que mentía: fútbol nunca supo el Sapo si era un deporte de mesa o qué. Aunque luego dijo que era de Estudiantes de La Plata. Camuflaje. Asumir lo popular implicaba repudiar iluminismos.
El Sapo había seguido, de alguna manera, a su primo Agustín, el Chivo, a quien yo aún no conocía. (O no sé quién siguió a quién o si alguna vez se siguieron.) Se habían metido en la organización política peronista que por entonces más ruido hacía contra los militares.
A fines de 1981 volvimos del viaje con Marcial y fuimos yendo, por distintos lados, a un instituto cursillista en que funcionaba la misma. A Marcial le costó menos, de más chico había sido monaguillo. Yo -culpa de mi padre- no había tomado bautismo. Se viene Malvinas y nos incorporamos definitivamente. También las Andrada, Argüello, Salazar y alguno más que nos conocíamos de Ingeniería. (De allí salió Agustín, salió el PSP completo excepto algún médico que tienen por ahí, salieron varios de los principales cuadros que supo tener el PI -Juan Pablo, Laura, Benito y más-. Salen, incluso, algunos buenos profesionales. Ojo bogas, no es de pavote Ingeniería.)
(Otra: Además éramos todos campesinos. Ninguno con campo, pero todos venidos a Rosario desde el interior y de otras provincias. Hace un rato vi un cartel que me produjo una sonrisa y un pensamiento. Decía “Votá Chivo, rosarino y peronista”. El Chivo es nacido en Vera (bien al norte de la provincia) y venido a Rosario, creo, desde la ciudad de Santa Fe. Pero, como todos los que vinimos y nos quedamos por acá, es rosarino adoptivo. Sin duda rosarino. La marea de estudiantes campesinos que llegan anualmente a Rosario -alguna vez leí que unos diez mil- y el porcentaje que termina haciendo su vida aquí le da a esta ciudad buena parte de su personalidad y cultura. Y las campesinas, además de eso, y mucho mejor, buena parte de su belleza.)
Bueno, pero quería hablar de Agustín y me voy por las ramas. Agustín -y todos los que lo hacían por esas épocas, que no eran demasiados- había entrado a la militancia a pelear contra la dictadura. Por entonces no se entraba “a la política”, se entraba “a la militancia”. No los combatimos con armas, no eran los setenta. Los combatimos, como pudimos, con militancia política. Y si ya no eran los setenta, sí había pasado -estaba pasando, estaba siendo- la dictadura militar más asesina de la historia argentina.
Por 1981 todavía faltaban dos años para que completaran su genocidio secuestrando en el bar Magnun de Rosario a Cambiasso y  Pereyra Rossi matándolos luego maniatados en un camino rural el comisario Luis Patti; faltaban dos años para que asesinaran a Dalmiro Flores de un tiro en la espalda en la Plaza de Mayo; faltaban dos años para que mataran al bebé Enriquito Imhoff de un golpe de karate en su casa.
Entonces, también como en los setenta, se entraba a la militancia al todo o nada. Donde el “todo” nos significaba una revolución, la liberación nacional, una transformación social. Hoy, que hacen piquetes los dueños de 4x4, habría que aclarar: transformación con justicia para los de abajo, los nada, los sin diente. Nadie, de cualquier color político, entraba a militar en esa época para defender ganancias de campos. Las tenían también entonces. Y estaban garantizadas con pistolas y picanas. Y el “nada”, éramos bastante inconscientes, podía significar en efecto la nada.
Los más entregados a la militancia dejaron cosas mundanas como los estudios para dedicarse de cuerpo y alma a ella. Agustín fue uno de ellos. Volvió a tomarlos por el ´91, cuando siendo presidente del Concejo Municipal de Rosario se va viniendo el menemismo y, pudiendo haber hecho una excelente carrera política en la orgía noventina como muchos la hicieron, deja la política, se pone a estudiar, se recibe y se dedica a la profesión por diez años.
Cuando vi a los campesinos tirándole huevos a Agustín me acordé de alguna otra vez que también la ligó. De cuando fuimos con aquella organización inicial a Buenos Aires cuando vino el Papa un par de días antes de la rendición en Malvinas en el ´82 y nos metimos en medio de los guardias (era un misa en Palermo donde no estaba permitido llevar carteles, sólo se podían llevar cosas que dijeran Totus Tuus y banderas argentinas) con un cartelón enrollado disimulado que desplegado iba a ocupar todo el ancho de Avenida Libertador. Decía “Papa argentino, yankis asesinos”. Estaba plegado de tal forma de abrir primero la parte de “Papa argentino” que ocuparía media avenida. Entonces, cuando la gente nos aplaudiera a rabiar, se desplegaría la segunda parte, “yankis asesinos”, completando el ancho de la vía. Más papista que el Papa, la Línea del cartel era mostrarle a él, y fundamentalmente a los militares, que la guerra era contra el imperialismo. Que si querían guerra –a la que nosotros, lo reconozco, queríamos ir- la emprendiésemos en serio contra los intereses británicos y yankis. Le queríamos decir eso a los oficiales adiestrados en la Escuela norteamericana de las Américas a torturar presas políticas argentinas indefensas. Bueno, después de todo un operativo para meter la pancarta -lo hicimos enrollada con sus palos al hombro entre muchos cantando Juan Pablo/segundo/te quiere todo el mundo- se logra desplegarla. Yo fui de los que la porté hasta ingresarla adentro del cordón policial, no fui de los que la desplegaron. No me acuerdo ahora si así era el operativo o es que arrugué. Me inclino más por lo segundo. La desenrollan un poco, se alcanzan a ver apenas un par de los palos izados cruzando Libertador de los no menos de ocho que eran y en seguida un tumulto y los palos bamboleándose y desapareciendo. Al rato viene Agustín, creo también Varela, otro pingo, con las camisas medio rotas, diciendo que habían cortado la pancarta a sablazos. Yo ya dije que no había tomado la comunión, pero en esa Misa aprendí a rezar.
Otra vez me contaron que le habían roto un taco de billar en la cabeza. Pero esto tuvo que ver con su disidencia y separación (junto a casi todo el grupo de jóvenes que quedaba allí por el ´83), pasional como casi todas, de aquella organización. Yo me había ido antes por divergencias pero gracias a Dios mi partida solitaria no despertó ninguna pasión. Anduve entonces tratando de decidirme a entrar en Intransigencia y Movilización que era por entonces la expresión del peronismo revolucionario. Fui un par de veces al local de calle Urquiza y los matan a Cambiasso y a Pereyra Rossi. Por supuesto la tragedia, que a veces eriza los huesos, me hizo peor efecto que la comedia de la pancarta del Papa y me mantuve yendo a las marchas contra los militares apenas cerca de sus banderas. La inmovilización por el terror era el objetivo de la dictadura.
Ganó Alfonsín y varios grupos rosarinos de jóvenes peronistas que dependían de distintos caciques entran en disidencia, se separaran de ellos y se plantean converger en una organización propia y autónoma. Se hace una peña en solidaridad con la Revolución Sandinista nicaragüense, abierta y brutalmente agredida por los norteamericanos. Me atrae y empiezo a ir a las reuniones. Ahí me reencuentro de nuevo con Agustín, el primo, otros compañeros viejos y muchos nuevos de los otros grupos que convergieron que si me pongo a nombrar ahora se hace más largo que la Historia de Busaniche. Discúlpenme viejos compañeros.
Hacemos un acto de lanzamiento el 26 de Julio. Para las pintadas de convocatoria leí en una noche “La razón de mi vida” y subrayé todas las más cálidas frases de Evita. Tipo A la raza maldita de los oligarcas y los burócratas los escupiré de mi boca. O Con sangre o sin sangre la raza de los explotadores del hombre morirá sin duda en este siglo. ¿Estará segura de lo que dice Lilita, que la ama?
Nos llamamos JP Liberación y en la Universidad retomamos el nombre setentino de JUP. Algún sector de la amplia derecha de nuestro movimiento nos pintó dulcemente con pintura roja todas nuestra pintadas de invitación al acto con Zurdos putos, Montos hijos de puta, Ya van a ver, etc. Los viejos montoneros, en cambio, decían que éramos unos giles recién llegados y que veníamos la mayor parte de una orga de derecha. La verdad, que siempre está repartida, estaba esta vez más repartida para este último lado. Los fachos y sus conceptos suelen mejorar a la gente. Pero bueno, les gustara o no a esos viejos compañeros setentinos, fuimos la Jotapé en Rosario por ese tiempo de inicios de la democracia. Y les gustara o no a algunos compañeros propios, ocupamos el espacio, en Rosario, de la izquierda peronista de esa época.
Me acuerdo ahora de una de aquellas discusiones originarias con los compañeros paranaenses. Recuerdo un tema que fue reiterativo en competencia de opiniones varios días seguidos: lo que decía Albert Camus en las primeras líneas de comienzo de “El hombre rebelde”: ¿Qué es un hombre rebelde? Es un hombre que dice que no. Pero si dice que no, no renuncia. Es un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Con una dosis de Hegel mediante aplicada por una novia marxista, creo que logré entenderlo bien bastantes años después.
¿Pero porqué me acuerdo de El hombre rebelde cuando veo la agresión a Agustín? ¿Estos dueños de campo tiradores de huevos y bosta, a qué le dicen No?, ¿cuál es su primer movimiento?, ¿qué defienden? ¿La democracia (por la que no tiraron un solo excremento)? Qué van a tirar si estaban chochos. Qué les va a importar que prohibieran “El Principito” si, como decía malignamente mi amigo el Tito Batiatto, éste en su vida abrió un libro ni para ver las figuritas. ¿Un cambio social que comience por elevar a los que tienen nada, a sus pocos peones rurales por ejemplo? Tiran huevos y bosta por la seguridad de la renovación anual de su todo terreno. Son tal vez el sector más reaccionario de la sociedad, nunca se movió por otra cosa sino como ahora por su propia ganancia que no tuvo costumbre de ser escasa y menos en estos últimos años. Y la parte de nuestra clase media que desprecia profundamente a los morochos, con escarapelas diciendo “La patria es el campo”. Ya hace décadas lo cantó Charly García en El ejército de botas locas: si ellos son la patria yo soy extranjero.
Eso que esa clase media ya había vivido el debut político de esos patrones en democracia cuando, en la Sociedad Rural, en 1988, no lo dejan hablar tapándolo de chiflidos a Alfonsín que estaba impulsando políticas que no tenían distinto sentido a las retenciones impulsadas 20 años después por el actual gobierno. El presidente, que tampoco era quedado, les dice con toda su voz que eso era de fachistas y no se equivocaba. Hoy sus correligionarios son alegremente (peor, orgullosamente) punta de lanza de esos sectores de derecha reaccionaria que combatieron a su líder.
Escrache quieren llamarle los medios a agredir a un compañero de la militancia popular. Escrache, llamemos a las cosas por su nombre, lo bautizaron los HIJOS. Los hijos de los desaparecidos. Fui a los primeros escraches en Rosario. Entrados los ´90, cuando los HIJOS iban llegando a los 20 años. Se trataba de denunciar ante los vecinos quiénes vivían al lado de ellos cuando se lograba ubicar a alguno: secuestradores, torturadores, violadores de prisioneras, asesinos de torturados, ladrones de bebés. Los hijos solían preparar pintura roja con que enchastraban la casa del represor, del desaparecedor, el color de la sangre de sus padres con que están teñidas las manos de esos miserables. Estaban en vigencia las leyes que cubrían a los asesinos. “Si no hay justicia hay escrache” era el lema de los HIJOS. Cuando desde el 25 de Mayo de 2003 comenzó a haber justicia con la derogación de esas leyes de la impunidad no hubo más escraches. Hoy pelean por el castigo a los asesinos en los tribunales. Con el justo derecho a defensa de los acusados bajo todas las garantías constitucionales. Yo fui a varios escarches, decía. Invitado a más de uno por uno de esos hijos, el Edu Toniolli, con quien tengo el gusto, diez años después, de compartir la misma vereda política como con Agustín, el Sapo y Marcial. Bueno, fui a varios. Y no recuerdo ninguna representación piquetera del sector rural. Ni a Peretti lo vi, que era de izquierda. Qué va a ir este muchacho grandote que el año pasado se dedicó a dar trompadas a varios de esos mismos chicos en la Federación Agraria en Rosario cuando fueron a preguntarle a Eduardo Buzzi cuál había sido el papel de la Sociedad Rural, su aliada contra el gobierno, en la dictadura.
Ustedes tiran huevos y bosta y rompen vidrios contra un militante popular en la seguridad de la democracia. Nosotros, Agustín entre ellos, pudimos tirar hasta algún cascote en la dictadura. Contra los genocidas. Como dice el título demasiado obvio, “Rossi. Los huevos y los porotos”, hay esas dos cosas. Y ustedes porotos no sólo de soja tienen. Pero hay, fundamentalmente, diferencias antitéticas de valores. Ustedes tiran lo que tiran desde su profundo egoísmo y desprecio por los pobres (que vayan a trabajar esos negros de mierda, habría que matarlos a todos). Y nosotros, señores, peleamos por una sociedad donde esos pobres, después de trabajar dignamente, vuelvan a sentarse a comer -si tienen ganas- en sus mismos restaurantes y sus hijos vayan a la Universidad como los suyos. Que ya hubo historia de eso en este país y, con voluntad política -que la hay-, es posible repetir. Y es el juego en que, alegre y seriamente, andamos.
(Juan Carlos Vimo (h), calivimo@hotmail.com / Rosario, 28-06-09.)

No hay comentarios: