ELSA PAVON CONTO COMO ENCONTRO A SU NIETA PAULA LOGARES EN 1985
“Ver a la nena fue un shock”
La abuela de la primera nieta recuperada en democracia detalló la historia de la búsqueda que empezó en 1978, cuando desaparecieron su hija y su yerno en Uruguay. La intervención del vicario castrense Emilio Graselli para que se olvidara del tema.
Por Alejandra Dandan
Elsa Pavón llegó al tribunal acompañada por su nieta Paula Logares.Imagen: Rafael Yohai
La fiscalía le hizo sólo una pregunta. A partir de ese momento, Elsa Pavón no paró de hablar durante tres horas seguidas, mientras en la sala sólo se escuchaba el ruido de los llantos que iban acompañando esa reconstrucción demencial de la búsqueda de su nieta. A Paula Logares se la habían llevado con sus padres cuando tenía 22 meses, le cambiaron todo, pero no le pudieron cambiar el nombre. “Paula, Paula, Paula”, decía todo el tiempo cuando llegó a la casa de los apropiadores y su abuela, años más tarde, cuando ya la había localizado pero no podía ni siquiera acercarse, cuando la miraba aparecer y desaparecer en la puerta de una casa, corrió un día desesperada a hablar con los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo: “¿Cómo puede ser posible que ella con menos de dos años haya podido defender su nombre –les dijo– y todos nosotros, adultos, con todos los que somos, no podemos ni siquiera defenderla a ella?”.
La hija de Elsa era Mónica Grinspon, se casó con Claudio Logares, los dos estudiantes de Agronomía y militantes de Montoneros. En 1977, después de un paso por Mar del Plata, se instalaron en Uruguay con Paula mientras escapaban de la dictadura argentina. Ahí hacían los papeles de residencia, y juntaban algún dinero para inscribirse en un programa de viviendas. “En el año ’78, las cartas que yo mandaba llegaban abiertas a manos de ellos; las que ellos mandaban a mi casa, no, así que evidentemente estaban siguiéndolos.” El 18 de mayo de 1978 era un día de fiesta en Uruguay. “La nena estaba pidiendo que quería ir al parque, decidieron llevarla. Para ir al parque Rodó tenían que tomar dos colectivos. Cuando bajan de uno para subirse a otro, los rodean tres coches, los encapuchan, a mi yerno lo suben a un auto y a mi hija y a mi nieta los ponen en otro.”
La búsqueda
Elsa viajó a Uruguay. Viajó con su consuegro Ernesto José Logares, viajó sola. Para el Mundial, creyeron que la detención podía ser transitoria. Los buscaron en cárceles, pasaron por el departamento de los hijos, donde no estaban los dólares que ellos guardaban para la casa. Tampoco estaba la valija con la ropa de Paula que Mónica tenía abajo de una cama. En Buenos Aires buscó sacerdotes y monjas que trabajaban con presos en Uruguay. Vio al vicario castrense Emilio Graselli, que llegó a decirle que se olvidara de su hija: “Usted vio cómo es esto, señora”, dijo Graselli. “Agarran un Hércules, se vienen entre gallos y medianoche; cuando lleguen acá yo le llevo a la nena, pero olvídense de los padres.” Perfecto, dijo ella. Y llamó una vez por semana: “Para Graselli, Paula era la uruguayita, siempre me decía: ‘No tengo noticias’, hasta que un buen día dejé de llamar”.
Hizo igual en Buenos Aires. Recorrió colegios, hospitales. Una vez llegó a La Plata, en un juzgado se encontró con las primeras Abuelas de Plaza de Mayo, entre las que estaban María Isabel Chorobick de Mariani y Licha de la Cuadra. La invitaron a sumarse a una audiencia, le dijeron que sola no iba a llegar a ningún lado.
Algunas abuelas se camuflaron de inquilinas para averiguar el lugar en donde vivía Paula. Su abuela, durante un año y medio, no estuvo en la casa, sino haciendo rondas en torno de la casa nueva, que estaba a unas cuadras de Chacarita. Viajaba todos los días desde Banfield: “Venía a Chacarita a hacer las compras cotidianas, justo frente a la casa había una verdulería; los abogados me pedían datos: datos físicos, partida de nacimiento, nombre y apellido, un montón de cosas, y nosotros sólo sabíamos que se llamaba Paula y la apropiadora era Raquel Teresa Mendiondo”.
Así la vio por primera vez: “Y ver a la nena la primera vez fue un shock”, dijo. “Porque era idéntica a mi hija a los siete años, pero con un guardapolvo preescolar cuando tenía que estar en primaria.” ¿Pero qué pasa?, se preguntó. ¿Entonces, no es ella? Una de sus cuñadas viajó para hacer el chequeo. Cuando pasó por al lado, la reconoció y pegó un grito tan fuerte que Paula se metió adentro de la casa.
Un dato a rescatar era el colegio. Elsa se aprendió los números de la patente del micro. Un día lo siguió, pero terminó atrás de otro. Después, le faltaba lo más difícil, dijo: confirmar el apellido. Le pidió a su marido que lo hiciera. Y encontraron una situación sencilla. Ese día, Paula subía y bajaba del micro.
“¡Te vas a caer! –le dijo él–. ¡Te digo que te vas a caer!”
Ella se cayó, se golpeó y él se sentó con ella en el asiento del micro: “Mirá –le dijo el marido–, si en ese momento me decía abelo, se me caían los pantalones”, porque así lo llamaba Paula a los dos años. El apellido, por fin, lo encontró una de sus hijas un día camino a la escuela. Ella se acercó a Paula, le preguntó el nombre y después el apellido. Paula se lo dijo. “En ningún momento me miró –dijo esa chica”–, todo el tiempo miró el suelo, pero contestó serenamente como si hubiese sabido lo que significaba eso para ella.” Cuando tuvieron el nombre, “yo hablé con mis abogadas, y les dije: ‘No soporto más no hablarle, no poder decir nada, así que ahora quisiera verla frente a un juez, ya no me pidan más, tienen todo lo que me pidieron, así que no me acerco más’”.
La recuperación
Para la recuperación faltó mucho y pasó mucho. El 13 de diciembre de 1984, las Abuelas hicieron la primera denuncia, pero para que el juez ordenara el allanamiento, Chicha Mariani tuvo que decirle que, si pasaba algo con la niña, la responsabilidad iba a ser suya.
Cuando tuvieron los papeles, se dieron cuenta de que la niña estaba inscripta con dos años menos. Que para probar que era quien ellas decían que era se necesitaban radiografías y placas odontológicas. Los jueces no las hicieron. Tuvieron que esperar la designación de un nuevo juez para avanzar, y cuando lo lograron se dieron cuenta de que el apropiador había conseguido que los peritos del Cuerpo Médico Forense replicaran su mapa genético. Paula tenía un “estrés de guerra”, algo que le había hecho retardar el crecimiento por el golpe traumático. Tenía problemas de relación con los niños de preescolar y su único vínculo era con una niña discapacitada de su edificio. En junio de 1984, se hizo las muestras de sangre en el Durán con las nuevas tecnologías de ADN. Fue la primera nieta recuperada con esa identificación. Pese al resultado, el juez de la primera instancia les aseguró que no se las iba a devolver hasta que no se resolviera la cuestión de fondo. El 12 de diciembre de ese año la restitución la hizo la Cámara de Casación. Elsa se sentó por primera vez al lado de Paula para decirle que era su abuela: “¡Vos no sos nada mío, yo no te conozco!”, le descargó Paula.
–Soy tu abuela, te estuve buscando todos estos años.
–Es mentira –le dijo Paula–: vos estás loca y lo que querés es romper nuestro hogar y jodernos la vida a nosotros.
–¿Sabés cómo se llamaba tu mamá? –le dijo después, y empezó a contarle la historia. Elsa dijo que Paula se puso a llorar, y se durmió durante hora y media. Que después no lloró más. Y que lloró felizmente a los quince días. Que una vez le pidió la ropa de ella, de cuando era chica. Que Elsa se la dio. Que Paula le dijo entonces que una vez se la pidió a su apropiadora. Que ella le había dicho que no la tenía, que se la había dado a los chicos pobres. Que se lo preguntó otra vez. Y le dijo “egoísta”. Y se lo preguntó otra vez más. Y ahí le dijo “egoísta”, y le pegó una cachetada.
Mientras salía del juzgado les hizo prometer a sus abuelos una cosa: que iban a comprarle el Billiken todos los lunes.
Fuente:Pagina12
POR UN CASO DE APROPIACION
Un juicio a dos jueces
Por Irina Hauser
La Cámara Federal de Rosario dio un paso clave para esclarecer la responsabilidad de jueces en la apropiación de hijos de desaparecidos. El tribunal revocó el sobreseimiento y ordenó reabrir la investigación contra Juan Carlos Marchetti, juez de Menores durante la última dictadura, y Delfín Castro, entonces juez civil, implicados en el proceso irregular de guarda y adopción de Manuel Gonçalves Granada, quien recuperó su identidad en 1995. La misma medida se extiende a dos asesores de Menores. El fallo señala que no se realizaron medidas básicas para reconstruir cómo fue entregado Manuel, que era un bebé, a personas conocidas y sin realizar el más mínimo intento por hallar a su familia biológica. Los cuatro funcionarios judiciales habían sido beneficiados en abril de 2010 por el juez de San Nicolás Carlos Villafuerte Ruzo, quien los sobreseyó con el argumento de que la culpa de la supresión de identidad la había tenido la madre del chico, Ana María Granada, asesinada en la llamada Masacre de Juan B. Justo, meses después de la desaparición de su compañero, Gastón Gonçalvez.
El 19 de noviembre de 1976 un centenar de militares y policías federales y bonaerenses rodearon la casa donde vivía Ana María con Manuel, de seis meses, y con otra pareja, los Amestoy y sus hijitos de 5 y 3 años. Todos fueron asesinados en el sangriento operativo menos Manuel, a quien su mamá había escondido en el placard. Los vecinos advirtieron que no se llevaban al chiquito, que finalmente fue hallado y llevado al hospital de San Nicolás por indicación del coronel Fernando Saint Amat, que dio intervención al Juzgado de Menores. El juez era Marchetti, que terminó dando al bebé en guarda a una pareja conocida, Luis Avelino Novoa y Elena Yolanda Rodríguez.
Los abogados querellantes Ana Oberlin y Lucas Ciarniello Ibáñez –que representan a Manuel–, la fiscalía federal de Juan Murray, la Secretaría de Derechos Humanos y Abuelas de Plaza de Mayo denunciaron numerosas irregularidades en los expedientes de guarda a cargo de Marchetti, de San Nicolás, y en la posterior adopción, consolidada por el juez Castro, del departamento de Lomas de Zamora, y ratificada por los asesores de Menores Juan Carlos Magni y Francisco García Cortina. Mostraron que no se había hecho nada por dar con familiares del niño (como publicar solicitadas o fotos de la madre), ni se buscó contactar a los parientes o allegados que retiraron los cuerpos tras la masacre. Los documentos que daban cuenta de citaciones serían fraguados, los adoptantes figuraban como casados –no era cierto– y se eludieron los informes socioambientales de rigor en una adopción.
Marchetti, sostuvo la fiscalía, “evitó voluntariamente la identificación” de la familia. “El juez no pudo desconocer en absoluto la situación de Manuel por el contexto en que lo hallaron y las irregularidades fueron tantas que no se puede hablar de desconocimiento”, le dijo Oberlin a Página/12. El argumento de Villafuerte Ruzo para sobreseer a los cuatro funcionarios judiciales doblaba la apuesta: culpó a la mamá de Manuel, ya que tras el secuestro de su esposo el 24 de marzo de 1976 se había ido a vivir a San Nicolás cambiando su nombre y el de su bebé para protegerse. “Quien suprimió la identidad de Manuel desde el momento de su nacimiento fue su madre”, la culpabilizó el juez. Además sugirió que fueron sus familiares los que no habían buscado al chico. La fiscalía retrucó: “El Poder Judicial debió ser el órgano encargado de tutelar el debido proceso y los derechos de las personas”.
La Cámara de Rosario finalmente les dio la razón a la fiscalía y los querellantes y ordenó reabrir la pesquisa contra los funcionarios judiciales por la supresión de identidad de Manuel.
Fuente:Pagina12
Lo aseguró el abogado de chicha mariani
“Referentes de la Iglesia, en vez de ayudar eran agentes de inteligencia”
Publicado el 11 de Mayo de 2011
Alejo Ramos Padilla, abogado de Chicha Mariani, aseguró ayer que “no sería extraño encontrar más referentes de la Iglesia que en vez de ayudar se convertían en agentes de inteligencia” de la última dictadura militar. Ramos Padilla formuló estas declaraciones a Radio América luego de que la justicia citara a declarar como testigo al cardenal Jorge Bergoglio en una causa por violaciones a los Derechos Humanos.
La situación de Bergoglio aparece esta vez más complicada. Es que en la citación anterior aseguró no haber sabido hasta bien entrada la democracia que la dictadura se apropió de más de 400 bebés, hijos de desaparecidos. Estela de la Cuadra, que busca a su sobrina nacida en cautiverio, aseguró ante la justicia tener pruebas de que en plena dictadura su madre conversó en varias oportunidades con Bergoglio y le pidió ayuda para encontrar a su hija, embarazada al momento de su secuestro. “Muchas Abuelas acudían a buscar información sobre sus nietos. Es un juicio con características especiales porque todavía hay niños jóvenes que no recuperaron su identidad. Muchas instituciones como iglesias y jueces tenían información puntual sobre el destino de los niños, había seguimientos de las Abuelas en la dictadura y en democracia”, dijo Ramos Padilla.
Fuente:TiempoArgentino
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