Volver a la plaza, sin miedo
“Abrían la puerta de una patada y me apuntaban con sus armas largas”
Amelia Báez estuvo detenida tres días y después otros 40 con arresto domiciliario. Presidió la Comisión de Familiares de Presos Políticos y Desaparecidos en Misiones
domingo 29 de octubre de 2023
Amelia sosteniendo el pañuelo blanco firmado por Delia Giovanola, Madre de Plaza de Mayo. Foto: Marcelo Rodríguez
Por Griselda Acuña
Vuelve siempre a la plaza 9 de Julio, donde tantas veces se manifestó junto a las familias que reclamaban la aparición con vida de los detenidos. En los tiempos que reinó la dictadura oligárquica militar cualquier ciudadano podía ser considerado subversivo y por consiguiente estaba en riesgo.
Pese al miedo, en 1977, Amelia Báez aceptó ser parte de esa lucha y presidió la Comisión de Familiares de Presos Políticos y Desaparecidos por razones políticas de la provincia de Misiones. Con apenas 19 años, ella tomó el pedido de las madres y lideró las marchas frente a Casa de Gobierno, en Posadas, como también en otras provincias, donde eran trasladados los detenidos: Resistencia (Chaco), Devoto y La Plata (Buenos Aires), Coronda (Santa Fe) y Rawson (Chubut). Tiempo antes de esa propuesta, había sido arrestada por averiguación de antecedentes y con prisión domiciliaria por 40 días.
De convicciones peronistas, Amelia se enamoró de la militancia siendo adolescente y a los 15 años se unió a las filas de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), lo que sería, extrapolado a los tiempos actuales, la Asociación Posadeña de Estudiantes Secundarios (Apes).
“Lo que pasó con la UES en Misiones fue diferencial porque se llegó hasta la Federación de Estudiantes Secundarios Misioneros y Pancho Perié fue el primer presidente de esa federación. Entonces, cuando fueron a recorrer escuelas de toda la provincia, se encontraron con compañeros de secundarios que estaban preocupados que no iban a poder venir a estudiar a Posadas porque no tenían colectivo gratis, y no había universidad en el interior. Entonces la lucha también era para que los municipios tengan albergues y comedores gratuitos en la capital misionera. Siempre tenían que venir a Posadas para estudiar (...) Esos derechos costaron vidas y hay que cuidarlos”, cuenta Amelia en diálogo con El Territorio, sosteniendo un pañuelo blanco firmado por Delia Giovanola -madre de Plaza de Mayo- e interrumpiendo su relato con nombres y anécdotas que recuerda al instante. Como si el tiempo no hubiera pasado, la memoria intacta.
Misiones también tiene capítulos de sangre derramada, secuestros, detenciones, tortura y muerte. Muchas de esas historias están inmortalizadas en los libros Historias con Nombre Propio, impulsados por Amelia, con la voz en primera persona de sus protagonistas: madres pidiendo por sus hijos, abuelas buscando sus nietos, los niños viviendo entre el temor y la incertidumbre de crecer sin padres.
En la tercera edición de ese libro, Amelia abre su corazón y su mente. “En el lenguaje de la celeste y blanca”, haciendo referencia a una frase de su padre, relata su detención: “La noche del 10 de septiembre de 1976, escuchamos que entran camiones en la casa de mis padres. Y golpeando fuertemente la puerta dijeron: ‘Buscamos a Pelo Escobar y señora’. Fue mi madre, ante mi mirada atónita, la que decidida tomó la parada y les abrió la puerta. Entraron abruptamente varios hombres armados a quienes con una frialdad sorprendente ella les dijo ‘mi hija Amelia no vive aquí, ellos viven en otro lado. Aquí -dijo señalándonos a cada uno de los presentes- están mis hijas Gloria, Marta, Rubén y mi sobrina Teresa’, yo paralizada presenciaba todo, ya que me hizo pasar por mi hermana Gloria, que en ese momento estaba en la Facultad de Humanidades (...) Apenas pasada la medianoche, mi padre me dice que me apronte, que me iba a llevar a otro lado ya que presentía que ellos iban a volver. Fue así que por los fondos de nuestra casa bordeamos un arroyo y caminando nos dirigimos a la casa de un tío, a quien mi padre le habló a solas y accedió a que me quedara. Ni bien se fue mi padre, mi tío empezó con una andanada de reproches por ‘el dolor de cabeza que les estaba dando a mis padres’, esto continuó hasta el día siguiente, en que mi padre viene a buscarme para presentarme en la Dirección de Informaciones. Sinceramente yo no tenía otra red de contención que me facilitara otra alternativa”.
“Llegamos a la Dirección de Informaciones, ubicada en la calle Buenos Aires, detrás de Jefatura de Policía de la provincia y fuimos recibidos por quien se identificó como el oficial Juan Carlos Ríos, quien sorprendido me pidió el documento de identidad, entró en una oficina que se encontraba a la derecha y cercana a la puerta de entrada, luego salió y nos hizo pasar. Mi padre le consultó los motivos por los que me buscaban, a lo que el capitán respondió que ‘en el marco de la lucha antisubversiva nos buscaban por averiguación de antecedentes y que además quería averiguar si yo tenía documentación falseada’, mi padre me miró asombrado y me preguntó ‘¿Y cómo es eso, mi hija?’, a lo que respondí, ‘mentira papá, ese es mi documento’. Entonces mi padre con firmeza le dijo, ‘mire, capitán, lo que usted dice no tiene asidero, mi hija no es lo que usted piensa, ya que ella fue criada en un hogar en el que siempre se habló con el lenguaje de la celeste y blanca”.
“Cortante y dando por finalizada la entrevista, el capitán Marángello se levanta y le dice a mi padre que puede retirarse, pero que yo quedaba detenida por averiguación de antecedentes. Llamó al oficial Ríos, quien me puso las esposas frente a él y me traslada a una pieza que se encontraba por el pasillo a la izquierda. Luego me enteré por mi madre, que mi padre se arrepintió de haberme llevado a ese lugar, y llegó a tal grado de desesperación que siendo un hombre que no concurría mucho a las iglesias, empezó a recorrerlas. Estuve tres noches en el lugar que hoy es conocido como el mayor de los centros clandestinos de detención que funcionaron en Misiones años atrás. A la noche escuchaba que traían a muchas personas a quienes propinaban terribles golpizas. Tenía las muñecas muy flacas, lo que permitió en una oportunidad sacarme las esposas, las que inmediatamente me las restituí por miedo a que entraran, como lo hicieron en varias oportunidades en que abrían la puerta de una patada y me apuntaban con sus armas largas mientras me encontraba sentada en el suelo”.
Tras la detención, la llevaron a su casa, donde le dictaminaron 40 días de arresto domiciliario. Debía estar encerrada para permanecer con vida. Pero cuando los oficiales se retiraron de enfrente de su hogar, regresó a la calles. Amelia siempre vuelve a la plaza. Ahora, sin miedo.
Pese al miedo, en 1977, Amelia Báez aceptó ser parte de esa lucha y presidió la Comisión de Familiares de Presos Políticos y Desaparecidos por razones políticas de la provincia de Misiones. Con apenas 19 años, ella tomó el pedido de las madres y lideró las marchas frente a Casa de Gobierno, en Posadas, como también en otras provincias, donde eran trasladados los detenidos: Resistencia (Chaco), Devoto y La Plata (Buenos Aires), Coronda (Santa Fe) y Rawson (Chubut). Tiempo antes de esa propuesta, había sido arrestada por averiguación de antecedentes y con prisión domiciliaria por 40 días.
De convicciones peronistas, Amelia se enamoró de la militancia siendo adolescente y a los 15 años se unió a las filas de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), lo que sería, extrapolado a los tiempos actuales, la Asociación Posadeña de Estudiantes Secundarios (Apes).
“Lo que pasó con la UES en Misiones fue diferencial porque se llegó hasta la Federación de Estudiantes Secundarios Misioneros y Pancho Perié fue el primer presidente de esa federación. Entonces, cuando fueron a recorrer escuelas de toda la provincia, se encontraron con compañeros de secundarios que estaban preocupados que no iban a poder venir a estudiar a Posadas porque no tenían colectivo gratis, y no había universidad en el interior. Entonces la lucha también era para que los municipios tengan albergues y comedores gratuitos en la capital misionera. Siempre tenían que venir a Posadas para estudiar (...) Esos derechos costaron vidas y hay que cuidarlos”, cuenta Amelia en diálogo con El Territorio, sosteniendo un pañuelo blanco firmado por Delia Giovanola -madre de Plaza de Mayo- e interrumpiendo su relato con nombres y anécdotas que recuerda al instante. Como si el tiempo no hubiera pasado, la memoria intacta.
Misiones también tiene capítulos de sangre derramada, secuestros, detenciones, tortura y muerte. Muchas de esas historias están inmortalizadas en los libros Historias con Nombre Propio, impulsados por Amelia, con la voz en primera persona de sus protagonistas: madres pidiendo por sus hijos, abuelas buscando sus nietos, los niños viviendo entre el temor y la incertidumbre de crecer sin padres.
En la tercera edición de ese libro, Amelia abre su corazón y su mente. “En el lenguaje de la celeste y blanca”, haciendo referencia a una frase de su padre, relata su detención: “La noche del 10 de septiembre de 1976, escuchamos que entran camiones en la casa de mis padres. Y golpeando fuertemente la puerta dijeron: ‘Buscamos a Pelo Escobar y señora’. Fue mi madre, ante mi mirada atónita, la que decidida tomó la parada y les abrió la puerta. Entraron abruptamente varios hombres armados a quienes con una frialdad sorprendente ella les dijo ‘mi hija Amelia no vive aquí, ellos viven en otro lado. Aquí -dijo señalándonos a cada uno de los presentes- están mis hijas Gloria, Marta, Rubén y mi sobrina Teresa’, yo paralizada presenciaba todo, ya que me hizo pasar por mi hermana Gloria, que en ese momento estaba en la Facultad de Humanidades (...) Apenas pasada la medianoche, mi padre me dice que me apronte, que me iba a llevar a otro lado ya que presentía que ellos iban a volver. Fue así que por los fondos de nuestra casa bordeamos un arroyo y caminando nos dirigimos a la casa de un tío, a quien mi padre le habló a solas y accedió a que me quedara. Ni bien se fue mi padre, mi tío empezó con una andanada de reproches por ‘el dolor de cabeza que les estaba dando a mis padres’, esto continuó hasta el día siguiente, en que mi padre viene a buscarme para presentarme en la Dirección de Informaciones. Sinceramente yo no tenía otra red de contención que me facilitara otra alternativa”.
“Llegamos a la Dirección de Informaciones, ubicada en la calle Buenos Aires, detrás de Jefatura de Policía de la provincia y fuimos recibidos por quien se identificó como el oficial Juan Carlos Ríos, quien sorprendido me pidió el documento de identidad, entró en una oficina que se encontraba a la derecha y cercana a la puerta de entrada, luego salió y nos hizo pasar. Mi padre le consultó los motivos por los que me buscaban, a lo que el capitán respondió que ‘en el marco de la lucha antisubversiva nos buscaban por averiguación de antecedentes y que además quería averiguar si yo tenía documentación falseada’, mi padre me miró asombrado y me preguntó ‘¿Y cómo es eso, mi hija?’, a lo que respondí, ‘mentira papá, ese es mi documento’. Entonces mi padre con firmeza le dijo, ‘mire, capitán, lo que usted dice no tiene asidero, mi hija no es lo que usted piensa, ya que ella fue criada en un hogar en el que siempre se habló con el lenguaje de la celeste y blanca”.
“Cortante y dando por finalizada la entrevista, el capitán Marángello se levanta y le dice a mi padre que puede retirarse, pero que yo quedaba detenida por averiguación de antecedentes. Llamó al oficial Ríos, quien me puso las esposas frente a él y me traslada a una pieza que se encontraba por el pasillo a la izquierda. Luego me enteré por mi madre, que mi padre se arrepintió de haberme llevado a ese lugar, y llegó a tal grado de desesperación que siendo un hombre que no concurría mucho a las iglesias, empezó a recorrerlas. Estuve tres noches en el lugar que hoy es conocido como el mayor de los centros clandestinos de detención que funcionaron en Misiones años atrás. A la noche escuchaba que traían a muchas personas a quienes propinaban terribles golpizas. Tenía las muñecas muy flacas, lo que permitió en una oportunidad sacarme las esposas, las que inmediatamente me las restituí por miedo a que entraran, como lo hicieron en varias oportunidades en que abrían la puerta de una patada y me apuntaban con sus armas largas mientras me encontraba sentada en el suelo”.
Tras la detención, la llevaron a su casa, donde le dictaminaron 40 días de arresto domiciliario. Debía estar encerrada para permanecer con vida. Pero cuando los oficiales se retiraron de enfrente de su hogar, regresó a la calles. Amelia siempre vuelve a la plaza. Ahora, sin miedo.
Fuente:ElTerritorio
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