entrevista: ABEL CÓRDOBA, FISCAL FEDERAL EN BAHÍA BLANCA
"Los testimonios de las víctimas han sido una lección de paz"
16/04/2012
A sus 33 años, Abel Córdoba es hoy el fiscal federal más joven que interviene en juicios vinculados con la última dictadura cívico militar en el país.
–Cuando fue el golpe de Estado, ¿usted ni siquiera había nacido?
–Nací en el 78. Y eso también tiene que ver con los tiempos políticos y sociales que se fueron dando. Viví mi preadolescencia en el menemismo y nuestra formación se da al final de esa etapa presidencial y los primeros años de la década del 2000. Creo que eso influye algo en los perfiles de quienes trabajamos en esto.
–¿Cuántos imputados hay en total por crímenes durante la dictadura en Bahía Blanca?
–En este juicio son 17 los imputados entre militares y federales retirados, pero en total con el resto de las causas son 115. La mayoría de ellos están detenidos. En esta causa que enjuicia al Ejército además de estos 17 son 10 más los imputados y 23 de la Armada, con lo cual ahí ya tenemos un juzgamiento de casi 50 procesados por lesa humanidad. Si se consiguiera eso en términos de acá a un año sería un gran logro de la Justicia bahiense, inconcebible en otros años, posibilitado hoy por el entendimiento de estos jueces que no son de Bahía sino de otras jurisdicciones. Esto también explica la necesidad que hubo de acudir a magistrados que no tengan compromisos locales con los acusados o intereses. Esas nuevas designaciones fueron las que realmente destrabaron. El tiempo que los jueces anteriores demoraron para llegar a juicio se tradujo en una mayor amplitud y es así que en éste tenemos casos de desapariciones del 76, 77, los falsos enfrentamientos y los nacimientos en cautiverio. La idea con el juicio de la Armada es lo mismo: abarcar todos los centros clandestinos que tuvieron que ver con las desapariciones y el encarcelamiento de sindicalistas, básicamente.
–¿Cuántos son los nacimientos en cautiverio que se investigan acá en Bahía?
–Hay dos corroborados. Uno con más datos que otro, con mayor precisión, pero los dos inequívocamente ocurrieron uno en "La Escuelita" y el otro en el ámbito militar entre diciembre del 76 y abril del 77.
–¿Tiene casi un Ejército para juzgar y toda una comunidad para defender?
–Estimamos que son más de 600 las víctimas que pasaron por estos centros clandestinos. Es un número que va creciendo continuamente porque con cuentagotas accedemos a más datos, se acerca más gente y comienzan a aparecer referencias que no teníamos que permiten confirmar quiénes fueron los secuestrados. Éste es un juicio importante para la comunidad pero fundamentalmente para las víctimas, que encontrarán alguna reparación tardía de lo que hizo el Estado. Esto quedó claro con la declaración de la esposa de Darío Rossi, secuestrado en Viedma, que contó que sólo vio el allanamiento de su casa y la próxima información que tuvo de su marido –a pesar de buscarla– fue a través de la "Nueva Provincia", en la que apareció como muerto en un enfrentamiento militar, pero nunca ninguna comunicación oficial. Hasta hoy esa mujer está con la noticia del diario y la certeza que le dan otros testimonios. Recién ahora habrá una declaración judicial que diga que esa persona murió luego de ser llevado a un centro clandestino y para infundir terror en la sociedad fue presentado como partícipe de un enfrentamiento. Eso que hace tiempo está probado en la causa todavía no está dicho.
–¿Pasará a la historia?
–Éste es un trabajo que tiene relevancia, que está enraizado con lo que es la historia no sólo de Bahía Blanca sino también de otras ciudades como Viedma por todas estas circunstancias. La idea que más interés despierta es esta cuestión de llevar alguna reparación. Más que quedar en la historia es influir desde lo profesional en reparar daños que se han hecho. Eso es lo que creo que perciben algunas personas perjudicadas por estos hechos. Ahí estaría la satisfacción, sobre todo, porque mi formación se dio en una universidad pública donde la conformación del plantel profesional de la universidad hoy está en entredicho en parte por la actuación en esta misma causa donde se han imputado a quienes fueron abogados en el 76 del juzgado y que además participaron de sesiones de torturas. Es satisfactorio que aún desde esa formación, desde una universidad muy cuestionable en su cuerpo docente en esos casos específicos, desde ahí aportar.
–De tantos testimonios escuchados, ¿alguno le impactó más que otro?
–Éste es uno de los aspectos más duros quizás de la profesión. Desde la parte humana se trata de centenares de personas que cuentan seguramente los peores momentos de sus vidas y al cabo de un año uno termina escuchando tantos testimonios similares pero cada uno ahonda en algo que sigue siendo inimaginable. Seguramente no haya luego en el ejercicio profesional en los años por venir otra experiencia similar. Aun desde otras situaciones no hubo infiernos peores que éstos. Más allá de algún testimonio en particular, lo que rescato es la dimensión ética que han tenido las víctimas. Han soportado la eliminación de sus seres queridos, sometidos a vejámenes, abusos sexuales, torturas y aun así acuden a contar su verdad y a que los jueces sean los que determinen con las reglas más claras posibles. Ésa creo que es una lección de paz. El modo maduro, claro y democrático en que las víctimas y las organizaciones de los derechos humanos han declarado siempre. Creo que eso es lo principal más allá de que hay escenas que a todos por algún motivo nos impresionan. Hemos madurado. Estamos resolviendo los temas centrales del pasado más sangriento que se ha tenido, como fue el terrorismo de Estado.
–¿Qué le pasa cuando ve a los imputados, en su mayoría ancianos?
–Es ambivalente. A muchos los he visto antes pero impresiona bastante verlos en el juicio porque ellos, junto con otros a los que falta juzgar o se han muerto en este camino, fueron el poder absoluto en Bahía Blanca. Quienes cayeron bajo sus decisiones son los que están dando testimonio del terror que pasaron. Desde ese punto de vista uno dimensiona el potencial de daño que tienen. Hay algo que siempre repetimos cuando se nos pide opinión sobre si hay o no que liberarlos porque son viejos que no tienen fuerza ni para escaparse: lo que hay que temer en esos casos es el poder de decisión y la influencia que pueden llegar a tener sobre estructuras represivas. Y esto es lo que se trata en el juicio, no el poder físico de una persona. Que estén añosos no menoscaba esta idea de que esas mismas personas han sido las que decidieron que estos hechos ocurrieran. Por otro lado se deben analizar las personalidades que se necesitan para cometer esos hechos. No cualquiera puede hacerlo. Para torturar muchos de los frenos inhibitorios no deben funcionar en esa persona. En nuestras relaciones sociales el simple hecho de rozar a otra persona por la calle es motivo de un pedido de disculpas, por ejemplo. Hay que tener una personalidad psicopática para torturar a otro y encontrar satisfacción en trasformarlo en una cosa para arrancarle información. Quedó muy claro en el juicio que esas personalidades para quienes el otro es simplemente una cosa para atropellar se potencian en instituciones jerarquizadas como el Ejército, la Policía, el Servicio Penitenciario, la Iglesia. Ellos estaban en esos lugares y fueron quienes peores actos hicieron prestando una colaboración incondicional a la dictadura. Hubo gente dispuesta a ejecutar lo que le pidieran y así ha quedado hasta en los cuerpos de las víctimas, que es otra de las facetas más impresionantes que surgen de los testimonios cuando muestran sus cicatrices aún hoy. La crueldad del otro llevada en el cuerpo propio y todo lo que significa eso para cada persona. Algunos han señalado que cada mañana al bañarse se enfrentan a las cicatrices en los tobillos, las muñecas, el cuello. El sello permanente del terror en la piel.
–¿Sus padres están contentos de sus logros pero algo temerosos por el lugar que ocupa?
–Manifiestan su orgullo familiar y siempre han estado. Siempre me han facilitado tanto el estudio como el apoyo a la vocación, con lo cual es algo muy satisfactorio poder desempeñarse en estas materias. Hubo muchas decisiones que tomar y algunas se adoptaron en su momento en familia, como la de estudiar, que es siempre la decisión de un grupo familiar que decide apostar y esforzarse para que un miembro de su familia estudie y se comprometa con un plan de vida solidario. Eso fue lo que sucedió en mi caso y estoy orgulloso de ello.
ESTELA JORQUERA
estelaj@rionegro.com.ar
FuentedeOrigen:RioNegro.com
Fuente:Agndh
No hay comentarios:
Publicar un comentario