20 de abril de 2014

VOCES DE LA MEMORIA.

Voces de la memoria
Año 7. Edición número 309. Domingo 20 de Abril de 2014
Por Francisco Balázs
argentina@miradasalsur.com

Roberto Beto Berdún, Eduardo Schield, Silvia Di Florio Y María Eugenia Lafranco, ex-trabajadores de la CONADEP.
Miradas al Sur reunió a cuatro trabajadores que colaboraron durante los primeros nueve meses de 1984 en el armado del Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, creada por Raúl Alfonsín mediante un decreto firmado el 15 de diciembre de 1983: Silvia Di Florio tenía entonces 24 años, hoy es cineasta y documentalista; Eduardo Schield tenía 29 años, hoy es abogado y querellante en nombre de la familia del obispo Ponce de León; Roberto Beto Berdún tenía 26 años y actualmente trabaja como coordinador de Recursos Humanos en el Archivo Nacional de la Memoria; María Eugenia Lanfranco tenía 21 años y hoy es actriz y socióloga.

Los cuatro relatan cómo y con qué recursos y limitaciones enfrentaron todo tipo de desafíos, sumergiéndose en el infierno de lo que significó el Terrorismo de Estado de la última dictadura. Sus testimonios son elocuentes y a su vez revelan que la tarea realizada fue tan enorme como dolorosa y reparadora a la vez.
La Conadep estuvo integrada por 12 personalidades provenientes de distintos ámbitos, que terminaron entregándole el Informe al presidente Raúl Alfonsín el 20 de septiembre de 1984. A diferencia de los Notables, como se los denominaba a los miembros de la Comisión, en el Informe trabajaron durante esos nueve meses cerca de 100 personas, anónimas en la mayoría de los casos, en distintas funciones y áreas en la elaboración de la investigación que permitió la publicación del libro Nunca Más. Ellos fueron quienes recibieron los testimonios de familiares de desaparecidos, de liberados de centros clandestinos de detención y cárceles del país. Todos esos testimonios fueron luego utilizados en el histórico juicio a las juntas militares.

–¿Cómo y desde qué lugar llegó cada uno de ustedes a colaborar en el trabajo de la Conadep?
Silvia Di Florio:
–Yo llego por medio de quien era entonces mi suegro, Hilario Fernández Long, que formaba parte del grupo de los 12 notables que había convocado Alfonsín para presidir la Comisión. Yo me había ido al exilio, muy jovencita. Militaba en UES, en la zona norte, y en el año del golpe tenía que haber cursado el 5º año pero no lo pude hacer. En marzo del ’77, embarazada de 7 meses, salimos con mi compañero Miguel a Brasil, donde nace nuestra primera hija, Mariana. Nos quedamos allí unos meses y nos avisaron, a fines del ’77, que nosotros estábamos en riesgo porque figurábamos en las listas. Pedimos asilo en Río de Janeiro en el mes de enero, y en marzo uno de los países que nos daba asilo más rápido era Suecia. Así que partimos mi compañero en aquel momento, Mariana y yo. Vivimos ahí, y cuando fueron las elecciones de 1983, que ganó Alfonsín, decidimos volver. Alfonsín asumió el 10 de diciembre; nosotros, el 20 ya estábamos de vuelta en la Argentina. Que fuese Alfonsín y no Ítalo Luder precipitó nuestra vuelta. Si hubiera sido Luder estaba claro que la vuelta iba a ser más tranquila, ya que hubiéramos esperado ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. En Navidad y Año Nuevo nos fuimos a Necochea, a la casa de veraneo que tenía la familia de mi compañero. Ya teníamos dos hijos, el segundo, Pancho, con 2 años, había nacido en Suecia. Cuando volvimos al país, tuvimos que empezar la vida nuevamente acá. Por lo tanto, yo empecé a ver posibilidades de trabajo, posibles escuelas para mis hijos. Ya en ese entonces, Hilario Fernández Long, mi suegro y abuelo de los chicos, había sido nombrado como uno de los Notables de la Conadep y me dijo que iba a ver la posibilidad de que ingresara a trabajar ahí. Y así fue. En enero o febrero del ’84 arranqué. Cuando ingreso, sabía que iba a trabajar sobre los desaparecidos. Sabia que la Comisión había sido creada para eso y estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario.

Roberto Berdún: –Yo soy de Azul, provincia de Buenos Aires. En 1974 caímos en cana con parte de mi barra de compañeros. Tuvimos esa suerte porque nos blanquearon y seguimos vivos. Ese año coincidió con que terminábamos el secundario. Al mes siguiente, me fui a estudiar a La Plata. Ir de Azul a la Plata ya era un cambio muy grande y como estaba todo muy repulsivo, y tenía mucho cagaso por lo que le había pasado a algunos de mis amigos, me vine a Buenos Aires a estudiar Derecho e hice mi vida acá. Me hice artesano y dejé todo. Cuando ganó Alfonsín, yo me había alquilado una casita en Azul, y puse un kiosquito de artesanías. Me volvía a Azul justamente porque había ganado Alfonsín. Entonces, un amigo mío, de esos amigos del alma, dirigente radical de provincia, me dijo: “Negro, vos te tenés que quedar porque hay un laburo que tenés que hacer”. Y ahí me explicó que se iba a formar una Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. No hizo falta que insistiera: me quedé.

María Eugenia Lanfranco: –En enero de 1984 había ido con mi familia a pasar el fin de año a Villa Gesell, y recuerdo que estaba en la playa leyendo los periódicos donde la noticia relevante era la reciente conformación de la Conadep. Y ahí fue cuando le dije a una de mis hermanas que estaba al lado mío: “Cuando vuelva a Buenos Aires, me presento a colaborar”. No es que hubo una convocatoria pública, sino que sentí en ese momento que tenía que estar ahí, colaborando, trabajando. En ese entonces, yo trabajaba por las mañanas en Ituzaingó. Así fue que el primer día que volví a Buenos Aires salí del trabajo, me tomé el tren Sarmiento y me fui a la oficina del Centro Cultural San Martín donde funcionaba la Conadep. Golpeé y me dijeron que esperara un minuto. Al ratito apareció Graciela Fernández Meijide, me presenté y me preguntó por qué quería ingresar a colaborar: “Quiero colaborar con ustedes, aunque sea sirviendo café”. Me sonrió y me dijo cuándo quería empezar. “Mañana”, le contesté, y al otro día comencé. Primero me enviaron al Archivo. Ahí lo conocí a Beto Berdún, que ya estaba trabajando. A medida que se iban tomando testimonios, se armaba una carpeta y las íbamos archivando. A los 20 días de estar trabajando ad honórem, era tal el volumen de trabajo que me propusieron que pasara a trabajar full time.

Eduardo Schield: –Yo venía de militar en Montoneros. En agosto del ’76 fui secuestrado, me legalizaron en octubre y estuve preso hasta 1981. Cuando salí, con libertad vigilada, no encontré a mis compañeros, no tenía trabajo, ni novia, ni casa. No tenía nada. Yo había caído preso junto a mi entonces compañera. Después nos separaríamos estando en la cárcel. Estaba en una situación muy precaria desde todo punto de vista. Cuando salí de la cárcel, me faltaba rendir las últimas 4 materias para recibirme de abogado. Me costó mucho terminar esas cuatro materias porque los milicos no me querían aceptar la reincorporación a la universidad. Para estar en libertad vigilada, te pedían un aval personal de tres personas que acreditaran que no me iba a fugar. Una de esas personas era Raúl Alfonsín, porque mi viejo era un militante radical importante en la Capital, y porque además Alfonsín había estado vinculado a mi causa durante mucho tiempo, intentando que me dieran la opción para salir del país, que nunca me la dieron. Gracias a eso, mi viejo se acercó al alfonsinismo; entonces, cuando salgo de la cárcel lo voy a saludar y a agradecerle, y le pedí dos cosas: un laburo y terminar la carrera. El tema del laburo me dijo que por el momento no podía, estamos hablando del año 1982, pero sí me hizo un contacto muy importante para rendir libre durante la dictadura las cuatro materias que me faltaban para poder recibirme. Mientras tanto, laburaba en el estudio con mi viejo. Cuando Alfonsín llegó a la presidencia en el ’83, yo tuve una necesidad, casi de reparación personal, reparación histórica para mis compañeros: quería trabajar ahí. Fui directamente a ver a Graciela Fernández Meijide y le dije que me conocía de la Asamblea, que quería sumarme al trabajo que estaban haciendo y me respondió que sí. Y ahí empecé a trabajar. Creo que ella no conocía nada de mi militancia, ni siquiera conocía mi historia. Cuando salí de la cárcel, lo primero que hice fue acercarme a los organismos de Derechos Humanos, básicamente al Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos (MEDH) y después a la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH). En la Asamblea, en el año ’83, con los milicos todavía, se había realizado un Congreso que se llamó Asamblea para la Democracia, en donde con algunos compañeros que veníamos de distintas cárceles hicimos un trabajo sobre condiciones carcelarias del régimen. Otro trabajo en el que también había participado era sobre reparaciones a las víctimas de las violaciones de los Derechos Humanos.

R.B.: –Hay un detalle que me gustaría mencionar. La Conadep comenzó a trabajar con empleados del ministerio del Interior, que luego de los primeros dos o tres testimonios que tomaron huyeron despavoridos. Eso los hizo dar cuenta de que debían buscar gente con otro perfil. Pero también cayeron paracaidistas a lo loco. Había mucho amigo, vecino de caudillo con hijo desocupado. Yo entré el 4 o 5 de enero de 1984 con otra compañera, y la verdad es que era una desolación terrible. Tengo muy clara la imagen del primer día. Yo venía de entrevistarme con el que era subsecretario del ministerio del Interior, el riojano Raúl Galván, y me acuerdo, cuando llegué, del pasillo vacío por donde entrábamos, al punto tal que no encontraba a nadie. Me quedé unos minutos parado ahí, cabeceando para ver hacia dónde iba, hasta que de la sala de los Notables salió uno y ahí encaré. Enseguida comencé a organizar el archivo.

–Los otros que ya estaban trabajando o que empezaban a sumarse como ustedes, ¿de dónde venían, qué procedencia tenían?
E.S.:
–Había muchos militantes de derechos humanos que vinieron con conocimiento de causa.

M.E.L.: –Sí, del MEDH, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, de la APDH. Cuando yo entré me enviaron al archivo y lo que tenía que hacer, con los testimonios que habían empezado a tomar otros compañeros, era armar una ficha, ponerle un número, incorporarla al fichero y luego archivar el expediente en unos de los muebles grandes que había ahí.

R.B.: –Sí, habría que remarcar que, en términos de organización, fue pésimo.

E.S.: -A mí nadie me dijo nada de nada, ni siquiera sentate acá, nada.

S.D.F.: –Cuando ingresamos, tampoco sabíamos exactamente qué íbamos a hacer, y tampoco que íbamos a terminar tomando denuncias. Ni lo sospechábamos.

–Cuando comenzaron a tomar denuncias, ¿las realizaban en base a algún tipo de formulario que los orientara por dónde ir ubicando los datos de los denunciantes?
M.E.L.:
–No, nada de eso. Recuerdo que un compañero me había dicho que cuando empezáramos a tomar declaraciones había que usar muchos puntos y aparte, y en oraciones cortas, y que cada oración debía comenzar con “que” es decir: “Que estuvo detenido”, “Que fue secuestrado”, como en las denuncias que te toman en una comisaría. El Negro Oscar Giudice, que era abogado, le había dicho a otros compañeros que habían comenzado a tomar las primeras denuncias, que ese material así no servía porque no estaba en términos legales, no era adecuada la forma, el formato. Se usaba un formulario donde solamente se ponían los datos personales del denunciante. Y todas las denuncias las tomábamos a mano, a puño y letra, ni máquina de escribir había.

E.S.: –Nadie sabía ni siquiera para qué iban a servir esos formularios, ni las denuncias qué valor judicial tendrían.

R. B.: –Cuando teníamos que volcar los datos de denuncias que tomaban los compañeros, porque hay denuncias que se llenaban en un papel en blanco, entonces vos tenías que esperar todo el testimonio para sacarle el nombre del desaparecido, del liberado, de lo que fuese. Entonces, mínimamente, lo que se hizo para confeccionar el listado fue pedir que pusieran el nombre y el apellido arriba, y si había sido secuestrado, asesinado, si era liberado o estaba desaparecido. Datos básicos porque era un horror cómo estábamos laburando.

S.D.F.: –Cuando yo entré al archivo ahí estaba con Beto Berdún y otros compañeros más y empezamos despacito a lo que fue de a poco una suerte de sistematización de la información.

–¿Cómo era el procedimiento que debían seguir desde que ingresaba un denunciante a dar su testimonio?M.E.L.: –Había una sala de recepción y de ahí se los derivaban a un grupo de compañeros que tomaban denuncias y luego se pasaban a archivo.

R.B.: –En ese archivo íbamos acumulando los expedientes hasta que logramos tener la terminal informática. Pasaba a archivo y ahí volcábamos todos los datos. En el archivo éramos diez compañeros. La dificultad era cómo archivar los expedientes. Yo, o cualquiera de los compañeros, por ejemplo, leía en un legajo: “Pepe vio a Ramón en tal lado, y que estaba con otro al que le decían el Colo”. Ahí sin saber nada, yo iba pidiendo información de acuerdo a cómo iba aprendiendo los diferentes campos del sistema donde ingresar los datos. No eran las computadoras de ahora. No había un lugar para poner que alguien había sido “visto en” por ejemplo y, que el apodo de esa persona era fulano. Y yo necesitaba que me pusieran un lugar donde volcar ese tipo de datos porque si no quedaba vacío. Entonces cuando aparecía otro que había visto a alguien apodado “Colo”, yo hacía listar el campo ese de apodos y lo iba a buscar a esa área. Había gente que laburaba específicamente cruzando datos. Los cargábamos para poder usarlos pero sin un sistema que estuviera pensado para el cruzamiento. De todas maneras se pudo hacer mucho. Había gente que encontraba más datos y se las citaba porque ese cruzamiento iba dando resultado. Por ejemplo, este pibe que estaba con un vaquero azul en tal lugar, entonces hablabas con otra compañera que había escuchado de un pibe que estaba con vaquero azul en tal lugar. Así lo hacíamos entre todos. Lo que pasa es que había gente laburando a ojo, lo que era un infierno porque además no entendían la letra en la que había sido tomado el testimonio.

E.S.: –La perspectiva y los datos y la mirada que cada uno tiene no es exactamente la misma; depende el momento, dónde estaba uno ubicado. Esto que dice Beto, no me consta porque había tanta gente: entraba uno, salía el otro. Yo no tenía idea de que había posibilidad de chequear: la denuncia se me iba de ahí. El que venía atrás tuyo a lo mejor te hablaba de lo mismo pero tu denuncia ya se había ido.

–¿Qué hacían cuando recibían la denuncia y veían que faltaban datos o había algo que tenían opción de volver atrás, de volver a convocar a quien había dado testimonio?
R.B.:
–Cuando se empezó a citar a los familiares para que volvieran para completar o sumar información, se armó un despelote infernal porque los abogados decían que no se les podía enviar una carta, y mucho menos ir a buscarlos con el auto, que era un Falcón verde, y manejado por servicios de la policía o de los milicos. Venían y pedían un legajo que ya estaba sistematizado, o lo buscábamos; venía el que tomaba la denuncia y te decía “dame el legajo tal para agregar una foto”. Lo que sí, era la minoría, pero se llamó gente porque había datos que cuasi inequívocamente indicaban que había sido visto por tal otra persona. Es más, muchos liberados fueron llamados porque, ubicándonos en el contexto de la época, aunque hubieras estado en el Olimpo, se sabía del entorno, de quiénes más estaban ahí. Y así se empezaron a recibir datos que se transformaron en un mundo de información que teníamos dando vueltas.

E.S.: –Al día de hoy, me da vergüenza que hayamos tenido ese nivel de desinformación. Por ejemplo, en un momento, vuelve al país para declarar un testigo privilegiado que era Juan Carlos Cacho Scarpati, que se había fugado de Campo de Mayo en una operación casi cinematográfica. Se montó todo un operativo para ir a buscarlo a Ezeiza, y de Ezeiza vino a declarar. Le tomamos la declaración, y me acuerdo que cuando él hablaba de Campo de Mayo, y de lo que había pasado ahí, nosotros no teníamos testimonios previos. Después nos enteramos que había 3.500 detenidos que habían pasado por ahí. El tema de los campos de concentración eran cosas que iban recién comenzando a aparecer. Campo de Mayo no figuraba, no existía, no estaba dentro de la posibilidad.

–¿Cuánto sabían en ese entonces de la existencia de centros clandestinos de detención?
S.D.F.:
–Depende de cada caso. Yo lo supe antes de irme del país porque la habían secuestrado a Laura Rograti, una prima mía. Estuvo secuestrada casi un mes en la ESMA, y tiempo después de haber sido liberada, durante el ’76, hicimos una operación con compañeros, la fuimos a buscar y le preguntamos dónde había estado, qué había visto. Pero por lo que dijo, sabemos que es la ESMA.

R.B.: –ESMA, Atlético, Automotores Orletti. Por estas experiencias los conocíamos todos. ¿Cuántos serían los que entonces conocíamos, 10, 12? Después se supo que hubo 400.

M.E.L.: –Muchas veces, a partir de la memoria de cada uno de los que íbamos tomando denuncias, recordábamos que un liberado decía “yo escuchaba ladridos de perros y una canilla que chorreaba todo el día”. Y después tomabas otra denuncia, o de casualidad hablabas con algún compañero que había tomado la denuncia de otro liberado y que también había mencionado lo mismo, los ladridos de perros y la canilla que correaba. Esa información se cruzaba porque la comentábamos entre nosotros, no había otra manera.

E.S.: –Volcábamos los datos y además hacíamos un resumen y la propia asociación de datos que hacíamos entre nosotros. Pero era muy difícil después cruzarlo, dependíamos en gran parte de nuestra memoria. Creo que esto resume la situación de casi todos nosotros. Yo fui secuestrado, torturado, estuve preso, sin embargo desde que comencé a trabajar en la Conadep me metí en una vorágine, en un infierno, no podía dormir porque estaba 24 horas del día absolutamente conectado con lo que pasaba ahí. Todos los días y todos los meses.

R.B.: –Sí, y también había gente a la que le hicieron un homenaje por haber participado en la Conadep y no ameritaba absolutamente ningún tipo de homenaje, porque había cada paracaidista, había cada hijo de puta que no era paracaidista y que yo recuerdo muy bien cuál era su relación a la desaparición de personas. No me quiero hacer el héroe, pero yo me quedaba a dormir en un sofá porque no llegaba para entregar el listado.

–Ustedes, como tantos otros compañeros que trabajaron en aquellos meses, fueron quienes recibieron denuncias por primera vez de parte de familiares o víctimas. Cuando les asignaron comenzar a tomar esas denuncias, ¿tuvieron algún tipo de apoyo, orientación o contención teniendo en cuenta lo que iban a enfrentar en cuanto al dolor y horror de esos testimonios?
R.B.:
–Pusieron dos o tres psicólogos para brindarnos apoyo. Profesionales con mucha experiencia, sólidos. A la tercera o cuarta sesión nos dijeron “disculpen, nosotros no podemos con esto, nos desborda”. ¿Qué hacíamos entonces? Nos sentábamos en círculo y contábamos cada uno los sueños y las vivencias que teníamos, para darnos apoyo. Estábamos de la cabeza. Así fue, los tipos huyeron, dijeron que los desbordaba la situación.

E.S.: –Por mi experiencia debería tenerlo totalmente asumido. No es que me asombré de nada, no me enteré de nada nuevo, de lo que me enteré es lo que me torturaba. Digo esto porque acá estamos muy poquitos de esa cantidad que trabajamos en la Conadep. Y a lo mejor me equivoco, porque no recuerdo bien las historias, pero tengo la impresión de que exiliados habría 2, 3 o 5; ex presos 2 o 3, no me acuerdo que hubiera más. Había un universo de militantes de organismos de derechos humanos que no habían sido víctimas, que conocían la historia, y después había un grupo más grande de gente que no tenía vinculación con el tema. No puedo imaginar cómo lo tomaron ellos. A mí me marcó eso. No dormía, tenía pesadillas, estaba loco.

M.E.L.: –Algo así nos paso a la mayoría. Yo dejé todo, había empezado teatro y lo dejé. Si estabas en pareja, dejabas de estarlo. Hasta amistades. Me acuerdo de unas amigas mellizas. Una de ellas me dijo que no la volviera a llamar porque la madre le había dicho que no siguiera la amistad conmigo por ese tema en el que estaba trabajando.

–¿Notaban que había temor por parte de quienes iban a realizar las denuncias? ¿Se les ofrecía algún tipo de protección?
M.E.L.:
–En mi caso, además de tomar denuncias en Capital, viajé dos veces a Tucumán, y fueron dos mundos completamente diferentes Porque acá, en Capital, muchas de las personas que venían con el dolor de tener un familiar desaparecido, en muchos casos llegaban con la fotocopia de la denuncia que habían hecho antes ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que había venido en 1979, o de los hábeas corpus que habían presentado. En Tucumán ocurría que era la primera vez que familiares o víctimas iban a hacer una denuncia que tomábamos en la Legislatura. Los familiares venían, se sentaban al lado nuestro, había una silla para nosotras y al lado otra silla para el familiar, se sentaban y empezaban a relatar. La interpretación política de lo que había pasado era nula. Te decían “mi hijo trabajaba en tal lugar, nació en tal fecha, un día se lo llevaron y nunca más supimos de él. ¿Usted, me lo va a encontrar señorita?”. Era eso. Eran testimonios de cuatro renglones, lo único que sabíamos de esas personas era el nombre, el apellido, dónde trabajaban y el día que se lo llevaron. O si no, el caso de que “vengo porque la patrona no para de llorar desde que se llevaron a los dos chicos, y vengo para ver si usted los encuentra”. No estaba clara la concepción de desaparecido ligado al Estado, sino que era desaparecido de la faz de la tierra: “Usted me lo va a encontrar porque el Estado está poniendo a ustedes para que investiguen y nos devuelvan nuestros hijos”. Eso fue tanto en San Miguel como en todos los pueblos del interior de Tucumán que visitamos.

–El ámbito donde trabajan, ¿disponía de algún sistema de seguridad de protección de datos?
E.S.:
–Eso era de una precariedad de seguridad extrema. Nunca confié que todo lo que hacíamos y decíamos estuviera siendo monitoreado. Había una mesa y una caja fuerte y nada más. Nosotros, en ese lugar, redactábamos el informe. Dos o tres éramos los que escribimos la primera redacción del Informe. Después vino otra gente, pero la primera redacción era nuestra. Recibíamos los testimonios, las denuncias que habían tomado los compañeros y los datos de los que les resultaba “llamativo” o sintomático. Todos esos datos se iban acumulando, y sobre eso escribimos nosotros y también otros. Esa caja fuerte que se abría a la mañana, se cerraba cuando nos íbamos y la llave se entregaba a la presidencia. De esa caja fuerte se afanaron los expedientes faltando unos días para entregar el informe. Parte de esos textos, como una suerte de estudio preliminar del informe, lo estaba escribiendo un militante del MEDH, que había estado exiliado, y que también había estado en Nicaragua. Se metió a escribir sobre el nudo gordiano del origen de la violencia en la Argentina, y de lo que había pasado en el país. Yo no sé si su trabajo, lo que allí desarrollaba tenía intención de ser finalmente publicado, pero, por el mes de julio, le dijeron que su tarea había finalizado. No sé si fue una directiva del MEDH. Naturalmente, esa parte nunca fue publicada. Lo que sí recuerdo era esa paranoia de pensar si cuando nos íbamos de ahí no se podían afanar los expedientes. Yo había redactado el capítulo de la ESMA, y varias cosas más, y me acuerdo que, en un momento, le digo a este compañero que teníamos que hacer copias, y lo consulté con Fernández Meijide, quien estaba de acuerdo. Ahí es cuando me pregunta si me animaba a redactar el Informe. “Sí, claro que me animo”, le contesté. Yo había hecho copias y las guardaba en un mueble con doble fondo que tenía en la casa de mis viejos. Me acuerdo que, cuando caí en cana, estaba preocupado porque pudieran ir a buscar información que había guardado allí. Me tranquilicé mucho cuando un compañero, que no era militante, que me lo había presentado Alfonsín, llega un día a la casa de mis viejos, toca timbre, y cuando lo atiende mi viejo, se mete en la casa y busca el mueble. Cuando lo encontró, lo rompió, sacó lo que había allí adentro y se lo llevó o lo rompió, no sé. El otro lugar al que llevé una copia era en el estudio de Horacio Méndez Carrera con el que yo estaba trabajando y que era el abogado en la causa de la ESMA, y también tenía la causa de las monjas francesas y la de Alfredo Astiz. Las guardó y nunca más aparecieron.

–¿Qué pasó con los expedientes que fueron robados y con el resto del material que tenían en el archivo?
E.S.:
–Sobre los materiales que ya estaban preparados para publicar, vienen un día y nos dicen que fueron corregidos y detrás de eso toda una arremetida importante porque había armada una justificación política, jurídica, una justificación de que no podíamos poner que el General tal o cual había estado involucrado en tal caso o en otro. Esto generó una fuerte discusión en donde denunciamos que eso era una estafa al pueblo, y que nosotros no íbamos a participar de esto.

R.B.: –Y ahí recuerdo que aparece Gerardo Taratuto (integrante del grupo de abogados de la secretaría de asuntos legales) y dice “ojo, que si mañana viene alguien y toca el pito se acaba el recreo”. Y eso hizo efecto. Respecto a las copias y a la manera de resguardar la información, sí las hubo y las habrá, siempre.

–En cuanto a este tipo de advertencia de Taratuto, ¿recibieron amenazas en algún momento?
S.D.F.:
–Lo que teníamos era una sensación de zozobra constante, pero como dijo el Turco, ya había pasado tanto miedo antes que no puedo decir que lo haya sentido, para nada.

R.B.: –Sí, yo tuve mucho miedo. Yo no había pasado por lo que pasaron Silvia y Eduardo. Yo recibía llamadas de amenazas telefónicas en mi departamento. Lo peor que me había pasado hasta entonces fue el cagaso que tuve cuando en la dictadura fueron a buscar a mis compañeros en Azul.

M.E.L.: –Yo no recuerdo haber sentido miedo en ese momento. Tal vez por la inconsciencia de mis 21 años de entonces. Lo que sí recuerdo es que una vez, junto a un noviecito que tenía en esa época, nos siguió un auto durante siete cuadras desde la estación de tren de Ituzaingó hasta mi casa. Por supuesto, no me gustó pero no llegué a tener miedo. Después, sí escuché que a otros compañeros también les había pasado que los siguieran.

E.S.: –Yo creo eso que dije antes, que había miedo, yo mismo lo tenía, aunque no lo manifestara. Me daba bronca que tuviéramos miedo porque, como decía Silvia, veníamos de una etapa donde el miedo ya había sido parte de nuestras vidas. Más adelante, después de la Conadep trabajé en el Centro de Estudios Legales y Sociales, y pensaba en todos esos abogados como Luis Zamora, Alicia Olivera, Emilio Mignone, Marcelo Parrilli y tantos otros que habían laburado en esos años. Y decía “qué huevos que tuvieron estos tipos”. Todos ellos, como de hecho luego se supo, estaban monitoreados por los servicios, con micrófonos instalados por todos lados. Es decir, miedo había, y había razones concretas para tenerlo. Creo también que los que teníamos más conciencia teníamos que tirar para adelante, superarlo y trasmitir que había que superarlo. Me causa mucha gracias cuando algunos dicen que tiene miedo ahora…¿Miedo ahora? Este es otro país.

–De todo aquello en lo que ustedes trabajaron, testimonios, redacción de informes, ¿cuánto quedó plasmado en el libro Nunca Más?
E.S.:
–Fue sin duda una versión mucho más atemperada. Me acuerdo que uno de los argumentos que esgrimieron era que primero para poder individualizar a un represor había que lograr testimonios cruzados, coincidentes y concordante de más de tres testigos. Uno de los mentores que tenía Alfonsín era el jurista penal Carlos Nino, que era quien establecía hasta dónde se podía y hasta dónde no, dentro del paraguas liberal de la ley, y que repetía que no podíamos acusar a nadie si no existían pruebas suficientes porque eso le permitiría al imputado accionar contra el Estado. Y lo terrible es que teníamos víctimas que habían sido secuestradas y torturadas y te decían “fue Fulano, con total claridad”. Es decir, era una etapa de denuncias y de testimonios, pero no querían que tuvieran el peso de la denuncia y de la acusación judicial.

R.B: –Tengo el triste privilegio de conocer la primera cifra que tanto se manipularía luego políticamente. Los testimonios que se tomaron en Conadep fueron 7.000. Cuando estábamos concluyendo con la recopilación de datos y de los confusos resultado que estaba arrojando, fui hasta el buffet a buscarla a Graciela Fernández Meijide. Estaba con Magdalena Ruiz Guiñazú y Ernesto Sabato y le pedí que no publicaran el anexo porque, producto del nivel y condiciones y volumen del trabajo que veníamos realizando, tenía muchísimos errores que debían ser corregidos antes de su publicación. ¿Cuál fue el resultado? Represores apareciendo en la lista de desaparecidos, y viceversa. Es el día de hoy que me agarra escozor. Había muchas listas, datos y nombres duplicadas. Recuerdo habérselo dicho hasta al mismo Sabato. Por ejemplo, había 70 apellidos González, sin DNI, ni otros datos fundamentales. Aparecieron liberados también como desaparecidos. Tu vieja había hecho una denuncia y cuando vos apareciste no ibas a decir “acá estoy”.

S.D.F.: –Iba y el que hacía la denuncia que Fulano estaba desaparecido y de pronto estaba el nombre del denunciante porque no había un formulario tipo. No había unificación de nada.

M.E.L.: –Yo recuerdo, estando en Tucumán tomando denuncias, que un día participé de una de las marchas de la Madres, y en la esquina estaba parado Roberto Albornoz, uno de los mayores torturadores y represores denunciado por todos los denunciantes y familiares de desaparecidos. Y te decían: “Nosotros sabemos que fue Albornoz”. Y el tipo estaba ahí, a metros paradito, mirando. Eso sí que fue intimidante, ahí sí sentí temor.

–¿Por qué suponen que no se instrumentara un sistema eficaz en la recolección y clasificación de datos con mayor rigurosidad?
E.S.:
–La premura. Uno de los primeros actos de gobierno de Alfonsín es la Conadep. Lo que decíamos anteriormente, tocabas el timbre y te decían “pasá y empezá a trabajar”. No había nada todavía. Una gran improvisación, una gran necesidad de culminar un momento y pensar para adelante. Pero, realmente, nadie se sentó para pensar qué íbamos a hacer acá. Hubo gente que empezó y al otro día se fue. Faltó una mínima sistematización, qué es lo que queremos lograr, qué estamos buscando.

R.B.: –Creo que, volviendo a la época, había que darle un marco, no ir a buscarlos a los milicos a la casa y meterlos presos. Había que demostrar documentadamente que eran responsables de todo tipo de crímenes cometidos.

–¿Cómo se terminó resolviendo la postura de dejar afuera parte del material que habían reunido y trabajado durante los nueves meses que duró la Conadep?
E.S.:
–Pocas semanas antes, igual que a Damiel Llanos tres meses antes, me dijeron que quedaba desafectado, que mi tarea había finalizado. Claramente, lo interpreté como una decisión en respuesta a la defensa que habíamos hecho, junto a otros compañeros, de la publicación de la versión más ampliada del Informe. Es más, en una asamblea que organizamos por este tema, de la que participó Fernández Meijide, en medio de un ambiente muy caliente, ella sostuvo la posición oficial. Allí, hablando casi por mí solo, le dije que tenía que definirse de qué lado estaba, si no, nosotros íbamos a ir a los diarios a denunciar que eso era una estafa. Y allí surge, aunque en una cantidad inferior, la publicación de los nombres de los represores que habían sido denunciados y que se los publicaría en un anexo, lo que contrariaba la idea original de que no se publicara ningún nombre, y en donde los represores aparecerían solamente con un número, en un documento confidencial. De todas maneras, la cantidad de nombres que terminaron apareciendo es mínima en comparación al total que se había recabado.

–A 30 años, ¿que conclusión final les queda de aquella tarea?
E.S.:
–Yo tengo una teoría sustentada en lo siguiente, y mucho más fácil con el diario del lunes. Creo que para el radicalismo el enjuiciamiento a las juntas militares y de las cúpulas guerrilleras cerraba un ciclo. Por otro lado, paradójicamente, la mayor cantidad de víctimas provenían del movimiento popular, del peronismo en su gran mayoría, de las organizaciones guerrilleras y a estos sectores se los sindicaba como uno de los dos demonios. Y se tuvo especial celo en que estos sectores no participaran de la Conadep. Los que pasamos por allí fuimos muchas veces vistos por los propios compañeros como “medio alfonsinistas”. Desde el peronismo, que justamente había perdido las elecciones por decir que tenían un pacto con los militares para amnistiarlos. No había respaldo desde las figuras importantes del peronismo. Y tampoco desde los propios compañeros de militancia que también habían sido víctimas. Era un momento de mucha confusión. Todo era visto como una jugada del alfonsinismo y el peronismo no reaccionaba de su derrota electoral, no había todavía ninguna autocrítica.

R.B.: –Lo que viví en la Conadep es lo más importante que me pasó en mi vida. No es natural haber escuchado, leído y visto todo lo que vivimos nosotros. Es como una bomba en la cabeza. Me acuerdo que Graciela Fernández Meijide nos decía “a partir de hoy ustedes tienen el sello D, de desaparecidos”. Con todos los aciertos y errores me llena de orgullo. Siento que aporté una cosita pequeñita que para mí es un mundo.

M.E.L.: –El trabajo que realicé en la Conadep es sin dudas la experiencia más importante de mi vida. Luego vinieron mis hijos y el teatro. Esos son los tres pilares de mi vida. No sería la misma si no hubiera participado en la Comisión. Y si volviera el tiempo para atrás, volvería a “golpear la puerta” para ofrecer mi colaboración.

Estoy profundamente agradecida a la vida por todo lo que me ha dado y, en especial, por haber formado parte de ese equipo de personas tan jóvenes que nos entregamos con tanta responsabilidad, que buceamos en la oscuridad de nuestra historia, que escuchamos los relatos del horror. Me dejó un sello indeleble que llevo con orgullo.

A todos los compañeros que fueron parte del trabajo realizado en la Conadep, los convocamos a sumarse al proyecto en el que estamos trabajando a fin de armar un archivo audiovisual que dé cuenta de nuestra experiencia durante los meses de trabajo y de la experiencia compartida. Los que quieran participar, necesitamos que se contacten en la siguiente casilla de correo electrónico: exconadep@gmail.com
Fuente:MiradasalSur

No hay comentarios: