13 de enero de 2013

LA INJUSTICIA CORPORATIVA y OTRAS CUESTIONES.

13.01.2013 
La injusticia corporativa y otras cuestiones 
A propósito de la denuncia de un fiscal contra Hebe de Bonafini. 





Por: Roberto Caballero

Ahora que la Fragata Libertad regresó a casa antes de lo previsto, arruinándoles el festín a los buitres de adentro y de afuera, Hebe de Bonafini volvió a convertirse en la presa simbólica habitual de la Argentina conservadora. Es casi un hit de los últimos veranos. En este caso, fue a través del fiscal Diego Nicholson, quien la denunció por "amenazas" contra la Corte Suprema de Justicia por su discurso del jueves 3, ante el Palacio de Justicia. 

Decir que la libertad de expresión es un derecho que también asiste a Hebe de Bonafini no es suficiente. Estamos en presencia de un ataque de la "injusticia corporativa", que integra la nueva transversalidad antikirchnerista, contra una referente insoslayable de la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia, por su adhesión a la política oficial de Derechos Humanos, que incluye la aplicación plena de la Ley de Medios. 

Lo que la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo dijo esa tarde, ante cientos de testigos que pueden corroborarlo incluso ante la fiscalía, si así lo requiere, forma parte de la esfera del debate político en una sociedad plural y democrática como la que vivimos. Las allí vertidas fueron opiniones que, aun cuando no sean del agrado del señor fiscal, no merecen reproche penal alguno. Esto es algo básico. A propósito, ¿en el expediente está la transcripción completa de los dichos de Hebe? ¿O sólo los párrafos editados con animosidad por Clarín, La Nación, TN y Radio 10? 

Tampoco el representante del ministerio público puede dejarse llevar por sus prejuicios. No hubo un solo juez de la Corte Suprema que haya manifestado en público o través de una denuncia privada sentirse amenazado por Bonafini. Si ellos no se sienten amenazados, ¿por qué el fiscal Nicholson considera que sí lo fueron? Si desde su fundación, hace ya 35 años, las Madres de Plaza de Mayo jamás se vieron envueltas en hechos de violencia, ¿por qué el fiscal considera que los jueces supremos y el edificio deben ser protegidos de sus inexistentes ataques? Nicholson no puede ignorar, repasando la historia de la Argentina reciente, que es imposible achacarle afán de venganza a las Madres, que sí fueron víctimas de la peor y más trágica violencia: la del terrorismo de Estado. 

Recomendar, como hizo a través de su escrito, que la presidenta censure a Hebe de Bonafini a través de la cadena nacional, es pedirle al Ejecutivo que sea cómplice de una campaña de estigmatización y lapidación de su figura, una exigencia que va en contra del proceso político, histórico y cultural que vivimos. Se parece más a un tackle de los sectores conservadores antikirchneristas, que verían con buenos ojos que la política de Derechos Humanos fuera otra: una que garantice la impunidad de los crímenes más horrorosos de los que se tenga memoria, es decir, a perpetuar el estado de injusticia. La actual, le guste más o menos al fiscal, viene siendo revalidada en las urnas desde 2003. No se vota reconciliación en las urnas, y mucho menos el parate de la acción punitiva del Estado contra los represores. Se apoya el cumplimiento de la ley, la aplicación estricta de la justicia sobre los desaparecedores de los hijos de Hebe y otros 30 mil argentinos, cuyos familiares esperan una respuesta que no es ni debe ser el castigo por sus expresiones de descontento sobre definiciones de los supremos. La Corte es el órgano máximo de uno de los tres poderes del Estado, no el Vaticano y sus dogmas celestiales. 

Ahora bien, si lo que el fiscal quiere es discutir sobre los modales o las palabras que utilizó Hebe para decir lo que tiene derecho a manifestar, su decisión es más grave todavía, porque inaugura una etapa de persecución penal contra las víctimas que reclaman sobre hechos del pasado trágico que aún tienen resonancias nefastas en el presente. La nueva Ley de Medios, la de la democracia, inscribe el derecho a la comunicación de toda la sociedad en el paradigma de los Derechos Humanos, según los pactos internacionales a los que la Argentina suscribe constitucionalmente. Que la Corte haya beneficiado con la extensión de una insólita cautelar al principal brazo de propaganda y censura del terrorismo de Estado, que publicaba que los indefensos asesinados en los centros clandestinos de concentración y exterminio habían sido muertos en falsos enfrentamientos, arrimando fatal legitimidad a esos crímenes horrendos, avala por lógica elemental que las madres de las víctimas reprueben el desacierto supremo de cara a la sociedad. Eso no puede constituir el delito de amenaza. Si así es considerado, ¿cuál es el lugar entonces que la república reservaría a la legítima queja de los ofendidos por el avasallamiento de sus derechos esenciales? ¿Las cuatro paredes de su casa? 

Usar el Código Penal para removerlos con sus opiniones a cuestas del foro público es una avanzada antidemocrática, la instauración de una especie de UCEP judicial que evacua ya no sólo a pobres e indigentes de la calle, sino también a los que supuestamente afean el debate porque lo que dicen no acuerda con el bello pensamiento único de la judicatura conservadora dominante. 

El episodio no sólo permite, una vez más, expresar la solidaridad con Hebe y sus pañuelos. Torna evidente, por otro lado, que el Poder Judicial está colonizado por sectores que confunden las formas con el fondo y el cumplimiento de la ley, con la anulación de toda disidencia respecto del statu quo. Los medios hegemónicos crean sentido, fabrican una subjetividad oficializada que ciertos fiscales traducen en castigo penal hacia los “hostiles” a ese relato y a ese estado de cosas. De algún modo, cada vez más traslúcido para las mayorías sociales, la injusta resolución de este problema es el drama político de la época.

Cuando Hebe dice que hay que entrar al edificio público de Tribunales no hay que pensar en la toma del M19 del Parlamento de Colombia, como proponen los diarios que la detestan por lo que simbolizan ella y los pañuelos. Está diciendo, en realidad, lo que millones de argentinos piensan: hace falta que las ideas democráticas y antimonopólicas, como un viento irrefrenable, entren de una vez por todas en el Palacio de Justicia. 

Hay demasiados amigos de las dictaduras y las corporaciones en los estrados judiciales. 

Jueces independientes, pero de la sociedad y sus demandas concretas, sobre todo. 

La fragata de noé
“Cristina montonera” podía leerse en un cartel frente al lujoso hotel Costa Galana de Mar del Plata. Lo sostenían ocho manifestantes, que se sumaban así al frustrado caceroleo de medio centenar de antikirchneristas contra los festejos oficiales por la vuelta de la Fragata Libertad. A pocas cuadras de allí, decenas de miles de personas agitaban sus banderas mientras Cristina Kirchner hacía un discurso memorable. Le bastó media hora para radiografiar décadas de coloniaje económico y cultural que derivaron en políticas del endeudamiento y subordinación a los dictados del FMI, cuya secuela más reciente son los fondos buitre y sus acciones contra la Argentina, con apoyatura de socios locales. Fueron 70 días, en los que el embargo en Ghana de la Fragata fue presentado por los medios tradicionales como un papelón y que, virtuosamente, el gobierno transformó primero en éxito diplomático y luego en épico retorno de un símbolo de la soberanía. A los opositores que acostumbran a hacer goles con la mano, les costará digerir que el kirchnerismo, al que una y otra vez presentan en su faceta terminal, está más vivo de lo que ellos quisieran. Un síntoma de su vitalidad política es, precisamente, haber convertido una derrota aparente en victoria aplastante. Otro, el haber pagado 11 mil millones de dólares a los bonistas que aceptaron el canje con quita sin ajuste ni préstamos externos, rompiendo el círculo perverso de deuda más exclusión social como única receta. Ofrecerles ahora, a los fondos buitre, lo mismo que se negaron a aceptar hace tres años no habla de un retroceso oficial tampoco. Es, en verdad, una derrota para la voracidad de los buitres. El canje era para todos y ellos, representantes del 7% de los bonos, lo rechazaron, jugando a una estrategia de presión y lobby internacional que fracasó ya 28 veces con distintos embargos, ahora en el Tribunal del Mar y, probablemente, también lo haga en Nueva York. Si Argentina les paga, finalmente, les pagará lo que siempre quiso pagarles, y no lo que ellos pretendían bajo extorsión, que era recibir dinero por el valor nominal de esos mismos bonos. De hecho, ningún bonista después de la reestructuración soberana cobró así. Todos aceptaron la quita. Da cierta tranquilidad que el gobierno afronte con dignidad estas presiones y no adopte como Biblia el discurso de los acreedores. Intranquiliza, en cambio, comprobar mediante una recorrida por el archivo de los últimos dos meses y medio qué es lo que piensan y qué harían en idéntica situación los dirigentes opositores antikirchneristas. Mejor no pensarlo. 

Después del episodio de Ghana, puede decirse que el pintoresco buque escuela simboliza el Arca de Noé soberana donde todos nos mantuvimos a flote tras el diluvio de los ‘90. Convengamos que como timoneles, en medio de tanta tempestad, primero Néstor y luego Cristina, no lo hicieron nada mal.  

Dos estilos que se necesitan, por ahora 
Daniel Scioli se mantuvo inmutable mientras Cristina explicaba que hacer política es tomar riesgos: “Sería lindo decir esas frases que les gustan a todos: el amor, el cariño, a quién no le va a gustar. Pero cuando uno gobierna un país y pretende gobernar para 40 millones de argentinos, a veces tiene que tomar decisiones que no les gustan a todos.” Cristina no miró en ningún momento al gobernador bonaerense, pero no asociar sus palabras con el estilo ideológico casual day que curte el ex motonauta sería no interpretar lo que subyace como evidente en la disputa de estilos. Ella se declara auténtica, nada hipócrita: “Soy como me muestro, de una sola pieza.” Él, en cambio, cultiva un sinuoso espíritu de convivencia entre opuestos: se saca fotos y juega al fútbol con Moyano y Macri, sin dejar de asistir a los actos del kirchnerismo duro. Está clarísimo que el idioma político de señas que practica provoca indigestión en los despachos de la Casa Rosada. Mientras Cristina se pelea por motivos fundados con Clarín, La Nación, la Corte, los caceroleros, los fondos buitre, Ghana y la Sociedad Rural, Scioli juega a ser el Mahatma Ghandi de la revista Gente, con alguna que otra definición pro-Cristina cuya tibieza enardece más que calmar a los leales a la presidenta. ¿Por qué ella, entonces, utiliza la elipsis y no lo cruza abiertamente? Tal vez no sea el momento. Tal vez no quiera del todo. Es cierto que Scioli juega en el armado oficial, desde los tiempos de Néstor Kirchner, un papel importante: contener al establishment empresario y al pejotismo que no cree en nada de lo que propone el kirchnerismo pero igual se beneficia de sus políticas. Una suerte de kirchnerismo por conveniencia, donde no hay amor, apenas canjes de cariño. Cristina heredó esta ingeniería compleja y desapasionada, pero muy útil en lo electoral, que sin embargo hoy convive con una militancia mucho más aguerrida y definida, ideológicamente hablando, que hace unos años, tanto en el territorio como en el funcionariado estatal. Este espacio lo construyó ella y se referencia en ella. Por ahí asoma La Cámpora, pero son todas las organizaciones que integran Unidos y Organizados, brazo del kirchnerismo puro, que no comulga con La Juan Domingo ni con la DOS, las herramientas del proyecto presidencial “Scioli 2015”, básicamente porque no creen que el bonaerense vaya a ser el bendecido por Cristina, si esta finalmente resuelve no ir por una eventual reforma constitucional que extienda su mandato, como piensa hasta ahora.

Scioli jamás adoptaría el discurso combativo, setentista, de Cristina. El “Patria Sí, Colonia No” o el sanmartiniano “en pelotas como nuestros hermanos los indios”, deben sonarle remotos e innecesarios. 

Son dos estilos. Dos formas de entender la política que se necesitan, por ahora. Nadie sabe cuándo Cristina abandonará la elipsis o Scioli el lenguaje de señas. Pero está claro que la pelea contra las corporaciones sólo está garantizada por quien vino a conducirla y no por los que miran inmutables desde un costado, mientras Cristina se desgarra en la tarima, mostrándose como es: de una sola pieza.
Fuente:InfoNews

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