19 de abril de 2014

HASTA SIEMPRE, GAGO.

LOS FUNERALES DE PAPA GRANDE
Por Silvina Friera
Conmoción mundial por la muerte de Gabriel García Márquez. Su cuerpo fue cremado en México, que prepara un homenaje de estadista. Colombia lo reclama y Cuba despide a su amigo. Millones y millones de lectores lo penan cada uno a su manera



CONMOCION Y EMOTIVIDAD POR LA MUERTE DEL ESCRITOR GABRIEL GARCIA MARQUEZ
El escritor en su laberinto
Por pedido de la familia, sólo habrá una ceremonia el lunes en el Palacio de las Artes de Ciudad de México. Su cuerpo ya fue cremado y Aracataca, su pueblo natal en Colombia, pidió que descansaran en su casa-museo.
Por Silvina Friera

Imagen DyN
El largo adiós ha comenzado; es el momento del duelo. La muerte de Gabo, el narrador y periodista que cautivó a varias generaciones con su prosa de ritmo hipnótico hilvanada para preservar la oralidad, es el fin de un mundo. Quizá sea el epílogo del “boom latinoamericano”, del escritor que supo conquistar millones de lectores y una popularidad en el territorio de la literatura, que cuesta imaginar que se podrá alcanzar en un futuro no tan lejano. Tenía que suceder lo que está sucediendo: América latina y el mundo se despiden del autor de Cien años de soledad, evocando fragmentos de sus obras, leyendo a viva voz en la puerta de su casa mexicana o en la funeraria donde han trasladado sus restos, que fueron cremados ayer en una ceremonia privada. Cada quien, a su manera, elige cómo agradecer y despedirse. Gabriel García Márquez murió el Jueves Santo, en México, a los 87 años. No habrá honras fúnebres por pedido de su familia. El próximo lunes se realizará un homenaje en el Palacio de Bellas Artes, en el Distrito Federal, para recordar su legado. Las autoridades de Aracataca, su pueblo natal en Colombia, pidieron que las cenizas del Premio Nobel de Literatura sean llevadas al museo levantado en la casa de sus abuelos maternos, donde pasó los primeros años de su vida.

“El mundo y en particular los pueblos de Nuestra América hemos perdido físicamente a un intelectual y escritor paradigmático. Los cubanos, a un gran amigo, entrañable y solidario”, escribió el presidente cubano Raúl Castro a Mercedes Barcha, la viuda de Gabo. En la escueta misiva, el hermano del líder de la Revolución Cubana destacó que “la obra de hombres como García Márquez es inmortal”. Los medios cubanos publicaron sendos artículos que el escritor y Fidel Castro se dedicaron mutuamente en 2008 y 2009. “Nuestra amistad fue fruto de una relación cultivada durante muchos años en que el número de conversaciones, siempre para mí amenas, sumaron centenares”, comentó Fidel Castro en 2008. Por su parte, el narrador colombiano ensalzó a Castro al afirmar que el líder revolucionario cubano es un hombre “incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal”. Casa de las Américas, institución cultural dirigida por el poeta cubano Roberto Fernández Retamar, se despidió del autor de La hojarasca a través de un comunicado: “Cuando a finales de 1936 falleció Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges dijo que el primer escritor de nuestro idioma acababa de morir. Hoy, ante la desaparición de Gabriel García Márquez, debe repetirse la sentencia. Sólo que García Márquez era, además (y es), uno de los mayores escritores en la historia de la literatura”, se lee en el primer párrafo. “Los cubanos admiramos en Gabo, junto a su genio literario, su constante defensa de la Revolución Cubana y su amistad fraternal con Fidel. En el ejercicio de aquella defensa, Gabo prestó grandes servicios, dando muestras de valor y desinterés. En general se identificó con causas nobles a lo largo de su vida. Esa vida acaba de ser interrumpida, pero de él puede decirse lo que Auden escribió a la muerte del gran poeta Yeats: ‘Se convirtió en sus admiradores’. Los numerosísimos y crecientes admiradores de Gabriel García Márquez no lo dejarán morir”, concluye el comunicado de Casa de las Américas.

El presidente francés François Hollande lamentó la muerte de García Márquez, del que dijo que es “un gigante de la escritura que dio brillo mundial al imaginario de todo un continente”. “Maestro del realismo mágico, recreó en sus novelas barrocas y poéticas una América latina soñada y dio a la literatura hispánica una de sus mayores obras maestras, Cien años de soledad”, señaló Hollande. El presidente francés planteó que el genio de Gabo alcanzó un “impacto universal” gracias al Nobel de Literatura que obtuvo en 1982. “Sus artículos de periodista comprometido y su infatigable combate contra el imperialismo le convirtieron en uno de los intelectuales sudamericanos más influyentes de nuestro tiempo”, agregó el mandatario francés. Aurélie Filippetti, ministra de Cultura de Francia, expresó su “viva emoción” por la muerte de un “inmenso escritor” al que consideró “patrimonio de la humanidad entera”. Las novelas del narrador colombiano, “tan brillantes como melancólicas, contienen una dimensión universal, una poesía incomparable y una gran lección de humanismo”, celebró Filippetti en un comunicado en el que destacó que el autor de Relato de un náufrago “es considerado como el escritor en español más importante desde Cervantes”, y que su obra “fue leída y traducida en el mundo entero”.

Aún no se sabe el destino final de los restos de Gabo. Primero decretó cinco días de duelo por la pérdida del “ilustre hijo” de Aracataca, pueblo ubicado en el departamento de Magdalena, en el norte del país, donde el escritor colombiano nació un 6 de marzo de 1927. Tufith Hatum, alcalde de Aracataca, manifestó su deseo de que las cenizas del autor de El coronel no tiene quien le escriba reposen en la Casa Museo –donde nació y vivió hasta los ocho años–, que abrió sus puertas en marzo de 2010. “Le hacemos esta petición con todo respeto a los familiares de Gabriel García Márquez y al gobierno nacional para ver si esas cenizas pueden reposar acá, en la Casa Museo”, precisó el alcalde cataquero (gentilicio de los nacidos en Aracataca). Además anunció que el próximo lunes los cataqueros realizarán un sepelio simbólico a la misma hora del que se llevará a cabo en México. En un mural de ese pueblo del Caribe colombiano hay una frase del escritor: “Me siento latinoamericano de cualquier país, pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra: Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra”.

Gabo visitó por última vez Aracataca el 30 de mayo de 2007, luego de 24 años de ausencia. El escritor llegó en un tren que partió de la ciudad de Santa Marta para inaugurar lo que las autoridades locales denominaron la “Ruta de Macondo”. Cuando la singular locomotora –que fue pintada con llamativas mariposas amarillas, uno de los elementos literarios que García Márquez usó en su obra cumbre– llegó a la tradicional estación de Aracataca, una multitud recibió al autor de Crónica de una muerte anunciada y sus acompañantes con gritos de alegría y con una pancarta en la que se leía: “Bienvenido al mundo mágico de Macondo”. Sin embargo, a pesar del pedido del alcalde, los cataqueros se mostraron un tanto indiferentes ante la muerte del célebre escritor. En diálogo telefónico con la agencia AP, Plinio Apuleyo Mendoza, amigo de Gabo, recordó que el escritor visitó muy poco el pueblo. “Realmente no estuvo vinculado después a Aracataca, entonces la gente se siente un poco distante de él”, aseguró Mendoza.

La escritora mexicana Angeles Mastretta auguró que dentro de mil años “habrá quienes estén leyendo” a García Márquez. “Yo ahora estoy penando al Gabo, a su sonrisa en vilo, a sus brazos, a sus dedos largos. Me cuesta trabajo penar al escritor, entre otras cosas porque se da el gran lugar común de todos estos días: el escritor se queda en sus libros”, advirtió la ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 1997, premio que el escritor colombiano obtuvo en 1972. A pesar del cliché, Mastretta reconoció que “se queda en sus libros y se va a quedar no ahora, no para nosotros, porque dentro de 500 años y dentro de mil, si existimos, habrá quienes estén leyendo al Gabo”. “No sé quién gobernaba el mundo cuando Cervantes escribió el Quijote, y nadie se va a acordar de quién gobernaba América cuando el Gabo escribió estas cosas clarísimas y convirtió este continente nuestro en la cosa esencial que es en sus libros, pero la gente sí va a saber quién era el escritor y qué cosas dijo.” Sobre lo que significó para su propio trabajo la obra de García Márquez, la autora de Mal de amores explicó que “hay que escribir leyendo al Gabo para no copiarle”. La escritora mexicana añadió: “Como él se hizo de una voz en la que nos cuenta tan bien, hay tantas cosas que nos pasan que él dijo tan bien dichas, que hay que leerlo para no repetirlo. O para repetirlo de distinto modo”. Además de su legado literario, Mastretta subrayó que uno de los recuerdos más entrañables que ella tiene es que nunca lo escuchó hablar mal de nadie. “Sí lo oí una vez regañarnos porque estábamos criticando, como uno suele hacer, no sé ni a quién. Y de repente dijo: ‘Basta, tanta gente tan bonita a la que le va tan bien hablando mal de otros. No lo puedo soportar’. ¡Qué ejemplo!”, sentenció.




OPINION
Mi Gabo particular
Por Eric Nepomuceno


Fue en uno de los tres últimos días de julio, o de los tres primeros de agosto de 1978, y fue en La Habana. Yo había llegado en la madrugada del 27 y me quedaría en la isla por unos dos meses para trabajar en un libro sobre la revolución. García Márquez era uno de los huéspedes más luminosos del Riviera, que en la época era el mejor de Cuba, y decidí ir verlo sin previo aviso. Quería conversar sobre la isla. A mis 30 años recién estrenados yo todavía era capaz de esa clase de osadía. Y así nos conocimos. Un año después de aquellos encuentros fugaces en La Habana me mudé de Madrid a la Ciudad de México. Volvimos a encontrarnos y desde entonces fue para siempre. Fueron décadas de desasosiego y de esperanza, de temporales y bonanzas, hasta que cambió el mundo y nosotros dos, no. No en la esencia. No en la memoria y en el afecto.

Recuerdo bien cómo fue la escritura de El amor en los tiempos del cólera, de cómo apuntes sueltos y borradores veloces se transformaron en los Doce cuentos peregrinos, de la cuidadosa arquitectura de El general en su laberinto, de la alegría irrefrenable de cuando terminó Noticia de un secuestro. Recuerdo eso y mucho más: la sensación de alivio y soledad que lo acometía cuando terminaba de escribir, y muy en especial de cuando escribió “El rastro de tu sangre en la nieve”, que sigo creyendo el más bello de los Doce cuentos peregrinos.

Pocas veces he visto a alguien tan desolado. Cuando salía del caserón blanco, de esa dirección improbable –esquina de Fuego con Agua–, le pregunté qué le pasaba. Y Gabo contestó: “Es que he escrito un cuento de un amor muy, muy bello, y muy triste, y me siento vacío de todo”.

En Cartagena de Indias, en el invierno tropical de 1984, Gabo me condujo por los escenarios de El amor en los tiempos del cólera. Me enseñó la ventana donde Fermina Daza, espléndidamente juvenil, hacía que Florentino Ariza se derritiera por sus amores imposibles. Y también el caserón con un enorme árbol de mango en el patio donde se instaló el loro del doctor Juvenal Urbino, que a propósito murió al intentar alcanzar el pájaro travieso en las ramas más altas. Hablaba de ellos como si hablara de los amigos con quienes habíamos cenado la noche anterior.

Llevo por la vida un enorme y formidable baúl de recuerdos. Y cuando pienso en el Gabo, confirmo la certeza de una generosidad sin límites, una solidaridad silenciosa y absoluta, una lealtad sin fronteras. De alguien que en ningún instante de su vida se dejó mover por otra fuerza que la de la amistad y el afecto. Hasta el final mantuvo la misma sonrisa cálida con que me recibió aquella lejana tarde del verano de La Habana y que más tarde me di cuenta de que ocultaba una melancolía de puesta de sol, una insuperable nostalgia de la infancia.

Los últimos años fueron pasados en la casona de San Angel, quieto en su rincón, navegando las mansas aguas de la memoria callada.

Cierto fin de tarde de abril de 2009 oí de él una frase apenas susurrada: “Ya no cuido de nada, no me inquieto por nada, no me preocupo con nada”. Y luego de un silencio fugaz, fulminó: “Y eso es lo que me preocupa”. Y rió aquella risa que distribuía luz pero no opacaba el relámpago de suave melancolía que jamás abandonó sus ojos. Como siempre, sabía con qué preocuparse. Eso fue lo que me dijo. Sabía.

Todos sus libros son libros de la soledad y la nostalgia, y también de la búsqueda angustiada por aquella segunda oportunidad sobre esta tierra, que él reivindicaba para todos los Buendía que sobrevivieron a cien años de soledad. Para todos nosotros. Todo lo que Gabo escribió es revelador de la infinita capacidad de poesía contenida en la vida humana. Supo, como nadie, demostrar que en América latina la realidad es más delirante que la más delirante imaginación.

El eje de lo que escribió es siempre el mismo, alrededor del cual giramos todos: la soledad, la inmensa soledad y la búsqueda desesperada, la esperanza perenne de encontrar algún antídoto contra esa condena.
Recuerdo, en fin, que hace tiempos y tiempos Gabo estaba en Zurich, en la tormentosa calma suiza, cuando lo atrapó una súbita tempestad de nieve. Para protegerse, entró en un bar de fin de tarde. Y alguna vez contó a uno de sus hermanos: “Todo estaba en penumbra. Un hombre tocaba el piano para unas pocas parejas de enamorados. Y entonces entendí lo que quería ser: quise ser aquel hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara. Tocaba solo para que los enamorados se amaran más”.

Así Gabo vivió la vida que le fue dada vivir: buscando protegerse en la penumbra mientras ayudaba a la gente para que la gente se quisiese más.

Así pasó sus últimos tiempos: anclado en la memoria de una vida pródiga y prodigiosa, luminosa. Viviendo en la esquina de Agua y Fuego.

Llevaré conmigo para siempre la imagen de su caminar de bailarín caribeño, su sonrisa de fulgores, su entrega a la vida. Su soledad rota apenas por el afecto de los amigos, por un sol llamado Mercedes. Y el Gabo queriendo ser aquel pianista de fondo de bar, el mundo como un inmenso piano que él tocó de manera incesante, para que los enamorados se amaran más.

Ese es el vacío que llevaré para siempre. Un vacío infinito, del tamaño de mi dolor.




OPINION
El irresistible influjo de Don Gabriel
Por Mempo Giardinelli


Imagen EFE
Bueno, era previsible y se esperaba este desenlace. Murió Don Gabo, faro literario de mi generación, pisciano y supersticioso, seguramente el más extraordinario narrador de la lengua castellana del siglo XX junto con Jorge Luis Borges, aunque en diferente registro.

En un año aciago para la poesía latinoamericana –en enero se nos fue Juan Gelman; en febrero el mexicano José Emilio Pacheco– ahora le tocó al más grande fabulador de Colombia y sus alrededores, o sea el mundo entero.

Su trayectoria es, también, la historia de mi vida y la de muchos, miles de autores que en nuestra América, más conscientemente o menos, fuimos paridos a la literatura bajo su irresistible influjo. García Márquez fue como esas mareas de los grandes ríos que, imperceptibles pero definitivas, van formando islas y deltas. 

Todos los que escribimos en este continente, y la verdad es que también en otros, somos deudores y tributarios de esa fuerza impactante que tiene cada uno de sus párrafos.

Lo leí por primera vez en mi adolescencia, a fines de los ’60, y creo que un poco casualmente. Yo tenía apenas veinte años, estaba por cumplir la condena del servicio militar y en algún lugar leí que la editorial Sudamericana, de Buenos Aires, y enseguida la revista Primera Plana, definían a Cien años de soledad como la novela magistral, revolucionaria, que en efecto era.

Cuando en el Chaco y una noche de tremendo calor, leí el primer párrafo de esa novela, sentí un impacto único, jamás repetido. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea...” Ahí fue que supe, y para siempre, dos cosas definitivas: que yo era escritor y en eso no había remedio, y que me pasaría la vida queriendo y respetando a García Márquez pero tomando distancia de su imaginación y su prosa, como debe hacerse con los padres.

Cuando terminé la novela la releí de inmediato, y entonces supe lo que todo el mundo: que Don Gabo era de Aracataca pero ya vivía en México, como tantos colombianos, y que la historia de la familia Buendía era tan representativa de América latina como el Obelisco lo es de Buenos Aires o el Cristo Redentor de Río de Janeiro.

Por entonces yo redactaba mi primera novelita, que fue, hoy lo sé, a la vez gesto de amor y despedida de García Márquez y de todo el llamado “boom” de la literatura latinoamericana. Ahora me doy cuenta, también, de que fue entonces que tomé la decisión de plantar algún día ese guayabo que hoy tengo y miro cada mañana en mi casa de Resistencia y que se llama, precisamente, Don Gabo, y en el que todos los veranos vienen a comer sus frutos los pájaros más tenaces y cabrones del Chaco.

Después leí esa joya narrativa que es Relato de un náufrago, y yo también fui Luis Velasco en el medio del mar, y después de compartir su angustia empecé a buscar y a seguir la narrativa maravillosa de este escritor impar al que sin embargo –no lo sabía entonces– jamás estrecharía la mano ni tendría oportunidad de coincidir en persona, aunque muchas otras coincidencias, literarias e ideológicas, lo pondrían en mi camino y enhorabuena.

Mientras el mundo se asombraba porque cada nuevo libro de Don Gabo era una obra maestra, yo los leía como se debe leer a García Márquez: con pasión, con la boca seca, sintiendo como sus personajes y saltando en la silla ante sus imágenes y sus adjetivos abrumadores. El ganaba todos los premios, uno por uno, y yo sentía que en cada caso estaba a su lado: en Francia (1969), en Caracas el Rómulo Gallegos (1972) y diez años después el Nobel. Celebré en silencio y a distancia cada uno de sus merecimientos como se celebran las buenas acciones y las buenas palabras de un padre, y gocé cada noticia de él y su fundación y sus viajes mientras era traducido a todos los idiomas del mundo y sus libros prodigiosos alcanzaban los 30, los 40 o 50 millones de ejemplares.

Fui leyendo todo de él y lo que todo el mundo leía, y fui sucesivamente el entrañable dictador de El otoño del patriarca (mi novela preferida en tanto clase magistral de dominio de la prosa castellana), y fui Eréndira y el Coronel y la Mamá Grande, como fui a la par Florentino Ariza y Fermina Daza, y en cada caso sentí que la literatura era lo mejor que había en la vida porque era lo único que me hacía pasar de la emoción al brinco, de la puteada admirativa al llanto conmovido, de la necesidad de compartir frases al silencio profundo de la meditación solitaria.

Pero nunca nos vimos, y quizás estuvo bien que así fuese. Por eso apenas corresponde evocar ahora una minúscula anécdota: alguna vez escribí un artículo duro, acaso impertinente, acerca de la misoginia en El amor en los tiempos de cólera, que él leyó con indulgencia porque después y ante amigos comunes se refirió a mí con generosidad. En el ’82, durante la guerra de Malvinas, le mandé una notita personal agradeciéndole sus palabras certeras: “Se trata de una guerra justa en manos bastardas”.

No he sabido evitar algunas cuestiones personales en este obituario, pero no hubiera podido expresar de otro modo mi tristeza de lector en estas horas. Aun sabiendo que estaba enfermo y grave, y no tenía más horizonte que la muerte, la noticia de este último viaje de Don Gabo me conmueve ahora, como a millones de sus lectores, en esta tarde gris de otoño en Buenos Aires. Mañana vuelvo al Chaco y seguramente regaré con alguna lágrima el guayabo de mi casa.




OPINION
Un habilitador de las letras
Por José Pablo Feinmann


Imagen APF
Un acontecimiento poderoso para Sudamérica y el interés que despertó en Europa dieron surgimiento a la carrera de Gabriel García Márquez. Se trata de la llamada Revolución Cubana, que fue un gran disparador para las letras. Surgió de ahí, según se sabe, el llamado boom de la literatura de este continente. Si la Revolución existía y existía en ese lejano continente, ¿cuáles eran sus frutos literarios? El que mejor recogió ese llamado (que jamás se volvió a formular: jamás Sudamérica volvió a interesar literariamente a nadie) fue García Márquez. Porque les entregaba a los europeos eso que los europeos buscaban de la inteligencia sudamericana. Que no era la inteligencia sino la fábula, lo fantástico, lo diferente de la razón, la tierra, el calor, el fuego, y hasta lo irracional. En una palabra, la magia. De aquí el surgimiento vigoroso del realismo mágico.

En ese entonces (como siempre había sido, como ahora ha iniciado una larga etapa de decadencia), la cultura europea, siguiendo un viejo concepto de Adam Smith en economía, pensaba que no era conveniente fabricar en casa lo que se podía conseguir mejor y más barato afuera. Además, siempre los conceptos de civilización y barbarie han regido las relaciones de los europeos con los sudamericanos en las cuestiones relativas al pensar. No han tenido en esto matices: la razón les pertenece. Se piensa en Europa. Europa está naturalmente ligada al Mediterráneo. En los territorios adyacentes o subalternos puede haber, a lo sumo, poesía. De aquí que un libro como Cien años de soledad se adaptara tan bien a este inconmovible sistema de pensamiento. Nosotros poseemos el logos. Como dice Heidegger en su Discurso del Rectorado: “El pasado pasa por encima de nosotros. El futuro aún es”. Algo que significa: lo helénico vive en nosotros y tenemos el deber de seguirlo, porque aún nos señala el camino a seguir. Alemania se siente en el centro del logos. Pero Sudamérica está en la ajenidad del logos. El realismo mágico viene a cerrar el círculo perfecto que Europa quiere de Sudamérica. Una revolución con barbudos apasionados y pintorescos y un gran escritor que –al son de ese pathos de la historia– escribe novelas mágicas, en que todo pasa, pero proviene de zonas oscuras a la razón, de zonas ajenas al pensar, de lo esotérico, de las sabidurías ancestrales, con esos brujos que siempre seducen porque tienen mucho de impenetrables y de mamarrachos, esas zonas arrasadas por el calor, el calor que es hermano de la pobreza y enemigo del frío y de la razón que surge a su amparo. ¿O no escribió Descartes el Discurso del Método en Holanda y al calor de una estufa? ¿Podría haberlo escrito en Colombia con calor, mosquitos y animales raros que vuelan por ahí? Nada puede crear la razón en los ámbitos de la barbarie.

Así, el realismo mágico es fruto de esa creación de la filosofía europea y hasta de sus agencias literarias. La de García Márquez habrá de ser la que lo llevará de la mano al éxito y a la gloria, Carmen Balcells. Entre tanto, Gabo escribe o ha escrito –antes del Nobel– textos de enorme valor como El coronel no tiene quien le escriba, donde la palabra “Mierda” adquiere un valor estético, literario, que nunca ha tenido ni tendrá.

El coronel necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto– para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

–Mierda.
Responde, así, a la pregunta de su esposa; esa pregunta es: qué comeremos durante los próximos cuarenta y cinco días hasta la riña de gallos.

Hay algo más, y es esencial en la conducta de todo hombre y de un escritor especialmente, que como lo querían Sartre y Walsh, y ya nos podemos ir sumando algunos veteranos de por aquí nomás, debe dar testimonio de los momentos difíciles que atraviesa el territorio en que nació y escribió. Gabo nunca se traicionó, nunca se hizo otro. Nunca dejó de ser Gabo. Si alguien lo dejó en algún lugar en 1960, ahí lo va a encontrar en su muerte. Y no porque la vida sea una estaca inmodificable sino porque se puede cambiar, pero dentro de una permanencia. Pocos como Gabo para mantenerla. Aquí, entre nosotros, durante nuestra tiranía, Borges cruzó a Chile a darle la mano a Pinochet. Y le dijo: “Agradezco a Chile haberle enseñado a mi país cómo se lucha contra el comunismo”. Y luego, en un macabro elogio de la represión, afirmó: “Prefiero la blanca espada a la furtiva dinamita”. Frase que le hizo perder su anhelado Nobel por completo, pues resulta que el señor Nobel es el que inventó la dinamita.

Contrariamente, García Márquez, desde la orilla de los derechos humanos, se interesó (o más que eso) por la suerte de los perseguidos y martirizados de toda suerte en la Argentina. Acaso sobre todo Haroldo Conti. 

Siempre le llegaban noticias sobre él. Y cada noticia era mala, peor que la anterior, pero aún dejaba una esperanza. El título que le puso a la de su muerte es uno de los más grandes de la historia del periodismo: La última mala noticia sobre Haroldo Conti. Hay que ser un gran escritor para escribir un texto semejante.



OPINION
García Márquez, Barral, Porrúa y Goytisolo
Por Pacho O’Donnell


A pesar de las elegantes desmentidas de sus protagonistas, puede darse por confirmado que Carlos Barral rechazó el manuscrito de Cien años de soledad que García Márquez enviase en primera instancia a la editorial Seix Barral. En realidad, lo que habría sucedido era el verano europeo y Barral, con costumbre de jet-set, no se dio tiempo a ocuparse del envío y se fue de largas vacaciones. Al no recibir respuesta el colombiano consideró que se trataba de un rechazo y el texto mecanografiado fue a parar a la entonces argentina Editorial Sudamericana, cuyo director Francisco Porrúa decidió su inmediata publicación con sólo haber leído la primera línea, según declaró. El asunto no terminó ahí porque en 1968 se produjo el rechazo por parte de Barral para el Premio Biblioteca Breve de la novela de Juan Goytisolo Reivindicación del Conde don Julián, según el enojado escritor catalán por temor a malquistarse con la censura franquista. 

También denunció, en una polémica que duró años, el rechazo de otras consagradas obras literarias como De donde son los cantantes, de Severo Sarduy, y La traición de Rita Hayworth, de nuestro Manuel Puig.
Fuente:Pagina12




HASTA SIEMPRE, GABO
17 abril 2014 
Casi 10 días después de ser dado de alta del hospital en la capital mexicana, ha muerto a la edad de 87 años el periodista colombiano y uno de los más grandes escritores de la literatura universal, Gabriel García Márquez. "Nuestra amistad fue fruto de una relación cultivada durante muchos años en que el número de conversaciones, siempre para mí amenas, sumaron centenares", escribió el líder de la Revolución cubana en una de sus Reflexiones. Hoy Cuba y Fidel despiden a un entrañable amigo: "Hasta siempre, Gabo".

El maestro Gabriel García Márquez ha dejado en cada una de sus obras, un pedazo de la realidad de América Latina (Foto: teleSUR)

El Nobel de Literatura marcó un hito en la historia creativa de América Latina, al crear con su realismo mágico a Macondo, un pueblo que con sus personajes pasó a formar parte de una de las obras más leídas en la región y el mundo, Cien años de Soledad, que retrata la vida de la estirpe Buendía.
El escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano Gabriel García Márquez, murió este jueves a los 87 años de edad, luego de un cuadro de neumonía que lo mantuvo hospitalizado por una semana.
El corresponsal de teleSUR en México, Eduardo Martínez, dio a conocer en contacto telefónico que "la familia se ha mantenido muy hermética (...), hasta los momentos se puede decir que no hay información oficial sobre los próximos homenajes o ceremonias que se hagan".
Martínez recordó que la noticia del fallecimiento se dio por terceras personas a través de twitter. "Los comunicados siempre fueron muy cortos (...), la familia no ha buscado las cámaras y se ha mantenido al margen de toda la información y los medios".
El periodista destacó que este 6 de mayo se realizará un homenaje al escritor y premio nobel de Literatura en el Palacio de Bellas Artes, en la capital mexicana; estimó que allí será donde la familia emita declaraciones o un mensaje a la opinión pública.
García Márquez, ganador del premio Nobel de Literatura en el año 1982, nació el 6 de marzo de 1927, en Aracataca, un municipio del departamento bananero de Magdalena (norte), era hijo de un telegrafista y de la hija de un coronel.
Al culminar sus estudios secundarios, García Márquez se fue a Bogotá (capital) a estudiar derecho en la Universidad Nacional de Colombia, para complacer a sus padres, sin embargo en sus tiempos universitarios, dedicaba especial atención a la lectura y al descubrimiento de nuevos autores.
Tras el asesinado de Jorge Eliécer Gaitán fue cerrada la universidad y el Gabo, como también es conocido, desiste de convertirse en abogado y se centra en el periodismo. Se traslada a Barranquilla (norte) para trabajar como columnista y reportero en el periódico El Heraldo.
Posteriormente fue enviado a París para ser corresponsal extranjero de El Espectador. Estando en Europa, conformó el círculo de escritores y pensadores que le dieron vida al conocido “boom latinoamericano” (movimiento literario, político y social que surgió entre los años 1960 y 1970).
El Gabo obtiene notoriedad mundial cuando se publica Cien Años de Soledad en junio de 1967. Ésta se convierte en su obra maestra y hace de Latinoamérica la patria grande del realismo mágico, poniendo en el mapa a un caribe inimaginado en otras latitudes con la increíble historia de una saga familiar.
Esta fascinación por el caribe, que le dio la vuelta al mundo con Cien Años de Soledad, le valió el premio Nobel de Literatura. García Márquez recibió el premio en Suecia, donde vestido de liqui-liqui tomó la medalla y el diploma que lo consagraron como un grande de la literatura. En su discurso rompió el silencio del auditorio para hablar de su Latinoamérica natal "yo sueño que ahora las estirpes condenadas a Cien Años de Soledad, tengan una segunda oportunidad sobre la tierra", dijo en esa oportunidad.
El Coronel no tiene quien le escriba, El amor en tiempos de cólera, El general en su laberinto entre otras tantas obras, hicieron de García Márquez, una referencia mundial de la literatura en clave latinoamericana. Recibió -entre otros- varios reconocimientos como el premio Rómulo Gallegos, la condecoración Águila Azteca en México, la orden de la legión de honor en París.
El Gabo siempre defendió su postura política, rechazó el intervencionismo estadounidense y el capitalismo como forma de Gobierno. Sostuvo amistades que levantaron polémica, como su entrañable lazo con el Líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, de quien manifestó su admiración durante años.
Su enfermedad
En 1999 le fue diagnosticado un cáncer linfático. Al respecto el escritor declaró en el año 2000 en una entrevista al diario El Tiempo de Bogotá lo siguiente:
“Hace más de un año fui sometido a un tratamiento de tres meses contra un linfoma, y hoy me sorprendo yo mismo de la enorme lotería que ha sido ese tropiezo en mi vida. Por el temor de no tener tiempo para terminar los tres tomos de mis memorias y dos libros de cuentos que tenía a medias, reduje al mínimo las relaciones con mis amigos, desconecté el teléfono, cancelé los viajes y toda clase de compromisos pendientes y futuros, y me encerré a escribir todos los días sin interrupción desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde. Durante ese tiempo, ya sin medicinas de ninguna clase, mis relaciones con los médicos se redujeron a controles anuales y a una dieta sencilla para no pasarme de peso. Mientras tanto, regresé al periodismo, volví a mi vicio favorito de la música y me puse al día en mis lecturas atrasadas”.
Sus quebrantos de salud, lo obligaron a abandonar la vida pública recientemente. Sin embargo fue visto este 29 de septiembre durante la inauguración de una sala de juegos en la Ciudad México, donde el Gabo fue el invitado de honor; acompañado de su familia el escritor se mostró de buen ánimo y conversador.

Homenaje de Resumen Latinoamericano
Don Gabo el socialista que el mundo llora.
POR ILKA OLIVA CORADO
(Corresponsal de Resumen Latinoamericano)
Sin ningún tipo de labia porque no es mi costumbre y porque nace de mi corazón escribir estas letras, porque no es para aparentar inteligencia ni erudición que  por supuesto no poseo,  porque no es para aprovechar el momento y abrazarme a la conmoción que estamos viviendo quienes amamos a don Gabo.
 Porque no soy conocedora de letras, gramática, semántica, lingüística  no tengo la menor idea de lo que es la sintaxis ni la pragmática, también desconozco del término cadencia  y todo lo que conlleva el mundo literario, si acaso seré como bien me bautizara una amiga : una “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo” y esa maestría me da la potestad de escribir con el sentimiento puro y sincero que tenemos los nadies olvidados por la historia y la sociedad.
No hablaré de sus obras ni cómo sus libros llegaron a mis manos ni en qué momento, tampoco contaré cuál es mi favorito, ninguna anécdota que relate mi amor por don Gabo, porque de ésas todos quienes hemos leídos sus libros tenemos miles. No alabaré de su calidad como escritor porque es redundar, tampoco de por qué le gustan las flores amarillas, ni por qué El olor de la Guayaba  a mi parecer dice más de él que su Vivir para Contarla.
Yo lo quiero decir  desde mi sentir arrabalero es que, en Aracataca  un pueblo olvidado por la misma intemperie,  por el  desgano de la pobreza y la desidia de la inequidad nació   un “nadie”,  un “paria”, a un “invisible”,  que tuvo la genialidad de gritarle al mundo que la clase obrera, campesina y proletaria existe y que respira por sí misma.  Uno de miles que el olvido empolva y la desgracia bautiza condenándolos a la tribulación.
Don Gabriel García Márquez es un Nobel de Literatura, sí. Pero, es un nadie y que el mundo no olvide que está honrado a un paria que tuvo la osadía de honrarnos, de darnos voz, con su realismo mágico, con su genial encanto de escritor de los que nacen ya con la venia de la excelsitud.
Que el mundo no olvide que está llorando a un socialista, a un izquierdista, a un hombre honrado que soñó con que el mundo fuera equitativo  y que la América Latina que lo vio nacer fuera una tierra próspera libre de traidores y de la escoria que empaña su lindeza.  Un hombre universal que a su natal Aracataca la inmortalizó con su encanto.
No, no tengo la capacidad ni la preparación académica para ensalzar sus obras literarias, no soy crítica de literatura, de dicha sé leer y escribir,  he leído sus libros sí y  mi mente ha viajado muy lejos de mi cuerpo, de mi estancia  a otros mundos  imaginados y a la historia que la sociedad clasista  y racista no contó. A las bananeras, a las ferrovías, al caribe que tanta sangre ha derramado, a la  dictadura de la América Latina que él tuvo la osadía de  llevarla al mundo entero de la mano del su realismo mágico.
Aplausos y elogios a la genialidad del escritor. Que el mundo entero no olvide que él es un escritor socialista y que con su encanto tuvo comiendo de su mano a cuanto traidor se enamoró  de su genialidad de niño hambriento, viviendo en la miseria y en la omisión.
Que nadie olvide que don Gabo es un “nadie” un “paria” que honró su raíz, su esencia, su camisa rota, su sueño sin dormir. Un de miles que perecen en la intransigente inequidad.
Salió de la nada, de las polvaredas, de donde el hambre es autoridad, de donde las voces dormidas son lunas caídas a la orilla del mar.
Don Gabo nunca negó su clase, que es la de miles. Un vagabundo soñador. Con la humildad que lo caracteriza vio rendirse el mundo ante sus pies, mundo mismo que lo negó cuando de niño el hambre le robó el sueño.
De letras pueblerinas y de esencia de arrabal, el genio del realismo mágico se despide y quienes encontramos en sus letras un bálsamo para la ilusión de la quimera transitoria,  que se torna en suspiros  lo despedidos desde su universal Macondo.
Gracias don Gabo, las letras de una paria lo saludan, tómelas así de innatas   como si fueran las flores silvestres que crecen a la orilla de su  río Magdalena. 
*Ilka Oliva, periodista guatemalteca que vive en EEUU 

Maduro: El Gabo dejó su huella en la nueva era de Nuestra América

Maduro recordará a García Márquez como fiel amigo revolucionario (Foto:Archivo)
El presidente de Venezuela expresó su admiración por uno de los fieles seguidores de la lucha dignificadora de Simón Bolívar y José Martí, que con sus célebres obras dejó huella espiritual imborrable en Latinoamérica.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se unió al lamento del pueblo latinoamericano por el fallecimiento del impulsor del realismo mágico, Gabriel García Márquez.
El dignatario venezolano considera al Gabo como un fiel idealista revolucionario, seguidor de la lucha digna de Simón Bolívar y José Martí, quienes emanciparon la América Latina.
Maduro afirmó que sus obras dejaron una huella espiritual imborrable en la nueva era de América y el Caribe.
El Gabo, quien murió este jueves a los 87 años de edad,  fue un crítico de las dictaduras y los regímenes autoritarios de derecha de América Latina, por lo que permaneció siempre fiel a esa amistad con Fidel Castro, incluso a veces a riesgo de ser criticado. Ha sido uno de los personajes más influyentes de Colombia no solo por su pasión por la cultura latinoamericana que aparece reflejada en sus obras literarias, sino también por su compromiso político del lado de los pobres y los débiles contra la opresión nacional en los años 70 y la explotación extranjera en la región.


Gabo, amigo íntimo de Fidel Castro

17 abril 2014 

Fidel y García Márquez en La Habana.
Amigo íntimo de Fidel Castro, Gabriel García Márquez era “un hombre con bondad de niño y talento cósmico”, según el líder de la revolución cubana que lo ha evocado como “un hombre de mañana, al que agradecemos haber vivido esa vida para contarla”.
Los dos hombres -el cubano es siete meses mayor- se conocieron en los primeros días de la revolución, en enero de 1959, cuando Gabo llegó a la isla como periodista a cubrir la llegada al poder de los guerrilleros “barbudos” que comandaba Castro.
Siguieron decenios de amistad, con algunos desacuerdos entre dos hombres a quienes les gustaba tacharse mutuamente de “desmesurados” y “exagerados”.
Crítico de las dictaduras y los regímenes autoritarios de derecha de América Latina, García Márquez permaneció siempre fiel a esa amistad con Fidel Castro, incluso a veces a riesgo de ser criticado.
“Nuestra amistad fue fruto de una relación cultivada durante muchos años en que el número de conversaciones, siempre para mí amenas, sumaron centenares”, relató Castro en 2008 cuando recibió a Gabo y su esposa Mercedes, dos años después de la crisis de salud que lo llevó a dejar el poder en 2006.
García Márquez, quien fijaría largo tiempo su domicilio en La Habana, participó en 1959 en la formación de la agencia cubana Prensa Latina y en 1986 en la creación de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, 30 kilómetros al suroeste de La Habana, que ha formado a generaciones de cineastas.

Visitas nocturnas

Gabo, quien recibía en su hogar de La Habana frecuentes visitas nocturnas de Fidel, destacaba a su vez “su devoción por las palabras, su poder de seducción”. “Fatigado de conversar, descansa conversando”, escribió sobre el líder cubano.
Una de esas noches, contó el escritor colombiano en 1988, le preguntó qué era lo que más le gustaría hacer en el mundo. “Pararme en una esquina”, le respondió inmediatamente Fidel.
Su historia común pudo haber comenzado en Colombia en abril de 1948: al día siguiente del asesinato del político liberal Jorge Eliécer Gaitán, Fidel Castro y Gabriel García Márquez, ambos de 21 años, participaron en la revuelta que pasó a la historia con el nombre de “El Bogotazo”. “Ninguno tenía noticias del otro. No nos conocía nadie, ni siquiera nosotros mismos”, recordó Castro en un artículo publicado en 2002 con ocasión del lanzamiento del libro Vivir para contarla del Premio Nobel de Literatura.
Siempre fiel defensor de la revolución cubana, García Márquez sirvió de emisario especial del líder ante el presidente estadounidense Bill Clinton.
En 1994 participó en la solución de la crisis que culminó con un acuerdo migratorio entre La Habana y Washington.
En 1997, Gabo llevó a Bill Clinton -quien le había contado que Cien años de soledad era su novela favorita- un mensaje de Fidel Castro en el que proponía a Estados Unidos cooperación en la lucha contra el terrorismo.
La cooperación cubano-estadunidense fue efímera. Washington reaccionó apresando a los luchadores antiterroristas cubanos en septiembre de 1998 que alertaban desde la Florida los planes y atentados criminales que organizaba los extremistas de Miami.

Los amigos de Gabo

García Márquez fue amigo de escritores como Mario Vargas Llosa, Alvaro Mutis, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Pablo Neruda y también del director español Luis Buñuel.
Pero ninguna amistad lo marcó tanto como la que cultivó durante medio siglo con Fidel Castro. Eran tan cercanos que, dicen, García Márquez mandaba los borradores de sus novelas a Fidel para que los leyera antes de publicarlos.
“Soy amigo de Fidel y no soy enemigo de la revolución. Eso es todo”, dijo en una oportunidad García Márquez, según relata el libro Gabo y Fidel.
Su salud empezó a flaquear en 1999, cuando fue tratado de un cáncer linfático. En 2012 sus familiares explicaron que tenía problemas de memoria y había dejado de escribir.
García Márquez fue hospitalizado a fines marzo debido a una infección pulmonar. Y cuando le dieron de alta la semana pasada, los médicos advirtieron que su salud era delicada.
Casado desde hace cinco décadas y media con Mercedes Barcha, García Márquez tuvo dos hijos. El mayor, Rodrigo, dirigió varias películas de Hollywood como Nine Lives y Albert Nobbs.
En los últimos años regresaba de vez en cuando a Colombia, aunque para refugiarse en su residencia en la ciudad colonial de Cartagena de Indias.
Gabo apareció por última vez en público en la puerta de su casa de Ciudad de México el 6 de marzo, el día de su cumpleaños 87. No dijo ni una palabra, apenas regaló una sonrisa cansada a los periodistas que le cantaron las Mañanitas. En la solapa del traje llevaba una rosa amarilla.
(Tomado de La Jornada)

Fidel y García Márquez en La Habana

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