La prensa de papel
El más tradicional diario económico argentino anunció esta semana que dejaba de producir su edición en papel, limitándose en lo sucesivo a la edición digital accesible por internet. Los motivos de la decisión habrá que buscarlos en el nombre de ese medio (Ámbito Financiero) aunque con elegancia, al comunicar la decisión, se mencionó que abandonar la impresión física tendría un efecto positivo en el ambiente, disminuyendo la famosa "huella de carbón". Es cierto, la producción de papel con su consiguiente pérdida de árboles, el consumo de energía de las maquinarias, el combustible empleado en la distribución, tienen su impacto ecológico. Pero quizá habría que sacar una cuenta más fina, si se considera el formidable consumo energético de los servidores de internet.
Proceso.
En realidad, la decisión de ese medio de prensa -que hoy por hoy ha virado hacia una interesante línea editorial- no representa un caso aislado, sino la expresión de una crisis de la industria gráfica y periodística en general. La palabra "industria" no se emplea aquí livianamente: en un país castigado por el neoliberalismo y sus cíclicos procesos de desindustrialización, la pérdida de uno de esos sectores estratégicos en la creación de empleo no es un dato alentador.
Perder el diario en papel -como el que sostiene el lector en sus manos, si es que todavía no migró totalmente a la lectura por internet- implica perder una gran cantidad de puestos de trabajo, no solo de periodistas, sino también de administrativos, gráficos, distribuidores y un largo etcétera. No sólo se pierde el diario en papel: se pierden entrañables instituciones urbanas como los kioscos de diarios y revistas, los canillitas y sus voceos, la lectura y el comentario en el bar matutino.
Pero también se merma algo más profundo y grave para nuestro sistema institucional, que es el periodismo profesional, garante del adecuado control a los funcionarios públicos y de proporcionar el indispensable espacio para el debate. No es ninguna casualidad que con la nueva realidad que plantean las redes sociales y los medios de comunicación virtuales, se vaya perdiendo la calidad de la prosa, y se multipliquen la desinformación, las noticias falsas y las teorías conspirativas.
EEUU.
El fenómeno es mundial. Sólo la semana pasada, en EEUU se anunció que dos diarios muy tradicionales, el Washington Post y el Los Angeles Times, procedieron a despedir una porción sustancial (20% en el segundo caso) de sus periodistas. No casualmente ambos diarios han sido adquiridos por billonarios provenientes de la industria de internet (WP es hoy propiedad de Jeff Bezos, fundador de Amazon.com).
Una suerte parecida corrieron los periodistas de Sports Ilustrated, una venerable publicación dedicada a los deportes, cuyo futuro aparece más que comprometido. Imposible no establecer un paralelismo con -entre nosotros- El Gráfico, que fuera la biblia de los amantes del deporte, y hoy se ha reducido a una publicación mensual de importancia decreciente.
Pero si se mira más fino, el fenómeno se agrava a nivel de las pequeñas ciudades y pueblos. Según un estudio reciente de la Medill School de la Northestern University, cada dos semanas cierran unos cinco periódicos pequeños, con lo que más de la mitad de los condados norteamericanos se han transformado en "desiertos informativos", con una pérdida sustancial de noticias locales y comunitarias.
Esos estudios también registran la existencia de un fenómeno denominado "fatiga informativa", en la cual, producto de la enorme cantidad de datos disponibles, y la violencia de los contenidos y discursos que circulan por las redes, muchos ciudadanos optan por dejar de prestar atención a las noticias. Mientras tanto, los "ganadores" de esta partida, las empresas de internet, plagian descaradamente el contenido de los medios tradicionales y es así como entrenaron a sus robots de "inteligencia artificial" tal como acaba de denunciar el New York Times en su juicio contra Google y OpenAI.
Pérdida.
De modo que la pérdida no es sólo de los puestos de trabajo, o la degradación institucional por la decreciente calidad de la información circulante. También se está perdiendo la construcción de comunidad: los medios pequeños (dice una encuesta de Gallup) son los que más confianza generan en sus lectores, ya que los proveen de sus noticias más inmediatas, que son fácilmente verificables. En nuestro país, estas fuerzas del mercado se ven amplificadas por la total eliminación de la pauta publicitaria nacional, medida que revela como pocas el escaso compromiso republicano del actual gobierno.
A esta altura el lector estará sospechando que, acaso, esta columna no sea más que la expresión nostálgica de un "boomer" por el paso del tiempo y la falta de adaptación a los cambios tecnológicos. Pero tal parece que lo que nos traen estos cambios son pérdidas demasiado sustanciales para ignorar: ¿estamos dispuestos a perder, cruzados de brazos, cosas tan cruciales como la información de calidad y la salud institucional (para no hablar de otras pérdidas culturales del mismo origen, tales como la melodía en las canciones o el romance en las relaciones)?
Uno de los motivos de orgullo de este medio es la calidad de sus lectores. Viene al recuerdo una de ellos: una mujer de fina inteligencia y múltiples talentos artísticos, que lee meticulosamente esta columna, y hasta se toma el trabajo de subrayar algunos párrafos, y hasta de coleccionar los recortes.
No se trata sólo del ocaso de una generación. Se trata de que -si no resistimos con eficacia- quienes vienen por detrás nuestro terminarán heredando un mundo, un país, una comunidad, infinitamente más pobres.
PETRONIO
Fuente:LaArena
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