Perspectivas, qué se pone en juego en el Congreso
Un vistazo sobre las elecciones que vienen
Denuncias de fraude, costumbre de las derechas. Polarización y bipartidismo, Qué se elige para el Congreso. Diferencias entre el Senado y Diputados. Los que se van, quienes pueden llegar. Las internas en la oposición, retos de los periodistas, porvenires posibles. Recuerdos del pasado, precedentes.
El ex presidente estadounidense Donald Trump denunció fraude, una caterva impresentable de republicanos copó el Capitolio meses atrás.
Keiko Fujimori, la candidata peruana a presidenta abonada a la derrota tras definición por penales, denuncia fraude y opera para impedir que asuma Pedro Castillo, electo en comicios limpios.
El ex presidente Mauricio Macri alerta sobre la perspectiva de fraude en noviembre, farfulla simplezas… miente. Un grupo reducido de intelectuales y artistas orgánicos de Juntos por el Cambio (JpC) agranda la comitiva, emite un comunicado en el que apela a metáforas orgánicas tan caras a la derecha (metástasis).
Beatriz Sarlo asombra al sumarse al texto: discutible o no, siempre trató de expresar un pensamiento propio, se aparta de esa interesante costumbre.
Aunque aburra repetirlo corresponde remarcar la falta de seriedad de las denuncias: valorar al sistema electoral, su anatomía y su fisiología. Sufragio universal, ciudadanos de a pie como autoridades de mesa, fiscales partidarios, autoridades judiciales que en general cumplen su cometido. La alta participación redondea el círculo. Jamás hubo denuncias serias en esfera nacional desde 1983, los escándalos (relativamente contados) se produjeron a nivel provincial.
Las democracias se corroen desde adentro, claman macristas y radicales. Algunos hacen gala de erudición y citan el libro “Cómo mueren las democracias” de los académicos estadounidenses Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Este cronista malicia que el texto es más citado que leído. Se publicó en 2018, alzó un alerta temprana referida al peligro que significa Donald Trump. Precursor en ese aspecto, recorre experiencia comparada con menos aciertos… el magnate es su núcleo. La derecha gringa, pues.
Puesto en criollo, cuadros de la derecha continental corroen sus respectivos sistemas. Cuando gobiernan erosionan las instituciones. Cuando pierden el partido, intentan llevarse la pelota. En vísperas de comicios ponen el grito en el cielo: si llegamos a ser derrotados, esa es la evidencia del fraude. Y bué…
Por si hace falta, el proceso político en Nicaragua es espantoso. La derecha no tiene la exclusividad, la tendencia es transversal. Lo que impresiona en la Argentina es la impunidad mediática de la derecha. Se suma la ignorancia histórica: las proscripciones a los adversarios, los bombardeos a población civil en Plaza de Mayo, la masacre de 2001 a metros de la Casa de Gobierno, la doctrina Irurzun para encarcelar opositores sin condena, son exclusividades del espectro congregado ahora en Juntos por el Cambio (JpC).
**
El término medio lleno: Los apocalípticos auguran que se viene la votación de medio término más importante desde 1983. Hasta ahora la contienda con secuelas inmediatas más rotundas fue la de octubre de 1999, previa a la renuncia y fuga del presidente Fernando de la Rúa. El voto bronca y la debacle de la Alianza caracterizaron el pronunciamiento. Tal vez la suerte estaba echada de antemano, De la Rúa había cavado su propia fosa.
En otras hubo de todo: el kirchnerismo la pasó feo en 2009 pero revivió para que Cristina goleara a la oposición fragmentada en 2011. El macrismo se floreó en 2017; en 2019 mordería el polvo ante la fórmula encabezada por el presidente Alberto Fernández.
Como en muchos países del continente la sociedad atraviesa una polarización tanto rabiosa cuan emocional.
Las redes sociales, los debates en radio y tevé, los quinchos y las charlas de café reflejan desprecio por el otro. La constante exhibición del contrincante azuza las broncas. En el Ágora ni siquiera es posible enfrascarse en la propia pertenencia.
El bipartidismo convive con la polarización. Podría suceder de otra forma, como en 2011. La opo odiaba al kirchnerismo pero estaba dispersa.
Desde 2015 el bipartidismo se lleva el 80 por ciento de los votos o más. Cierto es que en ese lapso pasaron dos presidenciales, que incitan a la polarización y un ballotage que la consuma. De cualquier modo, el dato es notable, diferente al de estados vecinos. La novedad es la coalición de derecha, con potencial para competirle al peronismo, eventualmente ganarle.
En otras épocas y otras comarcas los bipartidismos fomentaban más la indiferenciación que el conflicto agudo. El escritor británico Gilbert K. Chesterton bromeaba, en el prehistórico siglo XX, señalando que el sistema bipartidista consiste en que haya un solo partido; si hubiera dos no existiría el sistema. La dilución de las socialdemocracias europeas después de los 80, la pérdida de identidad y su mimetización con el neoconservadorismo es un ejemplo interesante.
Acá y ahora: el furor es la clave. Dos coaliciones enfrentadas, en un contexto de intolerancia. Los hiatos de proyecto son tan evidentes como la dificultad para tramitar diferencias.
**
El número y las bancas: El cronograma anual es múltiple, con elecciones locales, que abarcan las de gobernadores en Corrientes y Santiago del Estero. La renovación de las dos Cámaras del Congreso Nacional se dirime en 24 elecciones, cada una con color local.
Se disputan la mitad de las bancas de diputados nacionales de todos los distritos; 127 en total. Y las tres bancas de Senadores de un tercio de las provincias: Catamarca, Córdoba, Corrientes, Chubut, La Pampa, Mendoza, Santa Fe y Tucumán.
Hay dos modos de puntuar los resultados: la sumatoria de los votos o las bancas obtenidas. Se superponen en buena medida, claro. El debate público y las estrategias de oficialismo y oposición clavan la mirada en las bancas. El Gobierno cuenta con primera minoría en Diputados, arriesga 51 bancas. Los cambiemitas se juegan 60 porque se florearon cuatro años atrás.
Cuatro distritos suman 66 diputados: Buenos Aires, la Ciudad Autónoma, Córdoba y Santa Fe. Para que se mantuviera la actual correlación de fuerzas en la Cámara Baja, JpC debería conseguir un triunfo holgado. Para mejorarla, un batacazo. El objetivo deseado para el peronismo sería llegar a mayoría en Diputados. No es imposible, tampoco sencillo. El sistema proporcional D’Hondt y la multiplicidad de comicios impiden estipular cuántos votos harían falta. A ojímetro, un resultado parecido al de 2019, que fue goleada.
Sumemos algunas referencias, método Random, que dan cuenta de complejidades varias. La CABA es bastión cambiemita, por algo la ex gobernadora María Eugenia Vidal y la ex ministra Patricia Bullrich aspiran a presentarse allí. Se arranca de un piso elevado, constante desde hace buen rato. Pero JxC expone 10 de los 13 diputados que se van. Para retenerlos debería trepar a dos tercios de los votos.. o más. Se añade una necesidad básica de las coaliciones, el reparto entre los socios: parten gentes de PRO, del radicalismo y de la Coalición Cívica. Todos querrán preservar posiciones.
En provincia de Buenos Aires la ecuación se invierte en parte. El peronismo fue dividido en 2017. Hoy en día conviven en el bloque los otrora adversarios kirchneristas y massistas del Frente Renovador. El FdT aúna 16 diputados sobre 35 en disputa, hay que juntar un porcentaje grosso para mejorar esa dotación. Y repartir entre aliados.
El belga D`Hondt concibió un método acogedor para las minorías, que colorean la Cámara Baja. Terceros o cuartos partidos irán en procura de oportunidad. Florencio Randazzo hiberna los años pares, Clarín lo besa como a Blanca Nieves en los impares para que despierte (perdón por la incorrección política). Su objetivo es restarles algunos legisladores a los compañeros peronistas.
En otros distritos, fuerzas provinciales o nuevas pescan mejor en el estanque de la derecha o el improbable centro derecha. Los taitas locales pueden darles aire a algunos, con manejos varios.
Ojo que es peliagudo terciar cuando se cambian 4 o menos diputados, lo que sucede en la mayoría de las provincias.
Muy otras son las cuentas y las posiciones relativas en el Senado.
**
Complicado avanzar de local: Dos senadores para la primera minoría, uno para la segunda, nada para terceros. El Pacto de Olivos al rojo garantizó estabilidad, oxígeno para el viejo bipartidismo PJ-UCR y poco pluralismo en la Cámara.
El Gobierno cuenta con la mayoría pero dejan sus curules 15 senadores contra 8 cambiemitas. El peronismo tiene dos en Catamarca, Corrientes, La Pampa, Santa Fe y Tucumán. La mejor performance sería conservar, no avanzar. JpC dispone de mayores chances.
En Chubut ocurre una rareza: tres peronistas, consecuencia de la división entre compañeros antaño enfrentados, ahora unidos. Filo imposible o imposible sostener el portento, aunque nada es seguro en las vísperas.
Juntos por el Cambio cuenta con dos bancas en Córdoba y Mendoza, dos reductos fuertes.
En perspectiva da la impresión de que el FdT deberá transpirar para conservar posiciones. Llegar a mayoría calificada, una quimera. Conservar la simple, un propósito accesible si no hay hecatombe.
Un alivio para el oficialismo. El senador José Alperovich disfruta de inmerecida licencia, por motivos que debieron inducirlo a renunciar. Si el Gobierno conserva las dos bancas tucumanas agregará un voto en el recinto.
Otro dato para dar pie al párrafo siguiente. Al cierre de esta edición el peronismo y el radicalismo tucumanos están divididos. Muy. El gobernador Juan Manzur en pelea con su vice, Osvaldo Jaldo. Los radicales, partidos entre quienes proponen ir solos (el PRO local casi no existe) y los que se animan a una entente con Fuerza Republicana (FR), el partido de los Bussi. FR en general se termina mandando solo. Y es posible que las querellas intestinas se ordenen antes de las elecciones. He ahí una asignatura pendiente y un dilema para dilucidar antes de que termine el invierno. En el Jardín de la República y en otros pagos. Espóiler nimio: esta columna no incluye profecías sobre resultados y aconseja achicar los pánicos.
**
Retos y resiliencia: Un deporte se ha puesto de moda entre los periodistas de derecha. Regañar a dirigentes por su egoísmo, incapacidad para ponerse de acuerdo, falta de vocación para frenar al autoritarismo populista. Es verdad que las internas opositoras aburren, se reiteran y se gritan demasiado. Pero tiene sus bemoles armar las listas, conciliar posiciones, contener a los socios minoritarios. El desprestigio acecha a la corporación política, la gente común desprecia las tratativas y las roscas… que a menudo son imprescindibles
Hasta ahora, las dos coaliciones se han mantenido unidas, resilientes. El peronismo, el kirchnerismo en especial, padeció cooptaciones, fugas durante el mandato de Macri. Se recompuso en 2019. Desde diciembre de ese año se dio menos maña que su rival para soplarle fichas.
Conservarse en grandes alianzas conlleva beneficios. Apartarse es gravoso, en la intemperie suele ser de noche y llover tanto. Si primaran el sentido común y el afán de conservación, serían escasas las escisiones. Acaso en alguna provincia, por excepción.
Los cierres de lista son estresantes, incitan al error o a la bronca, los protagonistas pueden equivocarse hasta contra sus intereses. De cualquier manera, el porvenir más factible (nunca inexorable) es que las respectivas sangres no lleguen a los distintos ríos, que los dos rivales compitan en noviembre sin desgajamientos serios. Habrá que ver.
**
Todo lo que falta: Las encuestas, con tanta distancia temporal, no esclarecen mucho. En parte porque pueden manipularse o dibujarse… hay margen para recalcular más adelante. En parte porque “la gente” no tiene las elecciones en la cabeza. Los sondeos sí pueden allegar referencias generales como el desánimo que se palpa a simple vista también. El descrédito de “la política” que, afirman consultores confiables, crece pero no alcanza la dimensión del 2001.
La notoria desconfianza de los jóvenes es otro dato de los sondeos fácil de explicar porque los afectan mucho el desempleo y las restricciones de la pandemia. Se atisba entre ellos algún interés en explorar alternativas al bipartidismo, por derecha o por izquierda. Para que eso germine en votos harán falta ofertas políticas que los interpelen y atraigan. Formar nuevos partidos es trabajoso, inaccesible en ciertos territorios.
La oposición insistirá en obstruir, desacreditar cualquier medida. Sembrar bronca. No le conviene hablar del pasado porque su gestión está muy fresca.
La campaña de vacunación progresa, eso fortifica al Gobierno aunque no pinta para ser el único factor que se valorará en el cuarto oscuro. El electorado jamás es monotemático.
La economía siempre gravita. Si bajan la inflación y mejoran los ingresos de las clases populares y medias el FdT acrecentará perspectivas.
Ojalá la alegría de la gente al vacunarse vaya compensando el dolor y las privaciones de la pandemia. Si progresa la situación sanitaria, el conjunto de los argentinos podrá respirar mejor, mirar hacia adelante. La mayoría de la sociedad lo merece por la templanza y solidaridad que prevalecen aunque la narrativa hegemónica las subestime o las niegue.
Un discurso alucinado
Es difícil definir con precisión a quienes considerar intelectuales. De todos modos vamos a resistir la tentación de negar esa condición a cualquiera de los 30 firmantes de una curiosa Carta Pública que llama a los argentinos a evitar el vaciamiento de la democracia. Peligro que habría de consumarse con el triunfo del peronismo en las próximas elecciones parlamentarias. Triunfo que, dicho sea de paso, deben considerar más que probable, lo que explicaría el tono desgarrado del manifiesto opositor.
No queremos internarnos, como decíamos, en las complejidades de una discusión sobre la figura y el rol del intelectual, Lo que no nos interesa demasiado, quizás porque, como decía Jacques Ranciere, cuando se crea una categoría de personas que piensa parece que se le negara el mismo derecho a todos los demás. Y esto sería afirmar la desigualdad. Sin embargo, algo puede afirmarse con seguridad. Lo que se espera del intelectual es una actitud reflexiva, un aporte que nos obligue a pensar, una mirada nueva, más profunda y distinta. Quizá no teníamos razones para esperar eso de algunos de los firmantes, pero sí nos sorprende que una de las grandes críticas de la tradición literaria argentina arriesgue su bien ganado prestigio en los escabrosos terrenos de la chicana política.
De acuerdo con lo que proclaman los salvadores de la democracia, el supuesto vaciamiento se completaría si el gobierno gana la próxima elección, pero ya se habría producido en buena medida. ¿Cuáles son los datos que permiten hablar de un “proyecto autoritario” en la Argentina de hoy? ¿Dónde ven la “restricción de libertades” que denuncian?, ¿quiénes son las víctimas de esa “violencia estatal” que mencionan?
Cuando sí resultan más creíbles los firmantes de la Carta es cuando se dirigen a la propia oposición. Es razonable que pidan abandonar “las mezquindades y los personalismos estériles”, cuando las perspectivas electorales son poco promisorias y estallan las contradicciones no porque sus dirigentes se hayan vuelto menos amigables sino porque la herencia de Macri, de la que algunos quisieran alejarse, es constitutiva de la identidad política opositora. Menos sensato parece el reclamo de “trazar un horizonte de un país deseable”, porque ello implica cuestionar otra marca identitaria, el proyecto neoliberal que desde hace 14 años en la ciudad de Buenos Aires construye edificios de lujo que no se ocupan y desatiende las necesidades de la vivienda social, de la salud y la educación públicas
Razonablemente preocupados por las consecuencias de esta crisis de la alianza opositora, los 30 firmantes recurren a un lenguaje dramático para afirmar la unidad. Pero, a juicio del que esto escribe, cometen un serio error. Este discurso alarmista reconfortará al sector más obcecado en su adhesión al macrismo, no a quienes aún pueden tener dudas sobre el voto.
Pero más allá de estas discusiones preelectorales, la carta de los 30 despierta otras reflexiones sobre la alarmante degradación del debate público. Porque más allá de la violencia de algunos periodistas que no enfrentaron a ninguna dictadura y hoy denuncian como autoritario a un gobierno que ha hecho del diálogo su emblema, lo más nocivo es que los responsables de los cuatro años que empobrecieron al país y aumentaron la dependencia y la pobreza, siguen considerándose los dueños exclusivos de la República.
No es nuevo. En la edición de su Biografía de Belgrano, Bartolomé Mitre denunció a los caudillos federales como enemigos de la Nación que no habían hecho ningún aporte a la organización constitucional del país. Fue un radical, el gran historiador Emilio Ravignani quien demostró la falsedad del aserto con un ejemplo muy sencillo. La Constitución se fundamenta en “los pactos preexistentes”. Estos acuerdos fueron firmados por los caudillos federales que gobernaban las provincias, de allí junto con la obra de Alberdi surgió el pensamiento constitucional argentino. En la misma tradición, un siglo después, pudo llamarse “Revolución Libertadora” al golpe que reimplantó en la Argentina moderna la tradición de los fusilamientos. Sobre estas cuestiones y su proyección en el presente nos gustaría discutir. Son debates que siguen pendientes.
La grieta no es sólo una cuestión de buenas maneras, pero en la grave situación que vivimos, la alucinación opositora es todavía menos aceptable.
El nombre de una diferencia
Una larga tradición de reflexiones sobre la condición del “intelectual” nos invita a asociar esa figura con la del viejo Sartre, que a su vez se recorta sobre el fondo de la de Voltaire: la del habitante del mundo de las letras que puede alumbrar con la luz de la razón el camino y las luchas de los otros. El proverbial estrabismo del autor de ¿Qué es la literatura? se volvió una eficaz metáfora de esta capacidad de un hombre para mirar al mismo tiempo esos dos mundos diferentes: el de la vida del espíritu y el de la historia de los pueblos. El compromiso era el nombre del puente que le permitía al intelectual pasar de uno de esos ámbitos al otro. ¿Pero y si no se tratara de dos mundos diferentes, o si esa diferencia, esa separación, fuera justo aquello que el intelectual debería combatir? ¿Y si la tarea intelectual no fuera la de andar llevando lámparas, a través del puente del compromiso militante, del mundo de las ideas al mundo de las luchas, sino la de empeñarse en sostener una actitud de lucha en el seno de la discusión de ideas al mismo tiempo que no abandona el espíritu de la crítica en la asamblea y en la plaza? ¿Si lo que definiera a un intelectual fuera la capacidad para desprenderse del prejuicio que lleva a imaginar no sé qué privilegio del lenguaje que se habla en uno de esos mundos, y junto a eso a suponer que debería empeñarse en aprender a “traducir” ese lenguaje para que algo de lo que en él se puede articular llegue después a la otra orilla?
Teórico de la traducción, sobre la que escribió un libro formidable, Horacio González nunca imaginó que se tratara de eso. Hablaba como militante en la Universidad y como crítico en las asambleas. Pero hablar “como militante” no quería decir hablar, en la Universidad, en el lenguaje de las barricadas: quería decir no perder de vista el carácter público de lo que se hacía cuando se hablaba en la Universidad, quería decir no perder de vista el carácter público de la propia Universidad, y por lo tanto el talante político de la lucha por la emancipación del lenguaje que ahí se hablaba frente a las más diversas formas del silenciamiento de la disidencia que apenas se disimulaban y se disimulan en su seno tras el torpe vestido de la “seriedad”. Fue Horacio quien nos hizo notar en los 90 el modo en que nuestra verba universitaria se iba llenando de fórmulas que venían del mundo de las finanzas y los bancos: puntos, interés, créditos… Si a la aceptación acrítica de todo ese montón de boberías se la empezaba a identificar como la forma de práctica “madura” de la actividad universitaria, Horacio desafiaba toda esa complicidad politizando la discusión sobre la lengua en el interior de la academia. Y hablar “como crítico” no quería decir hablar, en las plazas y en las asambleas, en el lenguaje de la Universidad: quería decir no abandonar la inspección rigurosa y el señalamiento lúcido de todas las formas de la complicidad que se esconden en nuestro lenguaje, incluso –y a veces sobre todo– en el de la autocomplacencia militante.
Por esto es que había algo de desacomodamiento, siempre, de la lengua de Horacio en todas partes, algo que “no se entendía”, que nos resultaba opaco, pero en cuya misma opacidad intuíamos que había algo, de otro orden, que entender. A Horacio no se lo entendía en las asambleas, pero no porque hablara “difícil”, “como en la Universidad” (¡si en la Universidad se habla facilísimo: en ningún lado se habla más fácil que en la Universidad!), sino porque le reclamaba más crítica (es decir: más política) al lenguaje de los militantes. Y no se lo entendía en la Universidad, pero no porque hablara “fácil”, “como en las asambleas” (¡si en las asambleas se habla dificilísimo: en ningún lugar se habla más difícil que en las asambleas!), sino porque le reclamaba más política (es decir: más crítica) al lenguaje de los universitarios. Horacio hablaba, en todos los lados en los que hablaba (que eran todos los lados: la Universidad y las asambleas, los partidos y los gremios, la plaza y la Biblioteca) agregándole un plus al lenguaje en el que se esperaba que lo hiciera, al lenguaje que se hablaba y que se habla en cada uno de esos ámbitos por los que se deslizaba y por los que hacía que se deslizara su palabra. Ese plus era la medida exacta de lo que él no entendía (y reivindicaba no entender) de esa expectativa, y de lo que nosotros no entendíamos de él, como si no se hubiera pasado la vida escribiendode mil modos distintos que la capacidad del lenguaje y de las conversaciones no es la de permitirnosentender nada ni entendernos, sino la de provocar en nosotros un estremecimiento en el momento en que se suspenden todas las creencias.
Había algo de inquietante en esto. Los años 80, de la “transición a la democracia”, habían transcurrido en la Argentina bajo el signo de un conjunto de teorías “optimistas” acerca del lenguaje, que se presentaba como conjuro frente al horror sin nombre de lo que había pasado.La ética picaresca, el más weberiano de los libros de Horacio, escrito bajo el notorio influjo de su maestro brasileño Gabriel Cohn y publicado a comienzos de los 90, nos despabilaba de tanta ingenuidad y nos convocaba a pensar la política de la mano de una forma (cierto que amable, tolerable) del pensamiento trágico. La picaresca es la forma menor de la tragedia. Años después, Horacio ofrecería en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA un curso sobre el pensamiento del filósofo alemán Jürgen Habermas. Que pensaba la sociedad bajo la forma de una conversación, y a esa conversación con la esperanza de un acuerdo mutuo de los hablantes que participan de ella. Claro que había una cantidad de “peros”: Pero hay clases sociales. Pero hay opresores y oprimidos. Pero hay “ruidos” en la comunicación. Esos “peros” son las notas a pie de página de la teoría de Habermas, que gracias a ellas puede mantener un tono general de optimismo sin ser en verdad culpable del candor que más de una vez se le ha imputado. Lo que hacía Horacio era entonces darlo vuelta a Habermas y ponerlo “sobre sus pies”: hacer de todos esos “peros” el corazón de una gran tesis sobre el malentendido, y mandar a pie de página la rareza de una comunicación posible como un caso límite de la teoría.
El malentendido es el tema permanente de la obra de González. “Entendimos mal porque entender mal es una manera de izquierda de entender las cosas”, les decía a León Rozitchner y a Eliseo Verón hace una punta de años, respondiendo a la crítica sobre el error en el que habría consistido entender las palabras de un viejo general ordenancista como las de un líder revolucionario. Entendimos mal, entendimos diferente, porque entender diferente es un recurso propio de toda acción política. No se entiende parmenídicamente nada. Se es lo que no se es, no se es lo que se es. Que es la versión gonzaliana de aquella fórmula de Cooke que no se cansaría de repetir y de explicarnos: “En la Argentina los verdaderos comunistas somos nosotros, los peronistas”. Y remataba González esa nota que estoy recordando: “Entendimos mal porque nuestra diferencia era correcta. Entendimos diferente porque eso era entender bien”. Leí por primera vez estas frases (que preparaban tantas otras que después leeríamos en La ética… y más tarde en el Perón) hace tres décadas y media, y voy a evitar el chiste idiota de decir que no sé si las entendí. Pero entendí, eso sí lo sé, que había en ellas un modo de pensar las cosas, el lenguaje, la política y la historia, que hacía toda la diferencia. Horacio es el nombre de una diferencia en la historia de las ideas, en la cultura y en la política argentina. Causa vértigo imaginar todo eso, ahora, sin esa diferencia. Causa vértigo pensar la Argentina sin González.
Fuente:Pagina12
No hay comentarios:
Publicar un comentario