18 de septiembre de 2013

Reportaje en tiempos de indigencia política y moral.

Materia gris
Reportaje en tiempos de indigencia política y moral
Por Ricardo Forster


11.09.2013

Menemismo puro. Carlos Menem y Domingo Cavallo, una imagen que representa los ’90 en la Argentina y un cambio histórico que modificó los valores de toda la sociedad.

Recupero un viejo reportaje de octubre de 1992 que nos hiciera Sylvina Walger en la revista La Maga a Nicolás Casullo y a mí. Me llegó por casualidad desde el archivo de TEA y me pareció muy elocuente de un clima de época y digno de compartir con los lectores que, a su vez, podrán seguirles la pista genealógica a ciertas ideas que ya sosteníamos veinte años atrás, cuando muy pocas cosas, de ese tenor, se decían en el país. Su título, más que significativo, “El menemismo es hijo de una gran desilusión”. Ojalá que contribuya al ejercicio de la memoria histórica en tiempos de rápido olvido.

–¿Cómo definiría el tipo de oposición generado por el menemismo tanto en lo político como en lo cultural?
Nicolás Casullo: –En todo caso habría que pensar que el menemismo es el dueño de un modelo más amplio que no es solamente argentino. La lógica menemista se ha impuesto en gran parte de la escena política y cultural y lo que hay que explicar es en qué consiste esa lógica.

Ricardo Forster: –La escena política tradicional, la del combate de las ideologías, la de las opciones ético-morales desapareció, por lo menos entre los ochenta y los noventa, y hoy se presenta de otra manera. El menemismo es hijo de una gran desilusión y una gran disolución de una forma de hacer la política, de pensar la historia, de mirar filosóficamente la trama cultural de la época. El menemismo encarna un proceso de época que también incluye a los otros actores políticos que hoy pueden jugar un rol de oposición, y al papel que los medios de comunicación tienen como seudo-opositores. Su discurso, que es el del triunfo del mercado, el de la pragmática, se encuentra en la antítesis de aquellos valores que vertebraron la modernidad como fueron los del siglo XVIII, de igualdad, libertad y fraternidad y que constituyen las promesas incumplidas del proyecto histórico de lo moderno.

Casullo: –Al menemismo en general lo analizamos solamente desde el punto de vista del escándalo. El menemismo escandaliza y la lógica menemista es discutir sobre el permanente escándalo que ellos mismos producen. Lo que se ha impuesto es la lógica del escándalo, lo único a discutir son las barrabasadas de Menem que, finalmente, son su política.

Forster: –Detrás de la excusa del escándalo se pierde de vista que el menemismo es una torsión de la historia y es un proyecto que es independiente de si el escándalo Menem es más o menos grosero. Tiene que ver con un modelo de país inscripto en un momento muy especial de la coyuntura internacional. El menemismo no es solamente algo sorpresivo, una especie de bacanal entre un caudillo riojano y Amalita Fortabat, sino que es la expresión de un proceso histórico nuevo, diferente, de un tipo de sociedad que ha cambiado, que no es la misma de los sesenta ni de los setenta, que tiene otros valores. La frivolidad de analizar el menemismo sólo como un desliz de un personaje relativamente macabro me parece que es un terrible error. El menemismo es parte de una historia nueva en lo político, en lo tecnocapitalista, en la relación del hombre con el consumo, tiene que ver con una lógica que incluye una nueva urbanidad, un nuevo mapa del sujeto en el mundo contemporáneo.

–¿En qué términos debería darse, entonces, la discusión entre intelectuales?

Casullo: –Habría que deslindarse de este modelo y no generar el show alternativo a Menem. Un ejemplo es ese acto en el que la farándula recibió a Tato Bores y que no fue otra cosa que discutir contra Menem pero dentro del espacio y del modelo menemista. La farándula reunida sustituyendo todos los valores, donde Menem pierde un round pero gana otro porque está discutiendo sobre su propio tablero.

Forster: –Hay una diferencia que es importante, cuando un intelectual tiene que intervenir y pensar la realidad, su relación con esa reflexión es diferente a la de un político. El intelectual puede discutir un modelo a partir de ideas, programas, proyectos, pero no tiene la obligación y no debería tenerla, de contestar a un discurso pragmático con otro igual. Lo que se nos debería pedir es una reflexión crítica sobre el estado de las cosas, que nos permita descubrir cómo se fueron desarrollando los “porqués” de esta historia y no simplemente pegarnos a argumentos tan inmediatos como decir que vale la pena construir un shopping si, al mismo tiempo, se resuelve el tema de las inundaciones. Un intelectual lo que tiene que hacer es interrogarse acerca de la cultura del shopping y su significado en este contexto. En este sentido quiero reivindicar la función del intelectual como un depositario de memorias que han sido rapiñadas en este proceso de hiperinformación que vivimos a partir de los medios. El lugar del intelectual debe ser el de aquel que vuelve a bucear en los desvanes de la memoria para recuperar tradiciones que han sido olvidadas, perdidas o derrotadas, para luchar contra la banalización de la cultura. Se trata de volver a colocar la figura del intelectual como la de alguien que sea capaz de hacerse cargo de aquello que constituyó todo un derrotero de la tradición occidental y moderna y de plantearse ¿cómo volver a reconstruir saberes para pensar más agudamente una época de los hiperespecialismo y de las formas cada vez más ruines y fascistas de la ignorancia?

Casullo: –¿Cómo enfrentar el modelo del escándalo? No se trata solamente de darle un contenido opositor, la respuesta también tiene que implicar aparecer de una manera distinta y no ser parte de un show que en realidad imponen las nuevas formas políticas, massmediáticas o publicitarias. Esta es una de las formas de discutirle a esta cultura de mercado de índole menemista. Aunque no sepa qué alternativa proponer, el intelectual tiene que tener, permanentemente, una actitud de sospecha, de recelo y de resistencia para poder ejercer la crítica y no ser tentado por el mercado que, en todas partes, adopta formas muy seductoras para integrarnos al simulacro, a las apariencias de este mundo de realidades absolutamente efímeras.

Forster: –Parte de las perplejidades de la época es el lugar que le ha tocado ocupar al intelectual que en otra época pudo haber asumido un rol crítico. De algún modo, intelectuales como Sartre o francotiradores como Walter Benjamin pudieron con su pensamiento cortar la historia. Nosotros, en cambio, tenemos que hacernos cargo de que somos parte de un momento en el que la figura del intelectual se ha convertido en la del informador de prensa o en la del académico aislado de la posibilidad de intervenir en lo social o en lo político. Desde ese lugar la palabra del intelectual es una palabra degradada que ha perdido valor y consistencia porque aquello que le daba sentido, que tenía que ver con la marcha de la historia, con las utopías, ha declinado. Hoy nuestra palabra es –¿y por qué no decirlo?– una palabra a contrapelo, una palabra de derrotados. Pero este momento, que nos llena de perplejidades y de dudas, también nos da la posibilidad de reflexionar nuestra propia genealogía, nuestra propia derrota pero como parte de una derrota civilizatoria. La derrota de un mundo cultural, de lo que significó que la humanidad imaginara que en el seno de la historia había espacio para las confraternidades entre los hombres y no solamente para la disputa del mercado.

–¿Podrían rescatar algún pensador de la época?

Forster: –Una característica de la época es una gran sequía de aquellas viejas figuras sustantivas. En el siglo XX, para no hablar de otros momentos, el filósofo era alguien consustanciado con un pensamiento fuerte, potente, desde un Heidegger hasta un Sartre, pasando por Adorno o Husserl, que sentían que su palabra para describir el mundo y al hombre tenía un sentido. La sequía actual creo que está vinculada con la fractura de la idea de proyecto pero también con que la sociedad no escucha ni quiere hacerlo. Como dijo Castoriadis en un famoso artículo, “vivimos en la época de la hipertecnología y del neoanalfabetismo”. Eso hay que decirlo con todas las letras, la escena cultural está tan degradada que un pensador, si lo hubiera, tampoco tendría un lugar muy claro para ser escuchado.

Casullo: –La historia nos devuelve siempre la posibilidad de reencontrar otra vez un determinado pensamiento sustantivo. Hoy, frente a las ideas de corte posmoderno, de sujeto débil, de levedad del ser, toda esta suerte de mensaje “pos” aparece de golpe confrontada con sujetos fuertes como puede ser el fascista, o utópicos como el nazi, y se descubre que hay que enfrentar este peligro y dejar estas supuestas ideologías del alegre devenir de la historia. Hay que volver a recuperar la tragedia de la historia y no la levedad. El gran drama no es la aparición de las derechas de todo tipo –que por supuesto que son un drama– sino la ruina del pensamiento que los quiere enfrentar. Ese filisteísmo filosófico que viene sosteniendo, durante los últimos quince años, la moda de un supuesto fin de la historia o fin de las ideologías y que hoy se da cuenta de que está desarmado.

Forster: –Frente al crecimiento de las derechas, que tienen una clara concepción y una acción muy precisa sobre la historia, el discurso de la izquierda –para seguir pensando en aquel discurso vinculado a una ética de la igualdad que sigue siendo reivindicable– se ha quedado vacío de sus propios modelos. Ha fracturado su propia concepción del mundo y no ha sabido encontrar una alternativa para pensar esta época. Es ese un desafío que va en contra de las frivolidades, hay que volver a pensar la historia, nuestra memoria, ¿cómo se teje?, ¿de dónde venimos?, ¿por qué fracasamos? Tenemos que volver a pensar lo que se disolvió pero desde otro lugar y haciéndonos cargo de que la escena siempre es cubierta por algún discurso ideológico, de que nunca queda del todo vacía.

–¿Entonces la doctrina del fin de las ideologías no es más que otra ideología?

Casullo: –Nunca existió el fin de las ideologías, lo que hubo, entre fines de los setenta y comienzo de los ochenta, fue un avance fabuloso de variables ideológicas de derecha que lanzaron el discurso de la crisis, de los límites del desarrollo, de la dificultad de las democracias demasiado concesivas. Diría que los ochenta fueron la ideología al desnudo y que seguimos viviendo en un mundo de ideologismos económicos al desnudo.

–Todo esto que ustedes mencionan no solamente estuvo favorecido por la caída del Muro y el derrumbe de la URSS, la invasión a Checoslovaquia en los sesenta mostró que la alternativa socialista hacía agua…

Forster: –Todo esto viene de cuando Lenin y Trotsky, al comienzo de la Revolución Rusa, dan la orden de masacrar a los anarquistas de Kronstadt. La crisis de la izquierda es la crisis de un modelo de sociedad, de un modelo de cultura, de un modelo de humanidad. Cuando se derrumba el mundo decimonónico, se derrumba no solamente la mirada del burgués democrático sino también la mirada de la alternativa socialista. Thomas Mann en Los Buddenbrook contraponía dos burgueses: el culto de origen renacentista, el mismo al que amaba Marx y que lo planteaba como “el hombre que ha construido el mundo de cultura de la sociedad moderna” y que desapareció a fines del siglo XIX y fue reemplazado por el filisteo, por el burgués absolutamente volcado al más pueril de los economicismos. La cultura burguesa ilustrada, heredera del Renacimiento, fecundadora de la modernidad, de personajes como Kant o Voltaire, Hegel, Marx o Nietzsche, ha desaparecido y dejado en su lugar el mundo del mercado, el mundo del consumo. Por eso creo que la crisis de la cultura arrastra tanto el modelo de la época de oro de la burguesía como el intento de transformación que significó el socialismo.

Casullo: –Esta visión nos lleva a zonas escondidas de la modernidad que fueron pasadas bastante de costado. Nosotros, en realidad, en nuestra conformación, somos hijos de la segunda posguerra y allí lo que se tapó es que, a lo largo de la primera mitad del siglo XX y a través de autores de primer orden, se discutió, tanto desde la izquierda como desde la derecha, todo este drama de la modernidad. En una década como la del ’20 o la del ’30 allí están pensando Lukács, Benjamin, Adorno, Jünger, Lenin, Kafka, Musil, Joyce, Freud que nace a lo psicoanalítico como crítica a una cultura que le resulta desesperante. Son hombres de entreguerras, ven pasar los contingentes de mendigos o escapados de ciudades, ven las bombas, las trincheras, los millones de asesinados y piensan que esta modernidad ha fracasado totalmente. Cuando nosotros aparecemos en la segunda posguerra, tanto el terrible drama nazi como la propia no resolución, por parte de la izquierda, del estalinismo, fueron silenciados. Hoy, cuando aparece el quiebre total, con nuevas palabras y nuevas perspectivas, vamos a reproducir otro acto de aquel enorme momento anterior en donde todos estaban discutiendo qué es esta modernidad que nos ahoga.

–La alarma que les ha comenzado a sonar a las “festivas” teorías del fin de la historia, ¿qué tiene que ver con el desencanto de la democracia en el nivel mundial y con el descrédito de la clase política que aparece convertida, a los ojos del ciudadano, en una casta que sólo representa sus propios intereses?

Forster: –En los años ochenta, probablemente producto del fin de las dictaduras y de una serie de circunstancias que se dieron, lo democrático se convirtió en un mito y, en tanto mito, funcionó. El mito siempre es una forma de represión de lo otro, es una forma de olvido y una forma de festejar una única mirada, por lo tanto la democracia funcionó como obturadora de conflictos, de la posibilidad de ver la crisis de la época. Por eso recién hacia fines de la década con el derrumbe del Muro, con la propia crisis de las democracias latinoamericanas en términos de posibilidades distribucionistas, con el avance del modelo neoconservador y el resurgimiento de los fanatismos neonazis en Europa o guerras atroces como la de Yugoslavia, nos enfrentamos a tener que poner en discusión esto mismo que en los ’80 fue un mito, y no para renegar de la democracia sino para colocarla en el interior de una época de conflictos que nos permite pensarla más agudamente y no sólo en forma de pactos y contratos que no cumple absolutamente nadie.

Casullo: –Desde muchos sentidos, a lo largo de estos últimos años, estuvimos planteando que esto era una caparazón sin sentido y que caer en la mítica democrática de la peor manera, era ocultar un mundo celebrado por el mercado, que en términos culturales, técnicos y de barbarie iba hacia una no salida. El mundo de hoy camina aceleradamente hacia conflictos muy duros, hacia otro momento dramático de resolución de la historia donde quedará atrás esta suerte de cosa que vivimos en los últimos años en que todo parecía compactado, desde Menem hasta Yeltsin. Todo era un único modelo al que había que apostar porque más allá de eso no había nada. Y no es así, nosotros hace unos meses también pensábamos que sería imposible generar una problemática sobre la educación y de golpe la gente sale a la calle por eso, y si uno piensa que Italia hace dos años estaba en el cuarto lugar en el mundo hoy…

Forster: –Nuestra época ha puesto a lo democrático en cuestión, en términos de ¿qué significa que los valores de la democracia se hayan convertido, cada vez más, en cáscaras vacías? Esto nos lleva a reflexionar que en el espacio de lo democrático, y en relación con el estallido de los medios y de lo hiperinformatizado, también existe –diría el cineasta Bergman– el huevo de la serpiente.

Casullo: –Todo este mundo de la democracia de los ochenta –y para dejar bien sentada nuestra idea de otra democracia– estuvo flaqueada por planes de ajuste, por un pensamiento neoconservador regresivo, por una izquierda que no tuvo alternativa porque ya estaba desbandada culturalmente y a la que se le estaba viniendo abajo su propio mundo. Habría que pensar en otro tipo de redespliegue democrático con el regreso de ideologías de preocupación por el otro, de justicia social, de planteos de participación distinta de la gente. La alarma que se ciñe sobre lo democrático no es solamente la aparición de pensamientos de derecha que cada día avanzan más, sino también de aquellos que hicieron de la democracia un momento mítico, un momento que aportó a la disolución de la política y que continúan celebrando esta cultura barbarizadora como posibilidad de salida. Y cuando de golpe aparecen estas sorpresas que te depara la historia, el festejante se asombra de descubrir que en tres años las mayorías de Europa pueden ser de corte fascista, y entonces ¿adónde está el festejo?

Forster: –Una cosa es la posibilidad de apostar a utopías realizables o a grandes movimientos políticos que dejan su impronta en un determinado momento de la historia social y política de los siglos XIX y XX, y otra es pensar una época civilizatoria, tecnoinstrumental, donde el individuo está quedándose desprovisto de identidades propias y, por lo tanto, disponible para discursos y manipulaciones no necesariamente construidas desde valores sino desde el ansia de seguir siendo un consumidor.

–No hay más que ver cómo han resucitado los sindicatos italianos ante un plan de ajuste…

Casullo: –Es que de golpe la historia te hace una jugarreta y todos los ideologismos de los ochenta aparecen en bancarrota tratando de reconstruirse en términos clásicos. Es en estos signos en donde comienza a percibirse la próxima aparición de nuevas formas de pensar este único modelo que es el neoliberalismo, la ley de mercado, los programas de ajuste. No es lo mismo para el sistema que salgan a la calle los obreros chilenos que los italianos o los alemanes. ¿Qué puede aparecer? Estamos viviendo el agotamiento de formas políticas muy clásicas de la modernidad que parece muy difícil que puedan ser reconstituidas y tampoco existe en este momento la posibilidad de pensar cómo se hará, por eso insisto en que este es un momento de resistencia porque la otra variante es que frente a la falta de alternativas nos dejemos llevar…

–¿Qué ocurrió con la solidaridad de los años sesenta? ¿Cómo se llegó a este individualismo exacerbado?

Forster: –En un momento dado Europa vive la culpa del colonialista en relación con el colonizado. En el plano del saber eso se ve claramente con el surgimiento de la etnología, de las nuevas antropologías críticas de Lévi-Bruhl, Lévi Strauss y compañía que construyen la imagen del otro, la del indígena, la del tercerista como imagen arquetípica hasta llegar a la gran ejemplaridad heroica del guerrillero, metaforizado en la imagen del Che. Los intelectuales europeos se plegaron de un modo casi ferviente y fanático a este nuevo lugar de redención para los hombres que era el Tercer Mundo. Esto comienza a revertirse hacia el final de los sesenta, aunque todavía persisten algunos síntomas durante los setenta. El Primer Mundo produce un cambio significativo y el colonialista abandona la culpa y demoniza la imagen del colonizado. El hombre europeo se hace cargo de su identidad y no piensa más al otro como iluminador de sus propias miserias. Hay un giro que va de la culpa del colonialista a la falta absoluta de culpabilidad de esta sociedad hedonista, mercantilizada donde “el otro” son molestas masas oscuras.
Fuente:Veintitres

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