15.04.2012
judith de jorge palant
El trauma histórico de la dictadura
El dramaturgo y psicoanalista reelabora un mito de la Biblia a través de la historia de una militante de organizaciones armadas y un oficial de inteligencia de la Marina.
Por:Jorge Dubatti
De los estrenos de la cartelera 2012, sin duda Judith de Jorge Palant figurará entre las contribuciones más sólidas y complejas a la dramaturgia nacional. La pieza, dirigida por Enrique Dacal e interpretada por Dora Mils, Alejandra Colunga y Daniel Dibiase (Teatro Tadrón, Niceto Vega 4802), ratifica la función de “constructo memorialista” (según el acertado término de Hugo Vezzetti en Pasado y presente) que asume constantemente una zona del teatro argentino respecto de la historia nacional (la más reciente o la ya distante en el tiempo), y con particular relevancia en relación al horror, la pervivencia y el trauma de la dictadura de 1976-1983 en la democracia.
La dramaturgia se propone como un singular dispositivo de estimulación de la memoria y revisión del pasado, en el que el poder significativo de la metáfora, adquiere efectos deslumbrantes. La relación entre pasado y presente en el espacio de la memoria se ejerce desde un mutuo llamado: el pasado convoca a los artistas y a los espectadores, que a su vez parecen invocarlo. Es nuestro “teatro de los muertos”, ceremonia fundacional ya presente en Facundo de Sarmiento.
La obra teatral (en general cualquier expresión artística), más que un puente, se transforma en uno de los lugares donde el pasado vive en el presente, convocante e invocado. No es que el pasado “regresa”, porque nunca se fue. El arte es una de las moradas de habitabilidad del pasado en el presente. La dramaturgia argentina sobre la dictadura ayuda a comprender las palabras de Giorgio Agamben: “Pero la imposibilidad de querer el eterno retorno de Auschwitz tiene para Primo Levi otra y muy diferente raíz que implica una nueva e inaudita consistencia ontológica de lo acaecido. No se puede querer que Auschwitz retorne eternamente porque en verdad nunca ha dejado de suceder, se está repitiendo siempre” (Lo que queda de Auschwitz. Homo Saccer III). En el programa de mano de Judith, Jorge Palant también lo dice con la metáfora de la “puerta siempre abierta”. Escribe Palant: “Se escuchó decir: ‘Estoy cansado de que hablen de la dictadura’. ¿Qué mezcla de ética, de política y de estupidez? ¿Se habla de genocidio? ¿Y sabe por qué? Porque el genocidio dio, da y dará siempre de qué hablar. Señor cansado, se trata del horror, y dado que nunca habrá un argumento que cierre esa puerta se trata de animarse y entrar. Judith es un intento de eso”.
Judith retoma la indagación en el vínculo entre víctimas y victimarios de la represión en la dictadura, en una línea que en la cultura argentina tiene hitos notables del teatro y la literatura: Paso de dos de Eduardo Pavlovsky, El fin de la historia de Liliana Heker, Un secreto para Julia de Patricia Sagastizábal, Esa extraña forma de pasión de Susana Torres Molina. Veinte años después de su secuestro, violación y tortura, Judith, militante de una organización armada, se reencuentra con Aranda, oficial de inteligencia de la Marina. Palant reescribe el mito de Judith y Holofernes, a través de la Biblia, del teatro de Friedrich Hebbel y de un estudio de Sigmund Freud (“El tabú de la virginidad”), y también a través de la vastísima iconografía de la plástica universal (en escena se ve, asimilado al afuera que recorta la ventana de la casa, una reproducción del célebre cuadro de Botticelli, incluido en el mundo dramático de la Judith argentina y analizado por uno de los personajes).
Apropiarse del mito implica, como en toda reescritura, poner en práctica una política de la diferencia: en esta historia de Judith no hay venganza, sino juicio. Hay justicia. Dice al respecto el autor: “En nuestra sociedad la venganza respecto de la última dictadura no aconteció. Es llamativo, y no tiene un nombre definido, porque cualquier nombre quedaría corto, que en la Argentina no ha habido venganzas personales.”
Palant estructura su pieza con rasgos singulares: la oposición irreconciliable de las visiones de mundo de Judith y Aranda, junto a la paradójica unión de ambos personajes en el “síndrome de Estocolmo”; una clara cartografía de valores, por la que sabemos nítidamente dónde está el monstruo y dónde la víctima; la problematización del tema de la venganza, en relación con la justicia; la mezcla de escena y relato, y el cruce de los planos del drama (resuelto inteligentemente en la puesta de Dacal) con la convivencia de actores-espectadores; un análisis profundo, en el personaje de Aranda, de la subjetividad militar y cívica que hizo posible la dictadura y que todavía sigue viva en un sector de la población; un personaje enorme, Judith, una de las representaciones más hondas del ex militante sobreviviente en el teatro argentino.
La estructura de la gradación de conflictos y de la relación entre pasado y presente de los personajes lleva a dos observaciones necesarias. Por un lado, los “veinte años” que han pasado son funcionales a la ficción (la edad de la hija de Aranda y Judith, que comienza a salir al mundo y se interesa “por los hombres”, lo que la impulsa al trágico vínculo incestuoso con su padre); no buscan una referencia exacta con la historia de los juicios en la Argentina. Como nos ha señalado Palant, el espectador debe interpretar esa fecha “a la luz de una lógica actual de los acontecimientos”, no de lo que sucedía en el país en 1996 (menemismo, época de amnistía, encubrimiento, política de olvido y amnesia social). Por otra parte, es interesante observar en el devenir del encuentro la negación de Aranda ante su posible paternidad. Señala Palant: “En cuanto a la reacción de Aranda, no le daría tanto crédito a que él se haya enfrentado seriamente con su capacidad de engendrar. ¿Debería haberlo hecho? El personaje se mantuvo en un intento de manejar la realidad a su antojo, transformando esa información, la de su paternidad, en un juego mentiroso y humillante en el que, a través de Leda, volvía a gozar de Judith.”
Nacido en Buenos Aires en 1942, Jorge Palant es psicoanalista (pertenece al grupo que nuclea la revista Conjetural) y ha concretado desde muy joven una sostenida y valiosa trayectoria como dramaturgo, con casi una veintena de estrenos: La noche y sus campanas (1965), El invitado (1966), Las visitas (1972), Cabareteras (1975), Antes de la fiesta (1986, primera versión, en el Teatro Bastión del Carmen, Colonia, Uruguay, y 1994, segunda versión, en el Teatro La Ranchería), Vine a verte, papá (1994), Griselda en la cuerda (1995), Tango roto (1996), El ensayo (1997), El albanés (1997), Tres piezas con prostitutas (1999), Réquiem (2004), Capítulo V. La cuestión Armenia (2005), Par’Elisa (2007), Después del crimen (2008), Entre mujeres solas (2010). Un camino en el que Judith profundiza elementos precedentes y abre nuevos senderos.
Fuente:TiempoArgentino
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