28 de Diciembre de 2014
Personajes
Seis personajes que reflejan las aristas de una sociedad y un añoComo contracara de las tradicionales tapas de ciertas revistas de actualidad, seis editores de Miradas al Sur decidieron elegir su personaje del año 2014. Así, políticos, sujetos colectivos, deportistas y cineastas fueron seleccionados para mostrar el impacto que, más allá de sus funciones específicas, ejercieron en la vida cotidiana.

Por Eduardo Anguita
Como todo balance de fin de año, circulan los rostros de grandes deportistas como Manu Ginóbili y Javier Mascherano, de talentosos escritores como Gabriel García Márquez y Juan Gelman, que se fueron y nos dejan su literatura, y de científicos como Héctor Otegui y Adrián Paenza, que nos muestran un camino donde tenemos mucho que perseverar. Este 2014 termina con la evidencia de una sociedad desquiciada, donde apenas 70.000 personas poseen el 40% de la riqueza que se genera en el mundo y en el que 1.000 millones de personas padecen hambrunas en un planeta de 7.000 millones pero que está en condiciones de generar alimentos para 10.000 millones. Un planeta en el que las cúpulas de las multinacionales ya tienen en funcionamiento una cantidad de máquinas con un diseño que las humaniza para que los chicos se amiguen con los robots y sus padres vayan perdiendo sus trabajos porque un robot no cobra salario ni se queja por las condiciones laborales.
En ese mundo de feroces contrastes, de pobreza extrema y de una frontera cada vez más amplia del conocimiento, los centros del poder militar tecnológico despliegan aviones no tripulados capaces de ser comandados desde Washington o Londres para terminar con la vida de familias o yihadistas que están en una pequeña ciudad rodeada de arena en el norte de Irak. Escenas de guerras de un siglo XXI que parece dejarnos sin aliento, sin esperanzas en la capacidad de decir otro mundo es posible, de resistir ante tanto avasallamiento.
En ese contexto, sobre el fin del año, emerge la figura gigantesca de Fidel Castro. El hombre que expresa una dignidad colectiva, el mismo que siete años atrás dejó el centro de la escena. Fidel es un actor principal en el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, pero además es la metáfora que la humanidad necesita como un espejo en estos tiempos. El guerrillero convertido en estadista, el estadista que logró que la educación, la salud y la ciencia fueran la locomotora de una nación que se quedaba sin el peso de Moscú. Fidel, el sabio que junto a una nueva camada de dirigentes dio el viraje para que Cuba no quedara como el eslabón perdido.
Fidel entró a la historia grande como uno de los protagonistas principales de fines de los cincuenta, cuando tras los horrores de la guerra se vivía un intenso proceso de descolonización. A fines de 2013 morían, ancianos, dos íconos de esos procesos. Uno fue el vietnamita Vo Nguyen Giap, el historiador devenido en un estratega capaz de guiar guerras anticoloniales contra Japón, Francia y Estados Unidos. Giap, cuando Vietnam ganó la paz ocupó un cargo que parecía de segundo orden: viceministro de Ciencia y Técnica. Desde allí acompañó los cambios políticos y económicos profundos de su país, así con la misma entrega con que décadas atrás conducía a miles de soldados de un ejército popular escondido en los túneles y las montañas. Giap supo la importancia de la batalla del conocimiento en la era que se avecinaba. El otro gran hombre que dejaba el planeta un año atrás era Nelson Mandela, el creador de La lanza de la Nación, el brazo armado del Congreso Nacional Africano, la organización que desafiaba el racismo impuesto por una minoría de banqueros, terratenientes y empresarios mineros. Mandela luchó contra la esclavitud en las entrañas de África. El régimen lo tenía prisionero, aislado, para mostrar su ferocidad. Pero Mandela no dejó de dar ejemplo de vida desde su confinamiento extendido por 27 años. Liberado y ganador en las urnas de modo aplastante, Mandela eligió dejar el poder apenas tras un brevísimo período de gobierno de cuatro años. Prefirió ser el arquitecto de una sociedad que no iba a avanzar en terminar con los privilegios pero sí era capaz de dar pasos de convivencia y democracia. Mandela dedicó muchos años a la infancia castigada, a combatir el sida, a ser un hombre común, querido y venerado, capaz de predicar con el ejemplo.
La lucha de Asia, África y América latina, en aquella segunda mitad del siglo XX que hoy parece tan lejana, puede resumirse en la vida de Giap, Mandela y Fidel. Por ventura, uno de los tres está vivo y en tiempos desesperanzados nos deja saber que se puede: que vale la pena luchar por otro mundo, uno que sea justo.
“Que tenés el berretín de figurar”
Por Alberto Elizalde Leal
No es político, por lo menos en el sentido que tradicionalmente se reconoce a los políticos en la Argentina. No proviene de familia militante, sino de empresarios, y su formación en colegios y universidades privadas tuvo siempre como norte la inmersión en el mundo de los negocios, donde llegó a dirigir alguna de las empresas familiares y también a sufrir un proceso judicial por presunta evasión fiscal en perjuicio del Estado. Tampoco puede decirse que venga del deporte, aunque haya sido varios años presidente de un importante club de fútbol. No es tampoco un hombre de la cultura, o del ambiente artístico, no es un intelectual, más bien todo lo contrario. Sus expresiones públicas son verdades de Perogrullo o brutales ataques de sinceridad que descubren un horizonte de ideas muy elementales aglutinadas en torno a tres o cuatro leit motiv que repite como autómata ante cualquier micrófono o en cualquier entrevista televisiva. No es carismático, su acento de niño bien que “habla con una papa en la boca” lo ubica en el antipático personaje del aristócrata que se dirige a la plebe desde la altura de su magnanimidad. Tampoco es un gran orador: sus evidentes limitaciones conceptuales y su desconocimiento de los problemas profundos de la sociedad y el Estado transforman su discurso en un mantra de lugares comunes y vaguedades. No cuenta tampoco con un agrupamiento político con raíces históricas, un partido o movimiento que apoye su gestión desde la solidez de sus cuadros y la acción de sus militantes para consolidar una relación orgánica con la sociedad civil. Su partido actual, creado en 2005, jovencísimo para los cánones nacionales, es un conglomerado variopinto de tránsfugas de otros sectores políticos (particularmente del peronismo y el radicalismo), empresarios duchos en los negocios con el Estado, punteros villeros cooptados con prebendas y concesiones “non sanctas” y alguno que otro personaje de la picaresca criolla que aporta su gastada figura a la farándula de sonrisa fácil y globos amarillos. En las elecciones del 2003, en su estreno como político, al frente de una fuerza desconocida (Compromiso para el cambio) se presentó como candidato a jefe de Gobierno de C.A.B.A. y ganó la primera vuelta, para perder en la segunda con el 46,52% de los votos contra el 53,48% de su oponente. Insistió en el 2005 en elecciones para diputados y esta vez resultó triunfador imponiéndose a figuras de más trayectoria y peso político. No fue tampoco un buen representante legislativo, en los dos años que ejerció, su ausencia a las reuniones del Congreso fue prácticamente perfecta. ¿Su excusa? “En el Congreso no se debaten ideas, los legisladores son sólo levantamanos”. Siempre la sinceridad brutal. En el 2007, con su nueva agrupación, se presentó a elecciones para jefe de Gobierno y las gano ampliamente con el 60,9% de los votos en segunda vuelta. Desde ese momento y a favor de su triunfo en las elecciones de 2001, esta vez con el 64,25% de los votos también en segunda vuelta, es, hasta las elecciones del año que viene, el titular del Ejecutivo porteño. Tiene buena presencia en los grandes medios nacionales, pero no más que el Gobernador Scioli o el diputado Massa. No pareciera contar con recursos económicos muy superiores tampoco. El nivel de sus asesores de prensa e imagen es similar o aún inferior al de sus oponentes políticos. Sus intervenciones públicas se dan de patadas con la corrección política y el clima de época. Subejecutó con desidia importantes partidas sociales, transformó la Capital Federal en un coto de caza para la runfla contratista, marcha a contrapelo de las políticas nacionales, demuestra simpatía con inveterados personeros de la derecha y es un férreo defensor del alineamiento total con el Occidente globalizado por las finanzas internacionales. Entonces, ¿por qué figura hoy en todas las encuestas en posiciones expectantes para la futura competencia electoral, junto al gobernador Scioli y al diputado Massa?, ¿por qué en algunos lugares del Interior, donde ni siquiera cuenta con un mínimo referente o aparato político, aparece también con porcentajes sorprendentes como candidato presidencial? ¿Por qué puede llegar a ser Presidente? Hacerse estas preguntas es –para este cronista– reconocer que el actual jefe de Gobierno de la C.A.B.A. es indudablemente un personaje destacado del 2014. Aunque no nos guste.
El sacudidor
Por Miguel Russo
Relatos salvajes logró lo que ninguna película había logrado: más allá de las virtudes o defectos artísticos, más allá y más acá de los enormes números de espectadores y la designación entre los nueve filmes de habla no inglesa para competir por los Oscar 2015, sacudir a toda la sociedad. Damián Szifrón, su director, es, sin dudas, el responsable de esa sacudida. Y no sólo –aunque eso de por sí ya lo colocaría como uno de los personajes del año– por ser el padre de la criatura fílmica. Es que este hombre de 39 años se metió a la sociedad en el bolsillo en 2002 escribiendo, produciendo y dirigiendo la genial teleserie
Los simuladores. Y así como sacudió a una alicaída televisión nacional con sus cuatro personajes emblemáticos (Santos, Lamponne, Ravenna y Medina, protagonizados por Federico D’Elía, Alejandro Fiore, Diego Peretti y Martín Seefeld, respectivamente), ahora lo hizo y lo sigue haciendo con el país entero. ¿Las armas? Endiabladamente simples de tan complejas: mostrarse, poner en escena los sueños y las pesadillas de cada uno, bucear en las reacciones incontenibles que todos queremos que los demás ignoren. Con eso, con esa forma sutil y reveladora de poner en primer plano aquello de lo que todos hablan pero nadie en voz alta, Szifrón pateó el tablero de la pacatería telúrica. Y fue, por supuesto, más allá del cine.
Lo supo Juan José Campanella (un enorme director, un distraído analista social): “No recuerdo una película hollywoodense adulta que haya vendido tantas entradas. En esa arena es en la que el cine argentino puede competir mejor, y en ese sentido, hay un regreso al cine de los ’70, donde no existía esa diferencia entre cine comercial o de autor”.
Lo supo el actor Guillermo Francella: “Que un tipo te obstaculice en una ruta, por dar un ejemplo de uno de los episodios de la película, nos pasó a todos, y si está contado con pericia, llega”. Lo supo Mirtha Legrand cuando quedó casi sin palabras (cosa rara en ella, sin evaluar, obviamente, la pretendida profundidad de sus palabras) cuando, entre bocado y bocado, Szifrón le habló al pueblo, a la sociedad toda, a contramano de “la gente” a la que se dirige la conductora televisiva.
El periodismo, básicamente el periodismo que se autoproclama “independiente” como si con eso dijeran algo, tuvo reacciones varias, todas desubicadas: lo crucificó, lo desautorizó, lo saludó como el emblema de la inseguridad zarandeada hasta el paroxismo, lo bajó de la cruz, lo convirtió en generador de los tan remanidos y patéticos zócalos de pantalla, lo contrapuso a opinólogos y encuestólogos, lo bautizó “cineasta k” y “cineasta anti-k”, con la misma solemnidad y apuro, le buscó el lado más oscuro y el lado más brillante. Es decir, hizo lo que hace siempre con muchas, demasiadas personas. Pero en el medio estaba Szifrón. Un Szifrón que hasta tuvo tiempo de poner, blanco sobre negro, “esa vorágine televisiva que tuerce declaraciones hasta transformarlas en algo totalmente opuesto a lo que se había dicho”.
La sociedad seguirá inundando las salas de cine para ver Relatos salvajes. Los que no junten el dinero suficiente para la entrada, podrán optar por comprar la copia que se vende como si tal cosa en algunos quioscos y chiringuitos de ocasión. Una vez instalados frente a su televisión, los compradores del dvd pirateado, como un grado más de las sacudidas que impuso Szifrón, verán los primeros 10 minutos de Relatos salvajes y un resto de 112 minutos de otras películas donde también, por supuesto, actúa Ricardo Darín. Metáforas de la truchez, símbolo patrio, no quedará otra que reclamarle al quiosquero o el proveedor ambulante, pero la respuesta será la misma: “Todas las copias están así, llevate otra peli”.
Entonces, mejor recordar las palabras de Szifrón, ese tipo que con sólo una película (¿con sólo una película?) movió los cimientos de toda una sociedad: “Los seres humanos no reaccionamos igual frente a los mismos estímulos. Y en un contexto de desigualdad creciente, hay quien se resiste a aceptar el lugar que le tocó: lo intuye injusto, hostil, se indigna ante la feroz diferencia de oportunidades y se carga de resentimiento. Creo que ese resentimiento, fogoneado por la ostentación permanente de los bienes de consumo como vehículos para la felicidad y potenciado por los efectos alienantes de algunas drogas, a diario produce que alguien robe y mate. Decir que la violencia social está relacionada con un contexto de desigualdad creciente es una obviedad. Ya casi nadie cuestiona la cantidad de horas por día que muchos canales le dedican a la agresión y la frivolidad, pero cuando alguien utiliza ese espacio para brindar una opinión sincera, equivocada o no pero que sólo busca enriquecer un debate, la condena es inmediata”.
Para después del otoño
Por Raúl Argemí
Para un observador desprejuciado, o todo lo contrario, lleno de prejuicios, resulta irresistible, a la hora de señalar un personaje destacado durante el año, detenerse en la diputada nacional por la Ciudad de Buenos Aires Elisa María Avelina Carrió, apodada “Lilita”, tanto por sus amigos como por quienes se anotan en la otra banda. Pocos personajes, y nunca mejor usado el sustantivo, han tenido una presencia mediática tan evidente en lo que refiere el mundo de la política.
Cuando hizo su aparición en el escenario argentino, como diputada del Chaco, su perfil sugería la trabajadora cristiana, sufrida y solidaria, que confiaba en su fe y en la bondad del ser humano, para transformar una realidad arrasada por el neoliberalismo, la pizza y el champán. Pero, paulatinamente, a medida que les tomaba la mano a las reglas de un juego que, muchas veces, se aparta del fair play, se fue convirtiendo en otra cosa. Qué otra cosa, queda a gusto del consumidor.
Hoy, luego de haber participado en un frente muy amplio llamado UNEN, donde parecen encontrarse vectores de la diáspora de la UCR, un partido en franca extinción, socialistas digeridos por la gestión pública que, como mucho, pueden mostrar que no fueron los peores intendentes, antiguos comunistas que demuestran una enorme capacidad para tragar sapos, algún partido que es un sello personal, y francotiradores que por sus características personales, como Fernando Pino Solanas, han dinamitado sus propias fuerzas, cambió de rumbo y les dio con la puerta en las narices.
Para cualquier analista afecto a lo conspirativo, detrás de los pasos de Carrió habría un Satánico Doctor No, que explicaría, siempre en plan algo paranoico, que por donde ella pasó no volvió a crecer más el pasto. Su capacidad para patear las estanterías va en paralelo a su demostrada habilidad para acaparar espacios informativos. Más, en algunos corrillos, en los mentideros políticos habituales, cuando, después de impulsar un acuerdo eleccionario con el PRO de Mauricio Macri, algo imposible de sostener desde la racionalidad de las propias declaraciones de Carrió, cuando cargaba contra el jefe del gobierno porteño diciendo que era un corrupto, se fue del UNEN, para dejarlo flameando al viento, se dijo, repetimos, que había recibido el guiño de un importante aspirante al sillón de Rivadavia; algo así como dale ahora, que se rompan.
Estas operaciones, estas versiones, tal vez sean disparatadas, pero en ese caso toca ver por qué para muchos tienen un lado creíble. Porque lo que pesa sobre la realidad no es la existencia veraz de los santos evangelios, sino si alguien está dispuesto, previamente, a creer en ellos. Es cierto que los milagros pueden ayudar, como constancia de realidad, a creer en lo irracional. Y más cuando los milagros, o lo irracional, cosechan una atención pública fenomenal, como la que ha demostrado Elisa Lilita Carrió, denunciando a mansalva a casi todo el mundo, y olvidando al mes siguiente lo denunciado para buscar alianzas con los mismos actores, sólo que con los papeles cambiados: los malos de ayer pasaban a ser los buenos de hoy y los aliados de ayer el blanco a machacar.
Señalar como personaje destacado del año a esta chaqueña que ha hecho del insulto y el escándalo una forma de hacer política no implica un reconocimiento favorable. Es la formulación de una pregunta que compromete a todos, menos a Carrió: ¿tan mal está el panorama político de la Argentina? ¿Tan carentes de algo serio están los medios que esta señora es una de sus estrellas? ¿Tan macilenta está la oposición al Gobierno que se deja arrear a los carterazos por una reina de Twitter?
Cualquier respuesta seria a estas preguntas coloca a millones de argentinos en una situación incómoda, y tanto que, de ponerse a pensar sobre este asunto, es mejor dejarlo para después de las fiestas, y si es posible, para cuando lleguen los primeros aires del otoño, y sólo para no arruinarse las vacaciones.
Millones de apoyos y convicciones
Por Francisco Balázs
Millones de argentinos y argentinas en todo el país acompañan al gobierno nacional, se sienten identificados con el proyecto político iniciado en el año 2003, brindan su apoyo de manera firme y sostienen posiciones claras en períodos complejos, difíciles, como fue este año que va culminando.
Son millones de voluntades que encuentran en Cristina Fernández a la conductora y presidenta de un gobierno que, en su segundo mandato, enfrenta diariamente los más duros ataques que sin tregua le prodigan los sectores del poder concentrado, económico y mediático, acompañados hasta límites vergonzantes por una dirigencia opositora extraviada y desesperada. En cualquier otro período de la historia argentina, la alianza entre poder económico y dirigentes políticos disponibles para cualquier tipo de aventuras desquiciadas hubiera logrado el objetivo de poner fin al gobierno popular.
El dique de contención, lo que evitó que el plan de llevar al gobierno nacional hacia un final catastrófico y convertirlo en la experiencia que nunca más debiera volver a repetirse, es la misma Presidenta de la Nación, tal como ella misma lo ha afirmado más de una vez y, a la par, el apoyo popular de los millones de voluntades dispuestas a ratificar diariamente las principales decisiones del Gobierno. La decisión de enfrentar a los fondos buitre y sus socios locales, de no ceder ante las presiones del sistema financiero, corridas cambiarias y especulaciones en la liquidación de exportaciones, cohesionó y convocó firmes apoyos. El año concluye sin que se hayan cumplido los pronósticos apocalípticos.
Son esos millones de hombres y mujeres, y de jóvenes que desde el año 2003 viven y trabajan por un país distinto, más justo, igualitario, soberano en su destino político, económico, los que vienen forjando un proyecto de Nación en donde los números cierren sin argentinos en los márgenes del desarrollo y la inclusión. Curtidos en los agravios, corridos por izquierda y por derecha, por momentos sintiéndose en minoría en entornos familiares, laborales o de largas amistades, mantienen un rumbo que se fue construyendo a los largo de todos estos años, de desafíos y de adversidades compartidas y con objetivos comunes que conjuran las propuestas de los representantes del retorno al viejo orden conservador para retomar la inercia de gobiernos pasados sometidos a los poderes fácticos, habituados a canjear gobernabilidad a cambio de satisfacer las demandas de las minorías.
Lecturas apresuradas y sesgadas, y una interpretación lineal y reduccionista de esos millones de argentinos que apoyan al gobierno de la Presidenta, pretenden ubicarlos en un mundo paralelo, despojado de las dificultades por las que atraviesa el país. Entre ellos se encuentran amplios sectores que también son afectados por muchas de las dificultades que sólo parecieran importar a quienes se oponen al gobierno nacional. El todavía elevado nivel de trabajo informal, el aumento de precios de la canasta básica que golpea duro en los sectores de menores ingresos, el acceso al crédito para la vivienda, la urgente necesidad de una reforma tributaria progresiva y las nefastas consecuencias del elevado nivel de concentración de la economía no son ajenos ni menores, sino que se comprenden dentro de un proceso estructural impuesto durante décadas al que habrá que enfrentar profundizando el actual proyecto político.
Ningún otro gobierno, a excepción de lo sucedido en las presidencias de Juan Perón, supo convocar más voluntades, más pasiones, más convicciones que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Es a través de ese apoyo popular, el que les permite a la Presidenta y al gobierno nacional, en los 31 años de democracia, gozar de inéditos niveles de adhesión en este año que va culminando, fortaleciendo la posibilidad de un triunfo en 2015.
Son esas voluntades las que dan sustento a un proyecto político que ambiciona y requiere de continuidad. Esa fuerza vital, que anhela mayores avances, será nuevamente protagonista de la política argentina.
El mejor recuerdo del Mundial
Por Guillermo Pintos
Hay que reconocer que el inestable, genial, siempre querido a pesar de todo Diego Maradona tenía razón. La Selección sería “Mascherano más 10” para el Mundial de Sudáfrica 2010, había dicho. La sentencia se cumplió, pero recién cuatro años después. El Mundial de Brasil que casi, casi nos hizo tocar el cielo futbolero con las manos (extenderse en lamentar los goles errados en la final por Higuaín, Messi y Palacio no vale la pena a esta altura), generó un símbolo inequívoco que cubrió la conversación cotidiana de los argentinos, en el ascensor, la peluquería, el bar y también claro, el nuevo salón- amplificador de la “opinión pública” 2.0 : Twitter, Facebook y demás redes sociales como se hacen llamar. Javier Mascherano fue nuestro héroe posible, terrenal, en un año salpicado, como siempre, por pérdidas, desgracias, alegrías, momentos aburridos y de los otros. El muchacho que ahora sonríe en las pantallas e invita a pasar las vacaciones en Uruguay, defensor central del Barcelona, volante central de la Seleccion Argentina, fue el símbolo de un país puesto a pensar con una pelota de fútbol en la cabeza.
Para darle un poco más de barniz heroico a esta historia, hay que contar que nació en San Lorenzo, provincia de Santa Fe, allí donde San Martín tuvo su bautismo de guerra y comenzó la épica que lo llevaría a la liberación de tres países de América del Sur. En sus inicios, se desempeñó en dos clubes de su ciudad, Cerámica San Lorenzo y Barrio Villa 21.
Ya desde sus 14 años resaltaba como un jugador con sobrada personalidad, pero que finalmente se imponía por su inteligencia. Debutó en la Selección mayor de la mano de Marcelo Bielsa antes que en su propio River. Del club de Nuñez pasó en una operación poco clara –con Carlitos Tevez en el mismo combo– al Corinthians de Brasil, por gestión de un inefable “empresario” iraní del que poco se sabe y sabrá. De ahí saltó al suburbano West Ham, una especie de Nueva Chicago de Londres (por trazar un paralelo, forzado pero paralelo al fin) y se quedó en la Gran Bretaña para jugar en Liverpool, el más campeón de las islas, un club con pasado glorioso y presente irregular donde fue figura, símbolo y capitán hasta que en 2010, la buenaventura golpeó a su puerto y fue transferido al Barcelona más grande de todos los tiempos. Allí ganó campeonatos locales, continentales y mundiales, allí corre, manda y juega todos los fines de semana en la actualidad. Desde allí, los hinchas de River sueñan con que pronto vuelva para ponerse la banda roja y cerrar el círculo más o menos virtuoso que siguen los cracks de su tipo. Parece que falta para eso, pero se sabe, soñar no cuesta nada.
¿Por qué Mascherano fue lo que fue en este año para los argentinos ? ¿Será porque le dijo a Romero “hoy te vestís de héroe” y motivó que el gigante misionero atajara esos penales contra Holanda en la semifinal? ¿O porque en ese mismo partido se jugó el resto de energías que le quedaban y cortó un remate de gol del escurridizo Arjen Robben, aun a riesgo de desgarrarse la parte menos elegante del cuerpo humano? ¿O porque cabía meterlo a protagonizar cualquier gesta, por insólita que sea? Acciones puntuales de juego, ubicación y obediencia táctica al margen, Mascherano emerge como el mejor recuerdo de un mundial que parecía de Messi y que, mal que les pese a los fundamentalistas del 10 catalán, fue suyo. No hizo goles, apenas pateó al arco y mucho menos se sirvió de la demagogia patriotera que tanto nos gusta consumir (Maradona, elevado a la enésima potencia en este rubro) y, sin embargo, es uno de los grandes personajes del año.
Precisamente por eso. Porque no hizo nada de lo que suele despertar la pasión de la multitudes futboleras, que es como decir la de una importante mayoría de argentinos, sin distinción de género, clase social o edad. Simplemente jugó, corrió, metió, mandó, transmitió y llevó adelante un equipo condicionado por la dependencia de un genial jugador del que poco se vio. Allí emergió la condición natural de un líder que no necesita de fanfarria propia ni de ruido mediático a su alrededor para hacerse notar. Vaya si lo consiguió.
Fuente:MiradasalSur
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