Córdoba -Juicio a Menéndez
“Quiero que tengan la valentía de decir dónde está el cuerpo de mi viejo”
“Quiero que tengan la valentía de decir dónde está el cuerpo de mi viejo”
Fernando Albareda, hijo de la principal víctima del juicio “Menéndez II", recuerda las tardes futboleras con su padre, analiza el proceso político que lo llevó de ser policía a militante revolucionario, expone sus impresiones y expectativas sobre el debate judicial y los acusados y avizora cómo continuará su vida después de la sentencia.
Por Alexis Oliva
Aquella noche del 25 de enero de 1978, Fernando Albareda tenía siete años y estaba sentado junto a su padre en la tribuna popular norte de la Boutique de Barrio Jardín. Talleres perdía con Independiente la final del Nacional 77 y padre e hijo rumiaban su bronca de hinchas albiazules. A 50 metros de ellos, en el palco oficial, Luciano Benjamín Menéndez también veía esfumarse lo que para él hubiera sido un triunfo propagandístico como poco después sería el Mundial 78 para el dictador Jorge Rafael Videla. El padre de Fernando se llamaba Ricardo Fermín Albareda, era subcomisario de la Policía de Córdoba y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP).
Aquella otra noche del 25 de septiembre de 1979, Albareda salió de su casa -a tres cuadras de ese estadio- y partió en su Peugeot 404 blanco, que fue interceptado en la esquina de Cruz Roja Argentina y Nores Martínez por dos autos de un grupo de tareas del Departamento de Informaciones de la Policía provincial. Luego de un forcejeo, sus captores lo redujeron y trasladaron al centro de detención Casa de Hidráulica, donde lo torturaron con saña por considerarlo un “infiltrado”. Finalmente, Albareda murió desangrado y su cuerpo nunca apareció. Faltaban tres días para que cumpliera sus 37 años.
Por estos días, su hijo se sienta unos metros más cerca de Menéndez, principal imputado en el juicio que se inició el martes 20 de octubre, donde el mandamás del III Cuerpo de Ejército y todo el aparato represivo desplegado durante la dictadura en Córdoba debe responder, junto a otro militar y cuatro policías, por el crimen de Albareda y otros nueve casos de secuestros y torturas.
“Ya hace once años que trabajo acá”, dice Fernando Albareda. “Acá” es la sede del Club Atlético Talleres y su tarea la de coordinador deportivo, cargo que consiguió luego de recibirse de profesor de educación física, trabajar varios años en el Club Universitario, impulsar una escuela y una liga juvenil de fútbol y conocer a Gustavo “Sapito” Coleoni y Mario Ballarino, quienes lo invitaron a sumarse a la “T”.
Mientras caminamos hacia la platea alta norte, un Fernando distendido después de la primera semana del juicio observa al técnico dar indicaciones a los jugadores y afirma: “Este muchacho (Roberto) Saporiti es un fenómeno… Muy buen tipo”.
-En una entrevista contaste que venías a la cancha con tu papá...
-Ahí al frente… Ahí, en los escaloncitos, a diez metros de la franja blanca, ese era el lugar donde nos sentábamos siempre. Una anécdota que siempre le cuento al Sapo Coleoni: antes de los partidos, el Sapo, que jugaba en los cebollitas, entraba y daba vuelta a toda la cancha con la pelota haciendo jueguito. Nosotros vivíamos acá a tres cuadras, y mi viejo me sacaba cagando los domingos con la comida en la boca, para venir a verlo al Sapito.
-¿Era muy hincha de Talleres?
-Súper hincha de Talleres. Y el día de la final con Independiente, atrás de las tribunas había tubulares y nosotros estábamos en la punta aquella, arriba del cartel. Desde ahí vimos el partido.
-Ese día Menéndez estaba en la cancha...
-Ese día Menéndez estaba sentado ahí donde están esos chicos, con toda la cúpula militar. A veces suelo sentarme ahí... de puro morboso (se ríe). Era habitual verlos acá. Alguien decía que cada vez que jugaba Talleres parecía un desfile militar.
-¿Cuánto hace que venís remando este juicio?
-Desde que entré a H.I.J.O.S. en el 2000. También fue por una cuestión del club. Un día, un muchacho que trabajaba en Socios, Iván Ferreyra, el que edita la revista Recovecos, me escucha discutir por teléfono con el abogado que nos llevaba la causa por la indemnización de mi viejo.
Era un abogado que trabaja en la policía y lo habían puesto mi hermana y mi vieja.
Se demoró tanto que me empezó a pudrir y cuando lo empecé a apretar, el tipo se escudaba en que no le habíamos entregado todos los papeles.
Le habíamos entregado todo, nada más que había obviado un montón de pasos por su desconocimiento y el trámite estaba totalmente frenado.
Cuando Iván escucha esa charla -fue como en “Los Simuladores”, no me olvido nunca-, apareció y me dijo: “Yo tengo el nombre de las personas que te van a solucionar el problema”.
Y me anotó en un papelito: “Agustín Di Toffino y Martín Fresneda”.
Me dio los números y me dice: “Llamales, estos tipos te van a solucionar el problema. ¿Nunca fuiste a H.I.J.O.S.?”.
Y le cuento que una vez crucé por la plaza San Martín, donde había un escrache a (Antonio Domingo) Bussi, y me puse a charlar con ellos.
Con el que hablé era Emiliano Fessia, y él me dio su número de teléfono. Ese fue mi primer acercamiento a HIJOS.
Después, en el 2000, cuando Iván me hace hablar con Martín y Agustín, voy al local de HIJOS y de lo que menos hablamos fue de la indemnización, porque después Martín me citó a su estudio para que le diera los datos y pudiéramos hablar a la Secretaría de Derechos Humanos y al Ministerio del Interior, para saber dónde estaba parado el trámite.
Hablamos, en definitiva, de quién había sido mi padre.
Les conté el caso e inmediatamente lo agarraron como propio, porque no tenían denuncias de policías desaparecidos.
Empezaron a investigar y encontraron un montón de datos en la causa de la Verdad Histórica, archivados por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, junto con más de 400 causas de Córdoba. Entonces, empezamos a avanzar con la parte penal y cuando reunimos lo necesario para hacer la denuncia, colaboraron todos, pero nos quedamos una noche hasta muy tarde armando la denuncia con Lilan Luque, y después al caso lo siguieron Martín y Claudio Orosz y llegamos ahora a la instancia del juicio.
-Así que después de tanto tiempo, esta semana por fin has podido enfrentar a los asesinos de tu padre en un ámbito judicial.
-Sí.
-¿Cómo has vivido eso?
-Bien... trato de verle... le encuentro un montón de aristas positivas. Lo único negativo es verle la cara a estos tipos. Positivo, le encuentro todo y trato de disfrutarlo como el hecho histórico que es. Me da tranquilidad haber llegado a esta instancia, pudiéndole dar a los tipos que mataron a mi viejo, que vieron, participaron, callaron u ocultaron esa situación, las garantías de un debido proceso. Con todas las garantías que tiene nuestra Constitución, con un tribunal, con un abogado defensor, en una audiencia oral y pública, donde pueden hablar, explicar, negar, responder, callar, pueden hacer lo que quieran; cuestiones que no le dieron a mi viejo ni a ninguno de los desaparecidos.
-¿Y cómo los ves? ¿Qué impresión te causaron en estos días?
-Al principio no... ninguna sensación en particular, no tengo bronca, no tengo rencor… Sí los veo y me figuro la imagen de mi viejo viéndolos a ellos. Es una imagen que no me puedo sacar de la cabeza. Y supongo que a ellos, en algún punto, les debe pasar lo mismo. No sé si a Menéndez, porque en definitiva no creo que lo haya individualizado a mi viejo, pero sí los canas. Entonces, que ellos me vean a mí... debe ser más fuerte para ellos. Verlos a ellos tiene que ver con la lucha por llevar a juicio a todos los genocidas, por todo lo que sentimos los que militamos en derechos humanos, los que hacemos algún laburo social, la misma sensación que le da a cualquiera.
-¿Te miran o te rehuyen la mirada?
-Hay dos o tres que me miran, por ahí, como yo los miro... Los miro porque quiero que sientan la sensación de que los está mirando Ricardo Fermín Albareda, porque tienen la desgracia de que soy tan parecido a mi viejo y se encuentran conmigo a la misma edad... O sea, hoy tengo yo la misma edad que tenía mi viejo cuando ellos lo mataron. Entonces, para ellos debe ser más fuerte que para mí. Trato de no sacarles la mirada de encima.
-En lo jurídico, ¿qué expectativas tenés?
-En lo jurídico hemos puesto todas las expectativas. Calculo que la resolución, de acuerdo a las pruebas presentadas y a todos los argumentos tan valederos que tenemos, va a salir favorable. Confiamos plenamente en este tribunal y en la Justicia. Cuando hablábamos el otro día de las medidas que iban dilatando el proceso, nos referíamos a los abogados defensores, como (Alejandro) Cuesta Garzón. Es una vergüenza repetir una denuncia llena de contradicciones y totalmente inválida contra el fiscal (Carlos) Gonella, y con el resultado que ya sabemos. Pero confío en la Justicia.
-Desde el punto de vista humano, ¿esperás algo de los acusados?
-Así como este tipo que se suicidó fue lo suficientemente cobarde como para hacerlo, porque yo, al revés de la gente que piensa que para suicidarse tenés que tener muchas agallas, pienso que hay un montón de otras soluciones antes del suicidio. Lógicamente, hay situaciones patológicas que pueden llevar a una persona a tomar una decisión tan tremenda. Pero en este caso, es una acción de terrible cobardía y consecuente con su pensamiento. El tipo, en vez de enfrentar un tribunal, siendo que estaba presentado como testigo, porque ni siquiera estaba imputado, no tuvo agallas ni siquiera para dar su testimonio. Lo que quiero de los imputados es que alguno por lo menos tenga un segundo de lucidez y valentía para decirme a dónde está mi viejo. Es lo único que me haría terminar de cerrar el círculo. Ese círculo que todo el mundo dice que cerraría yo cuando termine el juicio, en realidad lo cerraría si pudiera recuperar el cuerpo. Sería algo para mi familia, por el significado que tiene. Digo que deberían tener un segundo de valentía, pero no creo que alguno se anime a decir dónde está el cuerpo de mi viejo, porque siempre fueron cobardes para escudarse en la patota, las armas y la investidura. Supongo que para decir dónde está el cuerpo de Ricardo Fermín Albareda hay que tener agallas. No creo que lo hagan, pero es lo que deseo.
-Este es el primer juicio en que se sienta en el banquillo la corporación policial. ¿Qué significa eso?
-Significa mucho. Creo que al significado lo dio la presencia del Gobernador (Juan Schiaretti) el otro día, más allá de un gesto político, como me lo dijo él personalmente y respeto sus palabras, no puedo desconfiar de lo que me dijo. Cuando le dije: “Gracias por venir”, me dijo que era un deber que tenía como Gobernador, porque al estar el estamento policial en juicio, él no podía hacer otra cosa que venir y apoyar este proceso. En eso hago un paréntesis, porque la corporación policial en la época de la represión fue bastante más fuerte que en otras provincias. Tal es así, que tuvo grandes disputas internas y también entre policías y militares, disputándose blancos y todo lo demás. Creo que es emblemático, sobre todo porque muchos de los que van a ser juzgados después, que formaron parte del aparato represivo en la fuerza policial, hasta no hace much estuvieron enquistados en la institución y dentro de la sociedad entera. Y algunos siguen estando, como jefes de seguridad de algún club, de un hipermercado o de un country. Entonces, la sociedad entera deberá saber qué es lo que quiere para su country, su supermercado o su club. A partir de ahora, cuando empiecen estos juicios, se va a develar qué función cumplía la policía en esa época y qué hay que hacer con estos personajes. Tiene que ser una decisión de toda la sociedad el excluirlos. No hay otra.
-¿Creés que lo del testigo suicidado puede tener que ver con esa impunidad y con que se trata de la policía?
-Creo que sí. Pienso que se debe haber visto en la encrucijada de no saber cómo iba a responder algunas preguntas que seguramente la querella y la fiscalía le iban a hacer. Al no poder salir de ahí, difícilmente haya podido aguantar esa presión y tomó esa decisión. Conocemos las internas que tienen actualmente dentro de la cárcel los que están presos. Si ves el banquillo donde están sentados, hay uno que se separa siempre.
-Sí, no hay mucha onda...
-No hay mucha onda, y es uno de los que más problemas ha tenido en la cárcel. Entonces, todo eso son indicios de que algo pasa.
-¿Las amenazas y llamadas hacia ustedes fueron más en este juicio que en el del año pasado?
-En cierta forma sí. El modus operandi es el mismo: dejan colgados los teléfonos y te ponen música. Yo ya me cansé y no denuncio más nada. Denuncié lo que me pareció más grave en su momento, que fue una carta que me dejaron en la puerta de mi casa. Eso sí lo denuncié, fue en octubre del 2007.
-¿Qué decía?
-La carta decía cosas como: “Decile a tus abogados que paren con el proceso, que no se hagan las víctimas...”. Después me decían que sabían dónde trabajaba, me ponían el horario de salida del colegio de mi nena, cosas así, que realmente me hicieron repensar algunas cosas. No de quitar la denuncia, en absoluto. Sí repensar cuestiones de seguridad, tener más cuidado, fijarme cómo me movía, quién caminaba atrás mío y ese tipo de cosas, pero sin volverme loco. Estuve bastante tiempo con custodia personal, luego mucho tiempo sin custodia y volví a tener custodia ahora para el juicio.
-¿Cómo es que tu padre llega a ser subcomisario de la policía y al mismo tiempo militante de una organización revolucionaria?
-En algunos ámbitos y algunos periodistas por ahí interpretaban que esta doble función se asemejaba a un tipo infiltrado...
-A un doble agente, como en la película de Leo Di Caprio (Los Infiltrados)...
-Claro, una cosa así. Como no entendían mucho cómo venía la mano o desconocían algunas fechas, lo veían como un infiltrado. A todos les digo lo mismo: dos más dos es cuatro. Mi viejo entró a la escuela de policía en el año 60. Salió y empezó a ejercer como policía en el 62. Y empezó a militar en política en el año 71. Si fuese a la inversa, ni yo podría negar que podría haber sido un infiltrado. Podría entender que a lo mejor la actividad política los llevó a decir: “Infiltremos a este tipo”. Pero no hay manera. Después de hacer una carrera con ascensos y todo en la policía, él empieza a trabajar en Comunicaciones de la Casa de Gobierno y para complementar su profesión se inscribe en la Facultad de Ingeniería para estudiar Ingeniería en Telecomunicaciones. La Universidad Tecnológica estaba en la esquina de Duarte Quirós y Vélez Sarsfield. A la vuelta, está la Facultad de Abogacía. El se juntaba en un bar con unos amigos, frente al Monserrat. Se empezó a juntar con gente de Abogacía y de Ingeniería, y cuando empezó esta efervescencia política, él seducido por eso comenzó a militar en política. Esto que te cuento es de muy buena fuente, gente que vio cómo fue el proceso de Ricardo Fermín Albareda y cómo empieza a militar en política, gente que lo ha tenido después como compañero.
-Eso habla de un proceso de maduración política muy fuerte...
-Terrible... Y una convicción en cuanto a derechos humanos, análisis social de la situación, sensibilidad ante la desigualdad... Creo que él apuntaba mucho a eso, por los primeros trabajos sociales que empezó a hacer, como ir a una villa a enseñar a la gente cómo higienizar los utensilios y los pañales de los bebés, cómo plantar bien los postes para hacer un mejor techo... El comenzó con todo eso y viendo lo que pasaba dentro de la policía con sus compañeros, lógicamente estaba totalmente en contra. No lo podía manifestar, porque lo hubieran matado en el 73 ó 74 y no en el 79.
-¿En aquel momento hubo otros casos similares?
-Sí, hay muchos. A raíz de la denuncia que empezamos nosotros, se fueron dando distintos casos. De hecho hay un montón de casos de policías “muertos por la subversión” que en realidad son muertos por sus compañeros de la fuerza. Y hay mucha gente que recién se está enterando, familiares de esos policías que han empezado a atar cabos de algunas situaciones y se están encontrando con eso.
-¿Sería posible hoy un proceso similar de maduración ideológica dentro de la policía?
-Sería imposible. Imposible, porque hay mucha gente que se inscribe o empieza la carrera de policía porque la ven como una salida laboral, no como una vocación. El tipo que se inscribía en la escuela de policía 30 ó 40 años atrás realmente lo hacía por vocación, porque había otra situación que te permitía insertarte laboralmente, fábricas que hoy no hay, había otra posibilidad. Y hoy es como que si no te insertaste profesionalmente en un trabajo, no hay muchas chances...
-Además, dentro de la policía, la gente que pensaba como tu padre, con esa conciencia social, fue derrotada. Y la impronta que tiene hoy no es la de la sensibilidad social...
-Para nada. Lo ves en las leyes que se aprueban supuestamente en beneficio de que el policía esté más protegido en la calle, que apuntan a otra cosa. Apuntan a facilitar la posibilidad de despejar de la calle al pibe que usa gorra, capucha o pantalones caídos. Acá en el club, no sabés lo que lucho con eso, totalmente en contra de lo que pienso, porque no tengo nada en contra de un pibe que se pone gorra. Pero cuando hablo con ellos y sé que por ahí van al centro, les digo: “Muchachos, no se pongan gorra. Pero no porque no me guste que se pongan gorra. No te pongás gorra, porque te va a ver la cana y te va a llevar preso”. Me ha pasado tener que ir a buscar un pibe, que a veces por tener acá un jefe de seguridad se facilitan las cosas. Pero hay otros que no. Hay pibes que de un viernes a la tarde que terminaron las prácticas, y a lo mejor el fin de semana no jugaban, que viven en una pensión, se han ido a dar una vuelta al centro, y han vuelto recién el lunes cuando los soltaron de la ex Encausados, con las consecuencias gravísimas que puede tener eso. Ese es el miedo que por ahí nos da.
-¿Pensás que ese criterio de la “portación de cara” es herencia de la dictadura también?
-Totalmente. Yo suelo ir de pesca con un grupo de amigos, muy heterogéneo, donde hay compañeros de trabajo del club que saben lo que pasó con mi viejo y podés hablar algo de política y otros que no les interesa. Y generalmente, a los pibes que no les interesa tanto la política, me ha tocado hasta mostrarles cómo leer el diario, porque compran un producto de acuerdo a la imagen. O la imagen que tienen de un político. Me pasó con (Mauricio) Macri, de hecho. Entonces, a un profe del club, le decía: “Cuando Macri dice: Vamos a terminar con la pobreza, no es que le va a dar trabajo a un montón de gente. Va a tratar de que no aparezcan más por Buenos Aires”. Es lo mismo que hizo (José Manuel) De la Sota acá con estos guetos que armó, que todo el mundo decía “menos mal”. Menos mal nada. No les dio ninguna casa ni les facilitó la posibilidad de reinsertarse. Al contrario, los llevó del centro a donde no tenían colectivos. Entonces, fue una injusticia por una cuestión de beneficio político o un negociado a futuro. Porque ya sabemos que frente a la Terminal van a instalar el Puerto Madero cordobés. Eso proponen estos asentamientos nuevos, estos guetos, barrios cerrados con alambrado donde tenés tu comisaría, colegio, asistencia médica y “no te movás de ahí”.
-¿Qué va a cambiar en tu vida después de que termine este juicio?
-Lo primero es que me va a dar la tranquilidad de dormir tranquilo, cosa que ninguno de estos personajes puede hacer. Ni lo hicieron, ni lo van a hacer. Yo sí. Yo voy a dormir tranquilo, más que nunca. Y lo fundamental, que voy a poder hablar con mis hijos y contarles quién era su abuelo. A mí me movilizó a hacer todo esto cuando nació mi nena, Sol, que ya tiene ocho años. Nació, por una burla del destino, un 28 de septiembre, igual que mi viejo. Eso me terminó de colmar una situación que yo debía solucionar. Y la solución que encontré fue por la vía que corresponde, la de la Justicia.
-¿Es cierto que tu hija quiere ir a las audiencias?
-Ella quiere y no puede, pobre. Seguramente, algún día irá al hall y estará ahí aunque sea haciendo el aguante desde afuera. Va a las marchas conmigo desde que tiene cuatro años, no tengo manera de frenarla.
-¿Después de esto te esperan otras militancias?
-Sí. Hasta que no termine el último juicio, no voy a dejar de militar y laburar para cada uno de los procesos. En el juicio anterior (causa Brandalisis) me tocó ser el encargado de la logística, en todo lo que era la asistencia de los abogados y la organización. En eso me sentí totalmente gratificado cuando terminó el juicio con la condena. Hoy están los compañeros, con mi juicio, haciendo lo mismo que hacía yo. Y de acá en adelante, seguiré yo y otros compañeros en distintas funciones, hasta que termine el último juicio con las condenas que corresponden.
-Más allá de que esto debió haber ocurrido mucho antes, es raro vivir el presente de una Córdoba con Menéndez sentado en el banquillo de los acusados. Es, como dijiste recién, de Los Simuladores...
-A la síntesis la hizo (uno de los acusados, César Armando) Cejas, cuando desconocía su firma: “No, pero a estos papeles no los puedo reconocer, si hace treinta años que no los veo”. No es culpa mía que hace treinta años que no los vea, los tendría que haber visto al otro día de recuperada la democracia, cuando tendrían que haber abierto las audiencias y meter en cana a todo el mundo. No es culpa mía, ni de Orosz, ni de Fresneda, ni de (Graciela López de) Filoñuk, ni de nadie. Fue culpa de las políticas de Estado que hubo en su momento, que ampararon un montón de situaciones; en el Gobierno menemista peor, y la inutilidad de otros gobiernos. Hoy, la voluntad política es otra. Si vamos a hablar de la política que llevan adelante, primero Néstor Kirchner y ahora Cristina Fernández, tenemos para discutir 250 cosas. Pero en derechos humanos, no hay nada para discutir. Y no por eso somos kirchneristas... A ver, si es por eso, sí soy kirchnerista. Hay situaciones que tienen que cambiar urgente en este país, pero la política de derechos humanos, tomada por el Gobierno como política de Estado, es indiscutible.
-Y pensando en aquella Córdoba de La Perla, el D2 y la Casa de Hidráulica, y en ésta de los guetos para pobres, no es poca cosa...
-No es poca cosa. Va a sentar un precedente importante. En esta Córdoba, que ha dado muchos buenos gobernantes, pensadores, ideólogos y estrategas políticos, creo que va a ser un antes y un después, para que el que se siente a hacer política la vea de otra manera. Va a tener que solucionar algunas cuestiones sociales, va a tener que gobernar socialmente y viendo qué hace la policía, porque la sociedad no se lo va a perdonar. Este va a ser el aporte de estos juicios hacia la sociedad.
Fotografías: Carolina Rojo
(Fuente:Rdendh-Lavozdelinterior).
No hay comentarios:
Publicar un comentario