2 de junio de 2016

A 40 AñOS DE LA DICTADURA.

A 40 AñOS DE LA DICTADURA
Discontinuidades y continuidades entre dictadura y democracia
No vivimos en una dictadura cívico-militar genocida, no hay una práctica sistemática de desaparición de personas y de apropiación de bebés: no hay una continuidad entonces entre dictadura y democracia en ese nivel fenoménico, plantea la autora. Pero advierte que recurrir a la noción de estructura permite observar que subsisten las determinaciones que produjeron el fenómeno de la dictadura y que, en ese sentido, existe esa continuidad.
Por Norma Slepoy *

Tengo la expectativa que recordar la dictadura no se transforme en un ritual conmemorativo. Que la memoria de hechos del pasado para que no se repitan –como suele enunciarse– no se constituya en una fórmula vacía. Me pregunto: ¿el recordar estos hechos, ¿evita su repetición? En todo caso, ¿qué tipo de recuerdo evita la repetición?, ¿con qué relación del pasado con otros momentos del pasado y con el presente?

Recordar para no repetir atañe al psicoanálisis. En un primer tiempo, la cura de los síntomas a través de la búsqueda activa de los recuerdos con el método hipnótico implicó sortear la represión y las resistencias a recordar. Se accedía más o menos directamente al recuerdo motivador del síntoma, desgajado del entramado de la estructura inconsciente en la que estaba inserto; pero los síntomas volvían.

El método propiamente psicoanalítico que le siguió implicó trabajar el entramado, la red de sobredeterminaciones inconcientes de los síntomas, trabajar una estructura inconciente productora de síntomas. Esta noción de trabajo fue teorizada por Freud como un trabajo con las resistencias a hacer conciente lo inconciente, una elaboración de las resistencias que permita acceder a lo latente, a lo no conciente.

Creo que un modelo de trabajo de esa índole, de desentrañar una trama, puede ser extensivo al trabajo de distintas disciplinas para tratar de captar las distintas dimensiones de la estructura social que ha permitido, entre otras cosas, que se realice un genocidio en este país.

Es decir, siguiendo con el símil que propuse: no ir al pasado en la búsqueda directa del recuerdo, esquivando la trama que se compone tanto de pasado como de presente. No hacer un desvío al pasado, al estilo de un pasado ya pisado.

Hoy tenemos la oportunidad de ese trabajo mancomunado de distintas disciplinas en la composición de esta mesa. Pienso que el desafío es hacerla trabajar, junto con los aportes de los presentes.

En relación a las determinaciones del genocidio, algunas ya son conocidas. Entiendo que hay otras que nos resta conocer, o hacer concientes.

Tenemos el privilegio de contar en esta mesa con Carlos, quien hizo mucho para que prosperara la tipificación jurídica de Genocidio y Terrorismo de Estado en el juicio celebrado en España contra los crímenes de la dictadura, en 1996. A partir de entonces empezó a circular en la sociedad argentina el nombre de Genocidio para los crímenes de la dictadura, se comenzó a llamar a la cosa por su nombre. Podríamos decir que antes de eso el genocidio pertenecía a la categoría de lo innombrable como tal. En aquel juicio se produjo un verdadero proceso de simbolización a nivel del discurso jurídico. En un interesante ejercicio del pensamiento, que llevaron a cabo los abogados de la Acusación Popular a través de sus alegatos, se restituyó en los hechos al grupo político eliminado de la definición de Genocidio de 1948. Tengamos en cuenta que la Convención para la Prevención y la Sanción del Genocidio, que forma parte de la legislación internacional, estableció que un genocidio comprende los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Omitió de este modo al grupo político que había figurado en el borrador de Convención; los países que podían resultar incriminados presionaron para que no se lo incluyera. Retengamos esta cuestión sobre la que volveré: aquello que queda consagrado por un poder político, en este caso en el derecho internacional, pasa luego a ser aceptado por la Academia y de ahí a la sociedad en general como si fuera la pura letra de la ley. En el caso de la dictadura implicó la desaparición del significante que permitía dimensionar la masacre en sus justos términos. Fue necesaria una batalla jurídica, apoyada por grupos sociales comprometidos, para que fuera restituido.

De ese modo, la denominación de la dictadura como dictadura militar pasó a ser desde entonces la dictadura genocida. Ahora, a partir del creciente reconocimiento de la participación de civiles se la está llamando dictadura cívico-militar.

Creo que queda más por reconocer. Hasta ahora me referí a lo que en el título de esta Mesa figura como discontinuidades entre dictadura y democracia. Hoy vivimos en una democracia, no en una dictadura cívico-militar genocida, no hay una práctica sistemática de desaparición de personas y de apropiación de bebés. No hay una continuidad entre dictadura y democracia en ese sentido, en ese nivel fenoménico.

Tendríamos que recurrir a la noción de estructura para darnos cuenta que, sin embargo, subsisten las determinaciones que produjeron el fenómeno de la dictadura y que, en ese sentido, hay continuidad entre dictadura y democracia.

Seguramente cuando Carlos explique de qué se trata un genocidio y las implicancias reorganizadoras del mismo en términos sociales, económicos y políticos se podrá también inferir que no solo una dictadura puede organizar una sociedad de modo de sembrar destrucción en grandes grupos humanos.

Considero que la estructura que determina ora una dictadura, ora una democracia es la estructura de clases de la sociedad, en la que la dominación y los diversos modos de sojuzgar a los semejantes se manifiesta de distintas formas. Tenemos en general tan naturalizada esta estructuración de clases, que hasta se convierte en virtud el ser tolerante con las diferencias de clase, como en el siguiente ejemplo que me parece sumamente ilustrativo. En una oportunidad quedé momentáneamente impactada cuando accedí al texto del Juramento Hipocrático por el que había jurado al recibirme de médica. En él se decía que había que respetar a los pacientes “sean libres o esclavos”. Desde ya que enseguida pensé que no había jurado por ese texto, sin embargo por un instante tuve una vivencia de lo siniestro. Pude luego comprobar que el juramento original tuvo una serie de modificaciones a través del tiempo y que la Facultad de Ciencias Médicas de la Argentina adoptó en 1958 –luego del genocidio perpetrado por el nazismo– la fórmula de Ginebra en la que se enuncia: “Evitar en el ejercicio profesional cualquier discriminación de índole religiosa, nacionalista, racial, partidaria o de clase”. En este enunciado, las clases parecen ocupar el lugar de “los ciudadanos libres y los esclavos” del texto original. Notemos la diferencia entre los distintos elementos de esta sumatoria de lo que no hay que discriminar: mientras que las religiones, la nacionalidad, las razas, los partidos no pertenecen en sí mismos a las categorías superior-inferior es, por otra parte, inherente a las clases la división en clase superior, media e inferior, o alta, media y baja. Vemos que la sintaxis del discurso tiene un efecto encubridor en el que, por la vía de la naturalización de las diferencias de clase, se efectúa la desmentida de una radical diferencia entre los distintos elementos considerados. Esto ocurre en el seno de por lo menos dos instituciones que consagran la desmentida: el Derecho Internacional y, secundariamente, la Institución Médica.

Creo que el efecto siniestro en mi lectura del Juramento original es producto de la conmoción de un nivel inconciente de la desmentida: a través de la remisión a “libres y esclavos” lo familiar de mi juramento de otro tiempo se vuelve extraño, me sitúa participando de la consagración de la división de la sociedad en clases.

Antes de proseguir con lo que entiendo que subyace tanto a la dictadura como a la democracia, para considerarlo sobre todo en términos de subjetividad, quiero hacer una digresión acerca de los llamados imposibles porque creo que pensar la constitución de la subjetividad en su vinculación con sistemas político-económico-sociales puede, en algún caso, parecer imposible.

Es un problema el de los alegados imposibles que se declaran en diferentes áreas de la cultura. En el psicoanálisis se ha radicalizado la aseveración de Freud acerca de los tres imposibles: analizar, gobernar y educar. Así, la cuestión del imposible en términos de lo imposible de nombrar, o de lo indecible, o de lo no representable ha adquirido cierta connotación mística. Se ha adjudicado esta supuesta imposibilidad de representar a una limitación inherente al psiquismo, no ya como producto de resistencias, confrontaciones o luchas. La concepción cuantitativa del trauma como un exceso de cantidad que no logra significarse, suele servir de fundamento a estas declaradas imposibilidades. Desde ya que se presentan limitaciones de diverso orden al conocimiento. Sin embargo, creo que la insistencia en la imposibilidad de nombrar o de representar tiene, en general, una función encubridora.

En ese sentido, nos podríamos preguntar qué se trata de encubrir cuando prototípicamente se considera que la Shoa, el genocidio judío, es irrepresentable. Desde hace tiempo pienso que en esa formulación hay una sacralización, en la que actúa una prohibición cuasi religiosa de representar y así lo manifesté en escritos dedicados al tema. Más tarde me encontré con el excelente libro “Imágenes pese a todo” del filósofo e historiador del arte Georges Didí Huberman y con las ideas de un historiador de la talla de Enzo Traverso. Cada uno de ellos, a su modo y desde sus disciplinas, ha sostenido similar caracterización. En el caso de Traverso, plantea la necesidad de preguntarse qué se encubre con ese oscurantismo de la memoria, en esa negación a comprender que para él se aproxima a lo que Primo Levi encontraba repulsivo de la regla nazi de Auschwitz: “Aquí no hay por qué”.

Por su parte, Didí-Huberman ha sido criticado por la exhibición de las fotos tomadas por un prisionero del campo de concentración de Auschwitz. Exhibir las fotos significó representar el horror, transgrediendo la prohibición implícita de hacerlo. Quien tomó las fotos, arriesgando en lo inmediato su vida, quiso dar ese testimonio a través de una cámara de fotos introducida en el campo por la resistencia polaca. Ha realizado un acto político, de oposición al poder. Al exponer luego las fotos, se repite la trasgresión a un mandato que ahora decreta lo indecible, innombrable, irrepresentable del horror. Entre otras recriminaciones Didí-Huberman recibió la de que esas fotos no daban cuenta totalmente del horror, ante lo cual él ha argumentado que no pretendía mostrar una representación total del genocidio, pero que esas imágenes tenían el valor de un testimonio.

Tal vez, la declarada imposibilidad de representar tenga como trasfondo la aspiración a representar una totalidad. En mi caso, como psicoanalista, no pretendo acceder al conocimiento de ninguna totalidad sino paso a paso, siguiendo las asociaciones de los analizandos, verme llevada a encontrar las determinaciones inconcientes que fundamentan síntomas y demás producciones del inconciente. Para el tema que nos ocupa he prestado atención a ciertas escisiones que, más allá de las características de cada caso, se corresponden de uno u otro modo con escisiones que circulan en la sociedad. No es éste el ámbito de un ateneo clínico, de modo que solo mencionaré a modo de viñeta dos ejemplos.

Al primero de ellos lo incluí en un trabajo en un apartado que titulé, entre comillas: “Salvador Allende y los negros de mierda”. El que así hablaba era un hombre comprometido con una actividad gremial de izquierda que, para transmitir el efecto liberador que el psicoanálisis operaba en él, recitó emocionado el discurso póstumo de Allende cuando dice: “Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”…y casi sin solución de continuidad: “¡No tolero a estos negros de mierda!”.
Junto con las connotaciones transferenciales y las referidas a la imago del padre querido, esta escisión condensaba aspectos íntimos de su constitución subjetiva que incluía la incidencia de la estructura social a lo largo de su vida desde la infancia.
Otro caso de una escisión igualmente contradictoria. Una mujer refiere el trato desconsiderado que una amiga ha tenido para con su empleada doméstica y dice: “Me extraña, porque es una mujer inteligente, no entiendo cómo se comporta así, como si fuera una negra villera”

La evidente contradicción del reclamo de respeto a su empleada haciendo alusión a la “negra villera”, a quien denigra a través de esta denominación, introduce una representación que connota la inferioridad social e implica el advenimiento al análisis de situaciones conflictivas reprimidas de la adolescencia y la infancia derivadas de su inserción social, entramadas con deseos y afectos de amor y odio.

A partir de estos y otros casos me inclino a pensar que las sobredeterminaciones psíquicas vinculadas al Edipo y al complejo de castración se encuentran íntimamente imbricadas con las que se derivan de la inserción social. A raíz de esta amalgama de representaciones en el psiquismo, parece ser que los objetos edípicos inmersos en la dialéctica fálico-castrado se corresponden con la dialéctica superior-inferior de la división en clases de la estructura social.

Entiendo que la desmentida de la incidencia en la constitución subjetiva de las diferencias de la división en clases ha impedido que se la asocie a las consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica que desde temprano señaló el psicoanálisis.
Así como Freud acude a la figura del extraterrestre como observador objetivo de la diferencia que nos tendría que resultar más evidente entre los seres humanos, la diferencia sexual anatómica, cabría llamar nuevamente al extraterreste para contrarrestar la a veces sutil desmentida de la evidente estructura de clases de la sociedad. Se puede reconocer claramente la diferencia de sexos (por ejemplo, en la nursery) y también las diferencias impuestas por las distintas clases sociales, sin dimensionar su importancia en la constitución subjetiva. Una cosa es advertir las diferencias y otra es estimar sus consecuencias. Cuando percibimos lo que al mismo tiempo inconcientemente renegamos, estamos en pleno campo de la desmentida que tan bien expresa el “Ya lo sé, pero aun así...”, de Octave Mannoni. En ese terreno pienso que se sitúa el reconocimiento y desconocimiento de la estratificación social y sus consecuencias para la subjetividad.

Para la consideración de la estructura social y de las instituciones que la reproducen creo que hay que complejizar el modelo que inicialmente propuso Freud en Psicología de las masas y que han seguido otros autores. En ese texto, en el que continúa con el modelo del psiquismo individual, Freud concibe a la constitución libidinal de la masa primaria que tiene un conductor como una multitud de individuos que han puesto un objeto en el lugar de su ideal del yo y, como consecuencia, se han identificado entre sí en su yo, en una doble ligazón libidinal, entre ellos y con el líder.

Y al analizar las dos instituciones, las dos “masas artificiales” en su terminología, la Iglesia y el Ejército, consigna solo para el ejército una estructura jerárquica que cuenta en “la distribución cuantitativa de la fuerzas psíquicas involucradas”. Es decir que no asigna efectos cualitativos en la subjetividad por parte de la estructuración jerárquica de estas instituciones.

Uno de los problemas con que nos encontramos es que el resultado de esta omisión cristaliza una concepción que no solo no pone en cuestión los efectos deletéreos de la estratificación jerárquica que reproducen las instituciones en su dinámica, tampoco el modo en que se ve afectada la producción de las mismas.
Retomando lo del principio: así como la omisión del grupo político en la definición de Genocidio efectuó la sustracción de un significante que generó un aparente imposible sostenido por lo instituido jurídicamente, la sustracción de ciertas nociones en lo instituido del psicoanálisis puede generar la supuesta imposibilidad de concebirlas, con la consiguiente pérdida de instrumentos para comprender la subjetividad y las producciones culturales de las instituciones.

Sobre producciones culturales y sus implicancias sociopolíticas Eduardo tiene mucho para decir. Solo agregaré que, tal vez, la intrincación de deseos, amores diversos y sujeción inconciente a una estructura estratificada –profundamente arraigada en la constitución subjetiva– perturba la concreción de las aspiraciones concientes de cambio social de grupos y organizaciones, y explique un aspecto de la fragmentación de los mismos o la falta de consecuencia en la prosecución de sus proyectos políticos. De ese modo se aportaría inconcientemente a la pervivencia de una estructura de dominación que, en los tiempos que corren y desde la Revolución industrial es la del sistema capitalista, la que atraviesa dictaduras y democracias e impregna las instituciones de la sociedad.
* Psicoanalista, miembro de APdeBA y de la Cátedra Libre de Salud y Derechos Humanos. Ponencia en la mesa redonda integrada por Eduardo Grüner, Carlos Slepoy y Norma Slepoy, realizada en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA) el 12 de mayo de 2016
Fuente:Pagina12

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