Martianos
En todos lados se
cuecen habas. Es un viejo dicho que podemos aplicarlo a la dosis de intolerancia
que ha existido o aún existe en la mayoría de los lugares y que muchas personas
practican.
Fuente original: Martianos-Hermes-Cubainformación-Cubasolidaridad
Fuente:Rebelion
Pero la intolerancia que criticamos y señalamos como un gran
pecado, es aquella que tiene consecuencias sociales graves, no las maneras
apasionadas de expresarse que tienen personas fanáticas o dolidas por sucesos
pasados que las afectaron.
No estamos haciendo una crítica a las formas apasionadas de
disentir, sino a los procedimientos que consisten en juzgar y sancionar formas
de pensar diferentes.
Cuando la comunidad judía protesta porque alguien muestra la
suástica o erige un monumento a Hitler en un sitio público, la mayoría les
otorga la razón. Pero si además de protestar por semejante hecho, exigieran que
la persona sea encauzada, castigada o despojada de sus derechos laborales,
estamos frente a un hecho insólito, de una represión inaceptable en épocas de
paz, carente de justificación a la luz del más elemental derecho.
Hitler es símbolo del racismo y del genocidio. No solamente
alimentó el racismo durante su mandato, sino que lo materializó asesinando a
millones de seres humanos por el mero hecho de pertenecer a una raza. Ahora
bien, no se puede condenar a alguien que, por ignorancia o capricho, lo
defienda. Por supuesto, esto no excluye que se impida por medios legítimos, que
persona alguna intente imponer por la fuerza semejantes ideas.
Hablar mal de la Reina Isabel en Inglaterra era penado hasta
los años setenta. Aquello era una muestra de intolerancia extrema, pues hablar
de la Reina es una forma de disentir, lo cual no justifica ningún tipo de
penalidad. En la actualidad siguen siendo de mal gusto para algunos sectores,
las opiniones contrarias a la institución del reinado, pero esto no justifica, a
la luz de nuestro tiempo, que alguien resulte condenado por una opinión de ese
tipo.
Son respuestas diferentes que requieren ser abordadas de
maneras distintas.
Estamos exponiendo casos que por la naturaleza de los mismos
pueden prestarse a que se justifiquen determinadas respuestas sociales
extremas.
Lo mismo ocurriría con Stalin, quien fue motivo de críticas por
su propio Partido en Rusia, una vez que murió y cambió la composición del
gobierno comunista.
Hablar bien de Stalin, una vez desaparecido el Bloque Soviético
y quizás aun con anterioridad, es asumido por muchos como algo detestable y
rendirle homenaje público, puede ser motivo de protestas por parte de
agrupaciones de derechos humanos o políticas, pero a nadie se le ocurre en su
sano juicio, pedir sangre, sanciones, prisión, expulsión o que la persona sea
condenada por pensar de esa manera.
En el caso de las dos figuras mencionadas, estamos lidiando con
personajes históricos, donde existe real documentación sobre actitudes
criminales que ocasionaron no sólo el aislamiento momentáneo o permanente de
ciudadanos, sino la muerte de gente que no habían cometido actos que pusieran en
peligro la seguridad social, del Estado o del representante de alguna
institución particular.
En Miami se practica la intolerancia cuando se habla de Cuba y
especialmente cuando se menciona la persona de Fidel Castro. Nos referimos a la
intolerancia en su real dimensión, no al hecho de que personas apasionadas
muestren cólera por un pensamiento favorable al dirigente cubano.
Ozzie Guillén, el manager del equipo deportivo de baseball
conocido como Los Marlins, recibió una sanción por declarar en una entrevista en
New York que admiraba a Fidel Castro y lo amaba.
No decimos que fue objeto de crítica por personas enemigas del
gobierno cubano, sino que fue despedido durante cinco días de sus funciones. Fue
víctima de una sanción por haberse expresado de esa manera. Ni siquiera se
trataba de castigar a alguien por haber emitido un juicio favorable a un asesino
político, de reconocida conducta genocida o practicante de represiones brutales,
sino por referirse a una persona pública, que resulta controversial por su
pensamiento y en gran medida por las distorsiones de su obra, a través de una
guerra de desinformación desmedida.
En Cuba, la represión ha sido proporcional a los ataques
provenientes del exterior. El gobierno cubano enfrentó conspiraciones internas
organizadas y dirigidas desde el exterior por los órganos militares
estadounidenses. No se trataba de brotes internos de conspiraciones, las cuales
en cualquier país son reprimidas, sino de una labor de defensa frente a los
ataques del país más poderoso del planeta Tierra.
Estados Unidos se arrogó el derecho de combatir al gobierno
cubano por razones de diferencias respecto al pensamiento y la forma de
administrar el Estado. La represión, como consecuencia de esta situación de
Guerra, fue benigna si la comparamos con las sanguinarias dictaduras de América
Latina durante los años setenta y fines de los sesenta, porque si bien en Cuba
se ejecutaron juicios de guerra de extrema inmediatez, fue una represión
calculada, que llegó en ocasiones a los excesos inevitables en un ambiente de
una guerra invasora, pero en todo momento mostró ponderación. Fue una represión
defensiva que, aun en medio del peligro de enfrentarse a un vecino tan poderoso,
acostumbrado a actuar con patente de corzo, se cuidó de crear avenidas para
salir de los escollos producidos por las desinformaciones y los mismos excesos
de un enemigo que incumplía las normas elementales mínimas de la ética de
Estado.
Fidel Castro puede ser criticado, vilipendiado y despreciado,
tanto como amado y defendido. Pero no es un criminal de guerra y mucho menos un
represor compulsivo. Ha sido un dirigente con aciertos y errores, que le tocó
enfrentarse a la soberbia de un país poderoso, en épocas que este acostumbraba a
desembarcar sus tropas en cualquier sitio del Hemisferio, si consideraba que el
gobierno no respondía a sus intereses.
Es comprensible que en Miami haya sectores intolerantes que lo
odien o no lo acepten, pero que se aplique una sanción al manager de un equipo
de baseball, por hacer un comentario favorable sobre la persona de Fidel Castro,
es el mayor descrédito que una ciudad puede mostrar.
Es también un bochorno para los dueños del equipo de Los
Marlins, quienes no debieron haber aceptado semejante vejación.
Para Ozzie Guillén, quien acaba de cumplir su sanción y cuyo
salario, correspondiente a los días de su penalidad, fue entregado a grupos que
se dicen “combatir al gobierno de Castro”, la salida elegante no debió ser la
disculpa, sino expresar públicamente, que no tiene por qué dar explicaciones
sobre sus pensamientos y preferencias personales. Supone ser un hombre libre, en
un país libre. Evidentemente no estaba en “una ciudad libre”.
Como Guillén vive en una ciudad cuyo nombre es sinónimo de
intolerancia de la buena, de la real, de aquella que sanciona y condena a
quienes contradicen al poder que la gobierna, tuvo que sufrir la vejación de
desdecirse y además dejar que el fabuloso salario de esos cinco días, fuese
entregado a los mismos que lo humillaron.
Decir que Miami es una ciudad intolerante, gramaticalmente es
una sinonimia, porque ambas palabras significan lo mismo.
Si existen dudas que le pregunten a Ozzie Guillén o que se
tomen el trabajo de revisar la prensa oficial de la ciudad, donde no hay un solo
comentario realmente disonante, respecto al pensamiento único que un pequeño,
pero poderoso grupo, persiste en imponer.
Le pueden preguntar a los dueños de los terrenos y propiedades,
donde se han colocado anuncios de programaciones, donde se explican los
pormenores de Cinco cubanos presos como consecuencia de la Guerra Fría que aún
practica Estados Unidos contra Cuba, quienes han recibido por esta razón
amenazas agresivas graves y han tenido que ordenar la remoción de las
vallas.
Quienes piensen que es una exageración decir que intolerancia y
Miami es una sinonimia gramatical, solamente deben tomarse unas pocas horas y
verán que sobran las razones para afirmarlo.
*Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en
EE.UU., subdirector de Radio Miami
Fuente original: Martianos-Hermes-Cubainformación-Cubasolidaridad
Fuente:Rebelion
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