25 de octubre de 2011

PERÚ.

domingo 23 de octubre de 2011
Cargamontón contra Chehade
Por Gustavo Espinoza (NUESTRA BANDERA)
Cuentan los historiadores que cuando Napoleón Bonaparte ordenó la ejecución del duque de Eghien acusándolo por un imaginario intento de rebelión, el Marqués de Talleyrand, sabio y diligente asesor, dijo: “Más que un crimen, es una estupidez”. Parafraseando a este emblemático diplomático galo, bien podría decirse que el “caso Chehade”, más que un delito, es una tontería. Y es que, en la semana que termina el “cargamontón” contra el Vicepresidente de la República y Congresista Omar Chehade Moya se ha convertido en la herramienta fundamental de la estrategia reaccionaria contra el gobierno de Ollanta Humala.

Es evidente que la impericia del aludido funcionario ha servido como pera en dulce a todos aquellos que buscan un motivo cualquiera para tomar distancia de un gobierno que luce precario porque carece de una fuerza social organizada que lo sustente, y porque está iniciando trabajosamente un camino en buena medida inédito en la vida nacional

Recapitulando lo ocurrido, recordemos que el hecho que alborotara el cotarro se sitúa en un encuentro presuntamente amical entre Omar Chehade, su hermano, un amigo de ambos y tres altos oficiales de la institución policial. La cita, programada originalmente para “agradecer servicios de vigilancia y protección” brindados en el marco de la campaña electoral pasada -según se dijo- terminó abordando temas imprevistos como la seguridad ciudadana y -lo más grave- la situación de la Cooperativa Andahuasi, un complejo agro industrial en litigio del que quiere apoderarse el consorcio chileno Wong.

Aparentemente, el señor Chehade habría sondeado a los jefes policiales la eventualidad de una intervención de desalojo en prejuicio de los trabajadores, lo que habría sido más bien relativizado por los uniformados, renuentes -según parece- a involucrarse en un hecho poco claro y aún incierto.

¿Hay delito en todo esto? Tendría que probarse. De ahí que sea indispensable una investigación responsable en la materia. Mientras ese proceso indagatorio se desarrolla, es mejor no adelantar hipótesis audaces como las que manejan ciertos politiqueros hoy, empeñados en mellar la unidad del gobierno.

Para ellos, en efecto, se configura -sin duda alguna- tráfico de influencias, abuso de autoridad y manejo arbitrario de las funciones. Nadie, sin embargo, se ha atrevido a deslizar movidas de orden pecuniario en el tema. De todos modos, el espectro de la corrupción ha saltado al rostro del gobierno y políticos de oposición -sumados a “analistas” de conocidos medios- han demandando al Presidente Humala una “sanción ejemplar” para su colega de Plancha.

Con calma, y luego de pensar con seriedad las cosas, finalmente el jueves pasado el mandatario peruano dijo su palabra. Tomó distancia del tema y se mostró partidario de una investigación inmediata y profunda. Esta actitud ha servicio para que haya quienes juzguen que Chehade, finalmente, “se quedó solo”.

Es claro que el Presidente Humala no podía asumir una actitud distinta. En política, nadie pone la mano en el fuego por nadie - salvo, como lo he anotado antes, Lourdes Flores por César Cataño- Cada quién, es responsable de sus acciones; y se atiene a las consecuencias que de ellas se deriven. Nadie, tampoco, puede pagar culpas de otros, ni asumir responsabilidades ajenas. Faltas y delitos, son personales e intransferibles. El que el Presidente Humala haya definido en términos claros su punto de vista, no constituye ni un aval, ni una condena. Implica solamente una voluntad de espera en procura de un esclarecimiento preciso. Y eso, es enteramente natural y legítimo.

Pero el tema da para más: Omar Chehade tiene una trayectoria personal respetable. Se hizo conocer como Procurador del Estado en la lucha contra la corrupción y la Mafia. Y cumplió su papel con eficiencia. Por eso ganó un prestigio que lo llevó, finalmente, a integrar la fórmula presidencial de Ollanta Humala en los comicios pasados. Pero así como se ganó aprecio de unos, concitó odio de otros, que hoy buscan hacer escarnio de lo que le ocurre.

Prácticamente desde que asumió funciones de gobierno Omar Chehade dio que hablar abordando temas delicados con una buena dosis de irreverente audacia. Dijo, por ejemplo, que Alberto Fujimori debía abandonar la confortable sede de la DIROES, donde se encuentra, y ser reubicado en un Penal ordinario hasta el fin de su condena.

Esta declaración fue considerada “excesiva” por algunos, “inhumana”, por otros, “impolítica” también. Pero dio lugar a que desde las ubicaciones la Mafia se descargara una pesada artillería de agravios. Ellos han asomado con furor nuevamente.

Si Omar Chehade fuera realmente un corrupto, si estuviera ligado a negocios sucios, a oscuros capitales chilenos, o a vergonzantes manejos de recursos públicos, económicos o políticos; no habría sido atacado. En la coyuntura actual - incluso- había sido defendido. Y hasta habría sido presentado como “víctima” en “una oscura lucha por el Poder”.

Desde Cecilia Valenzuela hasta Aldo Mariátegui, pasando por Jaime Althaus, y hasta incluso Fernando Rospigliosi; habrían recurrido a diversos argumentos para justificarlo: “estaba en búsqueda de su propio espacio”, “no quería ser segundón de Humala”, “tenía derecho a sondear democráticamente diversas opiniones”, habrían sido algunos de sus retóricos “argumentos”. Pero en ningún caso se habrían sumado al coro que hoy recitan a viva voz lo que demandan los Fujimori.

Keiko Fujimori estuvo varias semanas en silencio. Es verdad que, en general, no habla porque no tiene mucho que decir. Carece de ideas, y por tanto le faltan palabras. Pero ahora saltó nuevamente al ruedo con fiereza de gata para “exigir” que Chehade “renuncie de inmediato”. Y esa demanda, no la hizo en solitario. Fue, al unísono, también el reclamo de Kenyi Fujimori quien tuvo la osadía –además- de solicitar a Ollanta Humala que “destituya al señor Chehade”. Debe hacerlo -dijo- “en bien de su gobierno”.

¿Alguien supone que a Kenyi Fujimori, o a los suyos, les interese realmente “el bien” del gobierno de Humala?. ¿Alguien cree, por ventura, que los Fujimori están pensando en el país y en la lucha contra la corrupción cuando enarbolan esa bandera?

Recordemos que apenas le semana pasada el Congreso de la República desechó por abrumadora votación un pedido de “censura” formulado por la bancada fujimorista contra Aída García Naranjo, la Ministra de la Mujer. Pues ahora ese mismo Poder del Estado se ve forzado a tratar una “acusación constitucional” contra el Segundo Vicepresidente de la República, congresista Omar Chehade. Si ella es derrotada ¿cuál será la siguiente? Podemos no saber cuál, pero sin duda alguna llegará. Y en muy poco tiempo. Y es que la derecha -y la Mafia- no solamente no se reponen de las derrotas sufridas, sino que tampoco se quedan quietas cuando se les mueve el piso por cualquier lado. Y ahora afrontan un tema que les resulta ciertamente delicado: la Comisión Investigadora de los latrocinios cometidos durante el gobierno del señor García. Y Chehade es miembro de ella.

No solo el señor García debe temer por esta indagación. El no cometió sólo, los delitos que se le imputan. Ni fue el único, que se benefició con ellos. Hubo otros, cómplices y beneficiarios, directos e indirectos que serán puestos en evidencia luego de una indagación elementalmente seria. Y ellos no proceden, por cierto, de las canteras del pueblo, sino de los núcleos privilegiados que pululan a la sombra del Gran Capital.

Por eso sorprende la reacción de algunos que, cual Savonarolas de nuestro tiempo, usan los medios a su alcance para sumarse a la “demanda” de los Fujimori sin darse cuenta, realmente, qué es lo que están haciendo.

Resulta ciertamente indispensable que se procese una investigación de la conducta del Segundo Vicepresidente de la República porque no puede pasarse por alto algo que podría devenir en perjuicio del país o de los trabajadores. Pero no tiene sentido un “cargamontón” como el que se despliega, presentando a la Mafia como guardiana de la moral pública. En definitiva, más que un delito, es simplemente una tontería típica de un ensoberbecido aprendiz de gobernante.
Fuente:Argenpress

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