Testigos ad libitum
Por Octavio Quintero
Ya sabemos que en Colombia, las investigaciones de la parapolítica, estrechamente unidas a las investigaciones por las masacres de las sedicentes autodefensas y éstas, a su vez, a las chuzadas del DAS, se han convertido en un pingüe negocio que, como algunas loterías, pagan por punta y punta.
Los tenebrosos testigos que desfilan por los estrados judiciales, acompañados de flamantes abogados, unas veces incriminan y otras desincriminan. Y lo mejor, cuando acusan cobran y cobran por desacusar.
En este ingenioso estilo probatorio que nuestra justicia importó de la justicia gringa, que si no fuera por lo real sería hasta gracioso como novela policíaca, los fallos de los jueces se asemejan en parte a esos arbitrios que se dictan en las francachelas: mesa que más aplauda, porque las barras (léase opinión pública), están polarizadas. Eso se refleja en los medios, y principalmente en las redes sociales que han pasado a ser como el súmmum de los medios: Twitter, por ejemplo.
Una tronera de aplausos se escucha desde la izquierda cuando el dedo del testigo apunta a la derecha; y viceversa: los aplausos estallan a la derecha cuando el testigo se rectifica diciendo ante el juez cualquier imbecilidad que tendrá que acoger, al menos mientras no se demuestre lo contrario. Y lo contrario es muy difícil de demostrar porque en casi todos estos casos el único testigo vivo es ese que está ante los estrados judiciales: los demás han muerto de algo que, nuevamente con mucha gracia si no fuera por lo macabro, la gente llama “plomonía”.
Y como se vio en el caso del abogado Ramón Ballesteros que para el efecto quedará como paradigma, el testigo pudo haber sido comprado en su primera versión y comprado también por su rectificación.
Así que, dentro de las reformas que se especulan alrededor de la justicia, debiera considerarse algún remedio a esta suerte de testigos. Darle seriedad al asunto y fijar unas responsabilidades de forma y manera que resultara temerario cambiar de versión como se cambia de ropa. De lo contrario, seguiremos asistiendo al triste espectáculo de unos procesos judiciales en donde lo que se escuchan son barras (léase noticias, comentarios y editoriales) diciendo “¡Cójanlo, cójanlo; suéltenlo, suéltenlo!”.
Fuente:Argenpress
No hay comentarios:
Publicar un comentario