Bautismo con fuego para cuatro canas en la CNU
Año 5. Edición número 218. Domingo 5 de agosto de 2012
Por
Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal
dcecchini@miradasalsur.com
Casa operativa. La vivienda del padre del Indio, detrás de la facultad de agronomía./ Castillo. foto de prontuario.
En agosto de 1974, El Indio Castillo asumió la jefatura militar de la banda y reclutó a policías para aumentar su poder de fuego.
Para septiembre de 1974, la Concentración Nacional Universitaria (CNU) platense necesita aumentar su poder de fuego.
La intervención de la Universidad es inminente y los fachos preparan una escalada de violencia destinada a la eliminación física de “infiltrados marxistas” y a sembrar el terror entre los docentes y los estudiantes. El objetivo viene siendo planteado desde hace tiempo en las páginas de La hostería volante, la revista que dirige el mentor ideológico de la organización, Carlos Alberto Disandro, con una consigna escrita en latín: “Delenda est marxistica universitas”. El golpe inicial lo darán un mes más tarde, el 8 de octubre, con el secuestro y los asesinatos del Turco Rodolfo Achem, secretario administrativo de la Unlp y dirigente de la Asociación de Trabajadores de la Universidad Nacional de La Plata (Atulp), y de Carlos Miguel, notorio referente de la Juventud Peronista y director del Departamento Central de Planificación de la Universidad.
Pero en agosto, la banda está todavía en un proceso de preparación, que incluye el reclutamiento de nuevos “gatillos” para aumentar su poder de fuego. Desde hace unos días tiene un nuevo jefe militar. Se trata de un tipo que es poco más que un lumpen, hijo y nieto de policías, que nunca pisó un aula universitaria. Su nombre es Carlos Ernesto Castillo y se lo conoce por un apodo que quiere denotar salvajismo, El Indio. Su lugarteniente es un individuo de aspecto siniestro: Héctor Arana (a) El Sordo.
La investigación de Miradas al Sur ha podido determinar que Castillo llegó a esa posición –de la mano de la Policía bonaerense– luego del desplazamiento del anterior jefe de seguridad de la CNU, Emilio Jorge Centeno Quiroga, ocurrido tras la muerte de otro notorio dirigente de la banda de ultraderecha, Martín Sala, baleado ese mismo mes por un comando de Montoneros. La jefatura militar del Indio marca el inicio de una nueva etapa en el accionar de la CNU platense, caracterizada por la coordinación de sus operaciones con la jefatura de la Policía provincial y su integración lisa y llana al terrorismo de Estado del gobierno bonaerense que encabeza el sindicalista de ultraderecha Victorio Calabró.
Un laburo extra. Por esos días, cuatro policías bonaerenses reciben de parte de uno de sus jefes la oferta de ganarse unos pesos extra haciendo trabajos de seguridad por la noche en el predio de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de La Plata. Son el sargento Vicente Ernesto Álvarez (a) El Gallego, los agentes Alfredo Ricardo Lozano (a) El Boxer y Roberto Antonio Storni, y un cuarto uniformado a quien Miradas al Sur llamará D.M. para preservar su identidad. El negocio de vigilancia en la Facultad está en manos de un comisario de la Bonaerense, de apellido González, y de un ex policía, Miguel Castillo, padre de Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio. Miguel Castillo vive a pocos metros de su lugar de trabajo, en una casa de diagonal 113 y 65, detrás del predio de Agronomía. Por encima de ellos –aunque maneja el negocio a distancia y pronto manejará también el terror– está un alto jefe de la Unidad Regional La Plata de la Bonaerense, el comisario Juan Carlos Masulli.
La oferta laboral es, en realidad, una operación de reclutamiento para reforzar el grupo de tareas de la CNU. Pasada la primera semana en el trabajo, uno de los policías ve entrar un Ford Falcon por la puerta principal del parque de la Facultad y le da la voz de alto. El auto –con cinco personas en su interior– se detiene.
-¿Qué buscan? –pregunta el policía.
Sin decir una palabra, el conductor le extiende una credencial que lo identifica como teniente del Ejército. Recién después, responde con otra:
–¿Está González?
–Sí, ahí en el fondo. Les muestro… –dice el policía y los conduce hacia el estrecho recinto donde está el jefe.
Además de Castillo, del Falcon bajan Juan José Pomares (a) Pipi, Martín Osvaldo Sánchez (a) Pucho, Gustavo Guillermo Fernández Supera (a) El Misto, y David Masotta (a) Feiño. Pero los policías no les prestan atención a ellos, sino al arsenal que llevan encima: una ametralladora, dos Itakas y varias pistolas que muestran ostensiblemente. González sólo les presenta a uno de ellos.
–Castillo, teniente del Ejército –les dice y a continuación les ordena: –Ahora déjennos solos que tenemos que hablar.
Media hora después, el Falcon se va por donde vino y uno de los policías le pregunta a González:
–¿Quiénes eran esos, jefe?
–Unos amigos. Cuando los vean, déjenlos pasar.
La operación de reclutamiento estaba en marcha.
Refuerzos para El Indio. Días después, González reúne a su gente. Les habla con naturalidad, como si se tratara de una tarea más de vigilancia en la Facultad.
–Dentro de un rato va a venir Castillo, El Indio. Precisa gente de refuerzo para esta noche y me preguntó si ustedes quieren ir.
–¿Refuerzos para qué? –pregunta uno de los policías.
–No sé. Tiene que hacer un trabajo y necesita gente –responde el jefe.
Los cuatro policías aceptan, aunque ninguno sabe de qué se trata el “trabajo”. Castillo llega cerca de medianoche, con otros cinco hombres fuertemente armados, distribuidos en dos Ford Falcon. Habla un momento con González y luego reúne a los policías.
–Suban que nos vamos –ordena.
Los cuatro policías se distribuyen en los dos autos, que enfilan por 60 hacia 122.
–¿A dónde vamos? –pregunta uno de los que viaja en el Falcon que va adelante, conducido por Castillo.
–Hasta Berisso. No te calentés, que esto es fácil, no pasa nada –responde El Indio.
Minutos después llegan a una villa y se detienen en una de las calles que está casi en los límites.
–Es ésa –dice Castillo señalando una casilla que tiene un cartel que anuncia: “Sala de primeros auxilios”.
–¿Qué hay que hacer? –pregunta uno de los policías.
–Hay que entrar y romperla toda. Y después la quemamos. ¡Vamos!
Los once hombres se despliegan. Mientras cuatro de ellos se quedan afuera, con armas largas, el resto entra a la casilla luego de derribar la puerta a patadas. Una vez adentro rompen las vitrinas, desparraman los medicamentos y revuelven todo. Después, uno de los civiles de la banda trae un bidón con nafta y rocía el interior. Durante unos minutos se quedan parados alrededor de los autos, viendo como la casilla –de madera y cartón– arde. Algunos vecinos se asoman, pero vuelven a meterse en sus casillas, asustados por las armas. Durante el viaje de vuelta, sorprendido por lo que acaba de hacer, otro de los policías interroga a uno de los integrantes de la patota.
–¡Che, era una salita de primeros auxilios! ¿Por qué la quemamos?
–Porque es de los montos –es la respuesta.
Los dos Ford Falcon dejan a los policías en la entrada de la Facultad de Ciencias Agrarias y se alejan en dirección a la calle 1. Cuando los cuatro hombres regresan a sus puestos de trabajo, González no les pregunta nada. Ya están adentro. Todos menos uno, porque D.M. –que seguirá trabajando en la vigilancia de la Facultad– les dice a sus compañeros:
–Esto no es para mí. No me gusta. Yo me abro.
Autos para la patota. Una semana después, poco después de las 9 de la noche, El Indio vuelve a la Facultad para proponerles “otro trabajo”. Storni, Álvarez y Lozano aceptan y los dos Ford Falcon enfilan por el Camino Centenario rumbo a Buenos Aires. Al volante del primero está Dardo Omar Quinteros. Con él están El Indio y Feiño. A bordo del segundo van Gustavo Guillermo Fernández Supera (a) El Misto, Juan José Pomares (a) Pipi, Martín Osvaldo Sánchez (a) Pucho, el policía restante y otro integrante de la patota a quien aquí se identificará como El Flaco.
Los dos autos se desvían a la altura de Sarandí y, luego de recorrer algunas calles, se detienen frente a una cochera.
–Esperen acá –ordena Castillo a los dos policías, y baja acompañado por Quinteros y Masotta. Del otro Falcon bajan otros tres hombres. Los seis entran a la cochera.
Cinco minutos después, Quinteros se asoma y llama a los tres policías. Adentro, el sereno –un viejo corpulento– está atado y amordazado. El Indio y Quinteros recogen las llaves del tablero de la oficina del sereno y empiezan a probarlas en las puertas de los autos. Finalmente, eligen cinco Fiat 128 Europa, un vehículo de moda en esos tiempos. Los tres policías y dos de los integrantes de la patota reciben el encargo de llevarlos hasta La Plata, a la casa del padre del Indio, detrás de la Facultad. El resto volverá en los dos Ford Falcon. Antes de salir, Castillo les pregunta a los policías:
–¿Tienen credenciales ustedes?
Los tres responden que sí.
–Bueno, ustedes van a llevar tres de los autos. Ojo que no tienen papeles. Acá en Sarandí no van a tener ningún problema con la policía, pero si los paran en Gutiérrez van a tener que chapear, porque no están avisados. Así que cualquier cosa chapeen.
No hizo falta. A la madrugada los cinco autos ya están estacionados en el parque que rodea la casa de Miguel Castillo. Al día siguiente, los tres policías y otros dos integrantes del grupo de tareas los llevaran al taller de Carlos Aníbal Giacobone y el chapista Rubén Pacenza, para que los “arreglen”. En los meses siguientes, algunos de esos Fiat 128 Europa serán utilizados en algunas operaciones de la banda.
Los policías Alfredo Ricardo Lozano (a)El Boxer, Roberto Antonio Storni y Vicente Ernesto Álvarez (a) El Gallego quedaron definitivamente incorporados al grupo de tareas de la CNU. Uno de sus próximos “trabajos” será un secuestro seguido de asesinato perpetrado en una zona liberada por la Bonaerense. La estructura militar de la CNU platense, ahora capitaneada por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, está lista para desatar su escalada de terror.
Fuente:MiradasalSur
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