16 de marzo de 2011

LOS JUZGA UN TRIBUNAL LOS CONDENAMOS TODOS.

MARTA VENNERA CONTO EL DIA QUE IDENTIFICO EL CUERPO DE SU ESPOSO
El gesto crispado, tenso
Un juez de la dictadura le mostró fotos de dos cuerpos que habían sido encontrados cerca de Casilda. Uno de ellos era su marido. El otro cuerpo era de Miriam Moro,
pero no lo identificó. "Tenía miedo no sólo por lo que pudiera pasarme a mí", se descargó ayer.

Marta Vennera se abraza con una amiga a la salida de Tribunales.Imagen: Gentileza Graciela Borda Osella
Marta Vennera estaba embarazada de dos meses cuando secuestraron a su marido, Antonio López, en la madrugada del 27 de septiembre de 1976 junto a Miriam Moro. Los dos militantes de la Juventud Peronista iban en moto por Villa Diego a entregar volantes frente al frigorífico Swift. El relato de Vennera frente al Tribunal Federal Oral número 2 desnudó además el terror que vivían los familiares de desaparecidos y la opresión que la llevó a callar información vital para la familia Moro. En plena dictadura, en agosto de 1978, consiguió entrevistarse con un juez que le mostró fotos de dos cuerpos que habían sido encontrados en un camino cerca de Casilda. "Tenía los ojos cerrados y el gesto crispado, tenso. Era Antonio. Yo estaba ahí, en el juzgado, delante de extraños. Había otras fotos de un cuerpo de una mujer con los ojos entreabiertos y pelo desordenado. Me preguntaron si yo tenía idea de quién podía ser. Pensé que podía ser Miriam, pero yo había negado en todo momento la militancia de Antonio. Entonces, dije que no sabía. Tenía miedo no sólo por lo que pudiera pasarme a mí", descargó ayer la culpa que acarrea desde hace muchos años y continuó: "En ese espacio de opresión, no sé qué respuesta podría haber dado más que esa negación que me espanta, porque impidió que la familia Moro recuperara los restos de Miriam".

Vennera recordó que su esposo salió temprano en la mañana de aquel lunes de setiembre. "Hay un detalle que nunca mencioné en todas las declaraciones que hice. Ese día salió mas temprano que de costumbre, porque antes de ir a trabajar él tenía una tarea como militante, tenía que volantear la zona de Villa Diego. Iba con un grupo, él tenía una moto. Era una misión riesgosa porque era una época difícil. Habían caído militantes. Las citas y controles estaban cantados", rememoró ayer Vennera. Aunque no militaba, ella apoyaba lo que hacía su marido. Tras la volanteada, él debía ir a su trabajo, como carpintero en un estudio de arquitectura. Ella era preceptora en el colegio Misericordia. Como él no la llamaba, Marta decidió irse de su casa, porque podía sufrir un allanamiento. "Estuve todo el día en la casa de mi mamá, a quien no le dije nada, esperando que Antonio me viniera a buscar. No dije nada porque en mi familia había muchos policías y no sabíamos que había pasado. Si yo hablaba, podía estar echándoles la policía encima a estos chicos", contó.

Su primera denuncia por desaparición fue el 9 de octubre. Entonces, le llegó la historia de una pareja que iba en moto por Villa Diego, cuando desde un auto les dieron la voz de alto. El muchacho que manejaba levantó los brazos, pero aún así le dispararon en la nuca. La otra chica corrió, y también la metieron adentro del auto. Los secuestradores levantaron los volantes, y la moto quedó tirada en ese lugar. "Me aferré a que un balazo hubiera terminado enseguida con la vida de Antonio, que no hubiera sufrido torturas", dijo ayer.

Cuando nació su hijo, Gerardo, no querían anotarlo con el apellido López. La denuncia por desaparición permitió ponerle el apellido del padre. Con su suegra, la mamá de Antonio, fueron al Comando del Segundo Cuerpo de Ejército en Moreno y Córdoba a buscar datos, con resultado negativo.

Entonces, ocurrió otra crueldad del sacerdote Héctor García, que tenía por costumbre alentar ilusiones en los familiares. "A fines de 1977 fuimos a verlos, y nos aseguró que lo había visto, que estaba bien y pronto iba a salir", relató la mujer, que tiempo después pudo contactarse con alguien de la policía Federal y ver las fotos del cadáver de su marido. "Fue una angustia muy grande, como una cosa opresiva en el pecho que me duró por muchos años", relató.

En enero de 1979 pudo desenterrar a Antonio, y dejar sus restos, identificados, en una parcela del mismo cementerio, en Casilda. Con la llegada de la democracia, en diciembre de 1983, asistió a la presentación de un libro de Carlos Gabetta en Librería Ross. "Me encontré con Ana Moro, hermana de Miriam. Le dije que sabía lo que había pasado con Antonio. Ella se puso mal y me pidió que la acompañara a la oficina de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos", revivió lo ocurrido. En aquella oficina trabajaba de manera incansable la abogada Delia Rodríguez Araya. "Le hablé del expediente, trámite y fotos. Delia me reprochaba cómo había podido callar tanto tiempo. Y yo me di cuenta de que estaba mal negar que mi marido había sido un militante. Por ello, quiero reivindicar la figura de Antonio como un militante político de la juventud peronista", dijo ayer.
Fuente:Rosario12

martes 15 de marzo de 2011
Juicio Díaz Bessone: “A partir de ahora averigüen ustedes”
Dos nuevos testigos se presentaron este martes en el juicio contra la patota de Feced que se está desarrollando en el Tribunal Oral Federal de Rosario. Francisco Reydoó relató su secuestro torturas y cautiverio durante la dictadura en el Servicio de Informaciones (SI) de la policía, mientras que Mirta Wurm ofreció un crudo testimonio sobre la desaparición de su hermana. “Yo vine a este lugar para que me digan a dónde está mi Hilda”, reclamó la testigo a los jueces.

Reydoó, quien había militado en la Juventud Peronista, contó cómo fue secuestrado en su casa a la madrugada el 14 de octubre de 1976, donde estaba toda su familia y su novia, a quien en realidad los represores buscaban y no vieron. El testigo describió cómo lo pasearon por distintos domicilios buscando a su novia, cómo lo metieron en el SI lo torturaron con picana eléctrica y golpes.

“Me meten en una habitación y me pegan preguntandome siempre por Alicia (su novia). Me desnudan y me ponen en una especie de cama sillón de metal, me atan y me empiezan a torturar con corriente eléctrica. Eso es espantoso no tiene palabras para describir. Estaba con mucho miedo, en mi militancia, siemrpe pensé que iba a ser detenido y torturado, me prepare para soportar eso, leí declaraciones de compañeros torturados años anteriores”, testificó Reydoó.

El sobreviviente recordó a muchos de sus compañeros de cautiverio, y en especial a sus compañeras. “Me dejaron vendado en las escaleras que van a la Favela (otro sector del SI), viene una mujer y me baja la venda y me dice que era Elba Juana Ferraro de Betanin. Estaban Elba, María Inés embarazada, y otra mujer que no se quien era pero que se identifica como una vecina de las Bettanin”.

Francisco recordó que una compañera detenida caminaba de un lugar a otro sin parar, y decía que la habian torturado y que la habían violado. En ese punto, el testigo hizo un planteo muy particular a los jueces, que ya han realizado otros ex detenidos. “Quiero pedirle a este tribunal que considere las violaciones como un delito de lesa humanidad, lo pido con el mayor de los respetos, por respeto a las mujeres violadas”, solicitó el testigo.

Reydoó también mencionó a muchos de sus compañeros hombres en el SI, como “Manolito Fernández, Eduardo bertolino, Gustavo Picolo, y el cabezon Perez Risso”, con quienes después fue trasladado a la cárcel de Coronda.

También recordó emocionado que con Piccolo que fue compañero el colegio Dante Alighieri, junto con Serguio Jalil, Oscar Bouvier y Ricardo Meneguzi (estos tres víctimas fatales de la dictadura).

En Coronda el ex detenido político pudo reconocer a dos de los acusados del juicio y reconocidos torturadores del SI. “Cuando en el primer recreo en Coronda yo pude identificar a el Ciego y el Cura. El ciego era el oficial Lofiego, y el cura era Marcote”, indicó el testigo.

Al cierre de su declaración, Reydoó mencionó que sobre su historia escribió un libro que habla de mi detención hasta su libertad, en el que habla de sus compañeros desaparecidos y fusilados. El libro que se llama la ventana, y que nunca fue publicado, se entregó como prueba documental a los jueces del tribunal Oral Federal 2, que escucharon atentamente el testimonio de Reydoó.

Otro testigo
En segundo término declaró la testigo Mirta Ana Wurm por el caso de la desaparición de su hermana. “Hilda Wurm es mi hermana y Jorge Wurm mi papa. Yo se que una vez fue fuerzas del ejército entraron a casa de mi mamá buscaron a mi hermana y mi papa pidió acompañarla, en calle Solis, a media cuadra de Córdoba. Yo no vivía ahí, yo estaba en mi casa y no supe nada de eso hasta mucho tiempo después que me lo contaron”, sostuvo la testigo.

“Mi mamá ‒amplió Mirta‒mucho tiempo después me contó. Trataban de tenerme muy al margen y no me enteraba de muchas cosas, yo tenía cuarenta y algo, y mi hermana treinta y siete, o treinta y seis. Mi hermana era profesora de Psicologia, y trabajaba en los Quirquinchos en una escuela secundaria, no se si dejo o la dejaron, ella me dijo que trabajaba con Lescano en educación de adultos. Militaba en Montoneros”.

Con un discurso sencillo, humilde, alejado de la verba militante, Mirta desencajó a los jueces del tribunal. Recordó que su hermana se escondía en su casa, y que “hubo un tiempo que venia a dormir a la noche, venia muy tarde y se iba muy temprano, generalmente yo no la veía, venia y se iba”. “La llamaron a mi mamá un día y le dijeron que tenia una hija que vivía en tal dirección y otra que iba a dormir, que le diga que no vaya mas porque la tenían vigilada, mi mamá se comunicó con alguien de enlace con mi hermana y a mi hermana no la vi mas”, dijo la testigo.

La testigo contó que con el avance de la represión su hermana fue distanciandosé de la familia para no comprometerlos, hasta que la perdieron de vista en octubre de 1976. “El 26 de octubre (día de su cumpleaños) ella no apareció y un par de días después vino mi papá a casa nervioso. Me dijeron que mi hermana fue a una reunión a Buenos Aires y no volvió”, contó Mirta y reclamó que “a partir de ahora averiguen ustedes”. La testigo confesó que “nunca más” pudieron saber algo de su hermana y en ese momento miró a los jueces y les dijo: “Yo vine a este lugar para que me digan a dónde está mi Hilda”.

El candoroso relato de Mirta, fue contundente. “Mi mamá ‒rememoró la testigo‒ vivía con la ilusión de que Hilda que se había escapado a algún lado y me hizo jurar que no la buscara, porque sino yo podría dar algún dato y la iban a encontrar. Y yo en ese momento pensé tengo que cuidar a mi mamá, y mi hermana la respeto porque era una idealista, dio su carrera, sus pertenencias y cuando no le quedo nada dio su vida. Yo me quede con mi mamá”.
Fuente:DiariodelJuicio                                                               

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