28 de septiembre de 2009

EL HOMBRE DE LAS DOS TRAGEDIAS.

Sufrió la Segunda Guerra y la represión argentina. Perdió todos sus bienes, pero a los 75 años, se juró dar batalla por recuperarlos.

Por Adolfo Ruiz
Foto:diaadia.

Rumano de nacimiento, húngaro de niñez, argentino por adopción. Vive en Europa desde 1984 pero sueña con volver a esta patria.

"Quiero recuperar esa casa"
No andaba armado, no ponía bombas, no atacaba fábricas. Pero sentía como propio el movimiento de “esos chicos idealistas que buscaban cambiar el mundo”. Se sentía montonero. Apoyaba a “la Orga” con sus convicciones, y también con su bolsillo. Y no dudó en jugarse la vida por lo que consideraba justo. Así le fue.


Ésta es la historia de Andrés Zombory, hijo de padres húngaros, rumano de nacimiento, refugiado durante la Segunda Guerra Mundial en Austria, exiliado en Argentina, y nuevamente vuelto a exiliarse en Europa, tras la dictadura de los setenta. Y aunque pasó por tantas naciones y nacionalidades, Andrés, o “el Húngaro”, como lo conocieron durante su cautiverio en la Penitenciaría de San Martín, sigue considerándose argentino, y anhela algún día volver.
Huyendo del horror.


Zombory llegó a esta tierra el 14 de abril de 1948. Lo hizo junto a sus padres, huyendo de los estragos de la Segunda Guerra Mundial. Durante los tres años anteriores, apenas habían sobrevivido en el campo de refugiados de Mürzzuschlag, cerca de Viena. “Nos fuimos de nuestra patria el 18 de agosto de 1944, cuando los rusos avanzaron y tomaron Budapest”, recuerda Andrés.


“Toda la población huyó hacia Alemania, pero ya no había ninguna vivienda en pie porque estaba bombardeada por todos lados”. Así ellos, como tantas otras familias, tuvieron que conformarse con una toldería indigna donde vivieron tres años hasta que pudieron emigrar.
Antes de llegar a Córdoba, la familia pasó por Buenos Aires y San Luis. Pero finalmente encontrarían donde afincarse al conseguir la concesión de dos cantinas en las cercanías del paredón del dique San Roque.


Las cosas marcharon bien durante tres décadas. Andrés conoció a Ana Rosa Llewelyn, se casó y formó una familia. Todos esos años trabajó como comerciante en diversos emprendimientos. En los setenta había logrado montar un importante almacén en barrio San Vicente, y también era propietario de un taxi.


Barrio alterado. Eran las 9 de la mañana del viernes 22 de abril de 1h977. Andrés regresaba hacia barrio Alto Alberdi, donde habitaba una hermosa casa que pudo comprar luego de años de trabajo. Al llegar a la esquina de Santa Rosa y Emiliano Castex, se dio con un fabuloso operativo militar y lo presintió: él era el hombre que buscaban.


Los militares no se habían equivocado. Andrés Zombory apoyaba decididamente a Montoneros. Varias veces había puesto a disposición su casa de Santa Rosa 2628 para que los oficiales de la organización se reunieran. “Yo estaba presente y escuchaba, pero no opinaba porque el concepto que tenían ellos era distinto al mío”, cuenta al recordar los varios encuentros que presenció. Y de esos cónclaves poco es lo que puede aportar sobre los protagonistas ya que nunca les conoció las identidades. “Uno de los principios de seguridad era no saber los apellidos de los compañeros”, aclara.


Seguramente el dato de la existencia del Húngaro y la localización de su vivienda se deslizaron de algún cuerpo estrujado en la sala de torturas de La Perla. Y por eso no puede culpar a nadie. Zombory fue inmediatamente reducido y apresado. Minutos más tarde, igual suerte correría su esposa, a quien fueron a buscar al almacén. Los cinco hijos quedaron desperdigados.


A las pocas horas, el hombre ya estaba padeciendo el terror en la misma sala donde alguien lo había delatado. Atado a una cama metálica, vendado, picaneado en todo su cuerpo, sus torturadores intentaban arrancarle datos que él nunca daría. “Calculo que fue un mes el que estuve en La Perla, todo el tiempo vendado y atado, por eso no puedo recordar mucho. Sólo voces”, contesta Andrés, quien hoy tiene 75 años y vive en Nagykoros, un pueblito de Hungría, a 65 kilómetros de Budapest.


El sueño de salir. Han pasado los años pero él no olvida nada. Su memoria se estremece a medida que va soltando recuerdos que nunca terminará de procesar. “Sólo voces. Si miraba una cara, era como firmar tu sentencia de muerte”, cuenta al hablar del más terrible centro de exterminio de nuestra provincia.


¿Cómo se sobrevive a dos tragedias humanitarias: la Segunda Guerra Mundial y la represión ilegal argentina?

Su voz vuelve a estremecerse pero recupera coraje para hablar: “Durante todo mi cautiverio, siempre tuve la esperanza de reunir nuevamente a mi familia. Pensaba en mi mujer, en mis hijos, y sabía que tenía que salir vivo para volver a juntarlos”.


Una ínfima parte de ese deseo se le cumplió, pero en situaciones desesperantes. Se cruzó con ella en la cárcel militar de Campo de la Rivera. “Tuvimos un contacto visual. Una madrugada –recuerda Andrés– nos subieron a un camión Unimog. Yo pensé que era el final, pero me equivoqué. Ahí me encontré con ella, nos pudimos mirar a los ojos pero no hablar. Yo me acerqué y nos tomamos de la mano. Al final nos llevaron a la Cárcel de San Martín y nos separaron otra vez”.


Exiliado en democracia. Faltarían varios años para que el Húngaro recuperara la libertad. Cuando todavía estaba en San Martín, en 1979 fue sentenciado a cadena perpetua. Asistió a todo su juicio amordazado y sin posibilidad de defensa. Luego pasaría a la Cárcel de La Plata, y finalmente a la Prisión de Rawson, donde fue liberado el 6 de diciembre de 1983, cuatro días antes de que retornara la democracia.


“Nos largaron a la calle, pero yo no sabía si era libertad o es que nos iban a hacer boleta”, cuenta. Pero al regresar a Córdoba, las cosas no estaban como él las hubiera deseado. “Me encontré con la novedad de que mi mujer estaba viviendo con otro tipo y que la familia estaba desarmada”, recuerda con dolor. Su único sueño, el que lo había mantenido con vida, se había desvanecido.
Intentó regresar a su vivienda de Alto Alberdi, pero ya no era suya. Durante el cautiverio de su mujer, sus captores la obligaron a que firmara la cesión de todos los bienes, incluyendo esa casa, el almacén de San Vicente, y el taxi.


No le quedaba nada. Ni amor, ni familia, ni bienes, ni amigos, porque la mayoría estaban fuera del país o bajo tierra. En diciembre de 1984 decidió exiliarse en Europa. Vivió durante 20 años en Alemania, donde conoció a su nueva mujer y tuvo otros hijos. Se jubiló en 2004, y como los 480 euros que cobraba mensualmente no le alcanzaban para vivir, decidió regresar a Hungría, su tierra natal.


En diciembre de 2008 llegó a sus manos un ejemplar de “La Sombra Azul”, el libro del periodista cordobés Mariano Saravia, que cuenta buena parte del terror de la dictadura. El texto le removió su historia personal. Recordó viejos compañeros de lucha y de desgracia. Y sintió que era tiempo de hacer algo.


A los 75 años de vida pero con la misma vitalidad de su juventud, se juró dar batalla para recuperar parte de su historia.


“Quiero reclamar lo mío porque uno cuando ha visto tanto terror no se puede quedar callado –reflexiona–. Yo pasé por la Segunda Guerra Mundial y por la represión en Argentina, y si sobreviví, no puedo dejar que las cosas queden así nomás”.
(Fuente:Cecilio M. Salguero).

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