Cuando los confesores no encubren
Es el capitán Emir Hess. Para su procesamiento resultaron claves los testimonios de dos allegados que contaron cómo relataba que sus víctimas caían “como hormiguitas”. Fue detenido en septiembre después de que Página/12 publicara su historia.
Uno de los aviones Electra utilizados por la Armada en los vuelos de la muerte.
Por Diego Martínez
El capitán Emir Sisul Hess se convirtió esta semana en el primer piloto naval procesado por confesar su actuación en vuelos de la muerte. Si bien su legajo es idéntico al de cientos de marinos, la prueba que lo llevó a Marcos Paz fueron testimonios de allegados, quienes lo escucharon relatar que los secuestrados de la ESMA “iban cayendo como hormiguitas” hacia el vacío. El caso Hess, igual que el del teniente Julio Alberto Poch, preso en España por la denuncia de sus compañeros de la aerolínea holandesa Transavia, revela cuánto depende de los confesores el avance de las causas que investigan el último eslabón del terrorismo de Estado.
El método de arrojar personas al mar fue utilizado durante la dictadura por las tres Fuerzas Armadas. Existen casos probados a partir del hallazgo de cadáveres de personas vistas en Campo de Mayo, ESMA y Olimpo. Por testimonios de sobrevivientes y del capitán Adolfo Scilingo se sabe que en los vuelos hubo militares, prefectos, gendarmes, policías y civiles. También que contaron con la asistencia espiritual de capellanes como Luis Manceñido y Alberto Zanchetta, aún libres e impunes.
El denunciante que inició a la causa, en 2002, supo del relato de Hess por boca de un tercero. Cuando el carromato judicial se puso en marcha, no sólo el confesor admitió la historia: una ex empleada del marino la ratificó y amplió. “Contaba en tono burlón que las personas pedían por favor” y que “no le temblaba el pulso”, dijo el primero. Hablaba con “bronca y resentimiento”, dijo la mujer. Hess le aseguró que las víctimas “eran tipos muy pesados” y que no se sentía un criminal porque “había que cumplir órdenes”.
En 2005 el expediente llegó al juzgado de Sergio Torres, responsable de la causa ESMA. Allí hibernó durante cuatro años, hasta que a principios de septiembre Página/12 contó la historia. La detención fue el 29 de septiembre, una semana después que la de Poch. Hess declaró ante el juez que arrojar personas al mar era “aberrante e innecesariamente cruento”, porque “en una fuerza armada lo que abundan son las armas, para ser utilizadas conforme a la Convención de Ginebra” (sic). Negó haber integrado “la fuerza de tareas creada para la lucha antisubversiva”, intentó demostrar que piloteaba helicópteros que no podían usarse para tirar personas y dijo desconocer las razones de los testigos para “tergiversar la realidad”.
El juez consideró probado que Hess “formó parte de las tripulaciones de aviones y helicópteros utilizados en el sistema de eliminación física denominado ‘vuelos de la muerte’”. Apuntó que tres aeronaves que piloteó servían para “arrojar carga sin perder capacidad de vuelo”: los helicópte- ros Sea King y los aviones Beechcraft C-45 y Pilatus Porter PL-6-A. Agregó que las confesiones fueron ante personas “de su confianza” y que un testigo de la defensa ratificó la amistad con el primer confesor.
El procesamiento de 583 páginas detalla el método que según Scilingo bendijo la jerarquía católica. Los condenados “eran designados por oficiales de Inteligencia los martes a la noche”. Los miércoles se aislaba el sótano. A las cinco de la tarde un suboficial leía una lista con números de prisioneros. “Se producía un clima de violencia, con una gran carga de adrenalina, ya que el futuro trasladado era tomado en forma impulsiva”, contó un sobreviviente. “Se los hacía tomar manos con hombro en un trencito”, apuntó Ricardo Coquet. Tabicados y encadenados, bajaban hasta la enfermería. Con la excusa de “las condiciones higiénicas” del “campo de recuperación”, les inyectaban un somnífero. Los sacaban por “una puerta que sólo se abría en esas oportunidades, directo hacia el playón”, recordó Elisa Tokar. Mareados o desmayados, los cargaban a un camión que los llevaba al aeropuerto. Gras apuntó que lo subían “a un Fokker de la Escuadrilla Multipropósito”, el destino de Hess en 1978 y 1979. Otro sobreviviente vio en la ESMA “un libro donde estaba desarrollado el proceso que seguía un cadáver cuando se descomponía abajo del mar”.
Los traslados eran “en forma semanal”, apuntó Torres, y citó un cálculo de Scilingo: “Hubo entre ciento ochenta y doscientos vuelos, arrojando en cada uno entre quince y treinta personas”, léase entre 2700 y 6000 víctimas. “Lo insólito era la vida, los nacimientos. La rutina era la muerte”, dijo Scilingo. “No matamos a nadie, no tiramos a nadie al mar”, confesaban algunos “Verdes”, aspirantes a suboficiales de dieciocho años, que a veces lloraban ante algún secuestrado. El cabo Juan Carlos Fotea confesó que era “rallante” ver el desfile de condenados. “Estamos tirando una generación al mar”, admitió el policía, que comenzará a ser juzgado en dos semanas. Varios oficiales contaron que habían “fondeado” a las monjas francesas. “Toda la Armada va a tener que poner los dedos”, sonreía el Tigre Acosta para referirse a la rotación orquestada por Emilio Massera.
El documento incluye la historia del desaparecido que volvió de un vuelo. Emilio Assales, alias Tincho, suboficial de la Armada, secuestrado el 11 de enero de 1977, fue conducido un mes después al sótano del Casino de Oficiales. El somnífero tardó en hacerle efecto porque era corpulento. Alcanzó a ver que sus compañeros vomitaban, se desmayaban y eran sacados a la rastra hacia el playón. Lo subieron a un camión y lo trasladaron al área militar del Aeroparque Jorge Newbery. Lo obligaron a subir a un avión y antes de despegar le preguntaron el número asignado. Se percataron de que aún no había sido interrogado por el Servicio de Inteligencia Naval y ordenaron devolverlo a Capucha.
–Quiero ir al sur –le insistió al suboficial a cargo del traslado, según le contó luego a un sobreviviente.
–Vos no sabés de lo que te salvaste –le respondió “Pedro Bolita”, jujeño de ojos achinados que aún no fue identificado.
Antes de relatar su experiencia, Tincho durmió un día entero. Tiempo después fue trasladado, entonces sí para siempre.
EMIR SISUL HESS RECURRIO A LA ARMADA CUANDO SE DIFUNDIO SU CONFESION
Al Edificio Libertad en busca de instrucciones
Por Diego Martínez
El 9 de marzo de 2002, cuando leyó en La Nación que la Cámara Federal había ordenado investigar su confesión, el capitán Emir Hess envió una carta a la Armada. “Desmiento que (la nota) tenga que ver con mis dichos y solicito asesoramiento en caso de ser citado por la Justicia”, le planteó el contraalmirante Jorge Recio, director de personal naval, y ratificó su “total identificación con la institución”, agregó. El 13 de marzo, en una carta de lectores, el contraalmirante Horacio Zaratiegui afirmó que en la Armada no existió nunca un oficial Hess. “No sé si existe pero no importa. Sería un capitán de corbeta, aviador naval”, lo invocó con precisión el fallecido Florencio Varela en una conferencia ante militares.
Hess mencionó la carta al ser indagado como muestra de su “intención de aclarar el asunto”. Dijo que “tras enviar ese escrito fui citado al Edificio Libertad, donde tuve una entrevista con el almirante (Jorge) Godoy, manifestándome que volviera a mi casa”. Luego, “por orden superior, el capitán Juan José Membrana, que presta servicios en Aerolíneas Argentinas, resolvió mi problema de alojamiento”. “A la semana se presentó en mi domicilio, en Bariloche, el teniente auditor Sergio Vargas, que ahora tiene el estudio Vargas-Carli. Estas personas pueden dar cuenta de mi presentación ante las autoridades de la Armada”, concluyó.
El almirante Godoy recibió por escrito preguntas de Página/12 y prefirió no responderlas. El jefe de la Armada era en 2002 subsecretario de Relaciones Institucionales de la Secretaría General Naval. Este diario confirmó que son exactos los oficios que Hess asigna a sus camaradas y no logró contactar a Membrana. Vargas desmintió haber visitado a Hess y dudó haberlo conocido. Admitió que en 2002 era teniente auditor pero enfatizó que “nunca se brindó asesoramiento técnico” a imputados. “Por el verticalismo es imposible que me hubieran mandado a asesorar” a Hess, dijo, pues era su subordinado.
Vargas fue mencionado por Horacio Verbitsky en 1999 como enlace entre la Armada y la Justicia, subordinado al capitán Pedro Florido, identificado por el sobreviviente Víctor Basterra como quien lo obligó a falsificar pasaportes en la ESMA. En 2002, cuando Hess dice haber sido recibido en el Edificio Libertad, Godoy, Florido y Vargas revistaban en la Secretaría General Naval. Nora Veiras escribió que Vargas trabajó en el estudio de José Scelzi, abogado de represores, y que pasó a diponibilidad en 2008 cuando publicó que integraba un “grupo de contención” de camaradas en desgracia. “La Armada llevaba un control de causas”, explicó Vargas. “Cuando llegaba un requerimiento se verificaba si la persona vivía en el domicilio registrado y se le avisaba. Lo que hacíamos era facilitar la tarea del juzgado. No se asumían gestiones técnicas ante la Justicia, menos (sic) en 2002 cuando no había detenidos”, dijo.
Florido es uno de los grandes ausentes en la causa que instruye Torres. El capitán médico Carlos Capdevila declaró que supo “por comentarios de (Jorge) Acosta que en 1977 y 1978 cumplió funciones” en la ESMA. Dijo que en 1980 lo vio “salir numerosas veces del despacho del capitán Estrada”, director de la ESMA, y repudió que, lejos de estar detenido, “siguió manejando nuestras causas como integrante del Servicio de Inteligencia Naval por tener relación con varios jueces”, entre los que mencionó a Torres y a María Servini de Cubría. Horacio Estrada apareció muerto de un tiro en la sien en 1998 luego de declarar por su rol en la venta ilegal de armas hacia Ecuador. “Estrada era muy amigo de Hess”, declaró la testigo que lo escuchó contar los vuelos. Agregó que “se puso loco” cuando supo de la muerte y que para Hess “no fue un suicidio sino que lo habían matado”.
(Fuente:Pagina12).
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