13 de noviembre de 2009

SOBRE EL MURO DE BERLÍN.

Muros derribados y por derribar
Por Gerardo Fernández Casanova


“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Se cumplieron veinte años de la demolición del Muro de Berlín, símbolo que fue de la separación de dos formas de concebir al mundo. De un lado, la democracia del consumo; del otro, la democracia del trabajo. Ambas, por sí solas, incapaces de ofrecer justicia y libertad para la humanidad.
El socialismo “realmente existente” no logró concretar la creación del hombre nuevo, libre de los atavismos de la explotación del sistema de clases, en tanto que devino en una asfixiante burocracia que, en los hechos, canceló el afán de libertad y justicia del postulado socialista. De su parte, el capitalismo “recalcitrantemente existente” triunfó en su afán de engrosar las filas del hedonismo consumista y, con ello, la acumulación de la riqueza en las empresas oferentes de mercancías del confort y la enajenación, pero que hoy se corroe en la crisis producto de su desenfreno.
Quedan otros muros por derribar, comenzando por el de la ignominia: ese muro afrentoso que marca la frontera de México y, por extensión, de Nuestra América con los Estados Unidos. Barrera porosa que pretende impedir el flujo de mexicanos y centroamericanos en busca del trabajo que se les niega en su origen, pero que no afecta al perverso flujo de capitales e intromisiones yanquis a nuestros territorios. Si la tal barrera fuese integral e impidiese la injerencia del gobierno de los Estados Unidos en nuestros asuntos, muy probablemente lograría el objetivo de evitar la migración indocumentada: aquí habría desarrollo y empleo. Un muro que hiciera evidente el off side de las bases militares gringas en América Latina, que no son otra cosa que el ariete armado de la dominación imperial, complemento de la que se registra en materia política, económica y cultural y que, de manera patética, maniobra en Honduras para impulsar y sostener el gorilato, sin demérito del entramado dizque diplomático diseñado para lograr que, en su paso inexorable, sea el tiempo el que resuelva a favor de sus intereses imperiales.
Nada tienen que hacer las tropas yanquis en Colombia, por lo menos nada bueno. Nadie en su sano juicio se traga la rueda de molino del combate al narcoterrorismo; primero porque el narcotráfico solamente se puede eliminar si se elimina la demanda de drogas, en la que los gringos son campeones; y segundo, porque lo del terrorismo es sólo el sambenito con que se quiere combatir a la insurgencia social. La realidad no es otra que la de amagar al proyecto bolivariano encabezado por la Venezuela de Hugo Chávez y su versión autóctona, auténtica y soberana del socialismo humanista que, indefectiblemente, atenta contra los intereses oligárquicos amamantados por el imperio. Fiel a su tradición imperial, el régimen belicista yanqui se apresta para poner a pelear a los hermanos; el régimen uribista en Colombia derriba el muro de la mínima dignidad para entregarse al juego de la guerra en la región. El sueño soberano de la integración latinoamericana y caribeña deviene en pesadilla para los afanes de dominación de quienes se creen dueños de nuestro destino. No importa el nombre, el partido o el color de la piel del ocupante de la Casa Blanca, Estados Unidos sólo responde por sus intereses y los de sus empresas; lo demás no es sino ilusión de mercadotecnia política.
En México hay que derribar varios otros muros, principalmente el que cierra el paso a la posibilidad de progresar. Es el muro de un sistema político y un modelo económico que no ofrecen una posibilidad real de justicia y bienestar. Ya no es sólo la voz de López Obrador la que clama en el desierto por la refundación de la república; son muchos los que, en todo el espectro ideológico, manifiestan la convicción de la caducidad del régimen vigente. Hasta los grandes empresarios, aquellos con visión de país y de futuro, advierten que el modelo no da para más y, en cambio, amenaza con un estallido social que arrase con todo, incluidos sus privilegios. Acá en el llano, desde hace mucho que estamos hasta la madre del estado de cosas imperante y estamos en la lucha por transformarlo de raíz. Los aumentos de impuestos y el artero golpe a Luz y Fuerza del Centro constituyen atentados contra la razón y, así parece, ya colmaron el vaso que comienza a derramar. Escribo esto en martes para, mañana miércoles, sumarme al paro nacional en apoyo a los electricistas y, en general, para hacer masa crítica transformadora.
Todos quisiéramos una transición tersa, en la que la razón privara sobre la lucha callejera. Habría que preguntarle a Calderón si el ejército en las calles es muestra del privilegio de la razón sobre la fuerza; si estaría dispuesto, en aras de la civilidad, a hacerse a un lado y renunciar para dar cabida a un gobierno interino de transición que, por compromiso unánime, convocase a la reconstrucción nacional. Todo indica que la tersura no será lo que predomine en el proceso de cambio.




Del Muro de Berlín a las andanzas de la SIP. Libertad liberal
Por Juan Carlos Camaño
La foto, no se sabe si retocada, no deja de ser impactante: por lo colorida, por los fuegos de artificio, por las pantallas gigantes y la iluminación cayendo artísticamente sobre la Puerta de Brandeburgo. “El mundo –así aseguraron los medios de comunicación-, “celebró la caída del Muro de Berlín”. Es de suponer que “El mundo” citado, nada tiene que ver con ese “otro mundo” lleno de muros, “doquiera que tu vayas” (bolero).
Y también es de imaginar que ante tanto festejo –con el “chupa cirio”, dijera un ateo irredento, de Lech Walesa incluido- a nadie se le habrán cruzado por la cabeza pequeñeces tipo opresiones, migraciones, indigentes, “indocumentados”, ni –por supuesto- las ya admitidas sucursales de torturas con que la CIA regó, no hace tanto, a varios países de Europa –también del Este- para garantizar una mejor calidad de vida a quienes –en hora buena- nunca han padecido hambre, desempleo y otras miserias tan comunes en ese “otro mundo” conformado por las tres cuartas partes de la humanidad.
Ni hablar de lo conmovedor del escenario si le sumamos -porque así ocurrió- la lluvia y la helada tarde alemana, en la que miles de personas –con buenos abrigos y mejores impermeables, menos mal- aplaudieron a rabiar mientras comenzaba el desplome simbólico, de una en fila, de cada pieza del dominó gigante. Si no hubiera sido por los esfuerzos de producción al especificar el punto geográfico de los fastos y la alusión a los 20 años transcurridos, cualquier distraído hubiera creído que estaba ante el montaje de una ironía dedicada a la muralla que separa a Estados Unidos de México. Pero, en aras de la libertad liberal, ningún gesto, ningún discurso, ni un solo detalle, estuvieron fuera de lugar. Si hoy los países de Europa del Este –ex comunistas- viven peor que hace dos décadas no es cuestión de andar plantándole pruebas falsas a viejos asesinos seriales del estilo de los Bush, la Tatcher y un grupo de demócratas europeos que, en tiempos de crisis “financieras”, andan a los saltos rogando no quedar sepultados bajo los escombros escupidos desde Wall Street.
Bien, tengamos la fiesta en paz. No han sido días para los recuerdos bochornosos del presente. Convengamos –sin ánimo de aguar aún más la celebración de marras- que no es, ni será, sencillo para nadie enmascarar unos cuantos “daños colaterales” producidos en invasiones posteriores a la caída del Muro de Berlín. Y, acordemos, para no empañar la bonita puesta en escena, que los muros de este tiempo se condicen con la necesidad de ponerle límites a gentes que, al fin y al cabo, no sólo no entienden la libertad liberal, sino que, para mal de males, no se proponen entenderla. Digámoslo como podrían llegar a decirlo algunos “demócratas” neo nazis: los muros de la actualidad son obras de la vocación libertaria de aquellos próceres que acabaron con el Muro de Berlín. Es sabido que no se puede satisfacer a todos, o al menos no a tres cuartas partes de la humanidad, al “otro” mundo. La libertad liberal no está para eso, sino para, entre otras cuestiones, que no decaiga la tasa de ganancia del gran capital. Tareas son tareas. Que quede claro. Especialmente que le quede claro a aquellos luchadores sociales que no cesan con su sed de justicia.
La libertad liberal, dicen sus beneficiarios, con sus altos y bajos, si no se anda buscando el pelo en la leche, “es para todos”. Un dato valdría para reforzar el concepto: más de ciento ochenta canales de televisión disponibles para el disfrute de quien se lo proponga, sea de la condición social que sea, es –todavía con la tecnología por debajo de sus incalculables potencialidades-, un ejercicio de libertad incomparable. Un hambriento, con las tripas musicalizándole el estómago, puede, si le dan las fuerzas y es de su gusto, elegir su libertad de hacer zapping, en ejercicio de sus más elementales derechos humanos. Más o menos algo así reza la SIP.
Viene a cuento, aunque con pocas palabras, no dejar pasar por alto el paso de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por Buenos Aires. La entidad distribuyó, a manera de sagradas escrituras, unas viejas y archiconocidas fotocopias referidas a la libertad de prensa. Sí, a la libertad liberal: obviamente opuesta a la mayoría de los gobiernos de la región, los que, junto con muchas organizaciones profesionales de periodismo y comunicación y organizaciones sociales dispuestas a no callarse, vienen configurando un nuevo mapa político- comunicacional, en el que se manifiestan –en algunos casos sin ninguna gimnasia teórica- las líneas rectoras del nunca olvidado Informe MacBride.
Es verdad que la libertad liberal presiona hasta ahogar y es verdad que, así y todo, no se priva de festejar sus gestas históricas, atribuyéndose el don de dar y quitar la vida y la palabra. Algo que no es del gusto de miles de millones de seres humanos. De ahí que sigan creciendo las controversias, por decirlo de manera suave; cuando en verdad lo que más crece es la indignación frente a las injusticias y la burla proveniente de los poderes fácticos: preanuncio de que las cosas, por encima de los festejos de Brandeburgo, habrán de terminar peor de lo que van. O mejor. Depende del cristal con que se mire.
Juan Carlos Camaño es Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas -FELAP-.
(Fuente:Argenpress).

No hay comentarios: