1 de febrero de 2011

LUCIANO ARRUGA: DESAPARECIDO EN DEMOCRACIA.

ENTREVISTA A VANESA ORIETA, HERMANA DE LUCIANO ARRUGA, DESAPARECIDO EN DEMOCRACIA
“La causa de Luciano es una lucha simbólica”
Sostiene que la Justicia ampara a la Bonaerense, que nunca se avanzó un paso. Los testigos están amenazados y no son protegidos por el gobierno bonaerense. El relato de Vanesa a dos años de la desaparición de su hermano.
Por Adriana Meyer

Si Luciano Arruga se transformó en bandera del reclamo contra la represión policial e institucional, su hermana Vanesa Orieta es, sin duda, su abanderada. Dos años pasaron desde que apareció en la redacción de Página/12 con la denuncia desesperada de la desaparición de este joven de 16 años, que había sido visto por última vez moribundo en el destacamento policial de Lomas del Mirador. Vanesa lleva ahora el pelo muy corto y ya no viste el trajecito-uniforme de la empresa en la que trabajaba. Por estas horas su teléfono no para de sonar, protagoniza entrevistas, homenajes y actos varios por Luciano, donde habla del gatillo fácil y del reclutamiento policial de menores para delinquir. Sigue estudiando sociología y espera recibirse, aunque dice sentirse “desencantada y agotada del discurso armado de la universidad”. En diálogo con este diario afirmó que los testigos clave del caso están amenazados y que los policías implicados están libres, sin imputación. Y describió cómo transformó el dolor en acción, la solidaridad que recibe, el trabajo barrial que armaron en la casa donde vivía Arruga para proteger a los pibes de la policía y las permanentes amenazas a su entorno.

–¿Nunca apareció el cuerpo de Luciano? ¿Ni siquiera rastros?
–Hubo peritajes con perros que dieron positivo. Hay dos testigos que lo vieron en la comisaría octava, el día que desaparece, que cuentan cómo fue golpeado toda la noche. Dejó huellas y por eso seguimos el camino de la sospecha que involucra a la policía del destacamento de Lomas del Mirador. No estábamos errados, la Justicia sigue la misma línea, pero aun así no encontró el cuerpo de Lu y continúa como un desaparecido en democracia.

–En el segundo aniversario de su desaparición, el caso de su hermano parece haberse transformado en un símbolo.
–Hay una problemática, un chico de un barrio pobre muere víctima del gatillo fácil, no es algo aislado, un policía loco, una manzana podrida. Nos acercamos a quienes también sufrieron desidia social, política y judicial, lo que nos ubica como grupo social. Somos personas pobres que tenemos que pelearla todos los días, y vamos perdiendo a nuestros familiares de las formas más violentas. Nos unimos desde el dolor para transformar eso en esperanza y seguir luchando. La actividad del 29 (recitales y actos en Lomas del Mirador) fue un espacio donde diferentes expresiones artísticas denunciaron lo mismo que nosotros, con referentes de derechos humanos, de partidos de izquierda, de familiares. Cuando no hay respuesta del poder político o judicial tenés que ganar la calle.

–¿Qué los une?
–Somos víctimas de la represión policial e institucional. Hoy la imagen de Luciano está en muchos lugares de denuncia y de lucha. El caso de Luciano tiene el agravante de que se trata de una desaparición forzada, pero lo que le pasó a mi hermano les pasa a un montón de jóvenes pobres de la villa, discriminados y criminalizados por dónde viven, cómo visten y su color de piel, que terminan siendo víctimas de la violencia policial. Con Luciano la policía perfeccionó su método: mató dentro de una comisaría a un chico de 16 años a los golpes y ocultó su cuerpo. Y la Justicia ampara esto, la causa estuvo paralizada los primeros 45 días, se perdieron pruebas que quizá nos hubieran permitido encontrar su cuerpo.

–¿En la causa no hay ningún resultado?
–No logramos que sean procesados los ocho policías implicados, siguen en funciones y están como testigos en la causa, que aún sigue caratulada como averiguación de paradero. Es grosero lo que ocurre, la Justicia busca apagarte, que no tengas fuerzas. Y esto sólo va a cambiar con la movilización. La sociedad sólo mira y los familiares quedan desamparados, enfermos y tristes peleando contra algo enorme como el aparato judicial.

–¿Así quedó su familia?
–No, encontramos mucho apoyo y gente solidaria, estamos rodeados de amigos y de hermanos. Y para transformar el dolor armamos una actividad en el barrio, en la casa de mi mamá empezamos a dar apoyo escolar, un espacio de contención para que los chicos vayan a pintar, a escuchar música, a aprender algo que les cueste en la escuela. Es en homenaje a Luciano y para el barrio 12 de Octubre, para que no vuelvan a aparecer grupos de policías cooptando pibes para mandarlos a robar, para que la gente empiece a participar, por eso vamos casa por casa para decirles que hay que hacer algo para que lo que le pasó a Luciano no les pase a sus hijos. Los chicos me cargan de otra energía, son muy alegres. Es solidaridad mutua, ellos nos hacen sentir menos tristes y nosotros les entregamos lo que podemos. Mucha gente se acercó conmovida y se desprendió de cosas. Una banda de rock de nuestra zona nos ayudó a transformar la casilla de mi mamá de una casa de material, con el baño que no tenía.

–¿Hubo testigos amenazados?
–Las amenazas son constantes. Una amiga sufrió la más grave, se la llevaron detenida mientras estaba volanteando con info de Luciano. Tocó mi puerta de madrugada, a mediados del año pasado, con un ataque de nervios, las muñecas lastimadas y golpes en el cuerpo. Quisieron obligarla a sacarse la ropa con varios policías alrededor, le pidieron plata para dejarla ir, le ofrecieron seguridad a cambio de estar con uno de ellos. Se denunció, pero es perder el tiempo ver un fiscal. A nosotros nos siguen en forma constante, un día quisieron entrar a casa de mi mamá y mis hermanos estaban sosteniendo la puerta. No entraron pero quieren generar miedo. Pretenden sacarte de tu eje, su odio es que seguimos en pie y denunciando.

–¿Y los testigos clave?
–Eran presos que siguen detenidos, han sufrido amenazas y la están pasando muy mal porque no tienen protección. Si realmente al ministro de Justicia y de Seguridad le interesara el caso los habrían protegido.

–¿Policías habían intentado reclutar a Luciano para cometer delitos?
–Nos contó que un grupo de policías que cometía delitos con jóvenes en el barrio intentó sumarlo diciéndole que iba a poder llevar plata a su casa. Luciano dijo que no y comenzaron a pararlo, le decían “vas a terminar en un zanjón” o “negro de mierda, tenés los días contados”. Lo detuvieron varias veces cuando estaba con su carrito de cartones o con los amigos. Las tres comisarías de la zona tuvieron roces con mi hermano. Ese 31 de enero lo empezamos a buscar y la sospecha surgió de inmediato. Luciano no tenía adicciones ni problemas con la familia. Las primeras palabras de los vecinos fueron “vimos cómo la policía paraba a un chico parecido a tu hermano cerca de la plaza”, a dos cuadras de la casa de mi mamá. Cuando fuimos al destacamento con cara de nada nos dijeron que no estaba ahí.

–¿Cuándo tuvieron la información contraria?
–A los 45 días se acercó una persona del barrio y me dijo que a Luciano lo habían detenido y golpeado, y que esta persona por la que él hablaba lo había visto casi muerto en el destacamento. Recién ahí se empezó a investigar a la policía, pero los implicados nunca estuvieron procesados.

–A veces las víctimas son ensuciadas. Se dijo que Luciano vendía droga para el padre o con él. ¿Quiere responder algo?
–Luciano fue abandonado desde muy chiquito por el padre, que vive en Córdoba y nunca se hizo cargo. Lu ni vendía ni tomaba droga. Pero el que dice eso avala que a un chico se lo haga desaparecer por vender droga en un barrio. Es muy grave.

–¿En estos dos años fueron recibidos por las autoridades?
–Me encantaría que nos reciba la Presidenta, y lo pedimos. Pero antes queremos que nos reciba el gobernador, que nos hizo esperar tres horas y luego nos derivó al ministro (Ricardo) Casal y a (el ex ministro de Seguridad Carlos) Stornelli. Y encima tuvimos que soportar que Stornelli nos gritara porque se sentía muy ofendido de que nosotros dijéramos que la policía manda a robar a los chicos del conurbano, que no iba a soportar esas mentiras. La reunión se tuvo que levantar, le gritó también a uno de nuestros abogados. Casal trató de relajar, pero todo fue patético. No están interesados en resolver esta problemática, los ves pidiendo más policía o bajar la edad de imputabilidad. La gente tiene sus derechos básicos violentados desde que nace, y encima la persigue la policía.

–El caso de Luciano visibilizó el reclutamiento de menores por parte de la policía para delinquir. ¿Hubo algún cambio?
–No, porque hay un profundo temor a meterse con la Bonaerense, nadie quiere tocarla, es una mafia con poder propio. Nos podemos cansar de enumerar delitos en los que participa la policía y todo eso se fue naturalizando. Nos reímos al decir que el gordo de la poli le pide plata al de la pizzería, y eso no es ni liviano ni simpático, así empezó todo. Acá no hay loquitos sueltos que cometen errores, son grupos organizados al servicio del delito, y un poder político que mira para otro lado.

–En lo personal, ¿cómo la cambió todo esto?
–Me aferro menos a las cosas materiales, quiero que la educación llegue adonde no está. Tengo ganas de dar vuelta todo, me siento con mucha fuerza. Estoy acompañada por gente que siente esta misma locura. Antes iba si había una causa justa pero no militaba. Hoy me convoca la causa de mi hermano y la de todos los chicos de los barrios que sufren la violencia de la policía. La causa de Luciano tiene que convertirse en una lucha simbólica.

Luciano con su mamá, Mónica Alegre.



Entre los sueños y el infierno
(Por Silvana Melo y Claudia Rafael*)
El barrio 12 de Octubre hace eje en esa esquina. Una pared blanca y la cara de Luciano silueteada en negro.

El resto es una escasa manzana que termina en el potrero de arcos deshilachados, a la vuelta. Una cuadra más allá, la estética es otra. Pero en la manzana del 12 de octubre, con los 40 grados de las tres de la tarde, los pibes más chiquitos salpican desde la pelopincho en las veredas apretadas. La cumbia suena como desde las entrañas de las casas. Y la gente trata de respirar con las sillas afuera. Allí donde el calor de enero es intolerable el frío del invierno suele ser tajante también.

La casa es pequeña y Mónica, su mamá, sólo atina a sacar del congelador una botella de agua hecha hielo. El calor abomba los sentidos. Hay una biblioteca y las fotos de Luciano por todos lados. A la derecha, la imagen de Mariano Ferreyra. La Justicia acorralada en un espacio tan pequeño y humilde. Pero tan potente. El mantel del mediodía todavía está en la mesa, con algunos restos del almuerzo. Mario y el chiquitito, debilidad de Luciano, entran y salen todo el tiempo y el ventilador petiso hace lo que puede en medio de tanto día tórrido.

Vanesa Orieta vive a unas cuadras, en un barrio de monobloques cerrado con rejas. La esperan Pablo y su perra Frida, la que la sigue a todos lados desde la desaparición de su hermano. Es menuda, de fragilidad cristalina y sonríe con una profunda calidez. En el camino hacia el 12 de Octubre está la plaza donde lo levantaron a Luciano, el potrero con la red del arco agujereado donde soñaba con ser Francescoli, la casa de familia –con revestimientos de piedra Mar del Plata, una virgen de Luján, cuidada estética de los 70 al frente y aires bucólicos- que se transformó en el destacamento dependiente de la Octava por donde pasó Luciano tantas veces. Refuerzo policial que los vecinos pedían a gritos para resguardarlos de la inseguridad. Y que significó la peor de las inseguridades para un pibe morocho y pobre que no pudo sobrevivir a su profunda honestidad. Paradojas de los tiempos.

Los sueños
Había nacido un 29 de febrero y jugaba con eso: cumplía años muy de vez en cuando y le encantaba decir que era el menor de la familia: en 2008 tenía apenas cuatro años… Fanático de River, quería tener un hijo y nombrarlo Ramón o Enzo; quería ir a la cancha y traerse un pan de tierra con césped del Monumental; quería ver el mar: “no pudo conocerlo. Me decía siempre: `vamos a ir vos y yo solos, mamá y voy a descalzarme y a caminar´. Yo lo hice hace muy poco y creo que él lo habrá sentido”; quería tocar la nieve y algo parecido pudo hacer cuando nevó en Matanza; no lo atraía la escuela pero le había prometido a Vanesa que iba a hacer el secundario y le iba a regalar el título a ella. A ella que estudió sociología dos años y después, cuando la calle le puso ante los ojos su brutal pintura, supo que la universidad y la carrera y “la institución” estaban tan divorciadas de la sangre y las paredes. En esos días de cancha y picadito con amigos Luciano se abstraía del contexto. Se veía lejos, con la camiseta blanca atravesada por ese rojo que –no podía imaginar aún- invadiría su cuerpo en un calabozo atroz y desnudo. Cómo saberse tan hermano de Walter, allá en la 35 después de aquel Obras Sanitarias que pasó al pedestal de dioses y héroes paganos pero que cargó con la muerte eterna del pibe Bulacio. Cómo imaginarse ellos dos coreando juntos Ji ji ji.

Luciano es luz y risa prolongada a pesar de que la historia lo haya puesto de prepo y a la fuerza en el sitial de símbolo: Arruga, desaparecido en democracia. Luciano Arruga, pibe que dijo no y la pagó caro.

Revelaciones
La calle, el barrio, eran territorio cotidiano para él. Como en un caminito de hormigas iba todos los días a la casa de Vanesa. “El chabón siempre tenía buen humor. Yo era más caracúlica y él se lo bancaba. Yo por ahí le decía ´andá a cagar´ y él nunca se enojaba”, recuerda la hermana.

Las dos, Mónica y Vanesa, fueron las primeras en saber qué estaba pasando. “Primero le contó a mi mamá que había un grupo de personas que hacían negocios turbios con los jóvenes del barrio 12 de octubre. Que la policía cooptaba pibes para mandarlos a robar. A partir de que se niega, empiezan a ponerse muy violentos en la calle con él. Lo paraban constantemente y el 22 de septiembre de 2008 lo detuvieron y tuvimos que ir a la comisaría. Escuchábamos cómo lo golpeaban a Luciano en la cocina de ese destacamento que se inauguró hace tres años por un pedido de más seguridad de los vecinos y no teníamos más herramienta que gritar. A partir de aquel día fue una detención tras otra...”


Los métodos
La historia de Luciano Arruga encaja a la perfección en el esquema bosquejado por el juez platense Luis Arias en 2008 cuando argumentaba que sectores de la Bonaerense fogoneaban el reclutamiento de pibes de las barriadas de los márgenes para delinquir “para la corona”. Y no por causalidad, entonces, la familia cuestiona que jamás fue recibida por el gobernador Daniel Scioli.

Su hermana Vanesa es precisa y contundente: “un policía le ofrece robar, le ofrece armas, vehículo y garantías si caía detenido. Le aclaró que siendo menor de edad iba a salir, pero que se quedara tranquilo porque responderían por él. Le dijeron también que conocían la situación de mi mamá con dos hijos más y que si se prendía, él podía llevar dinero a la casa. La operatoria era tener una persona mayor dentro del barrio, encargada de intermediar entre la cana y los pibes”.

Aquel “no” de Luciano fue clave: “cuando la policía lo veía, se paraban; bajaban con Itaka en mano, lo ponían contra la pared. Le decían que era un negro villero, que tenía los días contados, que se volviera al barrio… Seguramente él sabía mucho más de lo que nos contaba. Vaya uno a saber qué carajo pasaba cuando no estaba con nosotros… Y nosotros subidos a nuestros propios problemas, no nos dimos cuenta de que podía pasar esto… Todas estas casas de mierda con gente que pedía más seguridad, reclamaban ese destacamento para que nos maten a nosotros a balazos. Pero a veces no lo podés creer…”

Intuiciones
Aquel 31 de enero de 2009 arrancó antes de lo previsto para Mónica. Quien sabe qué rara intuición la llevó a buscarlo a las 5 de la mañana cuando normalmente, si salía, volvía a las 7. “Yo ese día tenía una impresión fea. Me empecé a preocupar. A las 7 recorrí el barrio. Fui al destacamento y pregunté si no había un chico NN detenido. Volví a casa. Pregunté a los hermanos. Me fui a la Octava porque pensé que por la calle lo podrían haber detenido. Me mandaron al destacamento. Debo haber ido 4 ó 5 veces. Al mediodía ya estaba desesperada y volví al destacamento, vi a uno de los policías y me dijo ´está bien, deje que le tome datos´. Yo soy llorona y no me pude contener. El me dijo ´bueno, dígame cómo es su hijo´. Es morochito, alto, 1.73, flaquito, estaba con remera blanca y azul de Argentina, pantalones grises, zapatillas azules. Yo vi que escribía por escribir y me di vuelta y vi a un policía y le dije ´dígale, Torales, usted lo conoce. Dígale cómo es mi hijo´. Mi mamá que es de campo siempre dijo que si alguien no te mira a los ojos, te esconde algo y él no me miraba. Ahí dije algo pasó, algo le hicieron a mi Negro. No había manchas de sangre, no había indicios pero yo supe. De ahí en más, fue apuntar a la policía porque supe que a mi hijo no lo iba a ver más. No me preguntes por qué pero yo supe que iba a ser así. A mi Negro no lo iba a ver más…”.

La causa
“Luciano Arruga desapareció dos veces: cuando nació, porque no tenían baño ni casa. Después volvió a desaparecer en su cuerpo, hace dos años”. El abogado Juan Manuel Combi, uno de los únicos que aceptó hacerse cargo del caso, sobrevuela rasante una infancia terrible de Luciano, de la que apenas quisieron hablar Mónica y Vanesa. Invisibilizado desde el origen, negado por el Derecho, los organismos de derechos humanos, el poder político, los legisladores. Sólo Pablo Pimentel (APDH La Matanza) jugó fichas fuertes por un desaparecido no militante pero sí víctima de las herramientas todopoderosas del Estado. “No lo encontramos con vida, no hay aparición del cuerpo, no tenemos ningún imputado luego de dos años; hemos fracasado”, dice amargamente Combi. Y recuerda que se tardó seis meses en aceptar a la familia como particulares damnificados porque no tenían la partida de nacimiento de Luciano aunque contradictoriamente se les tomaba declaración como testigos en calidad de madre y hermana.

Mientras esperan los resultados de pericias que lograron pedir a partir de la intervención del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) como querellante cuestiona la existencia “de libros adulterados en el destacamento que debería significar sanciones que no existieron”. Y lamenta que “nuestro país no haya zanjado el problema histórico de los desaparecidos. No tiene mecanismos claros para encontrar personas ni tampoco para detener. No hay controles. Se puede enterrar a un NN sin registros”.

Ocho policías “fueron puestos en disponibilidad durante dos meses”. Y “de un día para el otro estaban trabajando en otras comisarías”. A pesar de las promesas del ex ministro Carlos Stornelli ante el propio abogado de la familia.

El infierno
La primera fiscal, Roxana Castelli, como suele suceder aun a pesar de lo que marca la resolución 1390 de la Procuración, se apoyó para investigar en la misma policía denunciada. Con el tiempo, algunos vecinos relatarían (aunque nunca se atrevieron a volcarlo en la causa como testigos) que habían escuchado los gritos de Luciano cuando lo subían por la fuerza a un patrullero; cómo lo habrían querido forzar a “que agarrara algo”. Y otros, cómo luego ya en el destacamento –relató otro pibe también detenido- “estaba muy golpeado y prácticamente muerto”. El periplo continuó en la Octava, viejo centro clandestino de detención durante la dictadura. El mismo por el que alguna vez pasó Héctor Oesterheld, el padre de “El Eternauta”. Y por donde 32 años más tarde torturarían –según el relato de Vanesa- a su hermano Luciano. “Dos testigos lo reconocieron por las fotos. Le preguntaron y él les dijo que lo habían levantado. Uno de ellos le da una remera. Lo cambian de celda. Y ahí empiezan a escuchar una madrugada de golpes a Lu y comentan técnicas de tortura. Al otro día ya no lo ven y uno de ellos tuvo que limpiar el calabozo en que lo tuvieron a mi hermano”.

La causa, cuando se cumplen dos años del secuestro, sigue caratulada como “averiguación de paradero”.
(*APe)
Fuente:Momarandu                                                              

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