13 de diciembre de 2016

LUCÍA FARIÑA, SOBREVIVIENTE DEL CENTRO CLANDESTINO PUENTE 12-

13 de diciembre de 2016
LUCÍA FARIÑA, SOBREVIVIENTE DEL CENTRO CLANDESTINO PUENTE 12
“Una parte de mí quedó muerta ahí dentro” 
La mujer declaró en una audiencia anticipada. El inicio formal del juicio todavía no tiene fecha. La ubicación e identificación del centro y sus víctimas implicaron un detallado trabajo de investigación.
Alicia Rabinovich fue secuestrada junto a Lucía Fariña y está desaparecida.
Por Alejandra Dandan
¿Lucía dónde estas?, escuchó. Llevaba diez días en una celda ciega de un metro por dos, puerta de acero, la respiración de cuatro compañeras. Había sentido el paso de la electricidad sobre el cuerpo. Tapado los oídos para no oír gritos que le aturdieron la cabeza. Gritó como todos los desaparecidos detenidos cuando los guardias emborrachados entraron a buscar a una compañera. Escuchó cuando le dijeron que si no cantaba, iban a tirarla a un sótano con las ratas. ¿Salís?, escuchó de nuevo.

–Te vas de acá.

–Un momento, me pongo los zapatos.

–A donde vas, no vas a necesitar zapatos.

–Quiero despedirme de Alicia.

–Sáquenla de acá -dijo la voz.

Eso fue el último recuerdo del centro clandestino, un lugar al que con el tiempo unos pocos sobrevivientes comenzaron a nombrar como ProtoBanco y finalmente Puente12. Estaba en la Richieri y General Paz. Afuera era de noche de nuevo. Escuchó un tiro. Subió a un auto. Le decían que estaban en provincia de Buenos Aires, pero iban a pasar a Capital. Si aparece la federal, le advirtieron, “te vas a tirar en el auto porque va a haber tiroteo”. 

Arrancaron. “¡No me pueden dejar en cualquier lado!”, replicó. “Tienen que dejarme en casa, si no me van a volver a llevar”. Tenía el camisón del día de secuestro. Se iba sin Alicia Inés Rabinovich. Las habían llevado juntas desde la casa de Alicia en el barrio de Hurlingham. A Alicia se la habían llevado descalza. En esos días, rompió parte de la ropa para vendarse los pies y pisar el piso. Les habían puesto un trapo alrededor de los ojos. “Y yo les pedí que me dejen vestir.

–No hay tiempo, me dijeron.

Un hombre me tiró encima el tapado maxi de Alicia, un tapado marrón estilo tweed, que de tan largo me llegaba a los pies. Yo tenía el pelo rubio corto, con claritos, me parecía el personaje de la pordiosera de “La Strada”. La dejaron en la casa. Uno de los hombres le dio sus llaves y documentos. Se bajó. Le dicen que no se de vuelta. Su casa daba a avenida general Hornos altura 300. Estaba convencida que la esperaban adentro. Seguro. Abrió. Miró los rincones. Los roperos. Abajo de la cama. Se bañó. Cambió de muda. Armó un bolsito. Esperó la luz del día antes de salir: nunca volvió a esa casa.

A Lucía Fariña la liberaron el 18 de septiembre de 1976. Hasta el secuestro era operadora de telex de la Corte. Cuando volvió, le pidieron la renuncia y le recomendaron no hacer la denuncia porque se le iba a poner difícil encontrar otro trabajo. Encontró un puesto en las oficinas de Santa Rosa, una empresa francesa dueña de la metalúrgica de La Matanza. En junio de 1977, una compañera le advirtió que no vuelva: “Vinieron unos hombres de civil a buscarte”. “No tenia dónde estar”, explicó Lucía a los jueces, cuarenta años más tarde. “Hice el pasaporte con mucho miedo. Las oficinas estaban tan repletas que no podía dar un paso. Me dieron una fecha para retirarlo sobre la calle lateral, todavía me acuerdo, pero no fui. Tuve miedo. En ese momento, mi vecina de la calle Hornos me dijo que habían ido a buscarme otra vez. Eran del Ejército”. Lucía buscó una salida a cualquier lado. Tomó un colectivo en la terminal de Once para cruzar la frontera a Brasil. En el camino cruzó en balsa a Entre Ríos. Una mujer le sugirió ¡cambiate de asiento! A todos los que se sientan allí, le dijo, se los llevan en los operativos. Se agitó. Quiso que pase todo lo que podía pasarle. Todo junto. Cambió de asiento. Cuando se despertó era de mañana. Había llovido toda la noche. “Cuando llueve, no salen -le dijo la mujer– ¡¿viste que suerte?!”. Era la esposa de un funcionario de Vialidad Nacional, viajaba todas las semanas al norte. No hablaron demasiado pero le dijo que por suerte sus hijos estaban en México. “Nunca supe su nombre –dijo Lucía– pero fue un acto de solidaridad”.

–¿Le quedó alguna secuela? –preguntó la fiscal Angeles Ramos.
–Una parte de una queda muerta ahí adentro. Eso es así. Y la culpa que se siente porque sos liberada, te genera una deuda de por vida. Algunas veces, cuando logramos una identificación, se puede restituir algo, pero es imposible todo, porque una parte nuestra quedó ahí. Eso no impide que accedamos a ser testigos porque es un deber por los compañeros que no pueden hablar más. Y eso es de por vida: una nunca deja de ser testigo.

El ingreso al CCD 
–¿Jura o promete decir la verdad de todo cuanto sepa?

–Sí. Prometo.

–¿Tiene una deuda pendiente, pleito o demanda contra ellos?

–No –dijo Lucía a la presidenta del Tribunal–.Sólo estoy acá para que se haga Justicia. 

Este testimonio fue parte de las audiencias anticipadas que se hicieron en el juicio del centro clandestino de Puente12. El debate formal aún no tiene fecha de inicio. Testigos y sobrevivientes pidieron al Tribunal Oral Federal 6 anticipar audiencias para que declaren personas afectadas por la edad o la salud. Llevan tiempo esperando este juicio, que es producto de una de las investigaciones más difíciles, por las confusiones que generó la ubicación del campo en medio de la lógica de lo clandestino. Puente12 estaba en la sede de la División Cuatrerismo de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, un predio más conocido por el edificio que estaba adelante: la Brigada Güemes. Funcionó entre 1974 y abril de 1977, pero después fue la base del campo conocido como Banco, parte del circuito nombrado como Atlético, Banco y Olimpo. Enfrente, además, estuvo ubicado Vesubio, otro de los CCD. Por ese cruce, durante años permanecieron mezclados los nombres de los detenidos desaparecidos de unos y otros lugares. Hasta que finalmente la investigación incansable de un grupo de sobrevivientes nucleados en la Comisión Vesubio y Puente 12, acompañada del juzgado de Daniel Rafecas, logró comenzar a poner las cosas en su lugar.
Antes de comenzar, Lucía dio media vuelta sobre sí misma. Miró la sala. A sus abogados, querellas, familiares de otros desaparecidos. Les hizo un gesto con la mano. La presidenta del TOF, María del Carmen Roqueta, le pidió con una sonrisa que por favor mire al tribunal. Se sentó. A partir de allí, entró al campo. Día por día. A veces a tientas, con la ayuda de sus manos. Cerró los ojos. Y giraba a uno y otro lugar. Contó cada uno de los diez días como si siguiera el guión marcado en el cuerpo.

Viernes 10, madrugada. Operativo en casa de Alicia. “De pronto nos dijeron que iban a traer a alguien que le decían el Loco, a ver cómo reaccionábamos. Era un hombre de civil, rubio, nariz puntiaguda, muy delgado. Tiró a Alicia contra la ventana y la pateó sobre el piso. Todo en presencia de los nenes que miraban sin decir una palabra. La mirada de esos nenes yo no me la pude olvidar nunca”. Los hijos de Alicia tenían 2 y 6 años. Le preguntaron por su ex pareja Pedro “Erico” Sandoval, el padre de sus hijos. ¡A tabicar!, les dijeron. No hay tiempo de vestirse. Y las sacaron a empujones.

Viernes 10, madrugada. En el campo. “Nos bajan y me doy cuenta que estoy en el campo: siento rocío. Ruido de hojas de árboles. Viento. Alguien abre la puerta”. Las golpearon y las torturaron. Les hicieron preguntas. Cómo se llaman. Edad. Quién las llevó. De qué organización eran. “Yo les decía que no tenía ninguna militancia, pero me agarraron del sobretodo por el aire. Me dijeron que si no les decía de qué organización era me tiran al sótano con las ratas. Entonces, les dije que los hombres que me habían detenido decían que pertenecía al MR17 de octubre”.

–¿Qué es un puntero? –le preguntaron.
–Una varilla –respondió.

“Nos meten en el calabozo. Yo le digo calabozo, pero era una puerta de metal. Una puerta ciega excepto en la parte de abajo, con una luz entre el piso y la puerta. Estuvimos sentadas las cuatro hasta que de día abren la puerta. Escuchamos muchísimas voces, por eso creímos que era una cárcel común. Entonces siento el brazo de una mujer. Me pide permiso para llevarme a lavarme los ojos porque están supurando. Me doy cuenta que es otra detenida. Me saca la venda. Veo una cantidad inmensa de muchachos.

Viernes 10 y sábado 11. A Alicia la torturaron viernes y sábado.

Domingo 12. En el calabozo chico éramos cuatro: Lucía, Alicia, Margarita Waisse y Amandina Bustos de Escobar, todas del grupo de Hurlingham. “El domingo a la tarde no trajeron a nadie. Pensábamos que íbamos a estar muchos años detenidas así que nos teníamos que trasmitir todo lo que supiéramos. Novelas, películas, discusiones, y decidimos hacer gimnasia. Nos corríamos las cuatro en el calabocito para un extremo, y Alicia que estaba parada podía hacer flexiones, mover los brazos y piernas”.

Volvieron a torturarlas.

“Me pone la picana en las uñas. Siento un dolor que llega a la cabeza. Grito y lloro. Lo único que hago es eso: gritar y llorar hasta que paran. Otra vez escucho la voz cascada, arenosa, veo la cara roja. Y me dice: que esa noche van a ir a mi casa. Y si encuentra libros marxistas, me mata esa misma noche”.

Lunes 13. Llaman a Alicia a la sala de tortura. Dicen que ya no podía seguir mintiendo sobre su militancia porque habían encontrado en casa papeles de la resistencia. Y una carta que habíamos mandado a la organización con nuestra renuncia. Nosotras nos mantuvimos en la misma postura que habíamos acordado previamente. Yo no soy militante. Soy amiga de Alicia. Estaba en la casa de Alicia porque fui a festejar el cumpleaños de su hijo”.

Miércoles 15. Entra mucha gente. Se llena el piso. No se pueden pisar los costados. Están todos tirados. Delante nuestro calabozo se sienta un chico y una chica. El chico le dice a Alicia: nos tienen a todos. Alicia le dijo: ellos mienten, no es así. Me enteré que eran Julio Gudiño y su esposa Gloria Domínguez, aparentemente ella estaba embarazada. Tenían una nena muy chiquitita. Se la habían llevado en camisón. Estaban recién casados. Por eso creo que lo peor no era que nos tuvieran ahí a nosotras, sino ver gente tanto más joven, eso creo que fue lo mas terrible. Los más jóvenes eran los probablemente destinados a la muerte. Los guardias decían que podían a volver a reincidir, precisamente, por tener mucho tiempo por delante y eso era una de crueldad que nunca lo hubiera imaginado”.

Miércoles 15. La Base. “Uno de los guardias dijo que así le decían al campo: la base, que era un lugar de interrogatorio y distribución de detenidos. Cuando escuchábamos tiros, preguntábamos qué era. Pero nos decían que eran descargas de armas que habían confiscado. Por supuesto, nunca les creímos”.

Jueves 16 al viernes 17. “Las humillaciones eran una tortura mas. Una noche entran los hombres borrachos. Abren la puerta y quieren sacar a una compañera. Gritamos, también los compañeros. Y no se la llevan. Pero si se llevaron a otra de 18 años. Ella nos va a contar más tarde que le pusieron una inyección y se durmió. Es decir que en el poco tiempo que estuve, las violaciones eran cotidianas. En ese lugar y por lo investigado por la Comisión, también hubo compañeros violados”.

Viernes 17. “A Alicia la estaquearon exactamente como a los gauchos en el campo. Se escuchaban los golpes porque le decían judía. Un guardia me dijo que era la primera vez que ponían a una mujer bajo ese castigo. Quiero decir que ella era hija de un matrimonio de religión mixta. Había ido a una escuela católica, era practicante, en los años 60 se integró a la Juventud Revolucionaria Peronista de Gustavo Rearte y luego al MR17 de octubre. Alicia vestía a los nenes temprano y se los llevaba en bicicleta a la casa de la madre para que se los cuidara porque tenía que ir a trabajar. En un país donde la palabra no vale nada, ella jamás faltó a la palabra dada. Y sobre mí siempre les dijo que yo no tenía que ver con nada, con eso terminó de despegarme.

Me pregunta mi nombre. –Lucía.
–No sos Lucía –me dijo–. Sos Luisa.
De nuevo. ¿Nombre? Lucía. No. Vos sos Luisa. Sólo con esa pregunta y respuesta y diciéndome sos Luisa estuve a punto de decirles que sí. Siguió hasta el mediodía. Me interrumpe. Me dijo: ahora vamos a comer y después seguimos. Al principio comía pan, pero después no lo podía tragar, sólo tomaba mate cocido porque sabía que sin beber no se podía estar. Me vuelve a llevar a la tarde. Y sigue con la misma cantinela. Me pregunta si prefiero el socialismo o el capitalismo. Le dije: qué importa los nombres, si lo que yo quiero es un país más justo. Me dijo que me iba a revenar contra la pared.

Me pregunta si soy pacifista o prefiero la lucha. Le dije: pacifista. Me dice: Entonces no quiere la lucha de San Martín. Le dije: No entiendo de política. Me preguntó por el número de teléfono porque “dentro de diez años te voy a volver a llamar”.

Sábado 18. Madrugada. –Lucía, donde estás –escuchó esa noche. Todavía no sabía que parte de su cuerpo iba a quedar ahí adentro.
Fuente:Pagina12

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