Argentina con Chile en el corazón
Año 6. Edición número 282. Domingo 13 de Octubre de 2013
Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com

Latinoamérica canta. Un mano a mano con Eduardo Carrasco, director de Quilapayún, y Horacio Salinas, dirtector de Inti Illimani, antes de su llegada al país para los recitales del 19 y 26.
Quilapayún tocará el próximo sábado 19 a las 21 en el ND/Teatro (Paraguay 918, CABA). Una semana después, el sábado 26, en el mismo lugar y a la misma hora se presentará Inti Illimani. Será un acercamiento mayor aún entre esos dos grandes grupos chilenos y su público de este lado de la cordillera. Una manera de demostrar que compromiso, música, poesía y lucha siguen muy unidas en este lado del mundo. Antes de llegar al país, Eduardo Carrasco (director de Quilapayún) y Horacio Salinas (director de Inti Illimani) se prestaron a un reportaje en común sobre sus distintos puntos de vista ante el proceso latinoamericano, la crisis europea, las próximas elecciones en Chile y, claro, la música ayer, ahora y siempre.
–Cuarenta años después del brutal golpe de Estado en Chile, ¿cómo revertir aquella frase de Theodor Adorno, “hacer poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”? ¿Cómo lo lograron ustedes, al menos?
Eduardo Carrasco: –Bueno, la frase de Adorno se refiere al genocidio más horroroso que ha tenido lugar en la historia humana. Con todo lo espantoso que fue el golpe militar chileno, no puede compararse con el salvajismo del Holocausto. Por otra parte, la frase de Adorno interpela a todos los poetas que ha habido después de ese espanto y por eso esos horrores nos conciernen a todos los que hemos intentado hacer arte después de esas miserias. Creo que los mismos sobrevivientes del Holocausto nos han enseñado que es posible vivir más allá de la violencia inhumana. Para ser franco, yo creo que todos los que hemos intentado hacer arte después del Holocausto y después de los demonios que se han desencadenado también en nuestras tierras hemos podido comprobar que la frase de Adorno no es cierta. En realidad, el arte es siempre una avanzada en contra de la barbarie. Quizás sea el único antídoto eficaz frente a ella. Nosotros creemos en el arte, que al final del cuento es lo único que puede aspirar legítimamente a ubicarse como verdadera finalidad de la vida. Eso lo descubrimos cuando invertimos la frase “el arte al servicio de la revolución” por “la revolución al servicio del arte”. A eso nosotros lo llamamos “La revolución y las estrellas”. Con esa idea combatimos a la dictadura y desde entonces seguimos luchando por una vida más justa, más feliz y más digna. Para nosotros el golpe, como cualquier otra injusticia que descubrimos en nuestro entorno, no fue más que otra razón para seguir cantando.
Horacio Salinas: –Fíjate tú que yo pienso distinto. Tanto es cierta esta aseveración que la excelente obra de teatro La muerte y la doncella, del escritor chileno Ariel Dorfman, que narra episodios graves de la dictadura, nunca se ha podido digerir con la distancia necesaria. Ha resultado un éxito relativo. Pero creo que la música nos traslada a un mundo de ilusiones y emociones más vagas, no por ello menos fuertes y precisas. La música nos refugia de un modo colectivo que es impactante, como si volviéramos al ritual arcaico de la Tribu. Claro que, dicho esto, hay una certeza irrefutable: si no hacíamos música luego del golpe, moríamos verdaderamente.
–¿Qué correlato tiene el crecimiento musical, en el caso personal y de los grupos a los que pertenecen, con el crecimiento ideológico?
E. C.: –Bueno, todos cantamos lo que vivimos. Hemos pasado por muchas etapas en 48 años que llevamos cantando con Quilapayún. Y nos hemos dado cuenta de que nunca llegamos a la luz absoluta, la verdad va siempre entreverada con el error. Siempre hemos tenido razón y siempre hemos estado equivocados. La luz convive con la oscuridad. Si no hubiera una, tampoco habría la otra. Del arte muy militante de la época de Unidad Popular, pasamos a un arte mucho más comprometido con el arte que con la política y eso se ha traducido en músicas cada vez diferentes. Lo bueno es que no nos hemos desesperado, siempre hemos sabido ver nuestras equivocaciones como desafíos para acercarnos a una depuración de lo que somos. El Quilapayún de hoy día es el mismo de siempre, pero completamente transformado. Algunas canciones sobreviven, otras van apareciendo. De todas las épocas queda algo. Creo que por eso hemos sobrevivido tanto tiempo. Al final, de todas las grandes construcciones históricas del hombre, lo que sobrevive es el arte. Así que no nos preocupan tanto las transformaciones. Hay que seguir tratando de redondear la idea.
H. S.: –Creo que nacer, en lo individual y grupal, en la década de los años sesenta fue determinante en el contenido de nuestra música. La ruptura con modos pasados era casi una obligación. En el caso de Inti Illimani, y en el mío propio, esto significó poner el corazón en medio de la gente y tener una postura ética frente al drama de los otros. Esto sigue siendo así, aunque no determine a priori nada respecto de cuestiones de calidad o trascendencia de aquello que hacemos.
–¿Cómo se ve el proceso de América latina desde un país con una sociedad tan profundamente dividida como la chilena?
E. C.: –La verdad es que nosotros tratamos de ver nuestro continente desde un punto de vista un poco más elevado que aquel en que se ubica nuestra sociedad. Hemos sido siempre latinoamericanistas. La música chilena siempre se ubicó más allá de nuestros límites nacionales. Se dice “nueva canción chilena”, pero en su espíritu es latinoamericana. Y desde donde estamos, lo que se ve es un proceso de recuperación de los derechos ciudadanos. El presidente Rafael Correa inventó la expresión “revolución ciudadana”, que es una feliz definición de los procesos que estamos viviendo en casi todos los países. Por cierto, también en Chile. Después de los años del bolivarismo ingenuo que vivimos todos en los años sesenta, vino un retroceso hacia nacionalismos un poco trasnochados, alentados por dictaduras y por gobiernos descentrados. Esos nacionalismos han encontrado hoy día un cierto límite, que con el tiempo tenderá a transformarse en un franco obstáculo para nuestro desarrollo. América latina, más allá de esos nacionalismos, es algo que existe, aunque su realidad todavía se vea lejana. En todo caso, ya hay una historia común, que estamos viviendo todos de alguna manera, pero que todavía no es reconocida como un proceso continental, porque la ceguera de los nacionalismos impide verla. Eppur si muove. Nosotros pertenecemos a esa historia. Y Chile no es otra cosa que una ilusión más dentro de ese proceso continental.
H. S.: –Yo vivo en Chile, aunque viajo todos los años a Europa. No sabría responder con mucho fundamento. En líneas muy generales, sospecho que nuestra lucha por mayor equidad ellos la vivieron en tiempos pasados y esto, de por sí, resulta simpático a los ojos de los europeos. Ganar la batalla al abuso del modelo de desarrollo actual es por lo demás una cuestión sentida en todas partes.
–¿Y la música, vista y oída allí?
E. C.: –La música sigue como en la Argentina distintos rumbos. Hay un movimiento de música que comienza a dar sus frutos. El disco nuestro que está por salir en estos días (Encuentros) es producto de una búsqueda común con algunos de estos exponentes más jóvenes de la música nuestra. Se trata de un disco de colaboraciones que nos ha dado muchas satisfacciones, porque nos ha permitido entrar a experimentar otras músicas y otras poesías. Nos hemos asociado con Álvaro Henríquez, del grupo Los Tres; con Manuel García; con Colombina Parra, Mauricio Redolés, Camila Moreno, Carlos Cabezas; con Los Chancho en piedra; con Anita Tijoux y varios más, y hemos hecho un disco juntos. Hemos podido hacer la síntesis con músicos de rock, con cantautores, hip-hoperos y ha salido una música muy interesante, que en cierto modo es una traducción de la música del Quilapayún a las nuevas tendencias. Este trabajo nos ha hecho reconocer el valor de las músicas que se están haciendo y que son muy interesantes. Ojalá que en ese sentido Argentina se abriera más hacia la música chilena. No ocurre lo mismo al revés: en Chile se conoce y reconoce con mucha fuerza a la música argentina que siempre ha tenido una gran presencia en nuestro país.
H. S.: –Latinoamérica es de una riqueza musical extraordinaria y poco a poco se ha hecho sentir en el mundo y particularmente en Europa. Lo que ayer fue algo exótico y misterioso es hoy un pulso casi conocido.
–¿Cómo observan y en qué lado se paran en el próximo proceso electoral chileno?
E. C.: –Todo el mundo sabe cómo terminarán las elecciones en Chile. Bachelet será la futura presidenta. Lo que no se sabe es si será elegida en primera o en segunda vuelta y si tendrá un Parlamento suficientemente favorable como para hacer los cambios que ha prometido. Ante el proceso electoral nosotros nos ubicamos como observadores responsables. Hay una historia de muchas decepciones que nos impide inclinarnos sin restricciones ante los candidatos con opciones de ser elegidos. Por supuesto que no apoyamos a la derecha, que en Chile es un sector desmesuradamente conservador y hacia el cual no podríamos tener ninguna simpatía. En Chile no existe una derecha republicana y la que hay, sigue pegada a Pinochet. Nosotros somos partidarios del movimiento ciudadano, que ha generado el movimiento estudiantil y muchos otros movimientos reivindicativos, ecologistas, regionalistas, poblacionales, que cuentan con todo nuestro apoyo, pero que no tienen una asignación política definida.
H. S.: –La observo con gran interés, como es hoy la política navegando en un mundo en transición. En Chile, a menos que ocurran cosas demasiado extrañas, tendremos a Bachelet de presidenta nuevamente. Yo me pongo, no sé si todo el grupo, a su lado. Creo firmemente que estamos en presencia de un tipo de liderazgo nuevo, progresista y sensato, ojalá todo lo firme que sea necesario para ejecutar las sentidas promesas de la mayoría de los chilenos. La historia de Bachelet tiene antecedentes muy fuertes que le otorgan rasgos notables a los ojos de los chilenos y, además, me parece muy consciente ella de ser un eslabón más en la lucha del progresismo, como lo fue Salvador Allende.
Fuente:MiradasalSur
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