22 de julio de 2017

LA ESCUELITA DE OTILIA.

Sábado 22 de Julio de 2017 
La escuelita de Otilia 
Otilia Acuña de Elías tiene 96 años y es una memoriosa Madre de Plaza de Mayo de la ciudad de Santa Fe. 
Matías Loja 
cá teníamos una escuelita para adultos. Teníamos una maestra y una panadería nos daba los bizcochos, así que servíamos la leche por la tarde. Después se enfermó una, otra empezó a no venir, hasta que me enfermé yo". La que habla es Otilia Acuña de Elías, Madre de Plaza de Mayo de la ciudad de Santa Fe, y el lugar que describe no es otro que su propia casa. Allí, en una habitación donde hoy vive su hijo Alejandro, funcionó hasta hace poco una centro de alfabetización para adultos. "Yo aprendí a leer y escribir ahí, como a los 80 años", cuenta orgullosa. Entre esa salita y el comedor hay un patio que hace 40 años fue escenario de, quizás, el peor horror que una madre puede soportar: ver cómo un grupo de tareas asesina a una de sus hijas.
Hija de un empleado ferroviario, Otilia tiene 96 años y cuenta que vive en el mismo lugar desde hace unos 70 años. Una casita humilde del barrio Santa Rosa de Lima de la capital provincial. A primera vista, un pequeño sillón verde, la mesa con el mantel azul impecable, la garrafa y el bastón ahí, a mano. Después, cuadros que homenajean a las Madres y un aparador donde reposa un señalador con la imagen de Nilda Elías y Luis Silva, su hija y su yerno. Ella, asesinada en esa misma casa la noche del 11 de abril de 1977. El, desaparecido desde noviembre de 1976.
Nilda era la segunda de sus hijas y ya de chica tenía inclinación por la docencia, ayudando a sus hermanos Carlos, Mirta, Mercedes, José y Alejandro a hacer la tarea. Cuando estaba a punto de recibirse de maestra, Nilda fue a la parroquia y vio a un grupo de chicos en clases de catecismo. Ella buscó al sacerdote, el padre Silva, y se ofreció para darles clases. Dicen que el cura se quedó mudo: era de las primeras chicas del barrio en terminar la secundaria. Corría el año 1966 y Nilda empezaba a trabajar en el colegio como maestra.
Mientras Otilia habla, su hijo más chico, Alejandro, está preparando la comida. Ya casi es la hora del almuerzo y hoy les toca algo de carne al horno. Hay calidez en el hogar. Otilia lo mira y recuerda que cuando era chico Alejandro fue alumno de su hermana y una día terminó un ejercicio y desde el pupitre la llamó por el nombre: "Nilda, ya terminé". Ella lo mandó a dirección y cuando salieron lo retó: "Acá en la calle soy tu hermana, pero dentro de la escuela soy la Señorita Nilda". En otra oportunidad llegó como una tromba y preguntó: "Dónde está la ropa de Alejandro". Buscó y metió en una mochila pantalones, zapatillas y algún que otro abrigo. Alejandro se puso a llorar, no entendía lo que pasaba. Intentó consolarlo: "Dejá de llorar que a fin de mes cobro y te compro lo que necesités". La ropa que se llevó era para un nene descalzo y con frío.
La casita de Otilia se encuentra sobre una calle de tierra que desde hace 17 años lleva el nombre de Luis y Nilda Silva. La pareja se conoció en los grupos juveniles de la parroquia y militaban en la JP de los 70. Construyeron un aula radial de la Escuela Nº 1196 Santa Rosa de Lima en una barriada humilde de la ciudad. Los chicos recibían clases, la copa de leche y un control sanitario. Junto a los vecinos, formaron también una cooperativa de viviendas.
En 1974 se mudaron a Buenos Aires. El fue secuestrado en noviembre de 1976 y ella quedó a cargo de los tres chicos. Cuando la noche del 11 de abril de 1977 Otilia regresó a su casa notó a varios autos estacionados en el frente y tuvo un mal presentimiento. Apenas se acercó a la puerta para entrar los hombres que se movían como sombras le preguntaron por Nilda. "Ella no está", alcanzó a decir, antes que la aparten de un manotazo. Su hija estaba detrás de la puerta y alcanzó con lo justo a llegar a la pieza de su madre, poner una frazada debajo de la cama y ocultar allí a su bebé de cuatro meses. Alejandro tenía entonces 16 años y cuenta que su hermana, sabiendo a salvo a su hijo, buscó algo con qué defenderse y lo único que encontró fue una botella de soda Estambul de vidrio. Cuando la joven se asomó, Otilia pidió que no la maten, que era madre de un recién nacido. Fue en vano. A Otilia le pusieron un arma en la cabeza y la obligaron a callarse, mientras un disparo seco terminaba con la vida de su hija. El asesinato de una maestra ahí mismo, en la casa de su mamá, frente a su familia.
Escuchar a la Madre de Plaza de Mayo relatar cómo vio el crimen de su hija es desgarrador. Se toma un tiempo para contarlo, como cuando lo hizo ante lo Justicia. "A ella no vinieron a buscarla sino directamente a matarla en mi presencia", cuenta la Madre. Nilda tenía 30 años y tres hijos. Tras estar cerrada durante la dictadura, en el aula radial gestada por la joven maestra y militante hoy funciona una escuela. También hay salones y talleres que llevan su nombre.
Gracias al centro de alfabetización que nació por gestiones del gremio docente y funcionó en su casa, Otilia aprendió a leer y a escribir. También a pintar un mantel, porque había talleres de pintura sobre telas, trabajos en yeso y hasta gimnasia para la tercera edad. Dice que antes, cuando había que llenar algún papel, lo hacían sus hijos, pero que ahora pide leerlo, para seguir ejercitando la lectura: "Siempre se puede aprender. Siempre dije que el día que tenga hijos ellos iban a ir a la escuela, porque es tan lindo saber". La "escuelita" para adultos cerró hace un par de años, Otilia ya no recuerda cuántos. Sí que en parte abrió ese espacio por la memoria de su hija, la maestra Nilda. "Cuando hago algo lo hago de acá —y se señala el corazón— porque sino traiciono la memoria de mi hija, porque a ella la tengo acá". Y vuelve a colocarse la mano en el pecho.


Otilia es una activa militante de la filial Santa Fe de Madres de Plaza de Mayo. Un espacio que la hermanó con Queca Kofman, con la Negrita Ravelo y con tantas otras luchadoras y luchadores por la memoria de la capital provincial.

Su casa fue una de las tantas viviendas afectadas por la inundación de 2003 y con el agua se fueron muchos recuerdos de su hija.

En la vereda de su casa hay dos baldosas en memoria de Nilda y Luis. Están en un sendero de cemento a metros de la puerta. Un hogar sencillo, humilde y cálido como lo es Otilia. "De chica mamé la pobreza y la sigo mamando. Y soy feliz así".
Fuente:LaCapital

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