24 de marzo de 2014

QUE OPINAN SOBRE LA DICTADURA QUIENES LA PADECIERON Y LOS QUE NACIERON EN DEMOCRACIA.

QUE OPINAN SOBRE LA DICTADURA QUIENES LA PADECIERON Y LOS QUE NACIERON EN DEMOCRACIA
El camino de la memoria colectiva
El 60 por ciento de los argentinos opina que el golpe de 1976 fue injustificado. Y casi el 50 sostiene que fue la antesala del neoliberalismo de los ’90. Una encuesta exclusiva muestra los matices entre los que vivieron la dictadura y los hijos de la democracia.
Por Raúl Kollmann
Casi 6 de cada 10 argentinos dicen hoy que el golpe de Estado de 1976 no era justificable, pero hay un 20 por ciento que dice que sí estaba justificado y otro 20 por ciento –con mayoría muy joven, es decir que no vivió la dictadura– que dice que no puede dar opinión. En un marco de rechazo a lo que fue el Proceso, es distinto lo que opinan y cómo ven las cosas los que vivieron la dictadura y los llamados hijos de la democracia, o sea los que no pasaron por aquellos años. Cuando se les pregunta a los coetáneos de la dictadura si están de acuerdo con la frase “la peor democracia es mejor que una dictadura”, un 62 por ciento dice que está de acuerdo con ese concepto. Pero entre los que no vivieron el Proceso, sólo el 43 por ciento afirma que la peor democracia es mejor que una dictadura y un porcentaje cercano, el 37 por ciento, piensa que frente a una mala democracia, una dictadura es aceptable. Como en casi todas las preguntas, un 20 por ciento de los jóvenes afirma que no tiene opinión formada.

Las conclusiones surgen de una encuesta exclusiva realizada para Página/12 por el Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), que lidera Roberto Bacman. En total se entrevistaron a 1044 personas de todo el país, vía telefónica, respetándose las proporciones por edad, sexo y nivel económico social. También se buscó un equilibrio proporcional entre habitantes de grandes ciudades, medianas y chicas.

“Acá el problema que afrontamos es el de la memoria –señala Bacman–, y más precisamente la memoria colectiva. Lo que buscamos fue saber qué es lo que la sociedad recuerda y cómo se hacen presentes esos recuerdos hoy. Como la memoria colectiva es una construcción social, su objetivo no es sólo recordar el pasado sino también darle una explicación y un sentido al presente. Es más: el pasado no permanece inmutable, siempre aparece dispuesto a ser moldeado por las ideas y experiencias del presente.”

En el trabajo realizado para este diario, el CEOP decidió hacer un corte transversal distinto respecto de las edades. “En lugar de los clásicos intervalos, se trabajó en función de dos ciclos sociales: los nacidos antes de la dictadura y lo que nacieron después del regreso de la democracia. Y partimos desde la idea de que la memoria se construye desde la fuerte influencia del que está cerca –familia, amigos, escuela, trabajo y otros–, y que ese rol de estos grupos sociales es fundamental en la estructuración de la memoria colectiva. A esto se agrega que cada actor social decodifica la realidad según su propia ideología. Cada uno ve la realidad a través de su propio cristal.”

¿Quién apoyó?
Aunque se trata de una evaluación histórica, cuando se les pregunta a los que fueron coetáneos de la dictadura que enumeren quiénes apoyaron el golpe, la mayor responsabilidad se pone en los partidos políticos, en segundo lugar en los ciudadanos comunes, en las grandes empresas y en los grandes medios.

Pero la idea es que el golpe tuvo numerosos y variados apoyos. En cambio, para los hijos de la democracia, es decir los que nacieron después del Proceso, el orden cambia: los mayores culpables de haber apoyado el golpe son los medios de comunicación, porque justamente sienten hoy el poder que tienen los medios. Los hijos de la democracia han vivido de cerca el debate sobre la ley de medios y esto aflora incluso a la hora de evaluar el pasado. Recién después de los medios vienen, para los hijos de la democracia, los partidos y la Iglesia, a la que también ven con enorme poder, entre otras cosas por la traba al matrimonio igualitario o al aborto. “De todas maneras, en un estudio que hicimos hace ocho años –afirma el titular del CEOP–, se opinaba que la Iglesia tuvo una participación mucho más fuerte en el golpe. Es posible que la elección de Jorge Bergoglio como Papa haya hecho bajar la acusación.”

¿Justificable?
“Un dato que no puede pasar por alto –señala Bacman– y que se repite a lo largo de todo el estudio es el importante desconocimiento o incapacidad de responder de un segmento importante de la población. En varios indicadores medidos, existe alrededor de un 20 por ciento de los entrevistados que no ha podido manifestar una opinión o posición. Es una cuenta pendiente de la sociedad. En ese ‘no sabe/no contesta’ está la ausencia de interpretaciones claras de lo ocurrido y no hubo un proceso social de transmisión. Pese a todo lo hecho, que incluye los juicios y las condenas, la inclusión en los programas de estudio, los nietos recuperados, la presencia de Madres y Abuelas, el 24 de marzo como feriado, todavía queda un largo camino para recuperar la memoria en esa franja.”

Aun así hay una nítida mayoría que considera que el golpe no tuvo ninguna justificación; pero a 38 años, demasiado porcentaje figura entre los que piensan que sí fue justificado y los que no saben qué opinar.

Golpe y economía
Cuando se les pregunta a los encuestados si la dictadura abrió las puertas a las políticas neoliberales de los ’90, la mitad efectivamente asimila la economía del Proceso con la época de las privatizaciones y las relaciones carnales. Primero, es obvio que hay una franja importante que vivió la dictadura y sabe que esto fue así: las políticas de José Alfredo Martínez de Hoz fueron el anticipo de los ’90. Pero, además, Bacman ya evaluó que la memoria colectiva pasa por el tamiz de la ideología y, si se piensa desde el punto de vista del voto actual, esa asimilación con el neoliberalismo la realizan todos los que votaron al Frente para la Victoria, las distintas variantes del peronismo, el radicalismo, los socialistas, el centroizquierda.

Pero hay una mitad que, nuevamente, oscila entre estar en contra de ese vínculo entre dictadura y neoliberalismo. Desde ya están los que ideológicamente siguen respaldando las políticas de los ’90, pero sobre todo se ve nuevamente esa franja de jóvenes, de pocos recursos, que no logra dar una respuesta y se ampara en el “no sabe, no contesta”.

Desaparecidos
Algo similar pasa con la frase “la desaparición forzada de personas fue la manera que encontraron los militares para frenar la movilización popular”. Nuevamente hay más de un 30 por ciento en contra y el permanente porcentaje cercano al 20 por ciento que no opina.

La idea de la “pacificación”, difundida y propagandizada por el menemismo, sigue teniendo anclaje: hay un 30 por ciento de los entrevistados que sostiene que no hay cuestiones pendientes, que el Proceso debe ser un “caso cerrado”. Del otro lado, los que creen que hay un camino por recorrer, mencionan esencialmente terminar de enjuiciar y castigar a los culpables, y recuperar a los niños secuestrados durante el Proceso.

Democracia y dictadura
La antinomia planteada en la frase “la peor democracia es mejor que cualquier dictadura”, recoge el respaldo del 54 por ciento. Muestra nuevamente que hay un largo camino por andar en cuanto al trabajo sobre la memoria colectiva. Una definición de ese tipo debería recoger un respaldo más nítido. Pero entra en el cuadro un porcentaje, que aparece en todos los sondeos, que refleja a una franja con tendencias autoritarias: personas que tradicionalmente reclaman orden, se manifiestan contra los inmigrantes, son partidarios de la mano dura, se oponen al matrimonio igualitario y a otras políticas democráticas o progresistas.

Pero, además, nuevamente aparece la franja de los que no saben o no contestan. En este caso no se les pregunta sobre un hecho histórico sino que se les pide opinión respecto de una frase actual, básica, que tiene que ver con las convicciones democráticas. Aun así, el 15 por ciento de las personas, principalmente jóvenes y de escasos recursos, nuevamente no se manifiesta.

“Que haya una parte que no se expida –concluye Bacman–, constituye un desafío social: hay un segmento de la población donde la memoria colectiva no funcionó, donde los grupos primarios –familia, amigos, escuela– no han desempeñado la función de transmisión. Es un desafío, porque otros sectores pueden susurrarles al oído. Hay que construir día a día y de manera cotidiana, especialmente en la familia y en la escuela, la democracia. Habrá que seguir operando sobre la memoria, conscientes de que en el futuro debe garantizar que la memoria no sea parte del olvido.”


Los gobiernos de los Kirchner
Por Raúl Kollmann


Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner son evaluados como los que más han hecho por los derechos humanos. Casi el 60 por ciento de los hijos de la democracia creen que las sucesivas administraciones de los Kirchner fueron las que más se ocuparon del tema, algo que –a priori– parecía bastante cantado por cuanto siempre han puesto la cuestión de la memoria en un primer plano. También era cantado que el gobierno de Raúl Alfonsín recogiera un porcentaje importante, ya que fue el que llevó adelante el juicio contra los comandantes. Entre las políticas valoradas aparece, por ejemplo, que el 24 de marzo sea feriado: tiene un altísimo grado de aprobación, el 72 por ciento.

“Los gobiernos de los Kirchner –señala Bacman–, a fuerza de la reapertura de los juicios, con los consecuentes fallos; la creación del Espacio de la Memoria, la centralidad de la recuperación de la identidad de los nietos apropiados, entre otras políticas públicas, se posicionaron para la opinión pública como los gobiernos que más hicieron en materia de derechos humanos. Y eso es percibido por los jóvenes que sostienen esta afirmación: los que nacieron en democracia de una forma muy mayoritaria –por encima del promedio– reconocen esas políticas.”

Con el 72 por ciento a favor del 24 de marzo como feriado, queda claro que es una fecha que habrá que seguir valorando. Habiendo todavía una franja tan grande de gente que “no sabe/no contesta” a preguntas elementales respecto del Proceso, parece imperioso no sólo reafirmar el feriado sino trabajar sobre el conocimiento de los hechos, búsqueda de las huellas, recuperar los vestigios de la memoria, dar identidad a los desaparecidos, generar debates en todos los ámbitos.


OPINION
El secuestro de El Principito
Por Enrique C. Vázquez *

Desde hace muchos años, aun antes de que el 24 de marzo fuese instituido como Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia, la comunidad del Colegio Nicolás Avellaneda vive con particular intensidad cada aniversario de aquel golpe de Estado.
Además del acto escolar formal (que algunos colegios todavía evitan realizar a pesar de que está indicado en la agenda educativa), nuestros docentes y estudiantes realizaron actividades a lo largo de toda la semana previa.

Una de ellas fue el Bibliocausto argentino, una performance-instalación inspirada en las 24 toneladas de libros prohibidos y quemados del Centro Editor de América Latina durante la dictadura cívico-militar y religiosa. La instalación, realizada por alumnos de 1º a 5º año, coordinados por los profesores de Literatura y de Plástica, permanecerá en el hall del colegio durante toda esta semana, abierta al público.

También se presentó un video con entrevistas a ex alumnos del Avellaneda que militan en HIJOS y cuya realización estuvo a cargo del Taller de la Memoria, integrado por alumnos y profesores de Educación Cívica. El video ya había sido exhibido en el Encuentro del Programa Jóvenes y Memoria realizado el año pasado en Chapadmalal.

El Centro de Estudiantes, por su parte, organizó trabajos con los chicos de 1º y 2º año, quienes realizaron murales y una nueva bandera para participar de los actos y movilizaciones por el 24 de marzo.
Nuestra manera de recordar en la escuela, juntos, los adultos y los chicos, permite que la generación joven herede las vivencias de la anterior y las recree como pueda y como quiera.

Existe una relación compleja, una tensión, entre la necesidad de recordar y, a la vez, de dejar atrás los aspectos más siniestros de aquel pasado. Luego de 30 años de democracia, con las juntas de comandantes condenadas, los retrocesos por obediencia debida e indultos y, finalmente, la reapertura de los juicios a los represores, la sociedad argentina recorrió un camino sinuoso en la búsqueda de justicia. Los chicos que hoy están en las escuelas crecieron en el tramo final de ese camino, con la ESMA convertida en Museo y Centro Cultural, como símbolo de estos tiempos. Crecieron en una época de democracia, de absoluta libertad de expresión y de ampliación de derechos. Por todo ello, a los jóvenes les resulta más difícil comprender la dictadura. No es sólo por una cuestión del paso del tiempo. Sin embargo, todos los esfuerzos que hagamos para que ese pasado siga siendo conocido y reinterpretado contribuyen a que estos jóvenes valoren más lo que hoy tienen y respondan haciendo valer sus derechos y garantías ante cualquier acto de opresión, discriminación o violencia.

La tarea de los mayores está orientada a que los jóvenes se formen como ciudadanos plenos, activos, participativos. La producción artístico-política –en su sentido más amplio– que llamamos Bibliocausto argentino es transmisión de información y dramatización de una experiencia dolorosa. Sin embargo, para los chicos, trabajar en ese tema resultó una experiencia placentera. Ellos no sufren por los libros quemados o prohibidos. Pero saber que ello ocurrió, tal vez les haga disfrutar más de los que hoy leen y de la posibilidad de crear y discutir a partir de todos los materiales que llegan a sus manos.

En medio de las clases y de estas actividades, surgió una pregunta en la sala de profesores: ¿por qué los chicos, a más de 30 años de la dictadura siguen poniendo su atención y su entusiasmo en este tema? Porque hay políticas de Estado, porque hay militancia en la sociedad, porque hay familias e instituciones educativas que trabajan por la memoria. Y somos más que los que prefieren olvidar.

En el hall del Avellaneda, un grupo de estudiantes sentados en ronda escucha a la profesora de Literatura leer un poema de aquellos libros condenados al fuego. Mientras tanto, a un costado de esa misma ronda, un chico dibuja un Falcon verde, con dos hombres en su interior que llevan secuestrado a El Principito.
* Historiador. Vicerrector Colegio Nicolás Avellaneda.



38 años
Por Hugo Soriani


Lata
Las celdas de la prisión militar de Magdalena no tienen inodoro, ni lavabo, ni nada. Sólo una cama de hierro contra la pared del fondo.

Tampoco hay mesa ni silla. Apenas una cama sin colchón, porque los guardias los entregan a las nueve de la noche y los retiran a las seis de la mañana, cuando comienza el día. Hay que sentarse en el suelo que, además, varios meses al año está mojado, porque la humedad inunda esa zona baja, donde la prisión militar fue construida.

Los presos políticos están encerrados en esas celdas las veinticuatro horas del día y, aunque se les niegue su condición, son seres humanos que entre otras cosas necesitan hacer pis y caca. Cuando les vienen ganas, tienen que gritar desde la celda para que el guardia venga, les abra la puerta y los lleve al baño, que está en un extremo del pabellón.

Pero por más que los gritos perforen las paredes, los guardias no vienen. Nunca vienen. Abren la celda solamente cuando ellos lo deciden, dos veces por día, para pasar un plato de comida, o cuando algún oficial del Ejército viene a interrogar y amenazar a los presos. Ir al baño es un derecho que no está contemplado en el reglamento. Luego de muchos reclamos, peleas y gestiones de sus familiares, las autoridades del penal deciden darles a los presos el derecho a tener en la celda una lata de leche Nido vacía para hacer sus necesidades.

Los presos políticos ya no tendrán que gritar para ir al baño, ni sufrirán más retorcijones, ni constipaciones.

Cuando tengan ganas, sólo deberán tomar la lata y sentarse en cuclillas apuntando a su interior, al terminar la cierran y listo. Luego esperarán a vaciarla en el baño, cuando les abran la celda para darles la comida, si es que el guardián los autoriza, claro.

Es la felicidad completa, pueden cagar cuando quieran. Ahora hay que conseguir un frasco o lo que sea porque, como cualquiera sabe, es imposible hacer caca sin hacer pis al mismo tiempo.
Pero ésas son demasiadas demandas y deberán arreglarse sólo con la lata. “Los subversivos son enemigos con mucha imaginación, que inventen la manera”, dictamina el teniente coronel Romero, director de la cárcel.

Juanito
Patricia se trepa a la cama cucheta de su celda para mirar por la pequeña ventana que da a la calle Bermúdez. Sus ojos apuntan a la cuadra de enfrente y a los patios de esas casas bajas, en el tranquilo barrio que rodea el penal de Villa Devoto, pero sus oídos están atentos a los ruidos del pabellón. Sabe que si un guardia la descubre mirando por la ventana será sancionada con semanas de calabozo, y ella no se quiere perder detalle de la vida de Juanito.

Juanito, así lo bautizó, es un bebé que juega con su mamá en uno de esos patios de la casa de enfrente. Juanito toma la teta y desde su celda Patricia puede ver su sonrisa, o escuchar sus berreos cuando está enojado o tiene hambre.

Así pasa algunas mañanas y muchas tardes, trepada a su cama cucheta, mientras Juanito crece y con los años cambia sus hábitos y sus juegos.

Patricia sufre durante esos años varios cambios de celda, y un par de veces pierde de vista a Juanito.
Además de extrañar el olor a lluvia, a café, el cielo, el sol y la luz del día. Además de extrañar la música, los besos de su compañero, los libros, los diarios y el dulce de leche, Patricia extraña a Juanito.

Cuando no puede ver ese patio, espera ansiosa la mudanza que la devuelva a su lugar de tía imaginaria. Y un día Juanito va al colegio, y otro ya lleva el guardapolvo blanco y la mochila, y otro toma la primera comunión, y otras tardes de otros años Juanito festeja su cumpleaños con amigos del barrio y la escuela.

Todo eso mira Patricia, que de verdad se siente tía, desde la ventana de su celda.
Hasta que en noviembre del ’83 un guardia grita su nombre y sale en libertad, diez años después de que la detuvieran y nueve años después del día en que nació Juanito.

Sus familiares la esperan en la calle y hay muchos abrazos que la asfixian. Cuando se desprende de ellos, y sin decirle nada a nadie, cruza la calle y toca el timbre de la casa de Juanito para contarle todo a su mamá.

La señora tiene casi la misma edad que ella y también la abraza fuerte cuando termina el relato.

Hoy, casi treinta años después, Juanito, que en realidad se llama Nicolás, sigue festejando su cumpleaños en la misma casa de la calle Bermúdez. La tía Patricia es la que siempre se encarga de hacerle la torta y ayudarlo a apagar las velitas.

La Negra
Hace cuatro años que Viviana Beguán, La Negra, vive en la celda 90 del tercer piso de la planta 5, en el penal de Villa Devoto. Pero en septiembre de 1977 esos años, de pronto, se multiplican.

Stella, una compañera, recibe la visita de sus tres hijas. A través del vidrio del locutorio, las niñas le cuentan que luego del asesinato de su padre, el Piky Pujol, ellas se habían quedado viviendo con otra compañera, Alejandra Renou, y un matrimonio mayor que tenía una hija presa. Alejandra fue secuestrada junto al matrimonio, y ellas tres abandonadas en la casa por los militares luego del allanamiento. Las niñas tienen cuatro, diez y doce años.

Viviana Beguán presiente lo peor y pide algunos detalles que llegan en la próxima visita. Los ojos azules de su papá, las pecas de su mamá y el inconfundible tono cordobés de ambos no dejan lugar a dudas. Viviana llora el secuestro de sus padres en el hombro de Nora Savoy, su compañera de celda.

Pasan seis años hasta que la Negra Beguán sale en libertad condicional. La Negra sale a buscar los rastros de sus padres desaparecidos y viaja a Santa Fe para hablar con las niñas, que ya son adolescentes.

Viviana les hace mil preguntas y arma el rompecabezas. Por los datos conseguidos, la casa estaba pasando el Riachuelo, cerca de una plaza, a dos cuadras de una avenida. El número de la dirección empezaba con uno, dice la más grande, y la casa era baja y no tenía rejas porque se escapaban por ella para jugar en la calle, completa la menor. Con un mapa desplegado frente a ellas, sus tres guías se esfuerzan y la orientan.

Marcan una, dos, tres calles posibles y la Negra empieza a recorrerlas todos los fines de semana, junto a su pareja de entonces, Juan Martín Guevara, el hermano del Che. Camina la calle al cien, pero más camina las cuadras al mil o al mil quinientos, porque allí llegaba la vía.

Hasta que una mañana Viviana se para frente a una puerta y le dice a Juan Martín, “es ésta”. Viviana mira hacia arriba y dice de nuevo: “No hay dudas, es ésta”. Allá arriba, en la terraza, asoman los geranios que amaba su mamá. Viviana tiembla, pero consigue apuntar y sacar una foto. Cuando la ven, las niñas confirman: es ésa la casa, es ésa.

Al día siguiente la Negra y Juan Martin vuelven. La casa está desocupada desde hace años, “desde que hicieron un operativo y se llevaron a la gente que vivía acá”, dice un vecino. Otro les abre la puerta de la casa de al lado y los dos saltan el muro que las separa. Entran.

Ahí, en el piso, aún hay algunos diarios del 77 bajo la puerta, boletas de impuestos, una camisa de su papá y el documento de su mamá tirado en el medio del parquet, levantado por el agua de una vieja filtración.
Años después, la Negra supo que sus padres fueron fusilados en Campo de Mayo, luego de ser ferozmente torturados.

Viviana nunca pudo vivir en esa casa de Avellaneda, sacó de allí algunas pocas pertenencias y la planta de geranios que amaba su madre ahora ilumina el patio de su casa. “La voy cuidando todos los años –cuenta Viviana–, y siempre florece en primavera.”

Los chicos
Lo cuenta Angela Urondo Raboy, en la página noventa y uno de su imprescindible libro ¿Quién te creés que sos?.

“El 12 de junio de 1976, Josefina, que tenía cinco años, fue secuestrada con su mamá, su hermanita y una compañera de militancia de la mamá, que se encontraba con sus dos hijitos bebés. Un episodio muy violento, con tantos chicos. En el D2 (de Mendoza) fue privada, como todos los demás, de comida, agua, dignidad. La llevaron a la sala de torturas, donde fue desvestida y manoseada sexualmente bajo una luz intensa, para que su padre (Jorge Vargas, que estaba secuestrado y todavía continúa desaparecido) la viera sometida, desde la oscuridad. En otra oportunidad la condujeron a la terminal de ómnibus, donde los policías le pidieron que señalara si conocía algún ‘tío’. Ella debe haber sido consciente de la gravedad de la situación, porque al volver a la celda con su madre solamente pedía perdón, como si se sintiese responsable de lo ocurrido. Luego de unos días fue liberada y devuelta a sus abuelos. Dos meses después, Josefina murió de un disparo que se dio ella misma con un revólver que encontró en una mesa de luz.”
Fuente:Pagina12                                          

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