8 de octubre de 2009

SANTA FE: TESTIMONIOS INÉDITOS SOBRE DOS CENTROS CLANDESTINOS DE DETENCIÓN QUE NUNCA SE INVESTIGARON.

El secreto más pesado que guardó un pueblo
Crítica de Santa Fe recorrió una casa y una vieja fábrica de Monje donde, según declaró Eduardo Costanzo, los represores asesinaron a 27 prisioneros. Relatos de una historia que los propios pobladores prefieren olvidar.
Por Luis Bastús
Mudos testigos. El sótano de la cremería abandonada, donde se dice que hubo prisioneros.

Monje tenía un secreto, más o menos conservado, más o menos conversado, más o menos escondido. En una casa junto a los fresnos de la entrada a este pueblo de 2.500 habitantes por la ruta provincial 65, funcionó en tiempos de la dictadura un centro clandestino de detención al servicio de la represión ilegal comandada por el II Cuerpo de Ejército. Cuatro kilómetros al norte, por la ruta 11, una granja avícola se erige sobre lo que fue “la cremería vieja”, fábrica láctea abandonada que los grupos de tareas habrían usado para ejecutar prisioneros. La historia de ambos lugares nunca circuló más allá de las charlas murmuradas en el pueblo muy de tanto en tanto. Hasta que esta semana, Eduardo Tucu Costanzo compareció ante el Tribunal Oral Federal nº 1 de Rosario que lo juzga por los crímenes de lesa humanidad en la causa Quinta de Funes. El ex represor reveló que el grupo dirigido por el ex teniente coronel Omar Pascual Guerrieri asesinó en Monje a 27 detenidos. Semejante revelación aún no ha merecido una investigación judicial. Y de la identidad de los posibles cautivos asesinados, sólo se tiene que uno de ellos –según Costanzo– era María Esther Ravelo, una mujer ciega que fue secuestrada junto con su marido en su vivienda de Santiago 2815, de Rosario, inmueble apropiado por Gendarmería, donde funciona la Casa de la Memoria.


ESOS FORASTEROS. Preguntar por aquella casa y por la cremería vieja provoca un rictus de sombría sorpresa en los habitantes de este pueblo agropecuario, 70 kilómetros al norte de Rosario. Pasaron más de 30 años y “aquello” quedó guardado en un lejano rincón de la memoria colectiva del pueblo. Es notable el uso de expresiones como “el tiempo de los extremistas”, “la época de los terroristas” para aludir a la represión ilegal de la dictadura. Nadie parece tener mayores precisiones. Los vecinos de la casa murieron. Una mujer que entre 1976 y 1977 era adolescente contó: “Nadie se arrimaba a esa casa. La había comprado una gente de Rosario, y se veía movimiento de noche. Dicen que había personas armadas, que traían mujeres y había timba, pero la gente del pueblo no se metía con ellos. Una vez vino no sé si Gendarmería, el Ejército o quien, hicieron una razzia y la casa quedó abandonada”. Algunos recuerdan de entonces un Fiat rojo abandonado, tapado por la maleza de la tapera.


Esa “gente de Rosario” era Ricardo Rodríguez y su pareja. Este hombre –según Costanzo, le decían Patilla y Alex Patiño- era el dueño del boliche Rilke II, en Maipú al 700, donde el 5 de diciembre de 1979 murieron 15 personas durante un incendio intencional. Por entonces, tenía unos 40 años. Se cree que hoy reside en Entre Ríos. Al parecer, Rodríguez era personal civil de Inteligencia del Ejército. Siempre según la declaración de Costanzo, el dueño de Rilke, uno de sus mozos –Ariel López, detenido esta semana en Rosario-, y el policía Francisco Scilabra participaban de los movimientos en esa pequeña vivienda semi rural, que ahora tiene por vecina la planta operativa del acueducto centro.


Juan Nóbile, del Equipo de Antropología Forense, ubica esta finca como una de las varias casas de fin de semana que la dictadura usó para cometer ejecuciones extrajudiciales de prisioneros. “Durante 1976 y 1977 los diarios mostraban supuestos enfrentamientos en los que aparecían subversivos aniquilados. Había que mostrar que se combatía la subversión y que esa guerra se estaba ganando. Pero hacia fines del `77 hubo una especie de ‘solución final’: se avecinaba el Mundial ’78 y había que mostrar que la guerra estaba ganada y el país, pacificado. A eso correspondieron lo que Costanzo declara: las ejecuciones en la quinta La Intermedia (autopista Brigadier López y el río Carcarañá) y en Monje”, explicó el antropólogo.


FIERROS, FOTOS Y PAPELES. Cuando en Monje ya no hubo qué hacer, la patota se fue y Rodríguez vendió la casa a dos hombres, García y Luna, de Rosario, pero éstos nunca la habitaron. En 1983, José y Agustín Garelli la compraron. Estos hermanos, agricultores ambos, contaron a Crítica de Santa Fe que al tomar posesión del inmueble encontraron papeles, fotografías y ropa. En un pequeño galponcito abovedado y contiguo había pedazos de diferentes automóviles.


“A los pocos días, cayó este Rodríguez reclamando los papeles, la ropa. Me trató mal, se ve que era pesado. Yo le dije que había quemado todo porque era el dueño de la casa”, recordó José, quien luego de eso tuvo que ir a la comisaría a relatar el incidente. Al regreso, efectivamente, hizo una hoguera con aquellos rezagos. ¿Qué clase de fotos y papeles? “Las fotos parecían que eran familiares, también unas chicas en malla, y de los asados que comían acá, todos tipos desconocidos. También muchas fotos de barcos. Los papeles parecían oficiales, de Buenos Aires, tenían que ver con el puerto, con los barcos. Algunos tenían membrete del Ejército. En ese momento no pensé y de bronca se los quemé”.


Los repuestos hallados en el cobertizo pasaron al depósito de fieros viejos de los Garelli, y en algún momento se los habrá llevado el chatarrero. Según cuentan, la patota usaba ese lugar para el desguace furtivo de autos, acaso robados o birlados a sus víctimas. Un viejo vecino les contó a los dueños actuales que en aquellos años allí “desarmaban autos en un día y que a la noche cargaban rápido las partes en un camión furgón y se los llevaban”. Tanto uno como otro aseguran que nunca encontraron restos humanos a pesar de haber hecho varias excavaciones y cimientos. Aunque sí se sorprendieron al encontrar cinco pozos, entre sumideros y perforaciones de agua. La casa fue reconstruida, el cobertizo mayor fue demolido y en su lugar ahora hay un tinglado de chapa bajo el cual se acopia soja y se guardan herramientas. Pero el piso de cemento sí es el de antaño. “Una vez vinieron unos chicos y filmaron todo. Había uno que decía haber estado preso acá. Se acordaba de una ventana con reja, que oía pasar sulkys y gente que venía a comprar huevos. Y que sabía que estaba en Monje porque escuchaba la propaladora de la Iglesia que anunciaba misa. También se dijo que una vez vino (el general Leopoldo) Galtieri, antes de ser presidente. Se ve que tenían poder porque la Policía hacía control caminero acá enfrente (ruta 65), pero cuando ellos no querían, la Policía levantaba el puesto y se iba”, contaron.


Este diario no pudo precisar quiénes integraron esa visita y en carácter de qué. Lo que sí responden los Garelli es que ninguna autoridad judicial, legislativa ni gubernamental se ha ocupado de la historia que atesora esa casa para profundizar el esclarecimiento de los crímenes del terrorismo de Estado.


POLLOS Y METRALLETAS. “Habían puesto un tambito y criaban pollos, para disimular. Lo atendía un muchacho del pueblo, pero no sé si vive. Otro que atendía acá era un vecino, pero ya murió. Ellos decían que nunca vieron gente encerrada”, contaron. Una vecina les narró años atrás que la mujer de Rodríguez solía mostrarse con un revólver, y que ella le decía: “No hace falta que ande con eso, doña, en Monje no le va a pasar nada malo”. También la vecina les contó a los Garelli que los visitantes desconocidos solían practicar tiro junto al galpón: “Había una planta chica que la cortaban tirándole con la metralleta”, repitió José.


Daniel Ferrari era un muchacho en aquel tiempo, y vivía en el campo de atrás con sus padres. Su escueto relato contradice los comentarios. “Nunca vi nada raro, Rodríguez era un hombre muy correcto, creo que tenía un comercio en Rosario. Acá venía con la pareja y creo que la madre también. Pasó mucho tiempo”, cerró.


Esta semana, ante el Tribunal que lo juzga junto a Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Amelong y Walter Pagano, Costanzo dijo que en Monje la patota represora mató a 27 detenidos, y que todos fueron sepultados “en la finca de (el coronel Juan) Rolón, en Santa Fe”, en alusión al ex jefe del área de Seguridad 212 del II Cuerpo de Ejército, actualmente procesado pero excarcelado por problemas de salud. En una nota concedida a Rosario 12 el año pasado, el ex servicio de Inteligencia del Ejército dijo que la vicegobernadora Griselda Tessio, cuando era fiscal federal, le pidió al juez federal Germán Sutter Schneider que lo hiciera declarar por esta historia, y que el magistrado “nunca hizo nada”.


Todos los relatos apuntan a la cremería vieja
Los hermanos Garelli sostienen que en su casa no hay cuerpos. “Pero en la cremería vieja mataron a como a cinco, y que estaban enterrados ahí”. A la hora de la siesta sagrada, Manolo es uno de los pocos que no duerme. Almuerza en el único comedor abierto del pueblo y observa lo que el televisor le cuenta desde Buenos Aires: el desalojo policial de manifestantes en la ex Terrabusi y los mensajes de TN contra la ley de medios. Interpelado sobre el viejo secreto del lugar, Manolo apunta hacia el mismo punto que todos señalan: “En la cremería vieja, en la época de los terroristas, encontraron a nueve muertos, cosidos a balazos, también tirados en el Camino Real, cerca del boliche de Pérez”, suelta, pero enseguida se pone a sugerir a quién es mejor preguntarle. Siempre es otro el que puede saber más, como dicen todos. Oficialmente, nadie confirma eso aunque se admite la existencia de “la anécdota”.


La cremería vieja está en el kilómetro 382 de la ruta 11, al otro lado de la vía del ferrocarril Belgrano, 4 mil metros al norte de Monje. Era la fábrica de quesos Trivisonno, que quebró en los ’60 y quedó abandonada. El grupo revelado por Costanzo habría ocupado la tapera, aunque no hay relatos certeros que brinden precisiones al respecto. Los Zeballos, el matrimonio de caseros del establecimiento que es hoy (la granja avícola Doña Ofelia), recuerdan haber visto de lejos “un hombre que solía estar parado en la planta alta” de la vivienda “pero creíamos que podía ser algún croto. No vimos nada más”, contaron.


Los comentarios aluden a que hubo prisioneros en el sótano –el antiguo depósito de quesos que todavía luce las viejas paredes atacadas por la humedad– y que hay personas enterradas en el predio donde antes hubo un monte de eucaliptus. A los Zeballos no les consta. Pero sí se hacen eco de la crónica oral de la zona: “A veces aparecían en el Camino Real, o en el camino entre Barrancas e Irigoyen personas esposadas y muertas a tiros. Yo vi la foto de uno en la comisaría de Irigoyen. No sé que pasó después. Convenía no preguntar”, recordó el hombre .
(Fuente:CDrosario).

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