Porque tenemos memoria
y sabemos la verdad
luchamos por la justicia
27 de junio de 2022
TROPEL del 27.06.2022.
Hogueras, cenizas y libros
Por Marcelo Valko, Resumen Latinoamericano, 26 de junio de 2022.
El obispo levantó el brazo
Quemo en la plaza los libros
En nombre de su Dios pequeño
Haciendo humo las viejas hojas
Gastadas por el tiempo
Pablo Neruda
Se estrenó en el cine Gaumont “Los libros cautivos” de la directora Gabriela Fernández. Esta notable película auspiciada por el INCAA a la que tuve el placer de asistir trata sobre como los libros, además de las personas, fueron enemigos principales de la Dictadura cívico-militar-eclesiástica encabezada por el general Videla. A través del tiempo, las culturas utilizaron distintos mecanismos para almacenar información como la escritura cuneiforme, jeroglífica, alfabética o ideográfica, también desde siempre un modo muy efectivo para destruir el conocimiento fue la hoguera.
El 26 de junio 1980 la historia, la peor de las historias volvía a reeditar su rostro de fuego. La dictadura casi finalizando el exterminio de personas, vuelve su interés hacia los libros. En una “redada” en el Centro Editor América Latina capturan 24 toneladas de páginas “subversivas”. Más de un millón y medio de libros fueron llevados en varios camiones a un descampado de Sarandí. Allí, aunque parezca cosa de no creer, un juez federal estaba presente para supervisar “la orden judicial de quema”. Y como si esto fuera poco, el magistrado mandó tomar una serie de fotografías de la hoguera donde ardían millares libros con la finalidad de dejar constancia de la incineración y que no lo acusen de haberlos robado y vendido. Boris Spivacow, el editor del CEAL fue obligado a presenciar la quemazón de todo ese conocimiento que había puesto a manos del público a través de cinco mil títulos a precios populares. Un conocimiento reducido a humo y ceniza. Cuatro años antes, el 29 de abril de 1976, el general Luciano B. Menéndez se había adelantado quemando unos centenares de textos expurgados de las librerías cordobesas considerados “perniciosos, que afectan al intelecto y a nuestro modo de ser cristiano”.
El miedo al otro, a pensamientos diferentes invariablemente infunde temor y temblor. Y más aún, un terror que genera irracionalidad. El huevo de la serpiente deviene en fanatismo y la percepción del otro se altera, se contamina de fantasmas y diablos. Unas décadas antes del librocidio perpetrado por la Dictadura, el 10 de mayo de 1933 sucedió otro tanto en Berlín. Bajo la supervisión del ministro de propaganda Joseph Goebbels, las juventudes hitlerianas quemaron cuarenta mil libros de autores como Bertolt Brech o Erich María Remarque considerados ¿antialemanes? Tal locura, inspiró a Ray Bradbury su notable novela Fahrenheit 451° donde describe la resistencia de una comunidad en la que cada persona había aprendido de memoria un texto, para salvarlos de la quema. Pero el fuego de la hoguera aun viene de más lejos. La espiral de terror ante el pensamiento plasmado en los libros que comenzó a liberar la imprenta, proviene de más atrás. En 1559 surge el Index Librorum Prohibitorum, el catálogo de libros prohibidos por el Vaticano. Una década antes que fuera promulgado el listado Papal, la España Católica se adelanta y crea su propio Index de autores, libros e ideas peligrosas. A esa altura, la furia irracional había cruzado el océano atlántico derramando su venenoso temor sobre el conocimiento de las culturas americanas donde también ocurrieron eventos semejantes a manos de los “Extirpadores de idolatrías y bestialidades”.
Yucatán fue el territorio donde actuó el tristemente célebre fray Diego de Landa de la orden franciscana. Hombre de enorme energía y persuadido de su misión divina aprendió muy pronto el idioma de los naturalesa pocos días lo hablaba y predicaba como si fuera su lengua materna. Esta fue un arma de suma importancia en la contienda para desterrar las actividades idolatritas de los indios y noche y día, no paraba de recoger indios derramados en los montes y serranías por miedo de las guerras pasadas, y el santo varón los domesticaba y traía. La Iglesia al igual que los funcionarios de la Corona precisaba concentrar a los indios para vigilarlos en las cuestiones de la fe y obviamente para utilizarlos como fuerza de trabajo para mantener en marcha la economía mediante la encomienda. De Landa asumió como pocos religiosos la necesariedad de enmudecer los vestigios del pasado y de silenciar las tradiciones idolátricas extirpándolas en sus raíces más hondas. Su extremado celo religioso para ejercer la represión ideológica y combatir demonios llegó a un punto álgido el aciago 12 de julio de 1562 cuando ejecutó el llamado Auto de fe de Maní condenando a la hoguera a los Códices Mayas en una acción tan devastadora como fue la destrucción de los incunables que atesoraba la biblioteca de Alejandría. Pero su accionar fue aún más allá. También persiguió y eliminó a los sacerdotes yucatecos, chontales y lacandones que sabían interpretar las imágenes.
Cuando Diego De Landa se entera de la idolatría descubierta en el pueblo de Maní recibe la noticia con notable pena, porque entendía que ya los indios habían olvidado totalmente las mañas viejas. La validez de las conversiones masivas se quiebra. Se hace evidente que los indígenas se habían resignado a no manifestar públicamente la veneración a sus dioses, pero las creencias se mantenían ocultas y robustecidas por el accionar de sacerdotes poseedores de los antiguos libros de pinturas. El extirpador advierte que fue engañado y que la idolatría se encuentra arraigada a gran profundidad. Resuelve actuar con decisión para no echar por tierra la labor evangelizadora realizada hasta ese entonces. Conservar esa historia demoníaca narrada en los códices equivalía a contaminarse con una simbología contraria a las (sus) escrituras y la posibilidad latente de que en algún momento los indios pudieran recuperar a través de lo religioso, sus propios valores culturales. De Landa fue implacable. Partió como un rayo para Maní, a poner remedio en tal idolatría y castigar tal desvergüenza. Atrapó sacerdotes vivos y a otros que habían muerto los desenterró y arrojo a las fieras por apostatas de la santa fe, capturo además miles de ídolos y vasijas sospechosas y al menos 27 códices de historiales de caracteres antiguos. Dejemos al clérigo sintetizar los motivos del auto de fe: Usaban también esta gente de ciertos caracteres o letras con las cuales escribían en sus libros sus cosas antiguas y sus ciencias, y con ellas, y figuras, y algunas señales en las figuras entendían sus cosas, y les daban a entender y enseñaban. Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese supersticiones y falsedades del demonio; se los quemamos todos, lo cual sintieron a maravilla y les dio mucha pena.
Conviene detenerse en la última oración, perversa y siniestra sin dudas, pero que encierra una constelación de pistas y posibilita reflexionar sobre una cuestión. Analicemos algunos aspectos. Menciona sobre el gran número de libros. Es digno de mención que el extirpador de idolatrías no tenga impedimento alguno en afirmar aquello que nuestra historia cómplice niega: tenían libros. De Landa no tiene problemas en afirmar lo contrario dado que los está viendo, los tiene frente a sus ojos, es más, sus ayudantes los están amontonados, preparando una gran pira con ellos. Las culturas mesoamericanas poseían soportes picto e ideográficos para plasmar representaciones simbólicas estandarizadas. Sin embargo, según los historiadores oficiales la América indígena no consiguió traspasar la pre-historia. Como sabemos, la historia comienza con la escritura. Pese a pruebas semejantes, arrojan a nuestras culturas del otro lado de la raya que traza los dueños del mundo. Someter pueblos incultos es menos arbitrario, menos culpógeno. Cualquier pretexto es válido cuando lo que prima es el capital. A todo trance nos mantienen del otro lado. Somos prehistóricos, no tuvimos escritura. Hasta un soldado de Cortés como Bernal Díaz del Castillo lo describe: buscábamos en los libros de tributos de Moctezuma los distritos de donde procedían los tesoros, o donde había minas o cacao, o telas para mantas y queríamos ir allí. Primitivos, exóticos, abominablemente diferentes, inasibles, siempre nos ven como no somos y no estamos donde creen vernos.
Como si fuera un eco de Alejandría, Maní o Berlín que no se diluye, la historia retoma el odio en el baldío de Sarandí: Los libros amontonados fueron rociados con combustible y el juez federal dio la orden de encender la antorcha. Para los neo extirpadores contenían falsedades y cosas del demonio. Frente a las atrocidades de la Dictadura de la que se cumplen 40 años, la destrucción de libros parece un tema menor. No lo creo. ¡Cómo habrá sufrido el editor obligado a presenciar la hoguera! Recuerdo que una sola vez le pregunté a Osvaldo Bayer que sintió al abandonar su biblioteca cuando marchó al exilio. Me miro fijo, movió la cabeza con pesadumbre y se hizo un pesado silencio. Humo, hoguera, exilio debido a la amenaza de muerte de la Triple A durante el gobierno de Isabel Perón. Me miró fijo, movió la cabeza con pesadumbre y se hizo un pesado silencio. Humo, hoguera, exilio, cenizas.
Boris Spiwacov, después de la destrucción de la totalidad del material de su editorial, mantuvo a flote como pudo al CEAL, el dinero que entraba lo destinaba a insumos: tinta y papel. No retiraba nada para sí, pero el golpe económico había sido muy duro. Finalmente las deudas lo consumieron y la editorial cerró sus puertas. En mi casa tengo alguno de sus textos y casi completa la colección de “Historia de América en el siglo XX”. Spiwacov, un patriota de la talla de Belgrano o Castelli, como ellos creyó en una Patria Grande y Justa que sería construida y liberada por la educación verdadera, y como ellos murió en la completa pobreza. En la actualidad solo subsisten tres códices mayas y cada tanto en viejas librerías me encuentro con algún texto del CEAL. Por suerte, la historia es larga y aunque algunos derrotistas no lo crean, esto recién comienza. Por eso, los invito a ver y difundir esta película de Gabriela Fernández que estará una semana en el Gaumont: “Los libros cautivos”. ¡Nunca Más! Es lento, pero viene…
Emilio Pérsico: «Cristina cometió
errores garrafales y nadie se lo quiere
decir»
Resumen Latinoamericano, 26 de junio de 2022.
El dirigente del Movimiento Evita apuntó contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Además, le contestó al ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense Andrés Larroque, en diálogo con AM750.
La discusión por el manejo de los planes sociales que reavivó la vicepresidenta Cristina Fernandez de Kirchner durante el plenario de la CTA de los Trabajadores el 20 de junio tiene un nuevo capítulo. El referente del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, criticó a la expresidenta y al dirigente de La Cámpora, Andrés Larroque, en diálogo con AM750.
«Cristina cometió errores garrafales y nadie se lo quiere decir«, aseguró Pérsico. El referente de los movimientos sociales manifestó que la discusión con el kirchnerismo al interior del Frente es «una discusión política y sobre a dónde queremos ir«.
«Hay una disputa de modelo, está claro. Nosotros no vinimos para hacer lo mismo otra vez«, aseveró, en Toma y Daca, Emilio Pérsico. Según el dirigente, el camino es reconocer a la economía popular como trabajo y salir de los subsidios.
En ese sentido, declaró que el presidente Alberto Fernández «entiende a la economía popular» y destacó el envío de 12 leyes al Congreso que apuntan a «dignificiar el trabajo».
Por otro lado, Pérsico se refirió a las declaraciones de Andrés Larroque en AM750. “¿Que yo genero tensión entre Alberto y Cristina? No es así. Él no sabe lo que yo hablo con el Presidente. A menos que haya micrófonos”.
Además, le contestó al referente de La Cámpora respecto de las acusaciones de «vínculo promiscuo» con el gobierno macrista: “Dicen que nosotros estuvimos con Macri, pero yo no me crucé en la calle a algunos compañeros que sólo cacareaban en el Congreso”, concluyó.
A 20 años de la Masacre de Puente
Pueyrredón: ¿Cómo fortalecer la
organización y defender la protesta?
Resumen Latinoamericano, 26 de junio de 2022.
La memoria de Darío Santillán y de Maximiliano Kosteki trae un mensaje fundamental para el presente: la necesidad de reforzar la organización, de reivindicar lo público, colectivo y comunitario. También de defender el derecho a manifestarse, expresarse y peticionar.
El 26 de junio de 2002, dentro de la Estación Avellaneda, policías bonaerenses ejecutaron a Darío Santillán por la espalda y a corta distancia. Darío acompañaba a Maximiliano Kosteki, que agonizaba víctima de un disparo policial que había recibido mientras participaba de la protesta. Solo seis meses después del estallido de diciembre de 2001, los dos homicidios fueron resultado de un operativo represivo feroz montado para frenar la mayor protesta de 2002 y la organización social y política masiva surgida de una crisis que había sumido a más de la mitad del país en una situación desesperante.
Rápidamente los policías montaron la escena. Levantaron las evidencias, corrieron los cuerpos e intentaron instalar una versión oficial falsa: que los jóvenes piqueteros habían sido víctimas de una pelea entre organizaciones. En una época sin celulares con cámaras y sin redes sociales, la versión del encubrimiento se sostuvo por más de un día en el discurso de policías y autoridades. Sin embargo, dos reporteros gráficos -Pepe Mateos y Sergio Kowalewski- habían fotografiado de cerca los hechos en la estación. Cuando salieron en los medios, las imágenes no dejaron dudas: el comisario bonaerense a cargo del operativo, Alfredo Fanchiotti, junto al cabo Alejandro Acosta, habían ejecutado fríamente y por la espalda a Santillán, que se había quedado en la estación para asistir a Kosteki y el grupo de policías había intentado encubrir todo.
La violencia, la crueldad, el encubrimiento y la mentira provocaron un fuerte rechazo social. Ya no se trataba solo de un operativo dispuesto para liberar el acceso a la ciudad de Buenos Aires: la policía había desatado una cacería, persiguió a los manifestantes en su repliegue y castigó con sangre y fuego la organización social y política que ese día había mostrado su enorme capacidad de movilización.
Los homicidios de Kosteki y Santillán, sumados a los asesinatos del 19 y 20 de diciembre de 2001, derivaron en una fuerte demanda social y política: nadie debe perder la vida por organizarse para defender sus derechos. Con el tiempo, eso se tradujo en la “política de no represión de la protesta”, la prohibición para las instituciones de seguridad de portar armas de fuego en las manifestaciones públicas como principio fundamental de un conjunto amplio de medidas para limitar la violencia y la represión. En algunos momentos, la “no represión” fue complementada con formas de negociación y participación políticas sobre las protestas y los reclamos que expresaban. Estos principios se tradujeron en normativas y resoluciones, pero nunca llegaron a sancionarse en una ley.
Con los años, cambiaron los conflictos y los movimientos que luchan, ese límite fue reiteradamente traspasado y otres manifestantes fueron asesinados por la acción policial. La organización social y política continuó castigada también por formas de criminalización que se aprovechan de figuras penales muy graves que desgastan a las organizaciones y a sus referentes en eternos procesos judiciales. Aunque muchas veces no existen ni las mínimas evidencias para lograr una condena, la acusación y el proceso operan como formas efectivas de disciplinamiento. No sucede en todas las protestas. Pero aparece cuando las comunidades indígenas, hartas de no recibir respuestas, recuperan sus tierras. Cuando los grandes emprendimientos extractivos encuentran resistencias de las poblaciones locales. Puede aparecer también cuando los transfeminismos o les trabajadores de la economía popular ganan el espacio público. Se activan allí entramados policiales, judiciales y políticos para vigilar, reprimir, criminalizar y estigmatizar las protestas sociales.
Las fuerzas policiales disparan balas de goma y gases lacrimógenos, y realizan detenciones arbitrarias con el fin de intimidar a les manifestantes. El poder judicial, que debería controlar la actuación policial, demora en tomar decisiones, dejando a manifestantes detenides por varias horas, días o semanas. En otras situaciones, les funcionaries judiciales son piezas fundamentales y protagonistas directos de procesos de criminalización que buscan desarticular organizaciones sociales, como ocurre en Jujuy, en Catamarca y en CABA. Las autoridades políticas deciden cuáles son las protestas buenas y cuáles son malas, legitimando así la estigmatización y la represión.
Aunque consten en regulaciones vigentes, los principios para regular la actuación policial en contextos de protestas, especialmente la prohibición del uso de armas de fuego, no pueden darse por garantizados y además deben ser actualizados por los efectos del uso de las nuevas tecnologías de vigilancia. Por eso sería importante avanzar en la institucionalización de estos criterios bajo la forma de una ley federal con adhesión de las provincias. También es necesario que el Estado desclasifique los archivos de las fuerzas federales y de inteligencia sobre lo que sucedió en 2002. Los familiares y las organizaciones que se movilizaron en aquella jornada aún demandan que se esclarezca la responsabilidad política en la planificación y ejecución de la represión. 20 años después, la memoria de Darío y de Maxi trae un mensaje fundamental para el presente: la necesidad de fortalecer la organización social y política, de reivindicar lo público, colectivo y comunitario. De defender en todos los planos el derecho a manifestarse, expresarse y peticionar. Que una sociedad movilizada es condición de una democracia que no sea meramente formal y que eso requiere el mayor compromiso social y político.
fuente: CELS
En Córdoba y Salta, recordaron a
Maxi y Darío
Resumen Latinoamericano, 26 de junio de 2022.
foto: mural en Salta realizado por la OLP-Resistir y Luchar
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