De la revolucion a los nachos
De cómo el “Tío” fue a saludar a Favio en el estreno de Moreira
Publicado el 19 de Junio de 2011
Por Gustavo J. Castagna
A pocas horas de asumir la presidencia, Héctor Cámpora se apareció en el cine Atlas Lavalle para saludar al director de la película. Cómo era la cartelera en épocas de la primavera camporista.
El 24 de mayo de 1973 se estrenó Juan Moreira de Leonardo Favio, la película que marcó el retorno del genio de Luján de Cuyo luego de cinco años de inactividad como cineasta, decisión que tomó para dedicarse a la canción y a la venta de miles de singles como “Simplemente una rosa” y “Fuiste mía en verano”. En la última función de Moreira, en el Atlas Lavalle, las 2000 localidades se habían agotado días antes. Favio presentaba la película y aquel fervoroso público democrático estaba representado por gente de todas las edades. Muchos tíos, seguramente, fueron a aquella función-mitín político de la película, pero un “Tío” fue a saludar y hasta se sacaría fotos con Favio, cuando aun el gran artista no cubría su cabeza con un pañuelo multicolor. El “Tío” Cámpora estuvo ahí, a pocas horas de asumir la presidencia.
Al día siguiente, la multitud festejaba en las calles, en Plaza de Mayo, en los barrios, en las unidades básicas. Y mientras seguían las efusivas manifestaciones de agradecimiento a Dorticós, Allende, al retorno de las urnas y a la liberación de presos políticos, también había tiempo para ir al cine. Veamos qué se podía ver. Estaba El Padrino de Coppola, la primera de la futura trilogía. ¿Y cómo no iba a estar en cartel si había ganado un montón de Oscar? Pero se podía ver otro día, total seguiría durante varias semanas, meses en realidad. Bueno, entonces podía verse Cabaret de Bob Foose, que perdió el Oscar con la famiglia Corleone en una dignísima derrota pese a Liza Minnelli aun desafía la audición con su estupenda versión de Money, Money.
Pero si el bravo Moreira llevaría más de 2 millones de espectadores, no sólo el éxito del cine argentino de entonces pasaba por el retorno de Favio. Roberto Arlt según Leopoldo Torre Nilsson era una apuesta fuerte del director, que presentaría uno de las grandes interpretaciones de Sergio Renán como El Rufián Melancólico. Y podía verse México, la revolución congelada de Raymundo Gleyzer, un documental que ponía en un rancio sitial burocrático al PRI, el partido que gobernaba desde hacía décadas un país del Tercer Mundo. En efecto, un director argentino opinando sobre Latinoamérica como un conjunto, en actitud de choque, confrontación, descubrimiento, a plena polémica, con la teoría y la praxis al alcance de la mano.
¿Y si durante esa semana de mayo se quería ver una película de Fellini? Tres películas de Fellini estaban en cartel: un doble programa con Satiricón y Roma en el ABC (luego sala porno) y el estreno de Los payasos, documental filmado para la RAI sobre las obsesiones circenses del director. Había lugar para el cine de autor italiano, pero también para aquellas comedias populares, ya que La armada Brancaleone, con el arrogante Vittorio Gassman en el protagónico, era otra película que agotaba localidades todos los días.
DEBATES Y POLÉMICAS. Esto ocurría en muchas ocasiones, por ejemplo, con la visión del director inglés Joseph Losey (El sirviente) narrando El asesinato de Trotsky, calificada como genial o superficial por partes iguales. Pero no todo era cine político. Uno de los grandes éxitos de ese año fue Adiós, hermano cruel de Giussepe Patroni-Griffi, una historia de amor incestuoso entre hermanos con cierta dosis de estética gore. Otra película que arrastró multitudes fue La aventura es la aventura de Claude Lelocuh, con Lino Ventura y Alain Delon, y hasta permanecería varias semanas en cartel El discreto encanto de la burguesía de Luis Buñuel y su feroz disección a la clase social que tanto detestaba. ¿Pero, cómo? ¿La cartelera de cine del mayo Argentino sólo estaba constituida por grandes directores? Todo lo contrario, existía un cine popular de altísima calidad: las reposiciones de La fiesta inolvidable y La Pantera Rosa, la eterna permanencia de La danza de los vampiros de Roman Polanski y competían, como azarosa coincidencia, acaso encarnando una tardía batalla de la Guerra Fría, El mago de Oz, clásico de los ’40 con Judy Garland como Dorothy, y la versión soviética de Rey Lear, que se exhibía en las esteparias e interminables instalaciones del Cosmos 70.
Y existían los cines de barrios, las salas de arte y ensayo y las discusiones en los bares por una película. Por ejemplo, con el doctor Arnaldo Rascovsky coordinando el debate sobre Soplo al corazón de Louis Malle, que abordaba la temática del filicidio (¡a las 9:45 de la mañana!) Y hasta el Instituto de Cultura Religiosa exhibía Marnie de Hitchcock en una clara demostración de apertura de aquellas monjitas que dirigían la sala ubicada en Rodríguez Peña y Santa Fe.
Otra cartelera, otro mundo, otro mayo, otros cines peor, todavía muy lejos de la invasión de piratas, anteojitos 3D, bolsas de pochoclos y platos de nachos de inconfundible aroma.
Fuente:TiempoArgentino
1 comentario:
Excelente artículo! la nómina de la cartelera cinematográfica es muy elocuente
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