15 de noviembre de 2009

CÓRDOBA: JUICIO D2.

La brutalidad aplicada por los represores sobre los “perejiles”, como denominan en su jerga a los militantes de base, conmueve, horroriza y acredita la sistematicidad de las acciones. El papel de la justicia, expresado en los términos del ex Juez federal Vásquez Cuestas: “los jueces de la Nación tienen la obligación de juzgar con la legislación vigente”, queda expuesto. Había una interacción fluida entre los sectores civiles y militares poderosos.
La doctrina del shock
por Katy García

La declaración testimonial de Eudoro Vázquez Cuestas, ex Juez federal de Bell Ville, revela que cumplió órdenes del poder militar y conoce la existencia de subáreas. Fue una ardua tarea lograr que el ex magistrado deje de serlo. Sobre preguntas puntuales se ampara en el paso del tiempo, la cantidad de trabajo y remite a las partes, sistemáticamente, a consultar el “expediente”.

Los testigos y sobrevivientes Stella Maris Morales y Olegario Martínez, horas después, desmienten algunas de sus afirmaciones. En el “expediente” no se encuentran las denuncias sobre torturas, maltrato y apremios, ni figura que una indagatoria la hizo con militares armados presentes. Martínez revela que el empresario Lockman le confía que “querían quitarle los campos”. Un miembro de la iglesia, les pedía a los presos datos en vez de consuelo.

Jaime Díaz Gavier,(foto) presidente del Tribunal, comienza la sesión como es de rigor advirtiéndole al testigo los riesgos que corre si no dice u oculta la verdad. Acto seguido le pide que mire a los acusados: Gómez y Menéndez. El “Gato” Gómez se acomoda en la butaca para que el testigo lo vea bien. Mímica que reitera con los demás.

María Elba Martínez,(foto) abogada querellante, le pregunta si recuerda a (Raúl Ernesto) Morales y a (Hugo) Hubert. El ex magistrado que estuvo a cargo del Juzgado federal de Bell Ville entre 1975 y 1985, suspira y dice: “fueron muchas las causas que tuve que sentenciar, han pasado más de 30 años”. La causa que se investiga estuvo en su poder. Ante la mayoría de las preguntas de la querella y de la fiscalía, se limita a contestar que “Si digo sí o no, no sería veraz”, y los remite al expediente. La querella indaga sobre la existencia de conexiones, doble jurisdicción y subordinación de la justicia a los mandos militares.


El testigo explica que el Poder Ejecutivo tenía la potestad de poner a la gente a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. “En mi caso, ante los delitos subversivos se tomaban los recaudos con defensor y escribiente”. Estaban obligados a viajar a los lugares adonde se encontraban los presos y tomarles declaración. Afirma que lo hacían con conocimiento de la Cámara que le indica “vaya e indáguelos” y le proveía de los viáticos. Lo acompañaban el fiscal Arsenio Noguera, el defensor oficial Carlos Riuz, el secretario Miguel Rizzotti y la escribiente Mercedes Pérez.


Está en el expediente
Pudo advertirse que el ex Juez estaba a la defensiva. Su experiencia, sin duda, le imprimió al testimonio una dosis de énfasis que alterna con modales diplomáticos. Se empeña en mostrar que actuaba de “acuerdo a las normas vigentes”.

“No recibía órdenes”, aclara y agrega “me pregunto qué hubiera hecho usted, dirigiéndose a Martínez. Asegura que “nunca hubo militares” mientras realizaba las indagatorias. Para reforzar esta afirmación comenta que en la UP1, un oficial quiso estar presente y no lo permitió. La documental da cuenta que el comandante de la IV Brigada Aerotransportada, Juan Bautista Sasiaíñ, le ordena indagar en la UP1 a Morales, Saravia, Eduardo Lavalle, Oscar Hugo Hubert, Stella Maris Morales y Olegario Fernando Martínez.

Niega que alguien le haya expuesto denuncias sobre torturas o apremios ilegales. Y sobre el origen de las detenciones, los manda al famoso expediente. “A lo documentado no se puede agregar nada porque sería una falacia. Todo lo documenté en presencia del fiscal y del defensor”, se escuda.

Falta de mérito, sobreseimiento y prisión
Este juez, sentenció falta de mérito en el caso Morales y sobreseimiento, pero no quedaron en libertad, siguieron a disposición del PEN.

-¿Por qué no recuperaron la libertad? pregunta la abogada.

- ¿Con qué fuerza, con qué potestad, exijo que queden en libertad? interpela y se excusa de opinar qué hubiera pasado si lo hacía.

- Por encima de ellos no había nada, alega y destaca su condición de testigo.


A instancias del Fiscal cuenta que fue nombrado Juez durante el gobierno de facto. En relación a la defensa de los presos, asegura que actuaba el defensor oficial. No había abogados particulares, salvo uno –se acuerda- que era de Villa María y tenía siete hijos. Martínez pregunta la identidad del letrado y le comenta que unos 14 abogados están desaparecidos. Vázquez le responde “ah, no, éste murió tranquilo”.

Prosigue Gonella y le inquiere si en la UP1 alguien denunció haber declarado bajo apremios. No recuerda. Reconoce que el Área 311 corresponde al Tercer Cuerpo pero aclara que “no es algo de mi incumbencia, es la primera vez que me entero que haya habido subáreas”, y justifica su ignorancia en la cantidad de expedientes a su cargo.

En un momento dado ante la insistencia de Orosz sobre cómo sabía que un preso quedaba a disposición del PEN contesta que “no era mago ni policía”. Toma conocimiento cuando se le informa. Sin embargo, termina aceptando que si no está a disposición del PEN, está secuestrado.


Ofrece información amplia sobre el copamiento al cuartel de Villa María, causa que instruye y dicta sentencia. Habla de Carlos Raimundo Moore y de Fermín Rivera. Los ubica en igualdad de condiciones.

Orosz pregunta si recibió declaraciones de Rivera acerca de fusilamientos producidos en la UP1. No lo recuerda. Pero afirma que Rivera se pasó de bando, se quebró. Pero queda que los dichos sobre el lugar de enterramientos de cadáveres es verídico.

La defensa de Menéndez le pide que se explaye sobre el copamiento. Lo hace con lujo de detalles, hasta que el Fiscal advierte sobre la pertinencia del tema.

Otro hecho sorprendente, motivo de comentario fue la presencia del comisario Romano, en Bell Ville. Autorizado por el Juez Humberto Vázquez, detuvo a unas 14 personas. El ex magistrado asegura que le habló a Vázquez y que éste se disculpó por la “improlijidad”. “No me tembló la mano”, se ufana. Y atestigua haberle dicho a Romano: “no quiero que vuelvan ni con un resfrío”. Fueron liberados, dijo.



Sabía lo que tenía que hacer
Elsa Noemí Morales, hermana del sobreviviente, dona uno de sus riñones para que pueda vivir. Brinda información sobre el mal estado de salud de su hermano. “Cuando queda en libertad estaba enfermo, con las costillas rotas y presión alta y que fue el doctor Galimberti quien le realiza estudios y concluye que ambos riñones no le funcionaban. Le hicieron diálisis por un tiempo. Estudian la compatibilidad familiar y ella es quien lo era en un 99,99 por ciento. No duda en ser la donante. Así, el equipo del doctor Flores realiza la operación de trasplante en el Hospital Córdoba. “Sabía que lo tenía que hacer, dar la vida por mi hermano y lo hice”. La defensa le pregunta si sabía qué hacía su hermano. “Militaba en la Juventud Peronista”, responde.
Raúl Ernesto Morales.

Viaje al infierno
Tras un cuarto intermedio, se reanuda la audiencia en horas de la tarde. Declara como testigo Stella Maris Morales de Martínez, hermana de la víctima y también sobreviviente. Junto a su esposo Olegario Martínez, fueron detenidos en Santa Rosa de Calamuchita, la mañana del 22 de marzo de 1976. Su esposo era policía y se desempeñaba en los Hoteles de Embalse. El viaje fue sin violencia. Al llegar al D2, “la bienvenida fue tirarme contra la pared. Vendada, desnuda, me pasearon diciendo: esta es la mujer de un colega”. Una persona la tira de los pelos desde atrás y le dice
-¿Servís para algo? ¿Tenés ovarios?

-pasala, pasala, le voy a hacer un gatito - dice otro

La interrogan, le arrojan agua, la asfixian con un trapo mientras otro le pega en los oídos. Se entera que su hermano también estaba allí. Cuando despierta, vestida, le traen a un niño de dos o tres años que le pasaba las manos por brazos y piernas. Le decían “tenemos a tu hijo”. Insultos, golpes, y maltratos eran constantes. En un momento dado, observa que una mujer con un niño circulaban libremente. La descubren y la vendan con un trapo con gasoil.


En una de las inevitables idas al baño escucha que en una habitación cercana interrogaban a alguien. Cuando sale, se dan cuenta de su presencia y le dicen al Guardia “qué haces con esta cu… aquí, llévatela, el Gato le está dando máquina a uno”, cuenta que escuchó. “Le preguntaban el nombre de guerra a un hombre que respondió soy Manuel Canizzo, no tengo nombre de guerra. Trabajo en una curtiembre”.

Nunca los vio a su hermano y a su esposo. Solo escuchaba sus gritos de dolor.
Stella militaba en la JP. “Pintábamos escuelas, organizábamos ligas de fútbol, limpiábamos el río, como cualquier organización social”, explica. El 29 la trasladan a la penitenciaría.


Ojo con lo que decís
En junio llegó Vázquez Cuestas y la notifica que está acusada de asociación ilícita. La llevan a declarar. La acompaña un militar que le señala “ojo con lo que decís”. Se ubicó detrás del juez y frente a ella. Estaba armado. Así declaró ante el Juez que, precisamente, horas antes se ufanara de que jamás declaró con militares.


En agosto del mismo año -1976-, le comunican que fue sobreseída pero que está a disposición del PEN. La trasladan a la cárcel de Devoto y recupera su libertad en noviembre de 1978. Un año antes había solicitado salir del país y no fue autorizada. Presentó habeas corpus, incluso escribió al área 141 y al propio juez Vázquez Cuestas solicitándole que haga algo. El 17 de noviembre de 1978, queda libre, mientras que su hermano el 25. Un dato importante surge de la declaración de la testigo y es la relación que había entre las cárceles y el Tercer Cuerpo.

Stella Maris, tranquila y con firmeza, relata el infierno vivido. Cuando le toca hablar de los padecimientos de su hermano, rompe en llanto. Le diagnostican Insuficiencia Renal Crónica. “Nunca se recuperó. En 33 años se la pasa en el médico. El doctor Flores nos anticipó que le garantizaba 9 años de vida más o menos buena. Así fue. Ahora tiene cáncer de piel”, expresa conmovida.

De las preguntas del Fiscal surge claramente que la detención fue realizada sin orden, por personal vestido de civil. La hicieron firmar una declaración cuyo contenido desconocía.

En una ocasión la llevaron a una oficina, frente a un reflector una persona le dijo: “si de cada diez perejiles, podían pescar uno, se justificaba”. Eran “gente salvaje, con olor a alcohol, incultos, que disfrutaban de lo que hacían”, caracteriza la testigo. Incluso, les robaban bienes a los presos. “Gato”, “Jefe”-voz chillona, aflautada - y “Tucán” eran los sobrenombres más escuchados de los verdugos.

¿Volvió a participar como militante?, pregunta Fresneda.

Si, hasta hoy, dice.

Orosz inquiere cómo supo que fue sobreseída. Estaba a disposición del Área 311 pero no por escrito. Esto quedo claro cuando trasladaron a una de las presas, Alicia Bulón, junto a varios varones en calidad de rehenes para resguardar la seguridad de (Jorge Rafael) Videla, en Tucumán.


El defensor público Arrieta le consulta si en la UP1 recibieron atención médica. “Ingresamos sin saber hasta una oficina, pero no sabemos si algún médico nos habrá visto”. Recuerda haber escuchado que uno de los médicos era un tal Monbrún.

También que recibían picana manual aplicada por gente se la IV Brigada y la requisa.

Arrieta le pregunta si el “Gato” es la persona que ve allí. Le dice que “no podría afirmarlo” porque han pasado muchos años.


Disfrutaban lo que hacían
“Ahí empieza el tormento para nuestra vida y matrimonio”, reflexiona Olegario Martínez sobre el día en que son detenidos junto a su esposa. Al llegar al D2 lo vendan y golpea una patota de 4 o 6 personas. ¿Dónde están las armas y quienes son de la célula? Preguntan y siguen pegando. ¿Hay muchos montoneros? Lo trasladan a un lugar con dos escaleras y le aplican “mojarrita y submarino”.

Entre los torturadores se decían “pará Gato”, “Tuerto” o Tucán”. Un golpe de electricidad le recorre el cuerpo, le impide movilizarse y afecta sus piernas.

En la UP1, otros presos lo acompañan al baño. Nunca recibió atención médica, se curaba con “español” que su compañero de celda, Hugo Hubert, había conseguido en la enfermería. Vendado, firma una declaración. Una vez lo vio a Carlos Moore, colaborador de los represores, quien le aconseja “cuidate con el Gato, cantá todo”. Permanecía frente a él con una mujer y un niño.

Una escena escalofriante pudo ver cuando lo llevan al baño y le dicen:”vas a ver lo que le puede pasar a tu señora”. Pese a que le indican “no te saqués la venda que te hacemos boleta”, se la levanta y ve a una mujer penetrada por un palo de escoba o una cachiporra. Solloza, mientras la sala conmovida escucha este relato atroz.


Le hacen tres simulacros de fusilamiento y cuando regresa del baño le pintan una cruz esvástica en la remera. Al su lado, sentada, una mujer a quien no conoce y jamás supo de ella le hace saber que se llama Nora Carrara.


Del D2 a la UP1
A fin de mes, lo sacan del D2. Junto a Hubert, lo ponen manos arriba en el pasaje Santa Catalina. Había un cordón de soldados que llegaba hasta la alcaidía. Ya en el patrullero-llamado celular- Hugo pudo ver por la mirilla a su Padre que pasaba por el lugar. En la penitenciaría manifiesta que tenía los testículos color coca–cola pero nadie hace nada. Lo trasladan a pabellón 6 que comparte con Audisio, Hubert y Orduna. Recuerda que un tal “Cabo Pérez” les decía ¡qué me mira, baje la cabeza! Y le pegaba con un casco.

Meses después, Vázquez Cuestas le toma declaración. Denuncia las lesiones, la tortura y la firma. No figura en el expediente. En su sólida declaración señala además dos situaciones. Por un lado, la presencia de “alguien de la Iglesia” que no brinda asistencia espiritual sino que intenta obtener información. Por otra parte, pudo conversar con el empresario Lockman –preso-, quien le manifiesta que “le querían quitar los campos”. También estaba un tal Greco, agrega.

Pero el trago más amargo lo vive cuando su compañero Hubert le comenta: “me van a matar”. Le confiesa que tenía una hija y le encomienda una misión. Debía transmitirles a su padre que “lo perdone”, y a la madre de su hija que quiso hacerse cargo. “Dejó un diente de oro, en la farola”, revela Martínez. Este fue otro momento angustiante para el testigo. Llora. Toma agua y sigue.


Gendarmería a puro golpe lo traslada al pabellón 9. Supo después que se lo llevaron a Neme y a Florencio Díaz. Pensaban con Hubert que los conducían al médico. Al otro día, un guardia cárcel les arroja un diario donde pudieron leer que “murieron en un enfrentamiento, también Marta de Baronetto”, apunta.

A su cuñado Morales lo vio una vez. Iba con la pierna a la rastra. “Me hicieron b…con un torniquete”, le dijo. Y cuando sale del baño le dice “orino sangre”.


El Juez Vázquez Cuestas le dictó prisión preventiva por asociación ilícita y lo condenó a 4 años. El abogado Riuz le aconseja firmar porque ya había cumplido la pena.

Casi al final de la audiencia novena, el abogado Vaca Narvaja pregunta:

¿Percibió qué sensación les producía a estos hombres?

Era un jolgorio, disfrutaban de lo que hacían, dijo convencido







“Borrate, porque si no te matamos”
El ex gremialista Carlos Jacinto Moyano dijo que el D2 lo secuestró y torturó por ser “progresista”.

Federico Noguera
De nuestra Redacción
El ex gremialista Carlos Jacinto Moyano afirmó hoy que las personas de "posición progresista" eran desaparecidas o detenidas como él, que luego de ser torturado por el Departamento de Informaciones (D2) de la Policía tuvo que huir para no ser asesinado.


En uno de los testimonios más claros y contundentes por los hechos descriptos que ayudan a esclarecer el accionar del D2, Moyano contó que la noche del 19 de enero 1977 se encontraba en su casa de barrio Alto Alberdi junto a su amigo Manuel Reynoso y sus vecinos Rubén Gili y Carlos Antón.


De pronto, un hombre encapuchado se descolgó del techo y otros dos irrumpieron en la vivienda, tras lo cual fueron golpeados, especialmente Moyano. y cargados en un Falcon y una Renoleta.


Moyano que trabajaba en el Correo y era secretario de actas y vocal de la Asociación Argentina de Telegrafistas y Radiotelegrafistas y Afines (Aatra) junto a Reynoso había sido cesanteado de la empresa un año antes de su secuestro. Jamás imaginó lo que le sucedería después.


Una vez vendado en la sede del Pasaje Santa Catalina del D2, lo acusaron de pertenecer al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), cosa que negó pese a los interrogatorios sobre el "jefe de la ‘orga’ (por organización)".


Cautivo, lo ataron a una silla y lo picanearon: "Me pusieron electricidad y después un trapo en la cara y me hundieron en el agua. Eran terrorífico".


Además de un tal "Abuelo", rememoró cuando el policía de apellido Romano (sería Américo Pedro Romano, torturador de Ricardo Albareda) le puso una pierna en el pecho y le dijo: "Yo como que soy Romano te voy a hacer hablar".


Bajo tortura, Moyano debió acusar a Manuel Nieva, uno de los detenidos, como vendedor de libros de un partido político, lo mismo que a lo que fue obligado el apresado Ramón Hugo Guevara al decir que Moyano era del ERP.


"Con torturas ellos querían hacerle decir lo que querían", indicó Moyano, quien también estuvo detenido junto a Isolina Tránsito Guevara, hermana de Ramón.


Tras 10 días de terror, el D2 decidió soltarlo y uno de los guardias le advirtió: "Borrate que te van a matar". Se mudó a Buenos Aires y en 1979 retornó a Córdoba.


Sin embargo, en cierta ocasión, Moyano caminaba por avenida Vélez Sársfield cuando dos hombres se le acercaron y uno le disparó a centímetros del oído. "Bolche hijo de puta", le gritó uno.


Tras el hecho, ingresó clandestinamente a Paraguay, donde tuvo un hijo y permaneció hasta 1983 cuando Somoza fue asesinado en ese país y el dictador Stromer ordenó la persecución de argentinos residentes. De vuelta en Argentina, Moyano, que era afiliado a la Juventud Peronista "de la línea de Agustín Tosco", comenzó a trabajar como electricista.


Cuando el querellante Martín Fresneda le preguntó por qué creía que fue detenido, respondió: "Detenían a los que tenían posición progresista, de cambio, que pensaban en el bienestar. Les incomodaban esas personas: eran detenidas, desaparecidas".







Sobreviviente comprometió a uno de los imputados
El ex empleado de una empresa de seguridad Ramón Hugo Guevara fue torturado por el D2. Dijo que el ex cabo “Gato” Gómez encabezaba las sesiones de tormentos.
Federico Noguera
El ex empleado de una empresa de seguridad Ramón Hugo Guevara aseguró hoy en el segundo juicio por la represión que reconoció Miguel Ángel "Gato" Gómez, cabo del Departamento de Informaciones (D2) de la Policía como uno de los cabecillas que lideraban las torturas.


Guevara narró que tres policías se presentaron en la Compañía de Vigilancia Integral ubicada en la avenida General Paz a mediados de enero de 1977. "Tuve que descargar mi arma porque trabajábamos con armas". Luego fue llevado al D2 de Pasaje Santa Catalina.


Apenas fue ingresado, vendado y atado, personal del D2 lo interrogó si tenía armas en su casa, que fue allanada, y luego lo golpearon brutalmente hasta que se desmayó.


"(Después) me hicieron el ‘submarino’, uno me tomaba el pulso y decía ‘basta’", narró y añadió: "Me pusieron en un elástico, pero tuve suerte porque no les andaba la picana".


Durante su detención escuchó el nombre de un policía alías "Pepona" y logró ver al ex cabo Miguel Ángel Gómez cuando se le corrió la venda: "Lo veo al ‘Gato’. Era 30 años más joven de lo que es ahora. Él daba las órdenes. Fue la única vez que lo vi".


En el centro de detención estuvo entre 10 y 12 junto a Manuel Nieva, Delia Lidia Torres de Nieva, luego pasó un día por la Policía Federal hasta su alojamiento en la UP1 (actual penal de San Martín).


Después de muchos meses, el Tercer Cuerpo, en cuya sede reconoció a Luciano Benjamín Menéndez, le realizó un Consejo de Guerra bajo la imputación de actividad subversiva. Sin embargo, el cuerpo se declaró incompetente y pasó la causa al Juzgado Federal Nº2, a cargo del juez Puga, quien dispuso su libertad a fines 1979.


Narró también que era afiliado a uno de los gremios del Correo, la Asociación Argentina de Telegrafistas y Radiotelegrafistas y afines (Aatra), pero que durante su detención no le mencionaron el sindicato como motivo de su secuestro.





Testigo: Luis Alberto Urquiza (ex policía).
Fue policía desde noviembre de 1974, empezó en la división transito y caminera, de ahí a varias localidades del interior hasta llegar el 21 de setiembre de 1976 cuando lo trasladaron al D2 y fue detenido el 13 de noviembre del mismo año. Estuvo detenido en campo de la Ribera hasta que fue liberado a fines de setiembre de 1978.

“A partir del golpe del 76 se hizo cargo del D2 un suboficial del ejército, con el cual tuve diferencias porque yo estaba en contra de las medidas represivas que se aplicaban”.

“En casi todas las guardias entraban a dialogar con mi superior personal militar, que eran asesores del jefe de policía”.
“Junto a cuatro compañeros fuimos catalogados de infiltrados en la policía porque éramos estudiantes, después cuando estuve en tránsito y caminera pusieron una bomba en esa dependencia y también nos señalaron”.

“Yo no quería trabajar en la D2. Había tres guardias, a mí me toco la de Salgado. El jefe era Pedro Telleldín, que se hacía llamar el número uno. Entraba a las 7 AM y estaba hasta las 14:00 cuando me iba a la facultad para regresar a la D2 a la tarde. Estaba prohibido hablar con los detenidos, de eso se ocupaba la brigada de investigaciones, o en su defecto el superior de turno de la guardia…los detenidos estaban vendados y esposados, había unos bancos de cemento, donde se ponía a los detenidos y le llamaban bondi o tranvía. Había detenidos en la pieza del fondo, que no constaban en los libros de guardia, dormían ahí, a veces cuando regresaba quedaban la mitad o había el doble, pero además había detenidos que no estaban legalizados”.

“ La brigada de operaciones, la llamada patota, era la que se encargaba de secuestrar a la gente y llevarla a diferentes lugares. Esta brigada se manejaba por fuera de las normas, sin uniforme, de pelo largo, con automóviles sin identificar. Esta brigada tenía diferentes secciones, donde tenían gente infiltrada en diferentes lugares como gremios y universidades. Había otras secciones como, armas (con algunas identificadas y otras no, producto de secuestros), legales y archivo, también estaba la COT (centro operaciones tácticas), donde se hacía una evaluación de la lucha antisubversiva, donde en las paredes había nombres de personas, de partidos políticos, cuadros de las organizaciones subversivas. Las organizaciones subversivas eran Montoneros, ERP, PRT, Partido obrero, etc.”
“Los que integraban el grupo de calle eran Carlos Yanicelli, yamil Jabour, Lucero, el sargento Gómez, eran entre 20 y 25. Gómez era lapersona que se encargaba de las declaraciones, fue el que me torturó el día que me detuvieron, me dijo que con él todos se quebraban y que muy pocos se les escapaban en sus interrogatorios… una vez a una chica le dijo: “sabes quién soy yo? Soy el gato Gómez y no te me vas a escapar le dijo a la chica…”

“Yo sufrí diferentes torturas, estaban Tissera, Salgado, el gato Gómez, me pegaron, me ponían en baldes de agua, me sentaron en los bancos de cemento y me asfixiaban con una bolsa…Gómez me dijo que él me iba a hacer quebrar….me hicieron un simulacro de fusilamiento, me llevaron a un campo y me dijeron que me iban a boletear, yo estaba vendado y escuchaba que cargaban armas, a l final y luego de un rato me dijeron que me iban a llevar a la escuelita y que ahí iba a cantar. También nos torturaron la noche del día del policía, ahí nos torturaron a todos, cuando pedí permiso para ir al baño, un oficial disparo tres veces y una de esa balas me hirió en la rodilla, donde me ponía los dedos y me decía que no había pasado nada, me ponía una lapicera en la herida, recién me atendieron a la media hora y hasta hoy tengo secuelas. El último día que estuve allí me pegaban todos, cualquiera que pasara te pegaba y te acusaba de traidor”.

“El día de mi detención me vinieron a buscar con la escusa de que Telledín quería hablar conmigo, cuando llegamos a la D2 me esposaron y me llevaron a un cuarto donde estaba siendo torturado un compañero mío de la escuela de policía y que decía que yo era su jefe. Nos acusaron de ser infiltrados, de haber provocado atentados, robo de armas y de haber entregado seccionales. La detuvieron a mi mujer y otras 16 personas, a mi esposa, embarazada de seis meses, le pegaban enfrente de mí y a mí frente a ella”.
“Al gato Gómez (uno de los imputados) se lo veía a toda hora, pero se lo veía más de noche cuando se hacían los interrogatorios o se detenían a las personas”.
“En la D2 se comentaba que Gómez fue el responsable de la desaparición de un cocinero de apellido Filinchuk , todo el mundo decía que Gómez era el encargado de la guardia y que decidía sobre la vida de las personas”.
“Había comunicación de casi todas las guardias con la gente de inteligencia del batallón 311, cuando los militares salían a hacer operaciones pedían tener zonas liberadas, lo mismo solicitaban los de la patota del D2”.
“Una vez, en un operativo, seis o siete autos, en el sur de Córdoba, trajeron como 20 detenidos y no los pasaron por la guardia, algunas después las legalizaron, en ese operativo mataron a una mujer embarazada que les tiró una granada y no explotó”.
“En el D2 nunca vi entrar un médico para atender a los detenidos”.
“En la cárcel estábamos incomunicados por orden de Menéndez”.
“En el 97 todavía había cien policías que habían pertenecido a la D2 y que estaban en actividad, según decían los medios de la época, por eso se abrió un sumario en la época, por lo que declaré y sufrí numerosas amenazas, durante meses, en tanto el gobierno no quería dar de baja a los policías, salvo a Yanicelli. La mayoría de los que estaban en la patota seguían perteneciendo a la fuerza”.
“El D2 era nefasto y tétrico”.
“la D2 trabajaba en sintonía con el área 311”
“A los traidores los mataban, por ejemplo una vez, cuando estaba en la caminera, la persona que estaba a cargo nos dijo que ellos sabían que había gente infiltrada, les recuerdo que los traidores mueren por la espalda”.
“Había una lista de cinco policías que fueron catalogados de subversivos que fueron desaparecidos”.
“Charly Moore era un detenido que estaba en la D2 y que participaba a veces de los operativos “









La jornada del jueves tuvo como protagonistas a tres de las víctimas del “Caso Moyano”.


Los testimonios de Isolina Tránsito Guevara, su hermano Hugo Guevara y Carlos Jacinto Moyano dieron cuenta, una vez más de las siniestras páginas escritas en D2 durante la última dictadura militar. Las declaraciones de los hermanos Guevara comprometen cada vez más a Miguel Ángel “Gato” Gómez. Los testimonios lanzan nuevos datos sobre la condescendencia de las instituciones durante la Argentina Militar. El papel de la SIDE y la Policía Federal aparece por primera vez en la sala de audiencias. Al comenzar la jornada, “El Gato” volvió a practicar su cinismo al ponerse de pie abruptamente delante de la testigo Isolina Tránsito Guevara. Díaz Gavier lo ubicó y el cada vez más comprometido torturador tuvo que pedir disculpas.

Un Gato cada vez más cerca del encierro
por César Martín Pucheta
“El Gato, este señor que está acá”


Miguel Angel Gómes-Alias:Gato, Cacho.



La audiencia arranca con un nuevo gesto de Gómez que descoloca a los presentes y que hace dubitar en el análisis con respecto a su particular participación en el proceso. O “El Gato” busca correr la atención en torno a los hechos por los que se lo imputa o cada uno de sus gestos está súbitamente meditado para incomodar e intimidar a los testigos y descolocar a los jueces. Al momento en que la máxima autoridad del Tribunal solicita a la testigo Isolina Tránsito Guevara que gire su cabeza para reconocer a quienes se encontraban en el banquillo de los acusados, el imputado Gómez se para a pocos centímetros de su ubicación en el estrado, casi en pocisión de formación policial. Sin dubitar un momento, el presidente del Tribunal, Jaime Díaz Gavier, reprende al imputado y lo manda a su lugar.

Una vez normalizada la situación, la primer testigo de la undécima jornada de audiencias comienza el recorrido por aquellos “días difíciles” que para ella empiezan con el año 1977. “El 19 de enero de 1977, yo estaba trabajando en la clínica del niño, ubicada en el Bv. Chacabuco, cuando vienen a buscarme 2 policías y me dicen que van a detenerme para hacerme unas preguntas”, en ese momento, comenzaba el tormento de Isolina Tránsito. “Me meten adentro de un Ford Falcon, dos personas adelante y dos personas atrás, me tiran al piso, me ponen la pierna en el cuello y bajamos en la D2. Apenas llego me vendan y me llevan a un lugar con bancos de ambos lados y me dejan ahí tirada con las manos sujetadas en la espalda”.

Isolina avanza en el relato con una entereza sorprendente “había otra gente allí, yo escuchaba voces. Los policías pasaban y nos pegaban. A la hora mas o menos me sacan y me llevan a un lugar donde había un tacho de agua. Me introducen y me sacan mientras me hacen preguntas con respecto a si conocía a unas personas mientras me pegaban. Así hasta que en un momento me desvanecí y me sentaron. Cuando volví a reaccionar, de nuevo, el tacho, los golpes y las preguntas”.

Las torturas, que como en todos los casos, iban de lo físico a lo psicológico se extendían por todos los planos de aquellos días de Isolina en la D2. “En una de las veces que yo pedí que me llevaran al baño, un policía me dijo que pasara rápido porque me iba a violar, yo le dije que no lo hiciera porque estaba con pérdidas y podía morir desangrada. Creo que se asustó porque no lo hizo”.

Pese a lo terrible del relato, la testigo parece estar cubierta de una fortaleza que llama la atención de los presentes. En medio del relato, un nuevo dato aparece encerrando a Miguel Ángel Gómez en sus propias prácticas impunes. “Un día me llevan a una oficina, siento que alguien me desata la venda y me pide que lo mire. Yo no quería hacerlo porque ya nos habían dicho que si intentábamos mirar nos iban a matar.

“Mirame, soy el gato, quiero que veas quien es tu torturador” recuerda Isolina aquellas palabras

“¿Quién era?” pregunta Díaz Gavier

“El Gato, este señor que está acá” contesta la testigo mientras señala a la ubicación solitaria de Miguel Ángel Gómez en uno de extremos del banquillo de los acusados

“Inmediatamente empezó a hacer preguntas y a golpearme. Cuando terminó, me puso nuevamente la venda y me llevó a ese lugar donde estaba antes. Ahí pude reconocer la voz de mi hermano. La voz y los gritos de mi hermano. Esa fue una de las peores torturas para mí: escuchar cómo torturaban mi hermano”.

El relato de Isolina Tránsito Guevara recorre los doce días que duró su tormento en el Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba. Además de Gómez, la testigo recuerda haber escuchado nombrar a otro policía a quién llamaban “El Pampeano” de quién aclara “era más pacífico que el resto de los policías”.

El momento en que trasladan a Isolina hacía a Penitenciaría de San Martín fue igual que el del resto de los secuestrados en aquellas épocas, “vendada, me subieron a un camión y me llevaron, según me dijeron, a un pabellón de máxima seguridad donde había presos políticos”.

El testimonio continúa su recorrido con un efectivo manejo de la memoria. “Un día, me levantan temprano, me vendan y me llevan al Tercer Cuerpo del Ejército ante un tribunal de guerra. Paso a una supuesta sala de audiencias, ahí estaban los que me iban a juzgar y un supuesto abogado defensor que era un militar, que eran los que me tenían secuestrada. Me acusaban de tener una revista del Che Guevara. Sí, yo tenía una revista del Che Guevara que habían encontrado en mi casa en un allanamiento. Pero ahí me entraron a preguntar si era comunista, si tenía filiación, que por qué no confesaba. Querían que dijera que pertenecía a algún partido político. El tribunal se declara incompetente y me llevan a la comisaría donde me dicen que paso a depender de la justicia civil”.

Isolina estuvo presa dos años y once meses. “Cuando salí, trabajé un mes en la Casa Cuna hasta que me dan de baja por los antecedentes que tenía. Por haber estado presa a dispocisión del Tercer Cuerpo. Esa información la envía la SIDE por medio de una notificación”. “Después de eso, estuve seis meses enviando notas al director de la SIDE para que me reciban. Me habían dejado sin trabajo por una notificación que ellos habían elaborado. Un día me recibieron:

A ver… ¿Por qué tanta insistencia?

Ya me han robado dos años y once meses de mi vida y ahora que tengo una familia necesito trabajar y me dejaron cesante por una notificación que ustedes han enviado. Estuve presa pero la justicia me dejó en libertad. Quiero que se solucione el problema.

Muy bien (“en ese momento, el director de la SIDE Córdoba habla por teléfono con el Ministro de salud y me reintegran a mi trabajo”)

Al momento en que la testigo comienza a responde preguntas, los datos que van surgiendo dan cuenta de todas “las mañas” que los policías a cargo de los operativos tenían a la hora de llevar a cabo sus actividades. “Cuando allanaron mi casa se llevaron anillos de oro y electrodomésticos. A mi padre lo golpearon y lo llevaron dos días a la D2 donde también lo torturaron”. Una última situación que describe la testigo deja abierta suspicacias con respecto a una de las prácticas más nefastas de las patotas que operaban en la última dictadura, la apropiación de bebés. “Mi cuñada estaba detenida ahí, y cuando mi madre iba a preguntar por ella los policías le pedían el bebe que tenía unos pocos meses porque, decían, la madre debía amamantarlo. Mi madre se negaba rotundamente. Después de unos días, la policía volvió a ir a la casa de mi madre a pedirle el bebé, mi madre les dijo que no siempre”.

Ante la pregunta realizada por el Dr. Claudio Orosz con respecto a la vida inmediata luego de su liberación, Isolina reconoce haber tenido que ir dando vueltas hasta recobrar su libertad definitiva. “Tuve que ir al Tercer Cuerpo a buscar el documento y después tuve que ir a las oficinas del Dr. Rueda que era quién finalmente firmaba mi liberación.”

Tras el testimonio de Isolina Tránsito Guevara, el TOF1 decide solicitar aquellos documentos de la SIDE a los que la testigo hace referencia como prueba documental y dar lugar al pedido de la defensa pública de Gómez quién solicitó se cite a compadecer ante a un “experto en legajos” para analizar el de su defendido (luego de pedir disculpas por el exabrupto con que había abierto la jornada. “Quería que me viera de frente, como yo hago las cosas”, “El Gato” dijo que, según consta en su legajo, el estuvo de licencia por quince días a partir del 14 de enero de 1977). El Tribunal accede y decide convocar al jefe o el encargado de la sección legajos de la Policía de Córdoba.


“El Sargento Gato daba las órdenes”
La entrada de Ramón Hugo Guevara al recinto está signada por un permanente cruce de miradas con quién él reconociera como uno de los torturadores de la D2. El secretario del tribunal efectúa la lectura mientras el testigo no puede evitar cruzar miradas fijas con Miguel Ángel Gómez. Ramón Guevara reconoce con claridad a los dos acusados que están ubicados en los dos márgenes del banquillo. “El Sargento Gato y El Chacal” dice, ante la evidente ofuscación de Menéndez y el llamado de atención de Díaz Gavier. “Me tuvieron detenido, uno en la D2 y otro en el Tercer Cuerpo”.

Guevara comienza su relato. “No me acuerdo la fecha exacta en que me detuvieron pero fue en enero del 77, entre el 15 y el 20 más o menos. Me detuvieron en la compañía de seguridad en que yo trabajaba, C.V.I. Eran cuatro personas de civil que se identificaron como policías y me llevaron a la D2 (…) Inmediatamente me vendaron y empezaron los golpes y las torturas. Golpes de puño y patadas. Luego me pusieron en un elástico y supuestamente tuve suerte porque no andaba la picana por lo que me metieron en un tacho con agua mientras uno me tomaba el pulso para saber hasta cuándo daba. Así fue todo el tiempo”.

Entre diez y doce días duró el calvario de Ramón Hugo Guevara. Y cuando su relato llega al momento de su partida de la D2, un nuevo elemento aparece en la causa. “Me sacan de la D2 y me llevan a la Policía Federal. Esa que está ubicada en un triángulo al costado del Palacio Ferreira. Me tienen un día ahí y me llevan a la UP1”.

El discurso no sigue una línea temporal. Por esto, Guevara vuelve a su paso por la D2. “Yo recuerdo que había una galería, un patio y ahí nomás un baño. Nosotros vivíamos vendados y esposados. Me acuerdo también que ahí estaba mi hermana porque la escuchaba todo el tiempo”. Guevara recuerda una sesión de torturas y su recuerdo vuelve a comprometer a “El Gato”. “En una de las veces que me estaban golpeando, se me corrió la venda y alcanzo a ver a una persona que no me estaba pegando pero que daba las órdenes…

“¿Cómo era?” pregunta el presidente del tribunal

“30 años más joven que ahora. Estaba ahí, daba las órdenes”

“¿Lo volvió a ver en todo este tiempo?”

“No. De aquella vez hasta ahora, no”

Al igual que su hermana, Ramón Hugo Guevara, también fue sometido a un consejo de guerra. “Fue en el Tercer Cuerpo del Ejercito. Cuando llegamos me sacaron las vendas y yo ahí lo vi a Menéndez (que los presos que iban a declarar ahí me comentaban que le decían El Chacal). No entiendo por qué me detuvieron, me preguntaban por armas y si conocía gente. Creo que me acusaban por la 20.840 (ley antisubversiva), pero después me absolvieron”. Ramón Hugo Guevara estuvo preso en la Penitenciaría de San Martín hasta el año 1980.


“A partir de las torturas, nos hacían decir lo que ellos quisieran”
Promediando la siesta del jueves, la sala de audiencias recibe a otra de las víctimas que comparece ante el TOF1. Se trata de la persona cuyo apellido le da nombre a una de los casos que componen la causa que se juzga, Carlos Jacinto Moyano.

El relato arranca por la misma época que los anteriores. “El 19 de enero de 1977 me raptaron aproximadamente a las 10 de la noche. Estaba reunido con ex compañeros de trabajo. Porque ya me habían dejado cesante. Yo era trabajador del correo. Me echaron sin causa en 1976”.

Moyano no logra reconocer a ninguno de los acusados que inmediatamente se retiran de la sala, en este caso, no a una sala continua sino directamente al penal de Bouwer.

Moyano avanza sobre la noche de su secuestro “Estábamos en mi casa y sentimos ruidos. Por arriba del techo se desprende una persona y por el frente entran dos más con fusiles. Preguntan por mí y cuando me identifican empiezan a darme patadas en piso y culatadas con los fusiles. Después de la golpiza nos sacan y nos llevan en dos autos. A mí y a Reynoso nos suben en un Ford Falcon y a Gilli y a Antón en una recoleta”. Al llegar al Departamento de Informaciones, Moyano recuerda haber sido separado de sus compañeros. “Me acusaban de ser del ERP. Me daban grandes golpizas. Me pagaban con cintos, con toallas mojadas. Me hicieron simulacros de fusilamiento, me pusieron electricidad. Me ataban a una silla para pegarme, me hundieron en el agua. Así, todo el tiempo”.

Moyano parece recordar todo, sus respuestas son seguras, incluso impide asegurar cosas de las cuales duda aunque pueden haber sido ciertas. Lo que si recuerda es aquella especie de careo que le hicieron enfrentar con quien había sido su compañero de trabajo, Ramón Hugo Guevara. “Yo recuerdo a Delia Torres de Nieva, a la mujer de Guevara por la voz y en el caso puntual de Guevara…nos reunieron un día. Le pegaban adelante mío y le decían “decí que es él, decí que es él” a lo que el termina por decir “sí, es el” y ahí lo sueltan “¿asi que vos sos del ERP?” y me empiezan a pegar”.

Ese hecho, clave en el testimonio de Moyano, será uno de los puntos desde los que la defensa de los imputados intentará atacar tiempo más tarde. Puntualmente las preguntas de la defensa fueron:

“La relación con Guevara ¿subsiste?”

“Hace tiempo que no hablamos. En cierta manera yo comprendo lo que a él le pasó. Secuestraron a su familia. Su familia sufrió muchísimo. Yo entiendo su actuación”.

“¿Se volvió a ver con Guevara?”

“Creo que no. Yo solía ir a la casa de sus padres pero creo que él no estaba”.

“¿Qué sintió por el en ese momento?”.

Yo veía todo. Yo no podía sentir odio ni nada. Estaba siendo torturado. Lo mismo me pasó a mí. Cuando Romano me puso la rodilla en el pecho y me hizo decir que Nieva vendía libros del partido comunista. No podíamos hacer nada. A partir de las torturas, ellos nos hacía decir lo que ellos quisieran.”

Diez días después de su cautiverio le sacaron a la puerta y le dijeron que se vaya.
Cuando llegó a su casa, vendió todo lo que tenía y se fue a vivir a Bs. As., allí hizo los trámites del pasaporte con la idea de irse del país, pero dice que no se animó a irse. “Estuve trabajando en diferentes lados y en el 79 vuelvo a Córdoba y empiezo a trabajar en el frigorífico Novara”. Por entonces le volvieron a allanar la casa, en la calle Belgrano. “Yo vivía con mi madre. No se llevaron nada, sólo un winco”. Pero una noche decidió volver a irse de la ciudad. “Iba caminando por la calle Vélez Sarsfield y me disparan un tiro al lado del oído y cuando se iban uno me gritó “bolche hijo de puta”. Ahí me dije, yo de acá me tengo que ir”.
A fines de 1979 se fue vivir a Paraguay. Recién en 1983 regresó a vivir a la Argentina. Al año siguiente fue reincorporado al correo.



Luego de diez días de audiencias, culminó la recepción de testimonios en la causa “Morales”. Está etapa, incluyó la declaración de siete testigos. Los últimos se escucharon ayer por la mañana. Carlos Cristóbal Arnau Zúñiga, ex policía secuestrado en el D2 y Oscar Samamé, también secuestrado y hermano de Horacio Samamé (fallecido), otro policía secuestrado por el D2. Al comienzo de la jornada, se acordó que la inspección ocular en los edificios donde funcionó el Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia (D2), tanto en el Pasaje Santa Catalina como en Mariano Moreno, se realizará una vez culminada la recepción de testimonios. Por la tarde, comenzó a desarrollarse el último causo de este proceso judicial: El caso “Moyano”, con las declaraciones del matrimonio Nieva. Primero Delia Lidia del Carmen Torres y luego su esposo Manuel, quienes estuvieron detenidos en el D2 y luego trasladados al UP1.

El D2: Un agujero negro
por María Laura Villa, Roberto Martínez y Agustín Di Toffino (APM)
La audiencia comienza con el pedido del defensor de Cejas, el abogado Bustamante, para incluir a la inspección ocular que se realizará en el ex Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba (D-2), hoy Archivo Provincial de la Memoria, el edificio de Mariano Moreno 222. La inclusión de este edificio, responde a que desde 1978 hasta 1983, fue sede del Departamento de Informaciones de la Provincia y utilizado como Centro Clandestino de Detención y Tortura. Paradójicamente también fue, el lugar donde los ex detenidos debían firmar la “Libertad Vigilada”. En algunos casos, el mismo personal de “la patota” implicado en el secuestro y la tortura eran los “encargados” de realizar estos trámites.

En esta casona, actualmente funciona la base operativa de ETER (cuerpo especial de la policía). Sin embargo, en marzo de este año, el Archivo Provincial de la memoria, logró señalizar el lugar donde se encontraban lo detenidos. Bustamante también requiere que puedan asistir a la misma los imputados, en particular su defendido Cejas. Las partes coinciden, en la medida en que los imputados no estén en los mismos espacios, al mismo tiempo que los testigos. Acuerdan que la inspección se realice cuando terminen todos los testimonios.

Cambiar la institución desde adentro
Pasadas las 11 de la mañana comienza la ronda de los testimonios. El Tribunal pide que ingrese Carlos Cristóbal Arnau Zúñiga. Quien luego de las lecturas de rigor y el juramento, reconoce a Menéndez como “el ex general” y provoca un nuevo enojo en el genocida que en voz alta dice: “General Retirado”. Zúñiga empieza su testimonio relatando que se integró a la policía luego de aprobar el curso de ingreso en 1973 y trabajó hasta el 12 de noviembre de 1976. Ese día fue detenido en su domicilio por dos unidades de la Brigada del D2. Lo cargan en el baúl de un Torino y lo llevan al D2 y a la semana lo trasladaron al Campo de la Ribera, donde estuvo cerca de un mes. Después de esto, en un camión del Ejército lo llevan a la Unidad Penitenciaria Nº 1. Lo acusaban de “Asociación ilícita e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Hasta el año 78 estuvo privado de su libertad.

Señala que ya en la Escuela de Policía el instructor Fernando Rocha le había dicho que habían entrado unos “zurdos” a la institución y que “yo era sospechoso”. Zúñiga recuerda que se comentaba con mucha fuerza que se iba a venir “una purga, una limpieza” porque la policía estaba “llena de zurdos”. Y así “caímos con (Luis Alberto) Urquiza, (Horacio) Samamé, (José María) Arguello, (Raúl Rodolfo) Urzagasti y yo. Pensaban que éramos una célula terrorista, lo que queríamos era cambiar las cosas desde adentro”. Fueron tildados de traidores, por lo cual eran “perseguidos, torturados, sino muertos, como el subcomisario Albareda”.

Zúñiga cuenta que desde que ingresó al D2 estuvo “tabicado y esposado”, lo cual lo llevó a agudizar su capacidad auditiva. Las memorias de su cautiverio se van construyendo a partir de los recuerdos sonoros: “escuché el grito de Urquiza cuando le pegaron el tiro”; “a Jabour lo reconocí por la voz; Jabour me torturó”, “estaba en una oficina en donde alguien escribía a máquina”; “en un acto de cobardía se nombraban por apodos para ocultar su identidad”. Los aterradores sonidos de las patotas siguen haciendo eco en todo su cuerpo: “El D2 es el cuco, el miedo, el agujero negro en donde algo entraba y no salía, o salía en otra dimensión”.

Para un mayor entendimiento, Zúñiga afirma que el D2 estaba comandado directamente por el Área 311, a la cual describe como “una organización ilegal que coordinaba la lucha contra la subversión. La comandaba Menéndez. Esto llevó a que en la práctica la gente desapareciera. Carlos Lajas mi amigo, apareció muerto en un Torino”. Asegura que en el D2, “había dos Flores, el 'Chato' y el 'Gato'. El gato era bajo, moreno y alcohólico. También estaba Yanicelli”. Al “Chato” Flores lo reconoció mucho tiempo después, “estaba en la calle Góngora, entre Jujuy y Lavalleja, borracho, con un vino al lado”. Zúñiga dice que cuando el tribunal militar lo juzgó en Campo de la Ribera le hicieron firmar un papel que “no sé qué decía. Me dijeron que iba a ver crecer los rabanitos desde abajo”. Luego fue trasladado a la cárcel de San Martín hasta el 8 de agosto de 1978 que fue dejado en libertad condicional.

Relata que en 1997 lo citaron a la Jefatura de la Policía para dar unos nombres. "Pero antes una persona me apretó y me advirtió que tenía una casa, dos hijas, y demás, que no dijera nada, que lo pensara. Esta persona que me amedrentó dijo ser “el tucán” Yaniccelli pero no lo era, porque al “tucán” lo conozco. Irónicamente les dije que nunca me trataron tan bien como en la D2, como a un señor policía”.

Llamadas pinchadas
Zúñiga ingresó a trabajar en Telecom a mediados de los ‘90. Lo convocaron para ingresar a la flamante área de seguridad donde también había gente proveniente de las distintas fuerzas armadas y policiales. Ahí se encontró con Rocha (el instructor que le tomó el curso de ingreso en la policía en 1973 y luego fue uno de sus torturadores en el D2) y se hicieron amigos. Relata que Rocha, le pidió perdón y él le dio una “segunda oportunidad”. También estaba el “tarta” Herrera (torturador de La Perla), pero “era muy reservado” y no intercambiaron muchas opiniones. A raíz de la denuncia del diputado del FREPASO, Atilio Tazzioli a Herrera, Telecom desactivó esta área de seguridad. Era vox populi que hacían inteligencia, pero a él no le consta.

Mirada Diabólica
El segundo testigo del día (el 22 desde que empezó el juicio) es Oscar Samamé. Entra con pasos vertiginosos, plenamente decidido a contar su historia, y con ella la de muchos, la de todos. Luego de la prevenciones legales toma de juramento. A Samamé se le pide que se de vuelta y reconozca a los imputados. Esta ansioso, hace tiempo que espera la oportunidad de tenerlos de frente. “Al General Menéndez tuve la desgracia de verlo en el III Cuerpo”, Menéndez frunce el ceño, el juez lo interrumpe, le pide que sólo diga si tiene algún vinculo y Samamé aprovecha hasta el último “no tengo vinculo, amistad menos…”. El juez vuelve a interrumpirlo para que reconozca al otro imputado. El “Gato” Gómez gira la cabeza lo mira directo a los ojos, ensaya una postura que pretendiendo ser desafiante cae en lo grotesco, lo ridículo. “Al señor Gato Gómez lo vi una sola vez y recuerdo su mirada diabólica”.

Antes de que el testigo comience su relato, Menéndez pide retirarse como lo hace en cada audiencia. Se para, acomoda su saco y camina. No está esposado. El policía que lo custodia, va por detrás pero sin tocarlo. El ex general se retira de la sala mirando fijamente, desafiante y como retando al testigo. Repite está actitud tanto con Zuñiga como Samamé.

Oscar es hermano de Horacio Samame. Cuenta que en el ’76 estudiaba derecho, cuando detienen a su hermano que había ingresado a la policía “para moralizarla”. “Mi hermano estaba en el grupo de Urquiza, Zúñiga…”, afirma, y recuerda que (Alberto) Choux, a quien conocía por ser cliente (con Antonio Navarro) del estudio de abogados en donde trabajaba, le advirtió que buscaran a su hermano, al cual habían trasladado a Hernando, porque lo iban a matar.

Posiblemente en las pequeñas acciones que realizaban las patotas del aparato represivo pueden vislumbrarse algunos puntos que ayuden a comprender el accionar de éstas, sus lógicas y sus impunidades. Samamé relata que el día de su secuestro llegaba a su casa del trabajo. Al dirigirse a colgar el saco, un grupo de personas, entre los que se encontraba “el gallo de lata”, irrumpieron en su casa. Antes de irse, recuerda Oscar, “los secuestradores se comieron una picada que había en mi casa. También rompieron un libro que yo estaba leyendo: ‘Ni Marx ni Jesus’ de Jean François Revel. Después del allanamiento, mi hermana quemó todos los libros”. “Me llevaron directamente a la D2 entramos por 27 de abril, por frente de la Catedral y me bajaron en el Pasaje Santa Catalina”, prosigue, describiendo su secuestro. Cuando llegó, su hermano Horacio ya estaba desde la mañana. A Oscar lo esposaron y le pusieron una venda en los ojos, pudo ver el mocasín de Horacio. “Al rato trajeron a una persona con la respiración entrecortada, era mi hermano al que habían torturado. Estaba muy mal, creía que se moría ya”.

Luego Oscar también pasaría por el celebre “tranvía” y por las diferentes torturas de la patota de la D2. “El único rostro que recuerdo es el del ‘Gato’ Gómez que me sacó la venda y me dijo ‘mirame’. También recuerdo al oficial (Oscar Francisco) Gontero, él le pego el tiro a Urquiza”. En varios fragmentos de su relato describe a la “Cuca” Antón como una mujer muy vulgar. Luego de aproximadamente 10 días lo llevan, junto a su hermano y otros detenidos, a La Ribera, en donde les hicieron un “consejo de guerra, presidido por el Comodoro Bravo Moyano”.

Luego de un mes, terminan en la penitenciaría de San Martín, en donde siguió sufriendo los malos tratos, “en la cárcel me rompieron las costillas y no me dieron ni un analgésico”. En 1978 lo liberaron.

En clave de Tos
Por la tarde un rumor agita la sala: “Manuel está con tensión alta”. Los compañeros y los familiares de Manuel Nieva (una de las victimas de la causa “Moyano”) se inquietan; miran para todos lados, intercambian señas; quieren saber como está. Las palabras tranquilizadoras llegan unos segundos antes que entre el Tribunal. “Esté tranquilo, un médico lo examinó y está bien”.

Apenas pasadas las 4 de la tarde, el Tribunal hace pasar a Delia Lidia del Carmen Torres de Nieva, entra con una sonrisa rebelde que no puede dominar, mezcla de nervios por la circunstancias y de regocijo por poder relatar su historia. En el reconocimiento dice que a Menéndez lo conoce porque es una persona pública y que “al señor Gómez” lo nombraban cuando estaba detenida en la D2.

Su declaración comienza el 19 de enero de 1977 a las 5 de la tarde, cuando una patota de la D2 entró a su casa buscando a su marido, Manuel Américo Nieva, quien no se encontraba en ese momento. “Él trabajaba en el correo por la mañana (en donde era delegado gremial) y por la tarde vendía libros”, recuerda Delia, que ese día se encontraba con sus tres hijos de 3, 7, y 8 años y una sobrina de 6 años. Buscando armas “dieron vuelta toda la casa”, expresa Delia y agrega: “Al no encontrar nada me amenazaban todo el tiempo. Después preparé la cena para mis hijos y ellos también comieron y se pusieron a ver televisión. Cuando mi marido tocó el timbre (a las 11 de la noche) me apuntaron con un arma y me hicieron abrir. Cuando entró lo subieron a las patadas y trompadas. Cuando se lo estaban llevando, uno de los secuestradores le dijo a Delia que se fuera porque iban a volver a allanar el lugar. “A las 2 de la mañana me fui a la casa de mi suegro”.

Al otro día bien temprano fue a buscar a su marido a Informaciones. “Me dijeron que estaba ahí y que estaba incomunicado”. Tras escuchar todos los impedimentos y las trabas que la imposibilitaban verlo, decidió irse y fue cuando uno se acercó y le dijo que iba a quedar detenida por averiguación de antecedentes. “Tres años duró la averiguación de antecedentes”, recuerda con bronca, conteniendo la impotencia que se le mezcla en su voz. Lidia empezaba un largo padecimiento. “Me sacaron a un patio y después al tranvía, había otra gente y escuche la tos de mi marido y me di cuenta que él estaba ahí. Me torturaron psicológicamente. Me subieron (hace referencia al altillo. Uno de los lugares usados en la D2 para torturar) para torturarme y como transpiraba mucho y estaba embarazada uno dijo que me bajen de nuevo”. Diez días sobrellevó la cotidianeidad de la D2 en donde “escuchaba los gritos de los torturados, por eso me di cuenta que había mucha gente”. Luego fue trasladada a la cárcel de San Martín con su marido, en donde, con otros detenidos le hicieron un simulacro de fusilamiento. El 28 de diciembre de 1979 recuperó la libertad, pero condicional.

Cuando Lidia termina de responder las preguntas de las partes, el Tribunal la desocupa y llama a su esposo. Manuel entra a la sala muy emocionado, sus ojos brillosos miran al público y encuentran muchas caras, muchas señas, muchas personas están con él. El relato de Manuel se complementa con el de su mujer Lidia, entre los dos tratan de comprender, vislumbrar lo ocurrido.

Manuel cuenta que el 19 de enero del 77 llegó alrededor de las 11 de la noche a su casa, lo acompañaba su compañero de trabajo Napoleón Ponce. Cuando tocó el timbre fue recibido por una patota de la D2 “me esposaron y me vendaron, recién me la sacaron dos semanas después. Por lo cual tuve problemas en las muñecas y me enyesaron como dos meses” rememora. Se ubicó en el D2 por las campanadas de la catedral. Allí, pasó por varias sesiones de torturas, en una de ellas reconoció la voz del “Gato” Gómez “que era particular, diferente a las demás. Cuenta que una vez se cayó y el ‘Gato’ se sentó arriba para que no se cayera y continuar con la tortura. Al igual que su mujer, Manuel se entera de que ella está ahí al reconocer su tos. “Escuche una garraspera y reconocí que era mi mujer”.

“Nunca negué que era delegado sindical. Pero ellos me preguntaban a que “Orga” pertenecía, nombres y direcciones”, comenta Manuel relatando qué le preguntaban en los interrogatorios. Después de diez días es trasladado a la UP1, con impresionante despliegue policial. Allí es alojado junto Moyano y Guevara (también víctimas y testigos de la causa). Los acusaban de asociación ilícita. Fueron sometidos a un tribunal de guerra “presidido por Moreno” sin abogado defensor y a disposición del área 311, “No de la justicia”, afirma.

Al final de la declaración, uno de los abogados querellantes le hace una pregunta que vuelve sobre el principió del relato, el día de su secuestro. Manuel responde, y agrega una anécdota, que parece un dato menor, sin embargo, genera risas en la audiencia, ya que vislumbra una de las aristas más siniestras del “Proceso de reorganización nacional”. Aquello que acompañó el secuestro, la tortura y la desaparición: La prohibición de pensar, de leer, de soñar. “El día del secuestro encontraron muchos libros en mi casa, y uno de los que me llevaba me dijo: ¿Qué tenés que leer tanto hijo de puta”. Lo liberaron los últimos días de febrero de 1980.

Al final de la audiencia el Dr. Fresneda pide al Tribunal que para la inspección ocular a realizarse en las ex D2 del Pasaje Santa Catalina y la calle Mariano Moreno se incluya el testimonio de Juan José López, sobreviviente que estuvo en casi todos los Centros Clandestino de Detención de Córdoba, por lo cual puede aportar datos valiosos a las diferentes causas que integran el proceso judicial.
(Fuente:Cecilio M. Salguero-Lavoz).

1 comentario:

Unknown dijo...

Realmente ya el tema de la dictadura me pone de muy mal humor. O sea, uno piensa que realmente no hay castigo suficiente para esa gente, esa manga de torturadores, uno piensa que la carcel de por vida no es suficiente, que la muerte siquiera lo es, y así por que sí son absueltos. Hay cosas que ya no son tolerables y si la gente no empieza a movilizarse no hay palabra que valga. El año pasado me fui a la provincia de Santa Fe para investigar cómo había impactado la dictadura ahí. es cierto lo que decís, muchos de los torturadores disfrutaban lo que hacían. Qué clase de monstruo puede disfrutar algo así, ya con eso habría que darle severas penalidades. Es agravado por la conciencia que tenían al hacerlo. Me alquilé un Departamento en rosario y me quedé por dos meses investigando también como se vivió el mundial 76. hay que tener cuidado, mucha gente que está de acuerdo con lo que se hizo sigue viva y divulgándolo. Hay que hacer algo, no se puede seguir así.
Cande