6 de febrero de 2012

La recuperación de la ESMA refuerza el debate sobre el rol de la memoria.

Respuesta a tzvetan todorov
La recuperación de la ESMA refuerza el debate sobre el rol de la memoria
Publicado el 6 de Febrero de 2012
Por Guido Leonardo Croxatto
Desde Basilea para Tiempo Argentino.
El artículo confronta con la mirada de Todorov sobre el relato de la historia reciente en la Argentina. La visión de Jacob Burckhardt, entre la historia y el valor de la palabra. El rol de la memoria como fuente de la investigación.

En Basilea está nevando. La ciudad colorida y vibrante que vemos en las publicidades, la ciudad vieja al borde del Rin, que nos promete la publicidad, donde todo está atravesado y permeado, como dicen los folletines mismos de la ciudad, “por una cultura sin límites”, amanece vestida de blanco. La nieve es gris como el tiempo que va cubriendo todo lentamente y sin distinciones. La nieve realza el color oscuro de los cuervos que graznan seguros en los tejados de las casas con un ritmo lento y espacioso. Quisiera saber qué comunican. Qué dicen los cuervos. Pienso que en un parque gris como este, Primo Levi y los prisioneros caminaban desnudos y hambrientos debajo de la nieve con el cuerpo entumecido y roto y eso era lo último que escuchaban de este mundo cruel que los abandonaba: los cuervos.

Lo que sorprende en estas ciudades (Freiburg im Brisgau, Basel) en comparación con otras ciudades de América es el silencio profundo, definitivo, que exhala todo. Todo calla. Y ordena estar callado. La nieve y los cuervos se destacan sobre ese silencio: sobre ese mundo callado y civilizado que es Europa. Un mundo lleno de “placas” destinadas a una memoria vacía, placas (como la de Freiburg que recuerda en el Martinstor la resistencia de los friburgenses-alemanes a la revolución francesa en 1786) que conmemoran un pasado que mi generación no conoce ni recuerda, ni quiere recordar.

Le agradezco a la nieve que cubre las placas del pasado. Muchas cosas se pueden mencionar para diferenciar a estas ciudades de Buenos Aires, o San Pablo, o Bogotá, o Santiago, pero lo que verdaderamente las diferencia es que aquí no se escuchan palabras ni voces ni gritos. Es el silencio. Hablar en el transporte público está mal visto. Menos en un idioma extranjero.

No sé que significa hablar en Europa. Menos en Alemania. ¿Qué significa la palabra para los alemanes? Sólo escuchamos la nieve gris que cae en la ventana y los cuervos que graznan. Los europeos viven, como los monumentos que hay en cada esquina de Basel o Freiburg (el mismo Freiburg donde Heidegger y Celan se encontraron), sumergidos en el silencio. La nieve que cae en Suiza es ligera y no altera la rutina de los basilineses. Como ellos, salgo del hotel y camino sin rumbo. Y sin pensar. Y caminando con la mente tan en blanco como la vereda suiza me topo con una estatua de bronce enverdecido de Jacob Burckhardt.

Jacob Burckhardt fue un reconocido profesor suizo de Historia del Arte y la cultura europea que nació y murió, más allá de que recorrió la mitad del mundo, en una misma ciudad: Basilea. Burckhardt estudió Teología y Filosofía y publicó sus primeros trabajos sobre unas catedrales en Italia. Se dedicó a la Historia, la escultura, la pintura y la poesía pero su gran mérito es fundamentalmente otro: haber ampliado y renovado el concepto de Historia.

Desde la aparición del libro de Lionel Gossmann Basel in the Age of Burckhardt, (Oxford University Press, 2000) su figura ha sido recuperada y revalorada (después de haber sido marginada), casi al mismo tiempo que los historiadores y filósofos europeos recuperaban a otro pensador notable, también largamente denostado, que había sido alumno del mismo Burck-hardt en Suiza en la universidad de Basilea: Friedrich Nietzsche.

No es difícil reconocer en los trabajos de Nietzsche intereses espacio-temporales y teóricos semejantes a los que manejó Burck-hardt. La civilización grecorromana, el cristianismo, la influencia del arte, el humanismo europeo, la filosofía, la escultura. La palabra. La diferencia entre cultura y civilización. El antisemitismo (que ambos pensadores denostaban).

Nietzsche y Burckhardt comparten un rasgo secreto: un lenguaje profundo y a la vez accesible que permite que el lector ordinario –como el que escribe estas líneas– los lea sin intermediarios ni traductores. Por eso, paradójicamente, ambos pensadores fueron censurados largamente por sus colegas cultos de la universidad. Por no adaptarse a las formalidades ni al canon del culto académico. Por los dueños de la historia académica.

Su pecado era escribir claro. Esto era lo que les criticaban los dueños de la palabra. Nietzsche era denostado por los filólogos alemanes (hoy desconocidos). Burckhardt y sus trabajos de historia griega eran cuestionados y censurados por los profesores (especialistas ignotos) de Historia. Pero dado el éxito que sus libros generaron en el público común, al que le acercó una fuente inagotable de conocimiento valioso, estos libros serían luego reivindicados por la misma universidad como material digno de estudio.

Igual que Nietzsche, los libros de Burckhardt empezaron a formar parte de la doctrina “seria” y especializada de la universidad. Burckhardt fue expulsado y recuperado sólo después de muerto. El mundo fue ingrato con él, pienso mirando su estatua muda. Por eso tiene una estatua en Basel. Una historia semejante a la de Nietzsche, con el cual Burckhardt mantuvo, como se dijo, una larga –y por momentos irónica– correspondencia. Nietzsche también vivió, estudió y enseñó en esta ciudad suiza.

Hayden White dice que Burck-hardt es un pesimista porque sobrevalora el peso de las condiciones sociales en la vida de las personas. La persona no puede con la Historia. La Historia puede con las personas. Es una historia de protagonistas a medias. Tal vez por eso le interesan tanto a Burck-hardt los rastros, los pedazos, las ruinas, y el arte. Una Historia irónica que se permite dudar. Pero este pesimismo es valioso. A tal punto que Peter Burke, un pensador inglés muy reconocido (profesor de Historia de la Cultura en Cambridge, que también se interesó por el Renacimiento), aboga en sus libros por “un regreso a Burckhardt”.

Werner Kaegi, un historiador suizo que estudió en Leipzig, Zurich y Florencia, antes de volver a vivir a Suiza y dedicarse a enseñar en la universidad de Basel, escribió una inmensa biografía sobre Burckhardt, que sólo puede leerse en el idioma original: alemán. Kaegi no fue traducido. Los siete tomos de Werner Kaegi se encuentran silenciosos en cualquier librería de Basel elegantemente encuadernados. Es el libro más simbólico de la ciudad. Es, como muchas cosas aquí, un símbolo. Un símbolo que debe estar en todas las bibliotecas de la gente culta.

Burckhardt dio un paso que pocos pensadores de su época habían dado. Amplió el concepto de fuentes que usaban los pensadores e investigadores para escribir la historia política: apeló a los documentos, pero también a la escultura, el arte, y la literatura, para dar forma al pensamiento de cada época. Amplió la base del pensamiento y reconoció el estatus de fuentes documentales que antes no se consideraban portadoras de una sabiduría importante. Es decir, amplió el sentido de la palabra.

A diferencia de lo planteado por otros pensadores, para Burckhardt lo más importante que pueden hacer los intelectuales o historiadores europeos críticos no es responder, sino preguntar, lo valioso de sus trabajos no son las respuestas, sino las preguntas que plantean. De esta manera, los corre de su posición dominante y petulante.

Un buen historiador no es el que clausura un tema dado, sino el que lo abre de una manera particular, que obliga al pensamiento. No es el que resuelve un problema, sino el que descubre un problema. Burckhardt amplió el concepto mismo de historia. No sólo amplió las fuentes, sino los temas y los criterios para pensar el pasado, (también Nietzsche). Un pedazo de papel, una escultura rota, un lienzo, un símbolo perdido. Todo nos habla. Todo nos dice algo. Todo contiene algo que merece ser atendido. Y escuchado. El desafío es saber escuchar. Saber ver.

En su obra más importante, La cultura del renacimiento en Italia, Burckhardt se permitió algo que nadie se hubiera permitido antes: escribir un libro histórico sin citar fuentes directas sino todo de segunda mano. Pero no fue sólo una provocación inútil para la sensibilidad cuadrada de los historiadores (que Nietzsche también cuestionará en la cuarta Intempestiva, sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida”), sino una forma audaz y sutil de mostrar su nuevo método: analizar, en las fuentes de otros historiadores, lo que esos mismos historiadores no habían analizado. Lo que no habían visto. O no habían querido ver.

Caminando por las calles estrechas y adoquinadas de Basilea (una tarde frente al Rin, donde hace casi dos siglos se hospedó Nietzsche, como él mismo cuenta en una de sus cartas a Burckhardt, a quien se dirige como “querido señor catedrático”; al fin y al cabo preferiría ser catedrático en Basilea que Dios, dijo Nietzsche), una ciudad muy orgullosa de su cultura y de sus relojes, y de su música, y de su pasado; se me ocurrió pensar que algo semejante sucedió con la historia y con los historiadores argentinos en la particular coyuntura política actual, que son las políticas de la memoria.

La memoria ha ampliado el sentido de la Historia y de la palabra. La memoria ha obligado a la Historia a pensar. Y a hablar. Teníamos una Historia que no hablaba. Memoria e Historia parecen dos hermanas gemelas. Memoria es lo que no hacen siempre los historiadores. La memoria incomoda al historiador seguro. La memoria interroga a la Historia y la hace volver sobre sí. La obliga. La memoria no está para cerrar ni completar y terminar nada. La memoria está y estará simplemente –como diría Burckhardt– para dejar planteada una pregunta.

Por eso, la memoria, toda memoria, es necesariamente, fatalmente, una memoria incompleta, frágil, insegura y no vale la pena cuestionarla por eso.

Por eso, Tzvetan Todorov se equivoca y mucho al censurar, después de pasar unas pocas horas en la Argentina, la ESMA por ser una memoria parcial, o incompleta, o desdibujada o “riesgosa”, porque la memoria incompleta era la otra desmemoria argentina, era dejar que la ESMA siguiera siendo sólo un colegio, como si allí nada hubiera pasado, como si esas paredes no nos dijeran nada a nosotros, como si allí debiera todavía “enseñarse” en lugar de pensar .

Todorov está equivocado: antes de las políticas de la memoria, la ESMA permanecía cerrada. Lo incompleto era lo que pasaba antes. No lo que pasa ahora. A Todorov no le parece incompleto el horror o la tortura. Sino el recuerdo. ¿Deberíamos dejar que los chicos y jóvenes argentinos aprendan en el mismo lugar donde se torturaba y ejecutaba personas? Porque la memoria no es la historia escrita y cerrada. La memoria está viva. Por eso no se puede tachar a la memoria por ser incompleta. Tachar a la memoria por ser incompleta es casi como tachar a la memoria, en el fondo, por ser memoria. Y Todorov debiera saberlo mejor que nadie. Como lo sabía Proust. O Borges, con su Funes, una memoria completa, perfecta, segura, pero que no puede pensar.

En nombre de la memoria completa (los que hablan en nombre de la memoria completa) lo que se busca –o lo que buscan– es el silencio. Y no la verdad. Clausurar, como dice Beatriz Sarlo, el pasado.

Sigue nevando. Yo anoto estas ideas desordenadas en un papel pequeño. Tengo las manos frías. Estoy helado. Tengo nieve en los dedos. No uso guantes. John Lo-cke decía que no había que usar guantes en la nieve, pero también es cierto que Locke no estuvo en los campos de exterminio donde estuvo Levi.

La gente me mira. Se sorprende de mi actitud. ¿Qué anota? Pensarán. ¿Qué escribe? (este argentino) Detrás mío avanza un guía turístico que le explica en perfecto inglés a un grupo de japoneses jóvenes (probables alumnos de la Universidad de Basilea) que esta estatua nos habla sobre un pensador suizo que cambió la forma de ver y pensar la Historia.
Fuente:TiempoArgentino

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